Aventuras de E. E. cummings en el Stalinismo

Carla Blumenkranz es editora del New Yorker. Relata, en el siguiente texto, The Enormous Poem, la visita del poeta norteamericano E. E. cummings (1894-1962) a la Unión Soviética. La siguiente nora hace de introducción al texto: Hark: Si lo peculiar fuese tan peculiar como los elefantes son elefantes, el que es llamado artista sería, de hecho, la única cosa peculiar con vida. E.E. Cummings creía en sí mismo como artista y encontraba imposible imaginar que un verdadero artista pudiera trabajar como un funcionario de cualquier programa político. Carla Blumenkranz analiza la estancia de Cummings en la Rusia Soviética y el libro que resultó de ello, Eimi. El texto apareció originalmente en la revista Poetry y la traducción es de Tessa López López.

 

 

 

El poema enorme

Cuando E. E. cummings  escribió sobre el estalinismo

 

 

I.

E.E. Cummings, hijo de un ministro unitario en Cambridge y educado en Harvard, tenía una habilidad para quedarse atrapado en las pesadillas políticas de las demás personas. En 1917, a los 23 años, dejó Greenwich Village para enlistarse (junto a su amigo de la universidad John Dos Passos) a un cuerpo de ambulancias de la Cruz Roja. Después de cinco meses de “ser mandado, manipulado, acosado e insultado” -la descripción de su tiempo en las ambulancias- Cummings fue arrestado por la sospecha de traición y pasó cuatro meses en un campo de prisioneros francés.

En 1921, Boni & Liveright publicó sus memorias de prisión bajo el nombre de La Enorme Sala (The Enormous Room). Varios años después de configurarse como poeta, Cummings se hizo conocer como el autor de uno de los registros más extraños, queridos y respetados de la Primera Guerra Mundial. El bloque de celdas donde vivió junto con otros sesenta hombres (“la enorme sala”, de la que deriva el título) resultó liberador. Cuando fue arrestado, escribió: “Nunca estuve tan emocionado y orgulloso. ¡Era, sin duda, un criminal! Bueno, bueno, gracias a Dios que se respondió esa pregunta para siempre”. La habitación individual que albergaba a todos los prisioneros era pequeña, pero, dentro de ella, “yo era mi propio hombre y maestro”. Lo que en ese momento pudo haber parecido como una obstinada (aunque encantadora) ingenuidad, se convirtió para Cummings en su filosofía de vida. Creía en si mismo como artista, y creía en el individuo.

Es posible que Cummings fuera a Rusia en los primeros años del estalinismo, precisamente para sentirse vivo en otra y más enorme habitación. Había pasado una década desde su primer libro, convirtiéndose en un destacado poeta de vanguardia y adquiriendo el estilo de vida que se requería. Como autor de una famosa memoria de guerra (y con la ayuda de Dos Passos), Cummings había vendido una colección de sus poemas idiosincráticos al mismo editor. Tulipanes y Chimeneas (Tulips & Chimneys) (1923) fue seguido de inmediato por cuatro colecciones más y una obra de teatro en los siguientes ocho años. Durante ese tiempo, Cummings se casó dos veces, trasladándose entre Nueva York y París y, en 1931, se despidió de su esposa e hija y se marchó a Moscú.

 

II.

Cummings había pasado tiempo en París con diversos artistas como el poeta surrealista Louis Aragon. A diferencia de muchos de ellos, Cummings no simpatizaba con el régimen soviético y afirmaba, con reservas, que no tenía mucho interés en la política en general. Cuando llegó a Moscú en mayo de 1931, después de un largo viaje en tren, fue entrevistado por un desconcertado trabajador de aduanas soviético. La entrevista se reproduce, en el típico estilo de Cummings, en Eimi (1933), la colección de memorias de su viaje por Rusia que rescató de su diario a su regreso. (Eimi fue editado por Liveright ese mes).

 

¿Por qué quieres ir a Rusia?
porque nunca he estado ahí
(Se desploma, se recupera) ¿Te interesan los
Problemas económicos y sociológicos
no.
¿Quizás sabe que ha habido un
cambio de gobierno en años recientes?
sí (digo sin poder reprimir una
sonrisa.
¿Y tus simpatías no están con el
socialismo?
¿Puedo ser franco?
¡Por favor!
No sé nada acerca de estos
y me importa aún menos.
(Sus ojos aprecian mi respuesta) ¿Por qué te importa?
Mi trabajo.
¿El cual es escribir?
y pintar.
¿Qué tipo de escritura?
Principalmente a verso, a veces prosa.
¿Entonces quieres ir a Rusia como escritor
y pintor? ¿Es así?
no; Quiero ir como yo mismo.

 

El Cummings que deseaba ir como él mismo no lo decía solo como una declaración personal sino también como una política, y él lo sabía muy bien. Sin embargo, es difícil imaginar la fuerza política de un turista protestante si este no tiene la intención de dejar constancia de su experiencia. Para Cummings, sus seis semanas en Rusia fueron difíciles de llevar. Durante ese tiempo, mantuvo en secreto un diario que después convirtió en un volumen de 432 páginas escritas en prosa, aparentemente impenetrable y como modelado en el Infierno de Dante.

El alter ego de Cummings, Eimi (el título del libro es el griego para “Yo soy”) pasa dos semanas en Moscú, unos días en Kiev y cerca de una semana en Odessa. En ese lapso, con la dicha y el desagrado alternándose como en un turista, abandona una guía con buenas intenciones para los demás. Al principio, el protagonista se ubica en Intourist, una agencia de viajes nacional, que insiste en que se aloje en un hotel de lujo para extranjeros. Cummings se desanima por el “tramo de mármol o algo en la escalinata enmarcada por flores sin límites” en el vestíbulo, sin mencionar los gastos del lugar, su desilusión solo aumenta cuando se encuentra con Henry Wadsworth Longfellow Dana.

Dana, un entusiasta economista y conocedor del teatro ruso, es un conocido de Cambridge. Insiste en mostrarle al poeta la escena de los expatriados en Moscú. Cummings inicialmente está de acuerdo con estos arreglos, pero se opone una vez que ha establecido más conexiones. Después de una semana en Moscú, Cummings organiza un encuentro con Joycean y Dana como resultado de sus desacuerdos políticos.

 

Una y otra vez, durante esas
horas (motivos de los cuales he
esperado más o menos registrar) me encuentro a mí mismo
ante Un retrato de un artista como un
hombre joven; viendo a cierto padre jesuita
moviendo agitado el cielo y la tierra para persuadir a
cierto Stephen Daedalus que él, Stephen, es
apto para la sagrada tarea… lo que
Stephen (para siempre, solo después
de la meditación) sabe que no es cierto; solo lo sabe
por algo que lo rodea (abajo,
detrás, arriba), o por lo que es
siempre el artista: destino.

 

Una vez que es llamado Virgilio, en homenaje a la guía en el Infierno, Dana es referido por Cummings como su exmentor. El poeta describe la razón de su desacuerdo como una desilusión ideológica. Dana era sencillamente demasiado estridente y Cummings, como el hombre que vino como sí mismo, continuó afirmando sus posiciones. Pero otro factor fue que Cummings se había relacionado con amigos más interesantes. Mientras acompaña a Dana, Cummings conoce a Joan London, la hija del aparente héroe soviético Jack London, y Charles Malamuth, el corresponsal del periódico con quien se casó. Los acogedores y atractivos Malamuths (ella es un “ángel nervioso”) invitan a Cummings a quedarse con ellos, y él rápidamente empaca sus maletas sin dejar una nota para Dana. Se convierten en “Beatriz” y su “Turco” y, con su círculo, siguen siendo los compañeros de Cummings por el resto de su tiempo en Moscú.

III.

Los Malamuths llevan a Cummings al teatro, a una prisión soviética y al Buró de Literatura Revolucionaria, donde continúa conociendo a más personas de Cambridge. También se revelan que han llegado al punto de condenar al sistema cuando decidieron ingresar. El diálogo con una pareja del Medio Oeste que, como Cummings, parece ser algún tipo de turistas, explica los hechos sobre el terreno. El episodio es retomando en Eimi, en una serie de secciones que abordan el inglés estándar. El turco le dice a la pareja:

 

Ninguno de esos millones de sabios puede decirte una maldita cosa, porque son rusos. ¿Lo entiendes? Rusos. Todos ellos están dentro del comunismo, no fuera de él, como tú. Todos ellos están viviendo (o más bien muriendo) un experimento sin precedentes, no solo observándolo con un ojo analítico; mucho menos soñando con un cerebro sentimental… los rusos en Rusia deben sufrir y callarse… Pero los corresponsales en Rusia tienen privilegios especiales. No pueden obtener una historia realmente buena más allá del censor ruso, por supuesto: pero no tienen que morderse la lengua mientras están aquí, y no están obligados a estar aquí para siempre.

 

La claridad de la prosa corresponde a la gravedad de las declaraciones. Malamuth, cabe señalar, colaboraba en ese momento con obras realistas soviéticas. Sin embargo, diez años después, tradujo y editó la biografía de Stalin escrita por Trotsky para su publicación en Estados Unidos (la traducción apareció en 1941, un año después de la muerte de Trotsky). Malamuth obviamente era profético sobre las crueldades del estalinismo, mientras que al principio de la década de los 30’s muchos de sus contemporáneos, al menos en el Occidente, todavía imaginaban que el sistema ruso era la solución a los problemas del capitalismo. Este también fue el momento en que Stalin centralizó drásticamente el gobierno soviético; persiguió su primer plan de cinco años, que implicaba la matanza y hambruna de cinco millones de campesinos y organizó el primero de sus juicios de espectáculo. Malamuth y Cummings, en resumen, tenían razón.

Estar en lo cierto, sin embargo, no es realmente el propósito de la gigantesca y poética transcripción de la experiencia de Cummings. En su mayoría, el opresivo estado soviético parece funcionar como un vehículo para que Cummings exprese su fe en el individuo y practique esa fe como artista individual. Lo que más molesta al viajero de Cummings (“camarada Kem-min-kz”) sobre la Rusia soviética es la percepción del papel del artista. Cummings encontraba imposible imaginar que un verdadero artista pudiera trabajar como funcionario de cualquier programa político (su narrador rechaza de facto la idea de que su propio arte es una expresión del capitalismo). Para Cummings, la producción artística es un fin por sí mismo y hacía excepcional al artista del resto de la sociedad. Su protagonista exclamaba a un dudoso Virgilio: “Hark: Si lo peculiar fuese tan peculiar como los elefantes son elefantes, el que es llamado artista sería, de hecho, la única cosa peculiar con vida”.

Desde la perspectiva del artista, el narrador de Eimi ejecuta varias descripciones del estado soviético que, en retrospectiva, son aptas y trágicas. Por ejemplo, está aquí afuera del Instituto Lenin, observando a la multitud que pasa tratando de escapar de un ataque aspersor disfuncional.

La actualidad de la metáfora me da una pausa. De hecho, siento (en este momento) cuan perfectamente la famosa revolución de revoluciones se asemeja a un callejero corriendo enloquecido, un mecanismo normalmente benevolente que logra, gracias (posiblemente) a la ignorancia o (probablemente) lúdico de su operador distinto si es espuria la pérdida de importancia, cierta capacidad transitoria para un comportamiento torpemente travieso… muy naturalmente, con lo cual ocurren catástrofes triviales e inofensivas.

La comparación ilustra hábilmente lo que sucede con los sistemas políticos mal administrados. Sin embargo, no parece haber sido escrito por un autor que realmente quería que sus lectores occidentales entendieran la difícil situación oculta de los rusos. El lenguaje es demasiado y deliberadamente excéntrico para ser un vehículo efectivo para llevar el contenido político. Tal vez esa fue la intención, pero como Cummings parece haber entendido, estaba escribiendo en un momento crítico: las ambiciones vanguardistas de Eimi son las que evitaron que se convirtiera en un trabajo crucial de testimonio. Por otra parte, como el narrador insiste desde las primeras páginas del libro, no fue a Rusia para ser nadie más que él mismo.

 

IV.

Como corresponde a un trabajo que pretendía ser muy difícil, Eimi fue objeto de críticas escépticas por parte de los críticos contemporáneos. Para cuando se publicó el libro en 1933 (de hecho, incluso antes de su viaje a Rusia) Cummings y su estudio idiosincrático se habían establecido en los círculos literarios estadounidenses. Así que los críticos tuvieron que aceptar, con vacilación o entusiasmo, el tono “muy personal, muy mesurado” del poeta, como lo expresó William Troy en The Nation. Troy no creía, al igual que Cummings, que Eimi fuera una epopeya modernista que siguió los pasos de Joyce. Por el contrario, argumentó que la remarcable sintaxis de Cummings funcionaba paso a paso, pero no equivalía a una obra maestra sostenida y atractiva. Troy escribió que “los poderes de respuesta instantánea del lector se agotan” mucho antes del final del libro. Ezra Pound, entre otros, estaba de acuerdo. En una carta a Cummings después de su primera lectura, Pound escribió que no era alguien que lo acusara de obscuridad, “Pero cuanto más larga sea una obra, más y más largos deberían ser los pasajes que puedan ser perfectamente claros y fáciles de leer”.

Cuando Eimi fue reeditado en 1950, durante uno de los peores años del estalinismo (y cuando sus horrores se hicieron evidentes para muchos en la izquierda estadounidense), los críticos optaron por ser más comprensivos. Como sea, el lector más generoso del libro pareció ser Marianne Moore, escribiendo para Poetry en 1933. En una reseña titulada Un pingüino en Moscú (A penguin in Moscow), esa poeta, conocida por su cautela, emitió un juicio comprensivo y aparentemente íntimo. Moore, quien como editor de The Dial había sido una de los primeras en publicar la poesía de Cummings, opinó que el libro era simplemente “un gran poema”.

Precisamente porque era poeta, Moore parece haber entendido y disfrutado a Eimi mejor que nadie. Prestó mucha atención al estilo (“la tipografía, uno debería agregar, no es algo superpuesto al significado sino a la escritura mental del autor”) y concluyó su revisión con una meticulosa lista de consultas. Sobre este punto, especialmente, Moore y Cummings estaban en perfecto acuerdo. Como dijo Cummings, y Moore citó con aprobación: “La tragedia de la vida no es que algunas personas sean pobres y otras ricas, algunas con hambre y otras sin ella, algunos débiles y otros fuertes. La tragedia es y siempre será que algunas personas no pueden expresarse por sí mismas”.

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