Una conversación con Alice Notley

Leemos algunos fragmentos de la conversación que Hanna Zeavin sostuvo con la poeta norteamericana Alice Notley (1945-2025) para el Número 247-primavera 2024, de la revista The Paris Review. La traducción es de Luis Mario Mendieta Mondragón.

 

 

 

 

 

Una conversación con Alice Notley

 

Alice Notley vive en un departamento tipo estudio al que se accede subiendo por un tramo único de escaleras, en la​​ Rive Droite,​​ margen derecha, la zona norte de París. Su puerta principal está rotulada con un pedazo de cinta adhesiva que lleva su nombre escrito a mano y con letras cursivas. La pequeña cocina, que la vi ser utilizada solamente para preparar un café expreso, conduce hacia el dormitorio de Notley, hacia la cama cuidadosamente tendida con sábanas grises. Más allá, se encuentra el espacio de trabajo atiborrado de innumerables libros, muchos regalados o escritos por sus amigos,​​ entre ellos Jim Carrol, Eileen Myles, Leslie Scalapino, Allen Gingsberg, y Anne​​ Waldman. Varios libros de prosodia latina fueron obsequios entregados durante años por Al DiPippo, el maestro que impartía latín en la preparatoria de Notley, en Needles, California,​​ el dedicatario de​​ Certain Magical Acts​​ (2016). Hay estantes repletos con las obras de Ted Berrigan (1934 – 1983), su primer esposo y el padre de sus dos hijos, Anselm y Edmund (también poetas); con los trabajos de Douglas Oliver (1937 – 2000), su segundo esposo, con quien Notley se mudó a París en 1992. Y luego están sus propios libros – más de cuarenta y siete, sin incluir una avalancha de otras publicaciones: ediciones mimeografiadas con encuadernación grapada, panfletos ilustrados y postales para Alternative Press.

 Notley trabaja en un escritorio reducido, cubierto por una pila desordenada de sus próximos libros, algunos en proceso de escritura y otros en proceso de edición:​​ Being Reflected Upon​​ (2024), unas memorias en verso, y​​ Telling the Truth as It Comes Up: Selected Talks and Essays, 1991 – 2018​​ (2023). Por encima del escritorio, cuelgan sobre la pared una pequeña pintura al temple de huevo que retrata un paisaje toscano de George Schneeman, y el dibujo que Philip Guston, otro amigo​​ suyo, realizó para la portada de​​ Incidentals in the Day World​​ (1973), la colección en donde ella transformó las rutinas diarias de la maternidad en poesía lírica. Aquí los talismanes tienen poder: la diminuta estatua de un búho plateado que reposa sobre un librero,​​ justo al lado de un T. Rex de plástico y una Virgen de Guadalupe de hojalata pintada, vigilan todo el cuarto. Frente a su escritorio, Notley ha instalado un atril con partituras. Ella ha estado aprendiendo a tocar la guitarra, sobre todo folk.​​ 

 La experimentación es el sello distintivo de la poesía de Notley; en casi todos sus libros, un nuevo método o​​ una nueva​​ idea​​ aparecen​​ para canalizar su voz. Su obra, que retoma las formas tradicionales de la​​ lírica,​​ pero​​ que se desprende de las​​ restricciones que​​ obstaculizan la labor del poeta, a menudo es​​ considerada​​ como difícil. La vida doméstica de las mujeres ha sido un tema generador para Notley, y algunos de sus mejores poemas fueron escritos a raíz de una pérdida: “At Night the States”,​​ escrito​​ poco después de la muerte de Berrigan; “Beggining with a Stain” inspirado en el fallecimiento de la hija de Ted, Kate, en 1987; y “White Phosphorus”, una elegía para su hermano, Albert, un veterano de la guerra de Vietnam que murió en 1988. “Soy consciente de la realidad del duelo y la pobreza, y pienso que nadie debería olvidar nunca su existencia”. Me dijo Notley. “Ningún poeta tiene el derecho de hacerlo”. Con el tiempo, su obra ha sido impulsada y atraída cada vez más por sus sueños y visiones. Ella se ha entregado a la tarea de revitalizar la​​ poesía​​ épica –cuya​​ obra​​ más notable​​ ha sido​​ The Descent of Alette​​ (1996), en donde la heroína​​ desciende hacia​​ un inframundo mítico,​​ ubicado en el metro subterráneo del centro de Nueva York, para confrontar a su amo supremo, “el tirano”, quien le ofrece un desafío imperioso: “Mátame​​ &​​ cambia al mundo”.​​ 

 Nuestras conversaciones tuvieron lugar durante cuatro tardes del pasado mes de agosto. Notley solía sentarse en una silla negra frente a sus libreros, con los pies descansando sobre un otomán y aplastando la edición internacional del​​ New York Times​​ de aquel día, un periódico al que más de una vez definió como “terrible”. Su​​ forma de recordar podría describirse como una “memoria en el sentir”, usando las palabras de Melanie Klein,​​ ella parecía volver en el tiempo y el lugar para​​ sentirse​​ así misma en otra época diferente.​​ Mientras​​ platicábamos​​ sobre las etapas del duelo que​​ atravesó durante​​ los​​ años​​ ochenta, ella​​ guardó silencio por​​ unos​​ momentos​​ para​​ después​​ decirme,​​ “Estoy llorando”, y​​ de pronto,​​ no pudo ya contener su llanto.

 

Hannah Zeavin

¿De dónde crees tú que provienen los grandes poemas? En el psicoanálisis, existe la idea de que la única tarea que los artistas están​​ haciendo​​ es sublimar.​​ 

 

ALICE NOTLEY

Eso es ridículo. Yo nunca he sublimado. Nunca estoy sublimando. No, yo pienso que la repuesta verdadera tiene que ver con el sufrimiento y cómo percibes las cosas después de sufrir. Podrías solo​​ quedarte​​ paralizado, pero si no lo haces, otros mundos se abren para ti. Yo, por ejemplo, comencé a escuchar a los muertos. Y sentí que tenía nuevos conocimientos,​​ que​​ tenía algo valioso que ofrecerles a las personas,​​ que​​ tenía cosas​​ para​​ decirles​​ y que los​​ haría sentirse mejor.​​ 

 

Hannah Zeavin

¿Cuándo​​ sucedió​​ tu primer contacto con los muertos, si es la expresión correcta? ¿Tú los contactas​​ a ellos​​ o ellos a ti?

 

NOTLEY

A veces ellos me contactan​​ primero​​ y otras veces​​ lo hago yo. Es difícil saber cuándo fue la primera vez que sucedió, porque te llegan un montón de mensajes de gente viva y gente muerta a través de los sueños. La mayoría de las personas han tenido esta experiencia. En la familia de mi madre, los hombres particularmente han​​ hablado con los muertos. Durante el funeral de mi hermano, mi tío escuchó de repente que mi hermano lo llamaba y mi tío terminó por enojarse muchísimo,​​ a eso me refiero. Después de que Ted falleciera, hubo una época en donde parecía que mi padre se estaba poniendo en contacto conmigo. En un sueño, él me pidió que construyera una balsa para mis hijos.

 

Hannah Zeavin

¿Y construiste​​ la​​ balsa?

 

NOTLEY

Escribí​​ The Descent of Alette​​ inmediatamente después, pero no creo que se refería a eso.​​ Más bien, deseaba que​​ construyera​​ un​​ ambiente​​ seguro para​​ ellos. Y cuando comencé a escribir​​ Alette,​​ mi padre​​ me dijo que el libro​​ tampoco​​ debería de lastimar a nadie, y eso​​ me pareció​​ un muy buen consejo. Yo no me lo hubiera planteado de esa forma.

 

Hannah Zeavin

¿El LSD te resultó útil para tu escritura?

 

NOTLEY

El LSD nunca me fue útil para escribir, pero sí para pensar. Las anfetaminas en cambio me resultaron un poco más útiles para escribir, pero tuve que asegurarme de no tomar demasiadas, porque si te excedes pierden su efectividad​​ en la escritura, aunque si tomas unas cuantas pueden ser bastante provechosas. Del LSD he aprendido otras cosas, pero nunca volvería a consumirlo. Estuve tomando solo unas pequeñas dosis de LSD en Buffalo, ya que había tenido una muy mala experiencia cuando lo​​ probé​​ junto a Bill Berkson, mucho antes de​​ vivir​​ con Ted. En aquella​​ ocasión acompañé a Bill a un evento benéfico para liberar a Timothy Leary, el cual​​ fue​​ celebrado​​ en Village Gate, y cuando miré a toda esa gente a mi alrededor, sus rostros se estaban derritiendo y comencé a perder mi sentido de identidad. Hay un par de poemas que hablan​​ sobre​​ dicha​​ experiencia​​ en​​ Early Works​​ (2023).

 

 

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