Poesía norteamericana: Kevin Young

Presentamos una muestra del poeta Kevin Young, nacido en Lincoln, Nebraska, fue alumno de grandes poetas como Seamus Heaney y Lucis Brock-Broido en la universidad de Harvard, donde participó como miembro activo del Dark Room, Collective, una comunicad de escritores afroamericanos. Es autor de numerosos libros de poesía, por ejemplo la denominada “trilogía americana”: Repel Ghosts (2001), que explora las pinturas de Jean-Michel Basquiat; Jelly Roll (2003), una colección de poemas de blues; Y Black Maria (2005); sus publicaciones más recientes son Blue Laws: Selected & Uncollected Poems 1995-2015 y Book of Hours (2014). Recientemente fue nombrado editor de poesía de The New Yorker. La traducción de esta selección de poemas es de Gustavo Osorio.

 

 

 

 

La luz aquí te deja

solo, desvanecido

 

al igual que el anochecer

que tarda demasiado

 

en arribar. Por la mañana

la montaña moviéndose

 

un poco más cerca del sol.

 

Este valle pertenece

a nadie —

 

exceptuando a las aves que se nombran

a sí mismas por sus cantos

 

en el amanecer.

Que buenos

 

son los deseos, si no se han

agotado

 

La lámpara de tus brazos.

 

El más brillante

azul bajo las nubes-

 

Adivinamos

lo que viene

 

a diferencia de la montaña

 

quien lo sabe

hasta los huesos, una música

 

demasiado alta

para escalarla.

 

* * *

 

El quemado,

borroso mundo

 

dónde termina—

 

El viento

alza el olor

 

de los establos

donde las herraduras sostienen

 

no solo la suerte, sino

más allá. Pero

 

el peso. Pero un cuerpo

 

que en sí mismo se quema,

ruega correr

 

La góndola desaparece

más allá de las nubes.

 

Los postes telefónicos

altas cruces en el camino.

 

Déjanos ir

cada uno, hacia el valle—

 

Volvernos

& nuestras camisas de cabello

 

de adentro hacia afuera, deja que el mundo

nos incomode —por vez primera—

 

* * *

 

Negro como un ojo

 

la noche amoratada se ilumina

por la mañana, amarillo

 

luego gris—

un recuerdo.

 

Cómo era la luz.

 

Todo el día el calor un pesado,

colorido abrigo.

 

Quiero recostarme

como el cordero—

 

profundo & profundo

hasta ido—

 

despojado de su lana.

El frescor

 

de permanecer & alzarse

en este valle,

 

el cañón entre nosotros

empuja nuestros ecos.

 

Gime, & hace camino.

 

* * *

 

La pequeña furia del sol

me alimenta

 

Viento muriendo.

 

Retrasamos & oscilamos

después somos levantados

 

hacia él, el brillo

en todas partes—

 

Oh ajustarse.

Oh la musica

 

mientras nos elevamos

es pequeña, pero sacia.

 

Lo que quieres—

 

nadie o nada

satura nuestro corto trayecto.

 

Incluso por encima de los pájaros,

volando hacia el cielo,

 

el mundo es duro

dejar atrás

 

o la tierra en contra—

debe terminar.

 

En verdad quiero hacerlo.

 

Girando despacio bajo

nuestros pies,

 

encontrando sol, visto

desde arriba,

 

este mundo se parece

a nosotros— sobre todo

 

sal, agua oscura.

 

* * *

 

Es la muerte no

hay una cura para

 

la vida la larga

enfermedad.

 

Si tenemos suerte.

 

De lo contrario, corto

viaje más allá.

 

Y por debajo.

 

La tarde,

creciente sombra.

 

Yo persigo el silencio

alrededor de la casa.

 

Pronto el sonido—

 

el viento lega

su camino en contra

 

los paneles. Da la bienvenida

a la lluvia.

 

Da la bienvenida

a la luna entrecerrando los ojos

 

hacia el espacio.

Los árboles

 

se inclinan como sacerdotes.

 

La tormenta levanta

las hojas.

 

Por qué no cantar.

 

 

De “El libro de las horas”

 

 

 

 

The light here leaves you

lonely, fading

 

as does the dusk

that takes too long

 

to arrive. By morning

the mountain moving

 

a bit closer to the sun.

 

This valley belongs

to no one—

 

except birds who name

themselves by their songs

 

in the dawn.

What good

 

are wishes, if they aren’t

used up

 

The lamp of your arms.

 

The brightest

blue beneath the clouds—

 

We guess

at what’s next

 

unlike the mountain

 

who knows it

in the bones, a music

 

too high

to scale.

 

*       *       *

 

The burnt,

blurred world

 

where does it end—

 

The wind

kicks up the scent

 

from the stables

where horseshoes hold

 

not just luck, but

beyond. But

 

weight. But a body

 

that itself burns,

begs to run.

 

The gondola quits just

past the clouds.

 

The telephone poles

tall crosses in the road.

 

Let us go

each, into the valley—

 

turn ourselves

& our hairshirts

 

inside out, let the world

itch—for once—

 

*       *       *

 

Black like an eye

 

bruised night brightens

by morning, yellow

 

then grey—

a memory.

 

What the light was like.

 

All day the heat a heavy,

colored coat.

 

I want to lie

down like the lamb—

 

down & down

till gone—

 

shorn of its wool.

The cool

 

of setting & rising

in this valley,

 

the canyon between us

shoulders our echoes.

 

Moan, & make way.

 

*       *       *

 

The sun’s small fury

feeds me.

 

Wind dying down.

 

We delay, & dither

then are lifted

 

into it, brightness

all about—

 

O setting.

O the music

 

as we soar

is small, yet sating.

 

What you want—

 

Nobody, or nothing

fills our short journeying.

 

Above even the birds,

winging heavenward,

 

the world is hard

to leave behind

 

or land against—

must end.

 

I mean to make it.

 

Turning slow beneath

our feet,

 

finding sun, seen

from above,

 

this world looks

like us—mostly

 

salt, dark water.

 

*       *       *

 

It’s death there

is no cure for

 

life the long

disease.

 

If we’re lucky.

 

Otherwise, short

trip beyond.

 

And below.

 

Noon,

growing shadow.

 

I chase the quiet

round the house.

 

Soon the sound—

 

wind wills

its way against

 

the panes. Welcome

the rain.

 

Welcome

the moon’s squinting

 

into space.

The trees

 

bow like priests.

 

The storm lifts

up the leaves.

 

Why not sing.

 

 

from “Book of Hours”

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