62 voces de la poesía argentina actual: Daniel Quintero

En el marco del dossier, Modelo para armar: 62 voces de la poesía argentina actual, con selección e introducción de Marisa Martínez Pérsico, presentamos al poeta Daniel Quintero. En 1987 se radica en Tierra del Fuego, regresa a Buenos Aires en 1994. Participa de diversos Ciclos Literarios, Encuentros y Festivales de Poesía en Chile, Uruguay, España, Ecuador. Tiene publicados libros de poesía y narrativa.

 

 

 

 

 

 

 

III /idioma/

 

No escribo en castellano,
escribo en el idioma de los desprovistos,
con ese idioma también hablo;
no es un lenguaje
es una condición
una forma de acertijo
de llegar a comunicar:
su código, su curvatura
su obsesión, su épica,
su histeria, su refugio. Su hartazgo.
No escribo en castellano,
ni siquiera escribo
en el idioma de mis padres,
escribo en el idioma
de los hijos que no tuve,
sin que nadie
espere señal de mí
ni el blanco de la hoja
me reciba.
No hay tormenta
pero algo se me va a ocurrir.

 

 

 

 

Trafalgar

 

Construimos todo
lo que antes jamás habíamos recordado.
La bruma canta con su limosna más hambrienta
enredándose al frío de tu voz en la penumbra.
Sumido en la frustración
por no poder hacer playa en tus dominios
y sin aliados en esta batalla
hundo mi armada en el océano de tu piel
todo rodeado de invasores
que seguramente por sacarte de puerto,
de tus muelles a las que me sometí
aun sabiendo que no sobreviviría,
ovacionan mi naufragio por nombrarte.
En estas aguas no se salva nadie,
han perecido civilizaciones
por la codicia de tocarte,
los ahogados de vos rasguñando el fondo
de todas las olas rotas en los muelles
gastados de tus sedas en pena,
tu verbo negro, tu llaga.
No soy un estratega francés a punto de morir,
ni un almirante inglés devastado
por la lujuria monetarista,
tampoco el soldado héroe congelado en Malvinas;
no soy la guerra sino en tu pelo,
en tu retorcido cariño por desguazar
mi artillería rota, mi color vencido,
esta luz que busca profunda
la sal intacta de la lluvia
en tu epígrafe dormido.
Ni plaza por la fama se hará de esta batalla,
ni lágrimas por Londres llorarán los piratas
en tu tesoro escondido,
nadie hará trono de mi sangre perforada,
desplomada, pudriéndose en la cornisa
de una fosa marina desmerecidamente.
Emergeré de las lágrimas propuestas,
de la piedad, del disparo con que fui hundido
grotesco, turbio, maloliente.
Desdoblo mi epitafio de mar:
trozo de bronce enverdecido,
trozo de pacto a cuestas.
Me hace bien esta batalla
donde perderé la honra y las palabras,
donde seré el desterrado iluso sin indulto
puesto a morir en una isla pequeña
llena de animales que gritarán tu fundamento
antes de saltar sobre mis nervios
y descuartizar la fe que conservo
a resguardo de la evidencia,
después de todo ni en cemento
quedarán marcas de este amor.
Nada de nada tu piel
nada de nada este naufragio.
Sin saberlo me estoy ahogando
de la garganta atravesado ya sin aire
me sale tu nombre como infarto,
me pedís volviendo tu amor ofrecido
en esta libertad donde nos construimos
y yo tan sobreviviente
que a mejor buque mi abordaje.

 

 

 

 

Antropofagia

 

Vivimos con un poema muerto,
cada día le comemos un pedazo:
algo que lo deshonre, su árida metáfora,
toda crueldad manifiesta.
Vivimos con ese poema
el largo de la vida,
al papel va su derrota,
al resguardo incierto la palabra,
se nos atraganta el verbo,
intenta en vano otra respiración,
otro reloj que no desmejore.
Vivimos con un poema muerto sobre la espalda,
intentamos omitir su carne
pero con el hambre vamos a su tumba,
en el fondo vomitamos tinta
es negra la sangre que elegimos.

 

 

 

 

Estará lloviendo en Praga ahora mismo que olvido su nombre

 

A esta lluvia no le rindo honores:
llueve en Praga y con la misma fe olvido su nombre.
Tengo el vuelo incierto de las tardes derribadas
como si fuera un territorio
donde no admiten viajeros empedernidos a punto de morir.
Esta ciudad será con lo último que sueñe:
hará de mis noches el deseo acostumbrado a entender
que ya la habré perdido con el primer paso.
No tengo alternativas, su carnaval será en invierno,
sus puentes aconsejándome equilibrio
y mi esperanza reducida a un disparo de cenizas
entre la máscara que llevaré para mezclarme con los otros muertos.
Será modificado su orden parental,
depuesta la herencia a muerte segura va mi bandera,
mi sangre al fin aquietada,
preñaré de viento los ritmos de su arquitectura,
mi alma levantará una pared de encierro entre tanto responso medioeval.
A sus fuentes mi destino, Praga,
que todas las coronas europeas velen su suerte,
la república de un poema acaso derrocado y este vacío
con que la dejaré enamorada por el resto de sus piedras.

 

 

 

 

Testimonio

 

Una noche mi abuelo me mostró las estrellas,
me enseñó el significado de tantas luces diferidas,
fue todo un alegato de ternura no de astronomía.
Se le llenaban de ojos las lágrimas
cuando el brillo del cielo parecía observarlo,
sus manos alzadas entre constelaciones
iban acercándome a tanta bóveda oscura.
Esa noche mi abuelo me mostró el cielo,
me dijo que ahí descansaban los muertos
junto a todas las galaxias que se habían creado.
Hubo un momento donde cerró los ojos,
una estrella fugaz armó nueva intemperie,
otros astros alertaron su respiración:
un cielo entre sus canas para seguir iluminado.

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