Poesía mexicana: Julio Romano Obregón

Leemos poesía mexicana. Leemos algunos textos de Julio Romano Obregón. Lo conocemos especialmente por su prosa como cuentista, ensayista o en el ejercicio de la crónica. Es autor del volumen de cuentos No verás el alba.

 

 

 

 

 

 

 

Julio Romano Obregón es maestro en Literatura Mexicana por la Universidad Veracruzana y doctor en Letras por la UNAM. Realizó un Diplomado en Mediación de Conflictos y Diálogos para la Paz en el Coady International Institute de la St. Francis Xavier University (Antigonish, Canadá), y una estancia académica en la Università degli Studi di Bari “Aldo Moro” (Bari, Italia). Es autor del volumen de cuentos​​ No verás el alba​​ (Conaculta/Cecultah/La Mina, 2014) e hizo la recopilación de la obra de Eufemio Romero, recogida en el volumen​​ La incógnita y otras obras​​ (Universidad Veracruzana, 2014). Ha publicado cuento, ensayo y crónica en revistas de México y Estados Unidos. Actualmente es profesor investigador en la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo.

 

 

 

 

 

 

 

 

***

 

 

 

 

 

He visto el tiempo

 

He visto el tiempo, la boca del tiempo,

un universo que se ensancha,

un hambre, una ferocidad sin límites,

un canto entre los mares, una voz que nos llama,

un temblor, una bestia,

una jauría de sollozos,

un grito que pare las pesadillas,

el umbral de la noche

que se expande en nosotros

muy adentro,

que nos corroe,

que nos abate en las horas en que pensamos

que por fin recobramos el aliento

y nos hunde

y nos sumerge de nuevo

en la vida que estamos intentando

olvidar,

destruir.

 

He visto al tiempo retenernos

en el horror de los días que avanzan

a pesar de nuestros intentos

por acabarlos.

Pero no hay tregua posible.

 

He visto al tiempo

desgarrarlo todo.

 

 

 

 

 

 

 

 

La voz detrás de la piedra

 

En la noche callada

la roca escucha tu lamento

Friedrich Hölderlin​​ 

 

¿Es tu voz detrás de la piedra

contra la que rompe el mar,

el frío que nos abraza al inicio del día?

 

No necesito huellas

para recorrer de nuevo el camino.

A la distancia, como un faro,

la enorme piedra me orienta;

en la cercanía, las tímidas olas

que intentan alcanzarme.

 

Intuyo tus movimientos,

que son como los de las aves,

y tu posición, semejante a la de los astros.

Pero ese otro mundo me está vedado.

 

El mar retráctil abre una rendija.

El lamento de un ave me lo​​ ha hecho​​ saber.

Del otro lado te he intuido de nuevo,

pero de tu paso queda apenas

un vestigio de nácar.

 

¿Es tu voz la voz de la piedra?

 

 

 

 

 

 

 

Polillas

 

Había elegido,​​ 

para vestir la casa​​ 

que había de ser nuestra,

cortinas del color que te gusta,

vajilla de tus figuras preferidas,

un mueble para nuestras tazas,

de donde cada mañana

elegiríamos

las que irían mejor con el café.

 

Ahora​​ 

todo se apolilla

en el fondo de un armario.

 

El tiempo lo erosiona,

como a mí,

lo carcome,​​ 

lo disuelve,​​ 

lo destruye,

como a los muros que me rodean,

que me asfixian

y desbaratan el marco de la ventana,

por la que cada mañana,

con el café humeante,

veríamos​​ 

nuestro futuro.

 

 

 

 

 

 

 

Partida

 

¿No te sientes muy solo,

a veces,

en esta casa

tan llena de silencio?,

me preguntaste

mientras preparabas tu​​ equipaje

y dirigías tu mirada

al camino

por el que no querías ya

que te acompañara.

 

 

 

 

 

 

 

Mares

 

I

 

No puede el mar sereno sino agitarse.

No puede el mar agitado

sino cesar su movimiento,

esperar paciente

la dispersión de las nubes sombrías,

la claridad de la luz que regresa,

el silencio.

 

 

 

 

II

 

Nunca dos aguas serenas son iguales,

como no son iguales las primeras horas del día

y las últimas,

como no son lo mismo la inexistencia​​ 

y la muerte,

la tensión previa a la carrera​​ 

y el agotamiento,

la ventana que espera

y la puerta que despide.

 

 

 

 

III

 

Ahora soy un barco anclado a un puerto abandonado,

abatido por el tiempo,

corroído por la herrumbre,

que espera tan sólo

el colapso

de los últimos cimientos marítimos

para hundirse,

sin testigos,

entre el canto de los albatros

que así, sin saberlo, renuncian

a cualquier posible retorno.

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