Tesis sobre el rostro y lo divino

Presentamos: Tesis sobre el rostro y lo divino. Inspiradas en pinturas de Mark Rothko, Emmanuel Taub escribe las siguientes tesis. Taub es Doctor en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires; su trabajo se centra en el pensamiento judío y su revelación con la filosofía, la teología  política y el lenguaje.  Además de colaborar continuamente en diversos medios escritos ha publicado varios artículos y libros entre los cuales destacan La modernidad atravesada. Teología política y mesianismo (2008).

 

 

 

Tesis sobre el rostro y lo divino[1]

 

 

I.

Como es sabido, uno de los hilos conductuales en el trabajo pictórico  de Rothko es el paralelismo en cuanto a la configuración de la conciencia religiosa en la historia occidental, alcanzando el paradigma estético-religioso gracias a la reinterpretación que hace de los procedimientos pictóricos clásicos, anexando una  original adaptación de las leyes internas de la expresión.

Rothko generó imágenes sin utilizar la iconicidad y vinculó su trabajo con el arte religioso, por ello fue quizá el primer iconoclasta contemporáneo, pues ningún otro artista trabajó tan arduamente el proceso de  re humanización   partiendo de la crítica.  Las fases fueron plasmadas en formas elementales de lo inanimado en una condición subjetiva.  Dicha condición negada en su obra inicial,  destaca posteriormente un corte figurativo  y un particular referente de las obras clásicas, el primero lleno de tensión en los colores y el segundo en alusión a trabajos filosóficos y literarios (Kierkegaard, Nietzsche, etc.)  llevándolo por una profunda búsqueda que resultó en un novedoso lenguaje visual, apoyado en su gusto por temas trágicos, órficos y misteriosos. Pasó entonces a la pre-disolución de los objetos  encontrando la posibilidad de recrear una concepción extraordinaria de la naturaleza humana sin la necesidad de  representar la sustancia.  Su obra en definitiva, aportó una nueva hermenéutica   a la experiencia estética.

 “Le dijo Moisés: Muéstrame Tu gloria. Él le respondió: Yo haré pasar toda Mi bondad ante ti, y revelaré el Nombre de el Señor en tu presencia. Cuando quiera congraciarme, Me congraciaré; y cuando quiera compadecerme, Me compadeceré. Y agregó: Tú no podrás ver Mi rostro, pues ningún ser humano puede ver Mi rostro y seguir viviendo” (Éxodo 33).

 Qué es un rostro sino un espejo ahuecado. Qué es un rostro sino un vacío. Qué es un vacío sino lo Ausente. Qué es lo Ausente sino el que ha callado.

 

 

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II.

Si Dios tuviese rostro éste sería también el rostro de la muerte del hombre. El rostro de Dios no puede develarse al hombre: es clausura, nunca apertura. El hombre no puede ver a Dios cara a cara; ante lo divino es ciego, incompleto. La imposibilidad de ver lo Ausente es un silencio, el límite del hombre ante la historia, el paso a la metafísica. La espalda es el límite de Dios, y del hombre: lo no-visto del hombre ante uno mismo.

 

 

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III.

Moisés habla cara-a-cara pero sin mirar El rostro; la apertura es a la palabra; él dialoga con Dios. Esta posibilidad es la entrada al lenguaje: lenguaje y ley nacen del mismo gesto de apertura.

 

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IV.

La idea de Rostro nace de la relación que Dios establece con su profeta Moisés. Allí, la imposibilidad de la mirada y el estado intermedio que esta relación de excepcionalidad convoca, como borrosidad, se vuelven el límite de la mirada hacia lo divino. En esta relación, la figura de Moisés construye al intermediario: figura borrosa entre Dios y el hombre.

 

 

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V.

Dios es autor-testigo y garante de su propia obra. El gesto de inicio de la historia es al enseñarle su “espalda” a Moisés impidiéndole la develación del rostro y de su gloria. El hombre da testimonio y garantía, como lector, de la eternidad del juego. El hombre es el único que puede testimoniar lo creado, la obra divina del mundo; y este testimonio es un salto al vacío ante la palabra escuchada, el diálogo narrado y el rostro que se ha negado a mostrarse, o a ser representado. “Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza” (Génesis 1:26). En el hombre se revela el juego y Dios-sin-rostro, también su silencio. El hombre da testimonio, al propio hombre y a Dios. Cargamos con el peso de ser bellas y terribles creaturas: el peso de dar testimonio de lo creado. El hombre es el animal que debe dar testimonio.

 

 

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VI.

¿Hay historia que pueda ser narrada por el hombre y que no sea divina? 

 

 

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VII.

El gesto in-expresado en cada acto del hombre es expresión de la palabra divina no-dicha. Huella de lo Ausente, un más allá.

 

 

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VIII.

El gesto in-expresado de lo divino se esconde en el gesto expresado del rostro abierto: el hombre. Guardamos la herencia de un gesto im-posible de decir. Pero en el rostro del hombre se juega la presencia de Dios.

 

 

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Lo sin-rostro es también la dimensión donde habita la muerte. Lo más allá de la vida del hombre. Si el sin-rostro se revelase acabaría con el mismo gesto con lo creado. El rostro divino es una imposibilidad, un sello para lo existente, para lo narrado, para la historia. Lo sin-rostro niega al hombre al mismo tiempo que confirma su existencia como creatura. Es la paradoja de la divinidad: Dios es Dios porque no puede revelar su rostro y en esa negación confirma Su existencia.

 

 

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X.

Si hay rostro en el hombre allí hay gesto, y también máscaras. El hombre es siempre la máscara de sí mismo. Su rostro abierto se exterioriza ante el otro como máscara: el rostro en su humanidad se abre pero es mudo. Solamente en la máscara el lenguaje humano se vuelve diálogo, encuentro con el otro. 

 

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Cuando Emmanuel Levinas explica que la “prueba suprema de la libertad no es la muerte sino el sufrimiento”, nos dice que es la noción misma de un rostro que se encuentra en el momento lindante a su muerte, en el sufrimiento convertido en la pérdida de una forma-de-vida, en la posibilidad de salir-se de las máscaras. La libertad es una vida en estado de pérdida de la máscara; cuando el rostro quede expuesto, la vida se evapora.

 

 

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XII.

Ante el rostro de un hijo, fecundidad de una trascendencia, vemos un rostro que construye sus máscaras.

 

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XIII.

Cuando Levinas cuenta que regreso a su condición de humanidad ante el rostro de un perro (Bobby) que paseaba con ellos en el campo de concentración, estaba mirando un rostro suplicando ser rescatado, un rostro sin máscaras: rostro sin trascendencia, en donde Dios no puede revelarse. En el límite de su propia especie, el hombre se encuentra hombre en el rostro del animal que no es. La in-humanidad nos muestra como hombres, pero no humanos, necesariamente.

 

 

XIV.

Hay un estado entre el rostro y el gesto, anterior a la máscara, que podemos llamar lo indistinguible, o lo borroso. Espacio intermedio que se ubica entre aquello que me reclama por su otredad y me enseña su rostro, y aquello que significa una vida propia: es el gesto que me involucra y me vuelve humano.

Lo borroso es aquello que deja que podamos ver los contornos pero impide distinguir los gestos. Es el rostro inundado por de lágrimas, manifestación de existencia, y de presente.

 

 

XVI.

Lo borroso es un no-lugar, una grieta de la muerte que se hace presente en el hombre, frente al rostro, una eventualidad de no retorno. El sufrimiento o el placer, la caída de la máscara, la mudez, el grito, es la indeterminación de la facción, la borrosidad que aloja la potencia de la muerte en el rostro: lo sin-rostro como destello o conmoción.

 

 

XVII.

En el espacio de lo borroso se pronuncia la animalidad que nos acerca a lo divino, la vida más misma, por un instante abierta a la luz. El paréntesis entre inspiración y expiración, es el movimiento del tiempo presente que deja en evidencia el pasado inmemorial (pura-animalidad) y el futuro incierto (pura-trascendencia).

 

 

XVIII.

En el gesto que le queda al hombre se retiene lo político. En el rostro desprovisto de gesto Dios se revela en pura-potencia-política. Así podemos en-frentarnos al otro hombre, presentarle nuestro rostro a través del gesto, que es la máscara. La política es el gesto que nos saca de la animalidad. El hombre, al límite de su especie, es un hombre sin gesto, un hombre a-político.

 

 

XIX.

Exponerse es abrirse en el gesto, exhibir las máscaras. El sin-rostro que se niega es el origen de la comunidad. Allí nos abrimos al gesto. La multiplicación de las máscaras también es una multiplicación de nuestras destrezas políticas.

 Los muertos sin sepultura en las guerras y en los campos de exterminio son el fin del humanismo. Sin rostro no hay revelación. Sin gesto no hay política. Sin máscaras no hay relación social. No existe tal animal racional, porque el animal es su animalidad sin rostro, y el hombre es una eterna búsqueda del bien-uso de sus gestos. El animal nunca se expresa al otro rostro. Al Otro en el otro.

 

 

 

 

El twitter del autor Emmanuel Taub es: @EmmanuelTaub

también puedes encontrar a la editora de la columna en twitter como: @ianadianad

 

 

 

 

Notas

[1] En una primera versión estas tesis fueron publicadas en mi libro: La modernidad atravesada. Teología política y mesianismo, Buenos Aires-Madrid: Miño y Dávila Editores, 2008.

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