El amor y la poesía en Guillaume Apollinaire

El poeta Rubén Márquez Máximo reseña la Antología de Guillaume Apollinaire, fundador de la poesía moderna, que ha publicado recientemente Visor Libros México y Círculo de Poesía y nos recuerda que “Este 2018 se cumplen cien años de la muerte de Guillaume Apollinaire y los mismos cien años de la publicación de sus Caligramas”.

 

 

 

 

El amor y la poesía en Apollinaire: Vanguardia y Helenismo

 

Este 2018 se cumplen cien años de la muerte de Guillaume Apollinaire y los mismos cien años de la publicación de sus Caligramas. En 1979, comenta Marco Antonio Campos en un artículo para Proceso, se publicaron en la editorial marginal El Pozo y el Péndulo 15 poemas de Apollinaire traducidos por Octavio Paz. Recientemente se ha publicado Reinventar el lirismo, un libro de crítica que reflexiona sobre la nueva construcción del poema a partir de los tiempos que estamos viviendo. Ahora, el lector mexicano puede acercarse al tomo número 4 de la colección que ha inaugurado Círculo de poesía con Visor México. Se trata de una antología a cargo de Manuel Álvarez Ortega de la poesía de Apollinaire.

Estamos a principios del siglo XX. Todo quiere ser nuevo, la velocidad del automóvil seduce al ojo y al oído, las máquinas alcanzan un gran poder de producción y el aire se puebla de pájaros de acero. En el terreno del arte sólo se habla de la ruptura de las formas y la tan querida realidad de la estética clásica ve su doble en el cine. Las revoluciones se hacen de pulsaciones y esta época está saturada de energía. El autor del poemario Alcoholes (1913), piensa que la novedad del entrante siglo es innegable pero que esa novedad si aspira a ser poesía debe estar cargada de lirismo. Lo que él llama “el nuevo espíritu” debe tener dos condicionantes propias del nacionalismo francés: el orden y la libertad. Esta aparente contradicción no lo es en la poesía de Apollinaire. Sus poemas van del orden que da la visión de la realidad del mundo clásico a la libertad asociativa de imágenes, siendo muchas de éstas posibles gracias a la invención y la diversidad del mundo moderno. Mario Bojórquez, en su ensayo “La poesía del resentimiento” que se encuentra en Reinventar el lirismo, habla de un sentir nuevo del mundo a partir de las recientes formas de la realidad que nos ofrece sobre todo la virtualidad del internet. Cuando Apollinaire se refiere a un “nuevo espíritu” del hombre de principios del siglo XX me parece que en esencia una continuidad de ese planteamiento está en la reflexión de Bojórquez, desde luego bajo otras circunstancias pues los avances de la ciencia se han potencializado. El inicio de ambos siglos está marcado por pulsiones del espíritu causadas por la implementación de la tecnología en la vida cotidiana del hombre. Mientras en la época de Apollinaire las cartas llegaron unas horas o uno días más rápido por medio del ferrocarril o el avión, en nuestra época el mensaje es instantáneo si usamos cualquier chat. Ambos momentos son detonantes de cambios en las formas de vida que sin dudarlo implican cambios en el terreno del sentir y del pensar. Bajo este contexto, sirvan las siguientes líneas para reflexionar un poco sobre la construcción de los poemas amorosos de Apollinaire, pues de alguna manera en estos imprimió la aceleración de lo que Octavio Paz llamaría la gran revolución, la del Eros que todo crea y destruye.

En el mismo texto mencionado arriba, Marco Antonio Campos compara al poeta de los caligramas con un cerillo. Es una imagen acertada, pues su poesía, sobre todo la amorosa, es una llama que se prende con la misma velocidad que regresa a la calma. Se trata del estruendo de un arma de fuego que apenas hace su labor vuelve al silencio del que partió segundos antes. A lo largo de los años prendió varios fósforos y escribiría poemas a las diversas mujeres que pasaron por su camino. Sus amores de juventud, tanto con Linda Molina o Annie Playden, fueron tortuosos y poco agraciados. Louise de Coligny-Châtillon fungió sobre todo como la amante con la que más externó sus fantasías eróticas. Madeleine Pagès fue la prometida que le permitió la idealización de lo aún no conocido y la pintora Marie Laurencin seguramente le insertó parte de su entorno plástico. De esa variedad de experiencias se nutre su poesía amorosa, siempre explosiva, vital y radiante.

En Alcoholes aparece el poema “Annie” que retoma la imagen clásica de la rosa como motivo para el encuentro. La mirada y su coincidencia propician la ruptura de la cotidianeidad para instaurar el mundo de la posibilidad latente:

 

Annie

En la costa de Texas

Entre Mobile y Galveston existe

Un gran jardín lleno de rosas

Y dentro de él una casa

Que es también una gran rosa.

Una mujer a menudo se pasea

Por el jardín muy sola

Y cuando yo paso por el camino bordeado de tilos

Los dos nos miramos

Como esa mujer es mennonita

Sus rosales y sus vestidos no tienen botones

A mí me faltan dos en la chaqueta

La mujer y yo seguimos casi el mismo rito.

 

Para Apollinaire, heredero de la tradición, la vanguardia no es aniquilar la rosa que tanto había sido cantada por los poetas. Por el contrario, la primera estrofa puebla los ojos de rosas, dando esta imagen un giro sorpresivo cuando la casa misma, a manera de mimetización, se convierte en una gran rosa, como si se tratara de un cuadro surrealista. En este espacio saturado por la flor de los poetas, contrasta la soledad de la mujer que, sin lugar a duda, sobresale por su silueta entre esa brisa aromada. Un nuevo contraste se da a partir de que esa soledad encuentra otra mirada y por un instante se desvanece la soledad del ser. El final del poema se sustenta con el planteamiento idílico de la total comunión por la toma de consciencia de un elemento que los une, la ausencia de botones de las rosas, de los vestidos de Annie y de la chaqueta del paseante. Nuevo contraste, es la carencia de un elemento lo que une, es la ausencia lo que sugiere el desnudamiento y la fusión de los cuerpos y de las almas, comunión que no sólo se da entre los sujetos sino también con los objetos, en este caso las rosas que son el símbolo del mismo amor. Por consiguiente, el final es resuelto de manera decisiva por el paso de la casualidad que sorprende para generar una sensación de extrañamiento y felicidad.

Este poema idílico de Apollinaire, donde casi levitamos entre el aroma de las flores, da cuenta de una experiencia amorosa apacible. Posteriormente habrá poemas donde el sentimiento amoroso obedezca más a las pulsaciones violentas del deseo, de una mayor urgencia del cuerpo que aspira a sentirse vivo en un cabalgar de sangre. Muchos de estos poemas están en Sombra de mi amor, libro dedicado a Lou:

 

Yo te adoro mi Lou y por mí todo te adora

Los caballos que veo resoplar en las inmediaciones

La pompa de los monumentos latinos que me contemplan

Los vigorosos artilleros que a su cuartel regresan

El sol que desciende lentamente por delante de mí

Los infantes de azul pálido que parten para el frente piensan en ti

Pues oh mi cabellera de fuego tu eres la antorcha

Que ilumina y caldea mi mundo tú eres mi fuerza…

 

Este poema muestra características esenciales de la poesía de Apollinaire. El primer verso es una hipérbole amorosa al modo de Catulo pues el amante resulta portador del todo. La imagen de los caballos representa uno de los elementos más recurrente en sus poemas y muestra el brío del cuerpo que se desboca, pero no sólo se trata de una pulsación de las venas sino de la potencia del propio lenguaje que se desborda en imágenes. La fuerza llega a la violencia de representaciones bélicas, predilectas del propio futurismo en versos como “Los vigorosos artilleros que a su cuartel regresan”. Estas imágenes contrastan con la presencia latente del mundo clásico: “La pompa de los monumentos latinos que me contemplan”. Apollinaire no es Marinetti que quiere arrasar con el pasado que funda la visión europea, por el contrario, en Apollinaire se observa siempre el idilio por la belleza de la naturaleza, herencia de la cultura mediterránea: “El sol que desciende lentamente por delante de mí.

La fuerza sexual del autor de “Las once mil vergas” se sugiere en el poema XIV del mismo libro dedicado a Lou. Nunca se hace explícito el desenfreno amoroso pero en todo momento está presente. En este poema el poeta le reclama a su amada por considerar un vicio el deseo y la imaginación erótica. Apollinaire es un poeta hedonista, un alma mediterránea que cree en los placeres del cuerpo, por lo tanto, le recrimina a la amada su simpleza en terrenos del Eros y le explica el motivo de la ausencia de vicio en sus deseos.

 

Me has hablado de vicio en tu carta de ayer

El vicio no forma parte de los amores sublimes

No es más que un grano de arena en el mar

El único grano que desciende a los glaucos abismos

Podemos hacer que obre la imaginación

Hacer que dancen nuestros sentidos sobre los despojos del mundo

Enervarnos hasta la exasperación

O revolcar nuestros dos cuerpos en un fango inmundo

Y enlazados uno al otro en un abrazo único

Podemos desafiar a la muerte y su destino

Cuando nuestros dientes rechinen con un rechinar pánico

Podemos llamar noche a lo que llamamos día.

Tú puedes divinizar mi voluntad salvaje

Yo puedo prosternarme como delante de un altar

Ante tu cadera que ensangrentará mi delirio

Nuestro amor permanecerá puro como un hermoso cielo.

Qué importa que mudos con las bocas abiertas sin aliento

Lo mismo que dos cañones desplazados de su afuste

Rotos de amarse demasiado nuestros cuerpos permanezcan inertes

Nuestro amor será eternamente lo que ha sido

Dignifiquemos corazón mío la imaginación

La pobre humanidad muy a menudo apenas la tiene

El vicio en todo esto no es más que una ilusión

Que no engaña nunca más que a las almas vulgares.

 

El poema es magnífico. El argumento central radica en demostrar que en el amor no puede haber inmoralidad por lo que el deseo profundo de la carne siempre queda divinizado. El vicio en el amor es comparado con un grano de arena, motivo por el cual la inmensidad del mar o la infinitud de los granos de la playa eliminan su presencia. El elemento que se une al amor es la imaginación, la poderosa arma creadora que no tiene límites y que fundamenta el gozo. La voz lírica enuncia que los sentidos danzan y esa plasticidad rebosante me recuerda “La juventud de Baco” del pintor William-Adolphe Bouguereau, donde el deseo es una danza desenfrenada, una fiesta de los sentidos. Posteriormente, la imagen que ahora se propone es la del abrazo y la del beso arrebatado, con una alusión al dios Pan que estremece la tierra con su caracol y que me remite a la pintura de Egon Schiele llamada “El abrazo”. Esa expresividad en el trazo del pintor austriaco es la misma que encontramos en la poesía de Apollinaire, y sólo a través de ese delirio amoroso, de esa violencia sagrada se alcanza el rito y la sublimación que separa a los hombres de las almas vulgares. El tono de aleccionamiento recuerda la “Oda a Leucone” de Horacio, donde el poeta latino después de las preguntas o reclamos de su joven amada sobre el futuro que les espera le explica que lo importante es aprovechar el día (carpe diem) sin preguntarse por el mañana. Elogio del instante en Horacio, elogio de la imaginación en Apollinaire.

Esa violencia en el amor perturba y seduce. En el poema “El canto de amor” encontramos el siguiente verso que remite al rapto divino del antiguo mundo griego: “Los gritos de amor de las mortales violadas por los dioses.” Amor sublime, amor sin límites que rompe cualquier principio de la ética a favor del delirio. Precisamente esa trasgresión es la que nos trastorna y nos atrae como si se tratara de la misma mirada seducida por el abismo. Por lo tanto, en la poesía amorosa de Apollinaire, la seducción por la caída es la sublimación, el ascenso. En el mismo poema, la violencia vuelve a mostrarse bélica: “Las virilidades de los héroes fabulosos erigidas como obuses contra aviones”. Estableciendo un contraste de tonos, como si se tratara de una composición por medio de mosaicos, aparece más adelante la imagen de una naturaleza totalmente helenística “Las olas de mar en donde nace la vida y la belleza.” Ese contraste entre la guerra y la sutiliza de la naturaleza forma parte esencial de la poética de Apollinaire y de alguna manera evoca a su predecesor Homero que describe en medio de la temible batalla la belleza de un atardecer o el brillo de las estrellas que quizá los guerreros no vuelvan a ver más. De esta manera, su poesía utiliza un efecto cubista al mostrar por medio de la enumeración de imágenes todas las caras del mismo fenómeno: la música del amor.

Si el dios alado contribuye a la unión de contrarios, la poesía de Apollinaire establece una extraña comunión entre modernidad y helenismo, dicho de otra manera, el estruendo de las armas de fuego y el silencio de una puesta del sol a la orilla del mar. La poesía que propone está medida por el orden y la libertad, por la tradición y las nuevas posibilidades de la imagen a partir de los avances de su época. Pensando en Apollinaire y retomando el ensayo de Mario Bojórquez la poesía de nuestra era más que una revolución de las formas del significante debe apostar a revolucionar las formas del pensamiento y del sentir. Un hombre que se enamora por medio de Facebook no puede sentir lo mismo que sintió Werther al enamorarse de Charlotte. La poesía debe dar cuanta de este nuevo ser que es participe del enamoramiento como lo sintió Catulo pero que también vive las relaciones sociales, y por ende las amorosas, por medio de mecanismos como la virtualidad. Si se construyen estructuras de pensamiento que den cuenta de este nuevo mundo, de la mano habrá modificaciones pertinentes en la estructura de la forma. Y para que esto suceda, sin perder el lirismo más elevado, no está de más releer la poesía de Apollinaire que vuelve a estar en librerías para el lector mexicano en esta nueva edición de Círculo de Poesía y Visor México.

 

 

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