Poema para leer un viernes por la tarde: Retrato, de Antonio Machado

En Poema para leer un viernes por la tarde, nuestro editor, el poeta Mario Bojórquez, nos recomienda leer en el aniversario 80 de su muerte al poeta Antonio Machado, una figura fundamental para la poesía en lengua castellana tanto por su obra en verso como por su prosa y teatro.

 

 

 

 

Hacia las tres y media de la tarde del 22 de febrero murió en Colliure, Francia el poeta Antonio Machado, llevaba en un bolsillo de su gabán un papel escrito a lápiz: “Estos días azules y este sol de la infancia.” Dejaba esta imagen escrita para recordar quizá “…un patio de Sevilla y un huerto claro donde madura el limonero”. Fiel a la tradición que nos legó, mi querido Jesús García Sánchez, Chus Visor, nos pidió a varios amigos y a mí, hacer un homenaje al poeta Antonio Machado para publicar en el número mil de la Colección Visor de Poesía, un poema que incluyera el alejandrino castellano redactado a lápiz en su exilio. Lo acompañaban su madre y algunos amigos como Joaquín Xirau, Carlos Riba y Tomás Navarro Tomás, en el kilómetro final antes de llegar a la aduana francesa, tuvo que dejar su equipaje en el auto que los llevaba y cruzar la frontera a pie, su madre murió dos días después de él. En el Retrato las últimas líneas se corresponden con el relato de sus horas postreras: “…y cuando llegue el día del último vïaje / y esté al partir la nave que nunca ha de tornar, / me encontraréis a bordo ligero de equipaje, / casi desnudo, como los hijos de la mar.”

 

Mario Bojórquez

 

 

 

Retrato

 

Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla, 

y un huerto claro donde madura el limonero; 

mi juventud, veinte años en tierras de Castilla; 

mi historia, algunos casos que recordar no quiero.

 

Ni un seductor Mañara, ni un Bradomín he sido 

—ya conocéis mi torpe aliño indumentario—, 

más recibí la flecha que me asignó Cupido, 

y amé cuanto ellas puedan tener de hospitalario.

 

Hay en mis venas gotas de sangre jacobina, 

pero mi verso brota de manantial sereno; 

y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina, 

soy, en el buen sentido de la palabra, bueno.

 

Adoro la hermosura, y en la moderna estética 

corté las viejas rosas del huerto de Ronsard; 

mas no amo los afeites de la actual cosmética, 

ni soy un ave de esas del nuevo gay-trinar.

 

Desdeño las romanzas de los tenores huecos 

y el coro de los grillos que cantan a la luna. 

A distinguir me paro las voces de los ecos, 

y escucho solamente, entre las voces, una.

 

¿Soy clásico o romántico? No sé. Dejar quisiera 

mi verso, como deja el capitán su espada: 

famosa por la mano viril que la blandiera, 

no por el docto oficio del forjador preciada.

 

Converso con el hombre que siempre va conmigo 

—quien habla solo espera hablar a Dios un día—; 

mi soliloquio es plática con ese buen amigo 

que me enseñó el secreto de la filantropía.

 

Y al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito. 

A mi trabajo acudo, con mi dinero pago 

el traje que me cubre y la mansión que habito, 

el pan que me alimenta y el lecho en donde yago.

 

Y cuando llegue el día del último vïaje, 

y esté al partir la nave que nunca ha de tornar, 

me encontraréis a bordo ligero de equipaje, 

casi desnudo, como los hijos de la mar.

 

También puedes leer