Presentamos, en versión de Azalia López González, un curioso texto de Anna Ajmátova reivindicando la figura de Aleksandr Pushkin. Ambos poetas, en sus respectivos periodos, representan intensos momentos de la poesía rusa y son aún dos poetas que siguen emocionando a los lectores.
Algunas precisiones sobre Pushkin
P. E. Shegulev, mi antecesor, termina su obra con el duelo y muerte de Pushkin y con algunas consideraciones, porque en el alto mundo sus representantes odiaban al poeta y lo expulsaron como a un cuerpo extraño.
Llegó la hora de resolver este problema al revés: decir en voz alta no acerca de lo que ellos le hicieron a él, sino lo que él deshizo.
Después de este océano de suciedad, cambios, mentiras, indiferencias de amigos y, sencillamente, tonterías de los políticos; de los familiares de Stroganov, idiotas-caballeros de la Guardia real, quienes hicieron de la historia de Dante una affaire de régiment de los salones infestados de hipócritas en Nesselrod y otros, del altísimo palacio, que miraba en todos los ojos de las cerraduras, de los imponentes consejeros secretos –todos ellos miembros del consejo Estatal, quienes no se molestan en poner vigilancia policíaca al genial poeta–; después de todo esto, se puede ver perfectamente que aquel Petersburgo severo, insensible (“pueril”, como el mismo Aleksandr Sergievich dijera) y por supuesto analfabeta, llega a convertirse en testigo: al escuchar la fatal noticia, miles de personas se abalanzaron a la casa del poeta y para siempre se quedaron ahí junto con toda Rusia.
Il faut que j’arranage ma maison –dijo el moribundo Pushkin. Después de dos días la casa se santificó para su patria, y el mundo no había visto victoria tan completa y brillante.
Toda la época (no sin regaños, por supuesto) poco a poco empezó a llamarse de Pushkin. Todas las bellezas, damas de compañía, dueños de salones, damas de los caballeros, miembros del ilustrísimo palacio, ministros, progresivamente empezaron a denominarse contemporáneos de Pushkin, y después se pasaron a los ficheros y a los índices nominativos (con las fechas de nacimiento y muerte alteradas) de las obras de Pushkin. Él venció al tiempo y al espacio. Dicen: la época de Pushkin, el Petersburgo de Pushkin.
Y esto en la literatura no tiene ninguna relación, esto es completamente otra cosa. En las salas palaciegas, donde ellos bailaban y chismorreaban del poeta, cuelgan sus retratos y se guardan sus libros y sus exiguas sombras fueron expulsadas de ahí para siempre.
Acerca de ellos, los palacios suntuosos y las casas de huéspedes dicen: aquí estuvo Pushkin, o aquí no estuvo Pushkin. Todo lo demás a nadie le interesa. El soberano emperador Nikolai Pavlovich cubierto de piel de alce se pavonea majestuoso en la pared del museo de Pushkin; manuscritos, diarios, y cartas empiezan a valorarse, como si ahí se apareciera la palabra mágica “Pushkin”, y, lo que es más terrible para ellos es que pudieron escuchar del poeta:
Por mí no habrá respuesta,
pueden por lo pronto dormir tranquilos.
La fuerza del derecho, sólo sus hijos.
Por mí a ustedes maldecirán.
Y en vano la gente piensa que una decena de monumentos hechos a mano puedan cambiar tan sólo uno que no está hecho a mano, aere perennis.
Komarovo
26 de mayo de 1961