No para mucho tiempo: disco de poemas de Marco Antonio Campos

La UNAM publicó en 2014, en la colección Voz viva de México, el disco de poemas No para mucho tiempo  de Marco Antonio Campos (México, 1949). Con un prólogo de Hugo Gutiérrez Vega, este disco reúne algunos de los más entrañables poemas de Campos, ya un clásico de la poesía mexicana. Marco Antonio Campos acaba de publicar, en la colección Palabra de honor de Visor libros, el volumen De lo poco de vida.

 

 

 

 

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Los poetas modernos

 

¿Y qué quedó de las experimentaciones,

del “gran estreno de la modernidad”,

del “enfrentamiento con la página en blanco”,

de la rítmica pirueta y

del contrángulo de la palabra,

de ultraístas y pájaros concretos,

de surrealizantes con sueños de

náufrago en vez de tierra firme,

cuántos versos te revelaron un mundo,

cuántos versos quedaron en tu corazón,

dime, cuántos versos quedaron en tu corazón?

 

 

 

 

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 Cefalonia

 

Era agosto. Era 1988.

Yo veía desde lejos, como si estuviera

en cubierta, la línea verde, la línea larga

verde y sinuosa de la isla de Ítaca.

Oía el silbido de las embarcaciones

a punto de partir.

 

Bajo el sol en fuego de las cuatro de la tarde

a diario subía la colina para contemplar Ítaca

y oía los versos de los líricos arcaicos en el murmullo

de plata de los olivos. E imaginaba Ítaca.

 

En los caseríos de la isla miraba a las ancianas

tejer asiduas a la hora del atardecer y a los viejos

hablar como sólo lo hace el rumor de las olas.

Oía pláticas de los ancianos (que me sonaban

pero no entendía) frente a puertas y ventanas

de pequeñas casas albas que fulguraban más

con la fulguración del sol. E imaginaba Ítaca.

 

Con dos barcelonesas en las noches

cenaba cordero y ensalada,

mal gustaba del vino de resina, y decía que sí,

con seguridad decía que al día siguiente

me embarcaría hacia Ítaca: me esperaba el barco

en el que iría a la isla que era el final de la navegación.

La isla donde pensaba llegar. La isla

donde siempre pensé llegar.

Pero al alba siguiente posponía el viaje

para el alba siguiente y al alba siguiente

para el otro día. Mientras tanto,

subía a diario las colinas, visitaba en el bus

precipitados pueblos, saludaba

de mañana a los recién llegados,

los despedía al partir, y miraba

de tarde desde la colina

la costa esmeralda y ligeramente sinuosa

de la isla de Ítaca.

 

 

 

 

 

 

 

 

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