Poesía peruana: Teresa Orbegoso

Presentamos la poesía de  Teresa Orbegoso (Lima, 1976). Licenciada en Periodismo. Investigadora social. Escritora. Actualmente cursa la Maestría en Escritura Creativa en la Universidad Nacional de Tres de Febrero en Buenos Aires, Argentina. Ha publicado los libros de poesía: Yana wayra (Ed. Urbano marginal, Lima, 2011); Mestiza (Ediciones del Dock, Buenos Aires, 2012); La mujer de la bestia (Ed. Trópico Sur, Uruguay, 2014) y el álbum ilustrado Yuyachkani junto a la artista plástico Zenaida Cajahuaringa ( Ed. La purita carne, Lima, 2015). Los siguientes poemas pertenecen a su libro inédito, Perú: el canto de mi alfabeto.

 

 

 

 

 

 

Perú: el canto de mi alfabeto

 

 

 

 

Después de una guerra a nadie obliguemos amar.

Amar, esa palabra resuena vacía, flota en el aire como si tú no la conocieras, sin poder entrar en ti. Como si no la hubieras pronunciado nunca. Y otra aparece y se repite. Un intento para que tu tierra esconda y niegue. Polvo sin oxígeno. Fuente de su poder tu herida, la herida de la hija. Fuente de su miseria tu sonrisa, la sonrisa de la hija.

 

 

 

Todo el Perú sumergido por una piedra de papel.

¡Oh, inocente Resígaro! ¿Quién soy yo? Soy acaso la sombra de Caral que ha venido a abrazarte. O quizá sea la fría alma de Arana que ha venido a pedirte perdón desde el Putumayo. Sé que mis manos son de polvo y mi vientre está seco como los huesos de mis antepasados. Sé que hubo un cronista que nos mintió sobre nosotros. Sé que criollos, sacerdotes, virreyes y presidentes orinaron sobre lo que fuimos. Sé que una llamada República nos consumió hasta el punto del olvido. Pero ahora estoy aquí atravesada por todas mis generaciones conquistadas y conquistadoras; esclavas, serviles y libres; heroicas y sabias; ancladas a la tierra, el mar y el fuego junto a todas sus sangres. Estoy aquí para recordar la patria invisible de la infancia. Estoy aquí para saber finalmente quiénes somos. ¿Qué ha quedado de nosotros en medio de toda la niebla de Lima? No saber cómo te llamas, ni lo que fuiste, ni lo que hiciste. Andar perdido como un cuerpo que sólo sabe empezar y que nada aprende. Han sido los ecos de la ruina mi despertar. Sea mi destino coser los pedazos descoloridos de nuestra bandera. Darle materia y forma. No desaparecer.

 

 

 

 

 

La piedra es pequeña y lleva escrita en ella millones de nombres.

En el Perú lo sagrado pesa y nos lastima. Como una enorme aguja invisible nos cose, uno a uno. A esa hora, en ese día, muere, como hija de los siglos, nuestra soledad. La sal como un estado de gracia. No hay Dios que hable adentro.

 

 

 

 

 

Uno de esos nombres es el de mi padre: Carlos Alfonso Velezmoro.

Bajo qué huaca oculta, este país. En qué color de piel, su marcha hacia ninguna parte. Qué aguas flamenco y zorro beben del mismo pozo. Sobre el río viaja el indio en su canoa. Árbol de la quina, tus hojas cubren nuestra falta. Pronuncia nuestro nombre. Birú Perú. No lo reconocemos. Cuánta nada hemos construido. Cuántos huaycos de palabras, como niños aprendiendo a escribir.

 

 

 

 

 

Él está muerto como los otros. Y me ha pedido que hable, que cuente su historia.

Repite la palabra Perú hasta olvidarla. Patria, ausencia de metáfora. Nuestros libros están escritos para no reconocernos. Nuestros libros tan blancos y nosotros tan rojos. Si alguien, quizá alguna hija, pudiera hundir la vara en el cerro nuevo. Si alguien, quizá algún hijo, quisiera mostrarnos el mar nuestro. Agrega tu nudo al quipu, entra en su poema.

 

 

 

No hay descanso para el que trabaja, para el que no ha sabido más que hacer eso toda su vida.

El cuerpo peruano. Zurcido complejo, trepanación, neblina húmeda de los sin nada y sus cuatro vientos. Nuestro embrión no debe ser sólo músculo. La fuerza aniquila a los mejores. Habrá que huir de su temperamento sordomudo. Pasarán los siglos y nuestro espíritu divagará dentro de la lenta sangre del pulso militante. Ahora vuelvo. Yo venía del averno y te encontré cielo abajo sumergido como tantas otras almas que se habían perdido en su oración. Ahora como el río que habla callaré y nunca más prenderé la música de nuestra ucronía.

 

 

 

 

En la otra vida padre sigues trabajando, no sabes pintar, ni componer, ni escribir un poema.

 

Perú, marcho con tus vivos, con tus muertos. Sobre el Pacífico, que recoge el río de los que pronuncian palabras privadas de amor. Camino a izar la bandera de nuestro castigo, salgo de ti, caigo sobre el peso de mi destierro. Mi alma cruzada por oveja, mono y gallinazo. Una sílaba la retiene. En ella, más grande la semilla que el maíz hacia al sol. La niña sola se comunica. Sin palabras, se piensa y se sumerge.

 

 

 

La fotografía de tus cinco hijos cae en un pozo oscuro y profundo. Haz olvidado sus caras, su manera de caminar, de comer, su edad, pero tu amor sigue intacto.

Perú no: tus culturas te caminan: llegan juntas, serenas, insoladas y temblorosas, vienen tenebrosas tus culturas.

Tus culturas quebradas, como el carozo carcomido y amargo, como un cielo enterrado en la semilla del maíz, sin verbo, sin rastros europeos, sin compasión: leves, líquidas, embotelladas, sangradas culturas. Culturas neblina. Culturas guano. Casi culturas.

 

 

 

Padre, soy la mujer que fue aplastada por un sonido.

 

 

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