La naturaleza de la traducción: Marios Byron Raizis

En palabras del poeta y traductor nicaragüense, Alain Pallais, ofrecemos esta traducción generalizada de la introducción hecha, por el Dr. Marios Byron Raizis, para su propio libro titulado Greek Poetry Translation (Traducción de Poesía Griega). El trabajo del Dr. Raizis se ha enfocado principalmente en la poesía metafísica y romántica escrita en inglés, así como en el estudio literario que compara las obras literarias griegas con las escritas en inglés, también ha hecho estudios de la poesía griega moderna y la ha traducido al inglés. Estudió en las universidades de Atenas, Purdue y Nueva York; ha sido catedrático de inglés en la Universidad de Perdue, en la Universidad Estatal de Wichita y en la Universidad de Atenas; es autor de varios libros académicos, artículos, traducciones y críticas.

 

 

 

 

 

 

 

 

La naturaleza de la traducción literaria

 

La mayoría de eruditos que escriben sobre el arte y la “ciencia” de la traducción literaria no se equivocan al usar el dicho “un traductor es un traidor.” Esta frase constituye una paradoja. Efectivamente, hasta en las mejores traducciones se traicionan o pierden algunos atractivos del original. Sin embargo, una gran parte del mundo conoce a Homero, Dante, Dostoievski, Kafka, Ibsen, Chekov, prácticamente a los gigantes de la literatura, gracias a las traducciones. Paradójicamente los textos que, supuestamente, “traicionan” a sus originales, se han esparcido y preservado para la posteridad, siendo esto algo hermoso y de un valor eterno para nuestra civilización. En nuestros tiempos, imaginarse llegar a dominar tantas lenguas –algunas de ellas ya extintas– solo para disfrutar textos en su articulación original, es una imposibilidad inconcebible para la mayoría de las personas cultas en el mundo.

            Incluso en el pasado, el evangelio cristiano, a pesar de su “traición” en la Vulgata, llegó primero a todos los europeos y luego a los habitantes de otros continentes, como una traducción. Con su hábito romano, el evangelio, inspiró a millones, no con el hábito griego. Mucho después, el Manifiesto Comunista, y otros textos sacudieron al mundo influyendo en la humanidad con sus traducciones. Sí, una traducción traiciona, pero también preserva y promueve la esencia de su original.

            Otra anécdota popular sobre la traducción literaria es una metáfora francesa que compara la traducción con una mujer (ambas de género femenino), una amante, claro está. “cuan más bella, más infiel,” o  su opuesto: “cuan más fea, más fiel.” Existe mucha verdad en ese jeux d’espirit francés. Nunca una traducción fiel, literal, mot-à-mot, será tan hermosa o convincente como el texto original. Para reproducir fielmente todas las características lingüísticas, estructurales y formales de un texto literario en otro idioma, el traductor tendría que forzar las “habilidades” de este idioma tantas veces que sobrepasaría su punto de ebullición. Ignorar la forma –la cual provee de belleza y calidad artística al mensaje– y enfocarse únicamente en el significado tiende a reducir una obra de arte a una comunicación meramente funcional. Si en la traducción de poesía se ignora la forma literaria y se enfoca únicamente en las palabras y sus significados, es como notar individualmente cada árbol, sin apreciar la selva en que se encuentran. El asunto, entonces, no es cómo traducir fielmente o de una forma bella. El asunto es cómo traducir de ambas formas; cómo establecer un feliz acuerdo que haga  justicia al mensaje de un texto sin traicionar su integridad estética. En términos absolutos podría parecer algo imposible; pero en términos prácticos es asequible si se cumplen ciertos requisitos. Algunos de ellos son:

  1. El traductor debe tener un dominio prefecto de su lengua materna y del idioma al cual traduce.
  2. El traductor debe estar familiarizado con la literatura, especialmente con la poesía, que se ha producido en ambas lenguas.
  3. Debe estar familiarizado con ambas
  4. Debe tener un sentido innato del ritmo y de todos los elementos formales de la poesía, o adquirirlos a través de la práctica. Debe poseer buena imaginación, ser paciente y audaz; debe comprender las dinámicas de las formas literarias y del verso libre.
  5. Debe poseer talento poético y sensibilidad; pero no debe permitir que sus peculiaridades artísticas y “firmas” se manifiesten en una traducción cuando el texto original no los presenta.

            Muchos grandes poetas recrean, adaptan, imitan, moldean, parafrasean, interpretan, etc., poesía original en vez de traducirlas. Sus personalidades artísticas –poderosas y originales como son normalmente– abruman al traductor (por ejemplo: un erudito) que intenta procesar toda la información ofrecida en el texto original. El artista subjetivo en su mente y alma, opaca al lingüista objetivo. El poeta elije lo que satisface su gusto, añade lo que falta y da vida al nuevo texto introduciéndole su espíritu creativo al respirar –a veces llegan a ser obvios los hábitos idiosincráticos que el lingüista paciente y meticuloso nunca debe olvidar. El resultado no es una recreación objetiva del texto; es una aproximación subjetiva, una imitación o como sea que quieran llamarle. En esta categoría podríamos ciertamente poner lo último de Robert Lowell, quien “imitaría” un texto conocido en vez de traducirlo incluso libremente, quizá siguiendo el ejemplo del gran maestro, Ezra Pound. Su personalidad artística no pudo ser verificada ni controlada al momento de confrontar los retos que presentaron textos con tanta inspiración e insinuación. Por otro lado, un traductor verdadero y objetivo es Richard Wilbur, pues sus traducciones medidas de las coplas del teatro Neoclásico Francés son tanto artísticas como eruditas.

            Aquellos traductores y escritores creativos que no gustan y evaden ciertas formas, géneros o tipos de composición, deberían de abstenerse de traducir obras que dependan de ellos para ser entidades artísticas. Si intentan traducirlas, están expuestos a ignorar o violar características notables de las originales que les incomodan para moldearlas en formas, imágenes, expresiones, tonos, etc., que son naturales para ellos. El resultado es, por supuesto, una creación híbrida: un poema con algo del significado y aspectos externos del original, incluyendo una forma u otros rasgos que le son ajenos.

            El famoso poeta ruso Vladimir Mayakovsky (1893-1930) solo compuso versos rítmicos, métricos, escalonados, coplas, etc.; sin embargo, quienes lo tradujeron al griego, en un intento de obtener su verdadero sentido (o siguiendo la práctica irresponsable de traductores ingleses y franceses) convirtieron su poesía melodiosa y “estructurada” en versos libres, irregulares y en párrafos sueltos. Ahora, esto sí es una “traición”, no una simple violación de la forma debido a exigencias artísticas. También es un gran error histórico pues sabemos que el temprano régimen soviético no permitía ni toleraba experimentos modernistas burgueses o formas artísticas de avant-garde en la literatura o cualquier otro arte. Error cuando presentamos al Mayakovsky de los años 20s, escribiendo verso libre, como se hacía en griego medio siglo más tarde, también lo presentamos como nuestro contemporáneo y rebelde contra la disciplina de Partido. Pero él no era ni uno ni lo otro, a pesar de sus desilusiones. Alexis Parnis tradujo al griego los poemas de Mayakovsky de una manera precisa y exacta, nadie más ha podido hacerlo de esta forma, al menos desde el punto de vista estético.

             Similarmente, esta forma deplorable habría condenado a Kostis Palamas –célebre poeta griego– a una eterna oscuridad y anonimato. Maestro de la versificación, forma, dicción retórica tradicional y de la referencia cultural. Palamas fue despojado de aquello que lo hizo un artista por anglófonos “traductores” agresivos e incompetentes quienes redujeron la musicalidad de sus octetos, coplas, cuartetos, sonetos, etc., a versos libres, arrítmicos, sueltos o, incluso, a versos prosaicos. Con razón los anglo-parlantes le dieron la espalda a sus poemas hasta que se publicó la traducción verdaderamente poética hecha por George Katsimbalis y Theodore Stephanides.

            Este tipo de violaciones también han ocurrido libremente en Grecia. Cierto “traductor” de  Las peregrinaciones de Childe Harold (1818) de Lord Byron transformó sus estrofas spenserianas (estrofas de nueve versos rimados: a, b, a, b, b, c, b, c, c) a párrafos de versos libres que llegan a más de veinte versos sueltos. Claramente uno puede hacer eso en prosa (como lo habría hecho Angelos Vlachos) y explicar a los lectores greco-parlantes que es una paráfrasis en prosa que acarrea el mensaje –no la voz– del gran poeta. Pocos “traductores” son honestos. Muchos se aprovechan de la ignorancia del público griego y le presentan a Byron y Mayakovsky en prosa impresa que aparenta ser verso libre de los 80s. Algunos extranjeros hacen lo mismo tanto con el verso griego clásico como con el moderno. “So it goes” como dijo Kurt Vonnegut.

            Regresando a nuestra lista de prerrequisitos, debemos enfatizar que un traductor de poesía debería tener vasto conocimiento de los idiomas con los que está trabajando y, además, no traducir traducciones. Traducir sobre la base de traducciones anteriores puede hacer que el traductor perciba el tono equivocado del texto original; que omita la connotación entre los idiomas y las alusiones, y al final termine haciendo una parodia. Ahora, si no está familiarizado con la poesía de ambas lenguas, lo más seguro es que no encuentre el médium adecuado o el equivalente exacto para su texto. Por ejemplo, alguien que no conoce la importancia del verso blanco en inglés o las coplas heroicas en los Erotokritos cretenses, podría traicionar ambas medidas y formas si las traduce en verso libre o en una forma métrica que no se ajusta al prolongado esfuerzo en la composición del verso narrativo. Finalmente, un traductor quien no escribe versos de calidad o “correctos” en su lengua materna, debería pensar dos veces traducir poemas como poemas –y no como cualquier otro documento– de otro idioma al suyo. Una traducción exitosa es un gran compromiso, no una hazaña herculina o un acto de sacrificio que haga sentir menos arrogante a quien la hizo.

Escuelas y métodos de traducción

Para diferenciar los métodos de traducción hacemos uso de adjetivos descriptivos como: preciso, literal, libre, poético, literario, etc. Actualmente existen dos “filosofías” de traducción, dos “escuelas” diametralmente diferentes, cada una abogando y practicando su propio método: literal y libre. Cualquier otra categoría no es más que una subdivisión de estas y cubrirían partes del espectro que comienza y termina con ambos extremos.

            Traducción literal es aquella que tiene como propósito primordial traducir, de manera exacta y precisa, de un idioma a otro, la forma y significado de un texto. Si es posible lograrlo a través de la sustitución de palabra por palabra (verbatim) entonces mejor. Este método, utilizado ampliamente en tiempos anteriores, para traducir textos especulativos en prosa (filosofía, teología, teoría de la ley, critica) tiende a imponer “camisas de fuerzas” en textos meramente literarios, pues muchas características lingüísticas, fenómenos gramaticales y formalistas no son comunes ni naturales en cualquiera de los dos idiomas. En la traducción de poesía, en particular, el método literal produce un texto despojado de cualidades artísticas: suena forzado, con poca naturalidad, sin uso idiomático, con referencias culturales extrañas, formas raras, etc. Se puede decir entonces que el método literal casi nunca es efectivo cuando se traduce literatura y menos aun cuando se traducen versos, pues la medida y esquemas de versificación raramente coinciden en dos composiciones poéticas, en dos idiomas diferentes, para expresar las mismas cosas y de la misma forma. Un verso decapentasílabo griego no puede ser igualado a un verso de quince sílabas en inglés –sería como encontrarse un trébol de cuatro hojas. Obligadamente se debe hacer un ajuste incuestionable en el orden. De igual forma, peculiaridades del léxico, como la economía verbal de los refranes, sus ritmos, etc., solo pueden aproximarse a refranes análogos en el idioma al que son traducidos. Puede que estas traducciones tengan algo de sentido pero sonarían torpes o, incluso, absurdas por la diferencia de culturas.

             Traducción libre es esa que transmite el sentido del texto original al traducido poniendo atención parcial al médium y sacrificando el sentido. A diferencia del método literal, la traducción libre produce, indudablemente, textos fáciles de leer en el idioma al que se han traducido, incluso, textos con enorme belleza. Sin embargo, el precio puede ser alto: a menudo una traducción libre posee solo una pequeña porción de las características del original. Frecuentemente la “imagen” del texto original que nos ofrece es imprecisa e, incluso, errónea. Por ejemplo: una traducción en prosa de la Ilíada en estilo victoriano, en uno contemporáneo y en verso libre.

            Obviamente el método de traducción libre no sería el adecuado para la traducción de documentos legales o filosóficos; ya que términos con tonos precisos podrían ser textualmente mal traducidos a términos del lenguaje común del otro idioma.

            Se debe tener mucho cuidado al traducir literatura libremente para evitar que la expresión natural del idioma, al que se traduce, se convierta en un eco distante y, a veces, discordante del original. Obviamente uno debe evitar ambos extremos, literal y libre, y usar juiciosamente los elementos de ambos para alcanzar un balance al cual hemos llamado “feliz acuerdo.”

            Casos extremos de traducción libre son: la paráfrasis, la adaptación y la imitación. Aunque cada una se explique por sí misma, intentaremos definirlas aquí.

            Una paráfrasis es una reorganización de las palabras del texto para hacerlo comprensible y/o más corto; en otras palabras “decimos la misma cosa con distintas palabras.” Cuando se habla de paráfrasis en la traducción, su significado tiende a ser peyorativo o despectivo, pues la calidad y el impacto de una paráfrasis son, en definición, inferiores a los del texto original. Algunos no dudarían en tachar de infiel o mala traducción a una paráfrasis.

            Por otro lado, una imitación, de acuerdo a Robert Lowell, es una re-creación artística del original hecha por el imitador para que “suene bien.” Esto es difícilmente una traducción. En todos los casos, una buena imitación, es aun más libre y subjetiva que una traducción libre. La imitación prosaica, que hizo Lowell a finales de los 60s en Estados Unidos, del drama poético Prometeo encadenado de Aeschylus es una obra de teatro filosófica bastante original y moderna. Se inclina por lo existencial y político más que por lo teológico. Una imitación se basa en una antigua obra prestigiosa o se deriva de ella. Nunca pretende ser una traducción.

             Una adaptación es casi siempre más libre y alejada del original que la imitación y la paráfrasis. El proceso de adaptar un texto implica no solo transferir su significado de un médium a otro, también implica alterar su género artístico, su forma y algunas características mientras se mantienen otras sobresalientes. Un ejemplo claro es la adaptación que hizo Albert Camus de la novela rusa “Los endemoniados” de Dostoyevsky, a obra de teatro francesa; o la adaptación que se hizo de la comedia Pygmalion, de George Bernard Shaw, al “teatro musical” titulado My Fair Lady. En griego tenemos numerosas adaptaciones de importantes obras de ficción a literatura juvenil, algunas de ellas son David Copperfield de Dickens y Los viajes de Gulliver de Swift. También son conocidas las adaptaciones, hechas por Charles Lamb, de los dramas poéticos de Shakespeare a prosa juvenil.

            Los términos versión e interpretación son ocasionalmente usados para referirse a traducciones. Ambos, me parece, son muy generales, vagos y holgados en sus significados que, a lo mejor, implican una opinión personal subjetiva (exegesis) de un texto, más que una traducción genuina y responsable de su sentido y forma.

Consejos  para la traducción del verso

Sería imprudente recomendar un solo método para la traducción de poesía. Es recomendable que un traductor sea flexible al intentar hacer una traducción precisa o libre –incluso una restructuración del poema– dependiendo de los retos que presenten individualmente cada poema o estrofa.

            En general, en la traducción del verso libre es posible hacer un buen trabajo manteniéndose fiel al significado literal y a las características léxicas, siempre y cuando hagamos los ajustes idiomáticos, culturales, sintácticos y literarios que sean necesarios. O sea que una traducción precisa es posible, deseable y por tanto garantizada en el caso de composiciones en verso libre. Esta precisión, de ninguna manera implica una traducción palabra por palabra, verso por verso, imagen por imagen, etc. Incluso el verso libre está sujeto a la idiosincrasia y la herencia étnica que lo engendró, y estas no son automáticamente transferibles de un idioma a otro. La naturalidad de pronunciación en el idioma al que se traduce es un sine qua non; de otra manera la traducción tendría poco, o ningún, mérito literario.

              Otra vez, en general, la traducción de versos medidos, con formas y técnicas tradicionales y convencionales, es un reto mayor con más problemas que la de versos libres. Sin embargo esto no es una verdad absoluta.

             Las formas poéticas convencionales presentan dificultades por las restricciones técnicas y estilísticas inherentes en ellas. Además, las variaciones de estrofas estándar y los esquemas de rima o métrica imponen limitaciones al traductor a la hora de seleccionar palabras. Al inicio de esta introducción mencionamos que muchos traductores de composiciones tradicionales evaden o sobrepasan estos problemas específicos ignorando las exigencias de la forma y la rima, y ofreciendo una equivalencia léxica y semánticamente precisa que transmite el mensaje. Ellos también embellecen las expresiones en el idioma al que traducen y, de alguna forma, controlan la longitud de los versos para dar al conjunto una impresión de nitidez y austeridad que caracteriza a las formas del verso “estructurado.”

              Esta práctica saludable satisface al lector que esta principalmente interesado en el significado del poema. Ahora, si el lector es un poco sofisticado y desea saber cómo (por qué medios) este significado fue concebido y se convirtió en una creación artística, entonces esta práctica sería inadecuada. Muchas expresiones en las bellas figuras de Solomos, Palamas o Sikelianos no son originales, profundas o impresionantes para el sofisticado lector extranjero si se las presentan despojadas de las formas que las caracterizaron como poesía  desde un inicio. Entonces, un traductor competente es llamado a resaltar la habilidad y destreza profesional que estos poetas usan en sus formas estróficas correctas, tipos de composición, patrones de rima y todos los tipos de artificios que crean esos efectos poéticos –música con palabras, aura, atmósfera, sinestesia, mistificación, etc., que convierten a un texto a vibración lírica, a poesía.

             Tengo la firme convicción de que la traducción de un soneto griego, una ottava rima, un cuarteto, una copla deberían ser en inglés un soneto, una ottava rima, un cuarteto, una copla respectivamente. Ambos idiomas adquirieron y adoptaron la mayoría de sus formas de la poesía italiana; ambos las naturalizaron y en ambos, los artistas, articularon casi los mismos temas y preocupaciones. Es un imperdonable pecado “traducir” un octeto rítmico y musical de Palamas a un cuarteto arrítmico, o a párrafos de verso libre, en inglés británico o estadounidense, como ya se ha hecho. Esos textos nunca fueron documentos en prosa, eran poemas. Aunque sí haya escrito muchos ensayos, artículos, reseñas y cuentos, en prosa. ¿Tiene el “traductor” el derecho de reducir su poesía a prosa? No lo creo. Despojar a un poema de sus “vestimentas” liricas, lo reduce a una mera expresión con profundidad cuestionable y limitada atracción.

             Para lograr una traducción que sea precisa en significado y correspondiente a sus formas, el traductor tiene que recurrir a la anáplasis, trasposición, acolchamiento, omisión, inversión e, incluso,  la corrección o a ajustes de las figuras del lenguaje, imágenes y la dicción poética. El tono es lo único que el traductor nunca debe alterar. Si se altera el tono, seguramente, cambia todo el poema, el uso de diferentes palabras facilita esta alteración. Aun recuerdo la decepción que tuve, con un profesor alemán, cuando estudiamos una ‘adaptación’ del poema “autorretrato” de Rainer Maria Rilke. Ese importante soneto había sido transformado, por un estadounidense creativo, a un soneto melodioso con un contenido demasiado distante al de Rilke, por culpa de la manipulación idiosincrática del tono que hizo el traductor.

               Por anaplasis se entiende la remodelación, reestructuración de las palabras, expresiones, imágenes, etc., del original a nuevas y diferentes pero más naturales características del léxico en el idioma al que se traduce, cuando, y solo cuando, el uso de analogías directas no produzca versos poéticos en el idioma al que se traduce. Además, la libertad tomada con la anaplasis requiere respeto religioso de la forma. Al cambiar tanto la información léxica como la técnica del original nunca nos daría una traducción, como lo dijimos antes. La anaplasis fue usada por algunos traductores de Solomos, Palamas y Cavafis, quienes tuvieron que solucionar el problema que plantea la riqueza del vocabulario griego (arcaico, purista, demótico, cultural, coloquial) y las exigencias de las formas históricas.

              A los recursos que, el traductor, más teme son la omisión, su opuesto el acolchamiento y a la inversión. Sin embargo, todos son inevitables para obtener en cualquier idioma el sentido, la rima y la forma del texto original. Uno tiene que valorar cuidadosamente las ventajas versus desventajas de sus usos –las libertades tomadas con precisión, aproximación lingüística y, sobretodo,  la retórica en un texto dado.

               En ciertos casos (incluso en verso libre) el acolchamiento es obligatorio para lograr un número específico de sílabas o el compás en el idioma al que se traduce, evadiendo así hiatos en el ritmo o versos anormalmente cortos para causar el efecto deseado. A menudo los versos en inglés deben ser acolchados cuando se traducen del griego ya que estos contienen varias palabras polisílabas que se deben de traducir a inglés con la misma cantidad de palabras monosílabas. Un caso específico es cuando se traduce un demótico verso griego de quince sílabas, en inglés tendría un máximo de siete u ocho sílabas; para lograr un verso de diez sílabas o verso blanco en inglés –el equivalente cultural al verso de quince sílabas en griego– debemos añadir una o más palabras. Si este es el caso se debe intentar añadir palabras que al ser agregadas no interfieran con el sentido y el tono del texto. Un traductor competente debe pensar en tales añadiduras “inocentes” o “neutrales” para dicho acolchamiento.

            También debemos hacer lo contrario, es decir, hacer uso de la omisión. Cuando existen muchos elementos en una sola oración o verso y al traducirlos literalmente, mot-à-mot, suenan muy raros; en esos casos decidimos omitir el sujeto o adjetivo, partícula o adverbio, más “inocente”, “descolorido” o “neutral” que no afecte el sentido, tono o temperamento del texto. Esta omisión debería mejorar la traducción en términos de naturalidad y ritmo de expresión. Kimon Friar ha hecho magistrales usos tanto de la omisión como del acolchamiento en su traducción monumental de la Odisea de Kazantzakis. He intentado seguir su ejemplo –con menos calidad, me temo– en muchas de mis traducciones.

            La inversión, la desorganización del orden de las palabras en una oración, es otra de las prácticas temidas y peligrosas del traductor. Muy utilizada por poetas anglófonos hasta la aparición de la poesía moderna (Primera Guerra Mundial), la inversión fue considerada un anatema por Ezra Pound quien convenció a sus contemporáneos de su tono ofensivo y su obsolescencia. A pesar de todo, la inversión fue una de las peculiaridades estilísticas más comunes de la poesía romántica, victoriana y georgiana. Su uso en la traducción de poemas por griegos del siglo XIX debería ser tolerado para indicar, de alguna forma, el período histórico de las composiciones tradicionales y para lograr las métricas y formas que eran comunes en aquel tiempo. Entonces “sublime fe” puede ser invertida a “fe sublime”, la cual, claramente, podría sonar ofensiva en un poema moderno.

             Correcciones en la expresión exacta, o de redacción, pueden a veces estar en orden. Un ejemplo claro es el verso que inicialmente traduje a inglés “That’s blooming, although it shed its leaves” (Aquello florece, aunque pierda sus hojas). Personas con el inglés como lengua materna me hicieron la observación objetiva de que es contradictorio, o incongruente, decir que algo florece y al mismo tiempo pierde sus hojas, o que ya las había perdido en ese momento. Así que bajo exigencias de la lógica, corregí el verso en inglés para que dijera que ya había dejado de marchitarse y ahora la abstracción animada es el florecimiento: “That’s blooming, no longer wilted by conquerors’ tread” (Aquello florece, ya no se marchita con la amenaza de conquistadores).

            La transposición permite que un traductor creativo produzca efectos artísticos y evada versos torpes o anormales, a través de la transposición de una palabra, frase o verso de su lugar original a otro más natural en el idioma que está siendo traducido. Claramente, debe tenerse mucho cuidado para evitar alterar el contexto de los dos versos involucrados. Sr. Friar hizo uso de la transposición en su traducción de la Odisea así como lo hizo con muchos otros textos. En un cuarteto, por ejemplo, el verso 2 puede ocupar el lugar del verso 3 o 4 si existe una buena razón para este cambio en la traducción, es decir, una necesidad estética sea satisfecha sin afectar el sentido de forma significativa. Algunas veces el uso sofisticado e intrínseco de la transposición logra verdaderos milagros en la anaplasis de un verso o estrofa.

            Para terminar debo decir que la mayoría de mis traducciones de poemas en verso libre (incluso la de algunos versos medidos) son precisas y fieles, pues nunca tuve la intención de anglicanizarlas o americanizarlas en términos de expresión, alusión o connotación, para evitar traicionar al original. Esto no significa que siempre tuve éxito o que yo sea un traductor experto. El hecho, sin embargo, es que personas que tienen como idioma materno el inglés –escritores creativos y eruditos de literatura– aprobaron mi esfuerzo y recomendaron la publicación de mis traducciones a varias revistas académicas de calidad.

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