Nueva poesía europea: Olena Huseinova

Versopolis es un programa que cuenta con el apoyo de Europa Creativa, el propósito que tiene es el de promover la poesía escrita por los jóvenes poetas europeos a través de una serie de festivales con distintas sedes en Europa como los que dirigen nuestros amigos y colaboradores Ales Steger y Mite Stefoski, directores de los festivales Days of Poetry and Wine, en Eslovenia, y el Struga Poetry Evenings, en Macedonia, respectivamente; en Círculo de Poesía creemos en la literatura que están escribiendo estos jóvenes poetas y hemos decidido presentar a cada uno de los poetas que han sido seleccionados en este programa. En esta ocasión presentamos, en versión de Raúl Durán, a la poeta ucraniana Olena Huseinova (1979). A través de sus poemas -que son intensamente autobiográficos- explora la memoria, el conocimiento, la ansiedad, los límites de la esperanza y la realidad, así como la irreversibilidad de la experiencia. Su poesía está comprometida con la lucha por la libertad para las mujeres tanto en sociedad como en la escritura. En 2005, fue distinguida con el segundo lugar del prestigioso premio para jóvenes escritores “Smoloskyp”, que desde los 90’s ha sido punto de referencia para básicamente todas las figuras clave de la literatura ucraniana. Ha publicado los libros Vidkrutyi Raider (2012) y Superheroi (2016). Sus poemas han sido traducidos al inglés, polaco, checo, lituano y ruso.

 

 

 

 

 

El día —son ornamento todas

las sombras en la arena— oxidados rosarios

Para no regatear con un mendigo

sobre un cubo de Tebas o el Monte Kadam

debes volverte un bárbaro

 

La tarde. La gente se reúne

Se sientan donde quieren

No es necesario ya buscar la sombra

Los compañeros cambian

del tinto semidulce

al blanco semidulce

Sus arrugas que fluyen,

como caminos,

cantarán:

“Pronto será el comienzo”.

 

 

 

 

 

The day —all shades of sand

Adornments— rusted beads

So as not to haggle with a beggar

about a pail from Thebes or the Mount of Kadam

you need to become a barbarian

 

The evening. People gather.

They sit where they please

It’s no longer necessary to look for shade.

Companions keep switching between

semi sweet red

and semi sweet white

Their wrinkles flowing,

like roads,

will sing

“Son it’ll begin”.

 

 

 

 

 

La ciudad pudo llamarse Zherono

Pudo llamarse Siracusa

Pudo no tener nombre

(Presiono con mi dedo

el mapa imaginario del mundo

y justo ahí estás, bajo mi yema)

Ahora no me importa

si el vino era

tinto o blanco

Hoy

podría

convertirlo en agua

o jugo de granada

(hecho en casa)

Hoy

podría

diferenciar

si la “o” es sólo llanto

o si la “o” es el principio de un nombre

(de oído)

Hoy

podría

ocultar

(hasta la próxima vez)

el atlas color cereza

Y los trazos

de los caracteres chinos

largos como el camino a la Montaña Windy.

 

 

 

 

 

The city could have been called Zherono

It could have been called Syracuse

It could have no name at all

(I press my finger

to the imaginary map of the world

and you’re, there, right beneath my fingertip)

Now I don’t care

whether the wine was

red or white

Today

I could

turn it into water

or pomegranate juice

(homemade)

Today

I could

differentiate

when the “o” is only a cry

or when the “o” is the beginning of a name

(by ear)

Today

I could

hide

(until the next time)

the cherry-colored atlas

And the strokes

of Chinese hieroglyphs

long as the road to the Windy Mountain.

 

 

 

 

 

Los titanes lloran gigantes lágrimas

mientras colocan sus desnudos hombros

Debajo de los balcones

donde los jóvenes

apuestos fuman

Incluso cuando llueve

se sientan

en sillas de mimbre

Y sus manicurados dedos

se amarillecen

por el tabaco francés

 

Las serpientes de cobre

no te salvarán

cuando la lluvia arrecie

y de los caballeros del Puente Charles

el más joven lance su espada al río

La puerta está abierta

sálvese

quien pueda

y salven

la galería Dresden.

 

 

 

 

 

The titans cry giant tears

as they put their bare shoulders

Underneath the balconies

where the handsome

youngsters smoke.

Even in the rain

they sit

in woven chairs

And their manicured fingers

turn yellow

from the French tobacco

 

Copper snakes

won’t save you

when it starts to rain

and the youngest of the knights

of the Charles Bridge

is throwing the sword into the river.

The gate is open

save your

selves

and

the Dresden gallery.

 

 

 

 

 

Sí, amor, esto es México.

Vinimos a pie.

¿No recuerdas? ¿No lo crees?

Honestamente,

conseguimos un auto

en San Diego.

Yo quería un Dodge Aries,

pero como el de casa, sólo tú

confiaste en Allan Mullally.

El Ford Granada 1982

era color café con leche

y por eso hice las paces con él —

todo el camino a México,

Cuando cruzábamos la frontera

el motor se averió

(¿el molino de viento, el molino de agua,

el vaivén del peso?)

Dejamos el auto.

Anduvimos a pie

por el Desierto de Gila.

Cubrí mi cabello

con una bandana,

me quité mis botas rojas

y fui tras tus huellas

paso a paso.

Volteaste

y me lanzaste besos

con un millón de los granos

de arena más minúsculos,

y gritaste:

“Desde este ángulo te pareces

a la esposa de Gaspar de Portolá, mi amor”

“¿Quién es ella?”

“La señora Portolá, imagino.”

Dormimos en el desierto

aunque la ciudad de los Álamos

ardía en el horizonte.

En la mañana junté agave y dije:

“Haré mezcal para ti”

“¿Por qué no tequila?”

“Porque no tenemos azúcar.”

Cuando el Mar de Cortés

nos golpeó el rostro

con su brisa de yodo y sal

dijiste:

“Detente”

Me quité mi blusa

y mis jeans.

Besaste mis labios,

me rodeaste con tus piernas,

me acariciaste,

más cerca,

me apretaste,

me estrechaste en tus brazos.

Esparciste la arena húmeda de El Vizcaíno

en mis senos

y el interior de mis muslos.

“Sí, amor, esto es México,

la Laguna de Scammon —

la gente no puede estar aquí.”

“Sólo esperamos —

a los lobos marinos,

las tortugas marinas,

las ballenas grises,

las ballenas azules

las focas moteadas,

no temas, mi amor.”

 

 

 

 

Yes, my love, this is Mexico.

We came here

on foot.

Don’t you remember? Don’t you believe?

In all honesty,

We got a car

in San Diego.

I wanted a Dodge Aries,

but just as at home, you trusted

Alan Mullally alone.

The 1982 Ford Granada,

was the color of coffee with milk,

and for this I made peace with it —

all the way to Mexico.

When we were crossing the border,

The engine

broke

(the wind wheel, the water wheel,

the swinging weight?)

We left the car.

We walked on foot

across the Gila Desert.

I covered

my hair with a bandana,

took off my red boots,

and treaded right behind you

step by step.

You turned around,

and blew

kisses at me,

with a million of the tiniest sand grains,

and you yelled:

“From this angle you resemble

the wife of Gaspar de Portola, my love.”

“Who is she?”

“Mrs Portola, I think.”

We slept in the desert,

although the city of Alamos

was alight with fires on the horizon.

In the morning I gathered some agave and said:

“I’ll make Mezcal for you”

“Why not tequila?”

“Because we don’t have any sugar.”

When the Sea of Cortez

hit our faces with

a breeze of iodine and salt,

you said:

“Stop”

I took off my t-shirt

and jeans.

You kissed my lips,

entangled in your legs,

caressed,

drew closer,

held tight,

cuddled.

You smudged the wet sand of El Vizcaino

on my breasts

and my inner thighs.

“Yes, love, this is Mexico,

The Scammon’s Lagoon —

People cannot stay here.”

“We’re just waiting —

for the sea lions,

the sea turtles,

the grey whales,

the blue whales,

the common seals,

don’t be afraid, my love.”

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