Poesía polaca: Ariel Rosé

Leemos poesía polaca en versión de Xavier Farre. Leemos poemas de morze nocą jest mięśniem serca (el mar de noche es un músculo del corazón), de Ariel Rosé, publicado por PIW en 2022. Ariel Rosé es poeta, ensayista e ilustrador transgénero que vive actualmente en Noruega. Recibió el Premio Literario de Varsovia.

 

 

 

 

 

 

 

 

El libro fue creado principalmente en la península noruega, sus protagonistas principales son: la historia y el mar. El autor quería desafiar al lector para que desaprendera la historia y la aprendiera de nuevo, incluyendo voces queer y femeninas, mirando algunas voces masculinas desde una perspectiva diferente, desafiando las habituales chansons de gestes al revestir la propia experiencia del autor en historias y mitos conocidos al escribir poemas lúdicos con identidades queer y tratar a los héroes griegos como mascotas y acariciarles la cabeza. El mar está por todas partes, el mar es ahistórico y agénero.

 

Podemos llevar la historia a cuestas, como Käthe Kollwitz, llenar de plomo sus globos melancólicos, como W.G. Sebald, intentar no recordarla como Cioran, escuchar su eco incesante como Samuel Beckett, o intentar atraparla​​ in flagrante​​ como Tiziano Terzani. ¿Cuál fue la historia de Ruth Maier, que se resguardó del Holocausto en Noruega y encontró allí a su amada poeta Gunvor Hofmo? ¿Cómo se escribió en la biografía del amor de la poeta Edith Södergran a la editora Hagar Olsson? Quien escribe sobre historia vive en la historia, incluso si la historia simultáneamente –como quería Hannah Arendt– nos empuja hacia adelante.

 

blurb:

¿Y si él/ella, el viento y alguien otro cuyos pasos vamos siguiendo, pregunta tras pregunta, no tienen ningún secreto que revelar con palabras? Los poemas de Alicja Rosé nos llevan al borde del precipicio entre las palabras de la gente y el habla inhumana.​​ Y oyen lo indecible entre las olas.

Krzysztof Czyżewski




Posibilidad

 

Déjalo atrás en la siguiente ciudad del siguiente

país cuya lengua solo conoces a medias, es decir hasta

la página ochenta y ocho de la biografía de Gottfried

Benn, quien había visto el famélico animal de la guerra penetrando

las calles de Berlín por las que Käthe Kollwitz iba​​ 

de casa al taller, del taller a casa, acariciando​​ 

la piedra largo tiempo hasta que se transformó en el cuerpo

de su hijo muerto.​​ 

 

Los candelabros de los castaños se apagan lentos, el viento

arrecia y el sauquillo huele en el jardín, entierran​​ 

a unos desconocidos en una tumba grande como un lago,

abrazados entre ellos en el fondo, los cubrimos

con una cálida manta de memoria, no los despertamos,​​ 

soñaremos con ellos, nos acostaremos

en sus camas, llevaremos sus nombres, flirtearemos

con la nostalgia, pero​​ toutes proportions gardées,​​ 

las noches son tan cálidas y un camarero italiano

te dice:​​ Cara.

 

Así pues, déjalo atrás, ve al museo y mira

los árboles, esa sinfonía de ramas, esa aria de hojas,

tu vida en cuatro imágenes, el triunfo​​ 

de la hierba, la frecuencia del paso del tiempo como​​ 

una válvula del corazón que libera oxígeno, y después

invita a alguien a casa, el ruibarbo tiene un sabor

ácido, invita a vivos y a muertos, y hablad,

tenéis tan solo una posibilidad, y tantas perdidas.​​ 

 

 

 

 

 

 

 

Ps

 

In memoriam: Adam Zagajewski

 

Adam, a veces el mundo es mordaz,

con ojos de corza, espejos venecianos, el mar negro.

Mil luces emiten un mensaje secreto desde la otra

orilla que reza: “nunca estés solo”, es decir: “olvídate

de ti”. El mundo tiene destellos de belleza

que tú atrapabas del fondo del mar

como los pescadores de perlas

para nosotros. Pero esto no es todo,

 

decías de inmediato, también está el limo, las algas,

la oscuridad y el temor. Recuerdo que no querías

ir en otoño a Chicago, allí no hay historia,

ni la carcomida dermis de las catedrales,

solo un sueño de Europa que se encogía como

una uva pasa. Lviv se convertía en un punto

que solo se podía descubrir en la lente

de un microscopio. Pero seguía titilando

como el cursor en la pantalla. Lviv

era tu reloj de cuerda que iba hacia

atrás.

 

Nos conocimos en una cafetería, de hecho,

nos pasamos toda una hora en silencio,

y después te invitamos a casa, y tú dijiste:

“¿a pesar de esto?”

 

Hay muchas horas y mucho ardor

que tenemos que guardar en la despensa,

como el té en el estante de tu estudio

en la calle Pawlikowskiego. Sus alas verdes

de latentes pensamientos se abrían poco a poco

en el agua caliente. Leímos un poema

 

de Gottfried Benn, médico de las enfermedades

de la piel y del amor o de las complicaciones

que se derivaban. Nos rodeaban

cariátides de libros que sostenían

el aire, por allí se escurría la gata,

un pequeño espía que sabía las rutas

de los gorriones en el jardín. Entraba una luz

pálida como los rostros de los santos en los cuadros

de El Greco. El último poema de Benn,

lo escribió en 1956 justo antes de morir.

Primero lo leíste tú en alemán,

después yo, traducido. No podíamos

entender, queríamos entender,

 

schlafe ein!​​ ¡duérmete! dice el último verso.



El poema fue publicado en Revista Sibila 66, Enero 2022

 

 

 

 

 

Escuchando a Iya Kiva recitar por zoon su poema sobre la guerra

 

Ayer escuchamos por Zoom a Iya Kiva​​ 

recitar su poema sobre Kiev donde las cúpulas

doradas de las iglesias no habían ido al refugio,

cada uno de nosotros lo escuchaba en su​​ 

casa, casi todos, escuchábamos,​​ 

y éramos todo ojos, como si no tuviéramos

nada más, solo ojos, como si quisiéramos

defenderla con nuestros ojos con los que absorbíamos

cada palabra cuando de fondo ardía Babi Yar,​​ 

pero la memoria no arde, confiamos que sea inoxidable,​​ 

la memoria espera como un topo, está hibernando,​​ 

todos queríamos, mil personas en el Zoom,

con nuestros dos mil ojos abrir sobre Iya

un paraguas de aire,​​ 

el escudo de nuestra mirada,​​ 

cuando terminó de leer levanté la cabeza,​​ 

en la mesa había un libro de la biblioteca,​​ 

La tentation d’exister​​ de Cioran,

las montañas mantenían a Bergen de rodillas,

florecieron los primeros crocos, todos​​ 

se alegraban por la llegada de la primavera.

 

 

 

 

 

 

 

Ruth

 

Ruth Maier, originaria de una familia de judíos secularizados de Viena, escapó en 1939 antes de la guerra a Noruega. Fue arrestada el 26 de noviembre de 1942 y ese mismo día fue deportada a bordo del SS Donau. Cuando llegó a Auschwitz, el 1 de diciembre de 1942, la enviaron directamente a las cámaras de gas. Tenía 22 años. ​​ 

 

Desde nuestras ventanas no se ve el bosque

en el que los senderos se cruzaban​​ 

como narraciones, en uno perdura

la guerra y los judíos de Viena buscan refugio

en la Europa del Norte. A Ruth Maier

la acoge el ingeniero Strøm en Oslo, a diferencia

de su familia, se le aplaza la sentencia,

la guerra desaparece por unos años, como tras la cortina

de un escenario, Ruth Maier escribe un diario,​​ ¡Quisiera​​ 

ser famosa!​​ y lee

lee mucho, a Shakespeare y​​ Las mil y una noches

conoce a Gunvor Hofmo, poeta,​​ 

con quien va al Norte en verano, y conocen

la otra cara del tiempo, el forro del verano

donde se bañan juntas en el lago

el plumaje del bosque rodea sus cuerpos desnudos

nunca antes habían conocido unas frambuesas tan dulces

el verano pasa al otoño

el barco Donau se lleva a Ruth

sus cabellos de granito serán ya para siempre

de granito

un fiordo abre sus fauces y la engulle como a Jonás​​ 

Gunvor se queda sola en la orilla, esperará a Ruth

cada día, la buscará en las calles de París, deseando

entender en qué consistía esa diferencia

la ve todo el tiempo cuando se hunde en el océano de su sofá

al final de su vida, que duró varias décadas. Oscurece,

vuelvo, en el piso de mis amigos de la octava planta

encuentro un álbum de Bach:​​ The Best of

Ich hatte viel Bekümmernis​​ rezan las palabras

de la cantata, no se ve nada

tras las ventanas, pero recuerdo

el espíritu del bosque

 

 

 

 

 

 

 

Tulipanes

 

A Lena

 

En pequeñas grutas de estrechos senderos

recordé los días de la luz

que se escurre como un ladrón a través de un jarrón con tulipanes

que inclinan sus cabezas como los musulmanes en una mezquita

Lena compra

tulipanes

sus cabezas blancas y de violeta oscura

su atrevido olor

en la mesa de la cocina, en una mesa en la biblioteca

donde parecería que no es su sitio

sus largos cuellos que se hinchan por el cristal de aumento

de los jarrones en los brazos

del agua, se echaron junto a sus sombras

como unos amantes,

hay un periódico, en la primera

página casas quemadas, negros estambres de los tulipanes

y la biografía de Sibelius que quería

escribir una ópera como Wagner, bebía​​ 

mucho vino y fumaba puros,​​ solo

una copita y dos puros hoy

los contaba como si fuera dinero, y construyó una bonita

casa, una casa de madera cerca del bosque donde

no iba a escribir nada, nada para nosotros

la melancolía resultó ser inflamable

mucho antes había escrito sinfonías

largas como caravanas que avanzan acompasadas

por caminos del bosque llenas de todo

bajo el cielo abierto

por la mañana una cabeza cortada de un tulipán

sola en un pequeña copa de vino

no sé quién había dejado la luz encendida.​​ 

 

 

 

 

 

 

 

Tiresias busca un ayudante

 

¿Y si esto es irreversible y pierdo el amor? Pregunta

Odiseo. Pero es difícil dejarlo, la isla es​​ 

idílica, en el jardín estallan las ciruelas maduras​​ 

con su jugo. Tiresias lo desaconseja, Calipso

 

se hace mayor, además, Ulises, no te puedo​​ 

contratar, estás siempre de viaje,​​ 

mejor vuelve a casa, a esa mujer,

miráis el mismo mar, aunque sea desde​​ 

 

otros puntos. Mi casa es mi narración,

dice Ulises, y cuando se va saluda​​ 

a los perros de Tiresias, que quiere saber

 

el final de su historia. Ulises está en la orilla,

anochece, la luna y su reflejo balanceante

forman un punto y coma; todo puede ser.​​ 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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