Eduardo C. Corral es egresado de la Arizona State University y del University of Iowa Writers’ Workshop. Sus poemas se han publicado en in Best American Poetry 2012, Beloit Poetry Journal, Huizache, Jubilat, New England Review, Ploughshares, Poetry, Poetry Northwest, y Quarterly West. Su primera colección de poemas Slow Lightning (2012), mereció el Yale Younger Poets Prize siendo el primer latino en recibirlo. Es miembro del colectivo literario Canto Mundo. Corral ha recibido numerosos honores y premios, incluyendo el Discovery / The Nation Award, el J. Howard y Barbara MJ Wood Prize, el Whiting Writers’ Award y la beca de la National Endowment for the Arts. Las versiones están a cargo de la redactora y traductora Gabriela Martínez Reyna.
TESTAMENTO RASGADO EN EL BARRIL DE UNA ESTACIÓN DE AGUA
En el desierto, la luna
tirita. Esta noche, para mantenerme despierto, cortaré mis pies
con vidrio.
Afuera de Oaxaca, en una clínica, mi madre dijo:
“Odio tu rostro de indio”.
En mi sueño estoy corriendo. Mis miembros esqueléticos
y encostrados.
Después de la muerte de mi madre, encontré, en una caja,
su vestido de boda.
Al tiempo que levantaba la tapa, un hedor en espiral
llegó a mis fosas nasales:
el vestido se había cuajado como la leche. Durante el día
recojo la yesca.
Papel, piel de serpiente mudada. Cuando la última luz
por encima de las montañas
se anude en las estrellas, me agacho bajo el mezquite,
creo un fuego.
A veces la luna deja de temblar. A veces
cuento lo que debo.
En el sueño estoy corriendo a través de un pasillo.
El piso disparejo.
Las paredes verdes. El mes pasado, cuando mi hijo soplaba
las velas
de su pastel, noté, por primera vez,
la horrible forma
de su nariz. Esta noche me pellizcaré los muslos para mantenerme
despierto. Mi madre,
en la clínica, dijo: “La lluvia tiene fiebre, necesita
mucho descanso, necesita beber mucha agua”. El doctor
garabateó en un expediente
luego pidió más dinero. Si mi madre
pudiera verme ahora!
Mis pies ensangrentados. Mi rostro más oscuro que nunca.
Esta noche, para mantenerme despierto,
me sentaré cerca del fuego. En el sueño tropiezo,
pero nunca suelto
mi pecho derecho: una urna pesada con mis propias
cenizas, una urna
que estoy arrastrando Dios sabe dónde.
A JUAN DOE #234
Sólo reconocí tu cabello: corto,
bien peinado. Nuestra madre
hubiera estado orgullosa.
En el desierto sonorense
tu cuerpo se convirtió en un matadero
donde la fe y el querer fueron aturdidas,
colgadas cabeza abajo, hechas pedazos. Nosotros
fuimos enseñados a traer rosas, para aspirar al rosal. Recuerdas?
Trataste de cogerte
la axila de una chica. En la jerga de la Border Patrol,
la palabra para los que cruzan la frontera es la misma
si están vivos o muertos.
Cuando leí su carne se cayó
de los huesos, mi estómago resonó,
se me hizo agua la boca. Ayer, nuestra madre dijo:
“Mis tacones me están matando. Vámonos de vuelta al funeral”.
Siempre fuiste
su favorito. Cocinar a fuego lento un asado
derrite el tejido duro entre las fibras musculares;
la carne tierna permanece.
¿Recuerdas la vez
que te atrapé orinando a un perro? Te alejaste de mí.
En la parte baja de tu espalda, creí haber visto un rostro.
Labio partido,
nariz rota. Era una máscara.
De un tirón la arranqué de tu carne.
La uso a menudo.