El traductor colombiano Jaime Correa (1974) ha traducido el poema “And you know” del poeta norteamericano John Ashbery (1927-2017). Es uno de los grandes poetas norteamericanos del siglo XX. Enemigo de la conformidad, ha retado a sus lectores llevando su práctica poética hacia los límites del lenguaje. Marjorie Perloff ha subrayado su originalidad y Helen Vendler ha puesto de manifiesto su influencia en la poesía contemporánea dada la gran cantidad de imitadores. Ashbery ha dejado clara su poética: “mi poesía es discontinua, igual que la vida”.
Y tú sabes
Las chicas, protegidas por alambre dorado de la mirada
De los estudiantes que arremeten, viven en una atmósfera de vacío
En la vieja escuela cubierta de capuchinas.
Por la noche, cometas, estrellas fugaces, planetas girantes,
Soles, trozos de pómez iluminado, y espantos penden encima del viejo lugar;
La atmósfera es sofocante. Algunos consideran la luz del verano
Nauseabunda y húmeda, pero hay aquellos
Que ceden a sus encantos, cuando salen hacia la mañana.
Debemos descansar aquí, pues aquí es donde llega el profesor.
En su escritorio descansa un jarrón de lágrimas.
Una sensación de quietud impregna el cuarto de juego. Su voz se aclara
A través de la tarde interminable: “Yo alguna vez fui niño
Bajo el sol de lentejuelas. Ahora hago lo que se debe hacer.
Enseño lectura y escritura y llameante aritmética. Los de
Mi casa me buscan ansiosos por la noche, preguntándome cómo me va.
Mi puerta está siempre abierta. Yo nunca miento, y el gran calor me calienta”.
¡Su puerta está siempre abierta, el cariñoso maestro de escuela!
Deberíamos imitarlo en nuestras vidas,
Porque como vive un hombre, muere. ¡Fallecer
Por la tarde, en el vasto banco insípido
Que tú piensas vendrá a coronarte de malvas y lilas, o de dorado
en la ópera,
requiere que uno haya vivido tanto! Y no meramente
Haciendo preguntas y dando respuestas, sino sentado grandiosamente,
Como una gran roca, a lo largo de muchos años.
Es la trayectoria errática del tiempo que trazamos
En el globo, con la húmeda punta del dedo, y seguramente, el globo se detiene;
Estamos apuntando hacia Inglaterra, hacia África, hacia Nigeria;
Y habremos de visitar esos lugares, tú y yo, y otros lugares,
Incluida la celestial Nápoles, reina del mar, donde yo habré de ser rey y
Tú serás reina,
Y todos los lugares alrededor de Nápoles
Así que el buen profesor viejo tiene razón, al parar con su dedo en Nápoles, mirando
Para afuera hacia la suave tarde de diciembre
Mientras su alumna estrella entra en el aula llevando esa elaborada creación
negra y amarilla.
Él piensa en sus volantes, y está atrapado dentro de ellos como si estuvieran
hechos de hierro, ¡lo aplastarán hasta que muera!
Adiós, viejo profesor, debemos continuar el viaje, no hacia una tierra mejor, quizás,
Sino hacia la Inglaterra de los sonetos, París, Colombia, y Suiza
Y todos los lugares con nombres, que deseamos visitar—
Estrasburgo, Albania,
La costa de Holanda, Madrid, Singapur, Nápoles, Salónica, Liberia,
y Turquía.
Así que lo dejamos atrás con la de los volantes negros y amarillos.
Usted siempre fue un buen amigo, pero uno especial.
Ahora mientras nos abrimos paso a través de las hojas pegajosas nos parece oírlo
llorando;
Usted quiere que regresemos, pero es muy tarde para regresar, ¿no?
Es muy tarde para ir a los lugares de los nombres (¿qué eran,
de todas formas? solo nombres).
Es muy tarde para ir a ningún lugar salvo a la estrella más cercana, esa, que pende
justo encima de la colina, haciendo señas
Como una mano cuyo brazo no se ve. ¡Adiós, Padre! Adiós,
alumnos. Adiós maestro mío y dama mía.
Volamos hacia la estrella más cercana, ya sea roja como un horno, o amarilla,
Y llevamos sus lecciones en nuestros corazones (las lecciones y nuestros corazones son lo mismo)
Fuera del aula húmeda, hacia la eternidad. Adiós, Old Dog Tray.
Y así ellos nos han dejado sintiéndonos cansados y viejos.
Nunca les importó la escuela de todos modos.
Y nos han dejado con las cosas colgadas en el tablero de anuncios,
Y la noche, la interminable, bochornosa noche que está invadiendo nuestra escuela.
And You Know
The girls, protected by gold wire from the gaze
Of the onrushing students, live in an atmosphere of vacuum
In the old schoolhouse covered with nasturtiums.
At night, comets, shooting stars, twirling planets,
Suns, bits of illuminated pumice, and spooks hang over the old place;
The atmosphere is breathless. Some find the summer light
Nauseous and damp, but there are those
Who are charmed by it, going out into the morning.
We must rest here, for this is where the teacher comes.
On his desk stands a vase of tears.
A quiet feeling pervades the playroom. His voice clears
Through the interminable afternoon: “I was a child once
Under the spangled sun. Now I do what must be done.
I teach reading and writing and flaming arithmetic. Those
In my home come to me anxiously at night, asking how it goes.
My door is always open. I never lie, and the great heat warms me.”
His door is always open, the fond schoolmaster!
We ought to imitate him in our lives,
For as man lives, he dies. To pass away
In the afternoon, on the vast vapid bank
You think is coming to crown you with hollyhocks and lilacs, or in gold
at the opera,
Requires that one shall have lived so much! And not merely
Asking questions and giving answers, but grandly sitting,
Like a great rock, through many years.
It is the erratic path of time we trace
On the globe, with moist fingertip, and surely, the globe stops;
We are pointing to England, to Africa, to Nigeria;
And we shall visit these places, you and I, and other places,
Including heavenly Naples, queen of the sea, where I shall be king and
You will be queen,
And all the places around Naples.
So the good old teacher is right, to stop with his finger on Naples, gazing
Out into the mild December afternoon
As his star pupil enters the classroom in that elaborate black and yellow
creation.
He is thinking of her flounces, and is caught in them as if they were
made of iron, they will crush him to death!
Goodbye, old teacher, we must travel on, not to a better land, perhaps,
But to the England of the sonnets, Paris, Colombia, and Switzerland
And all the places with names, that we wish to visit—
Strasbourg, Albania,
The coast of Holland, Madrid, Singapore, Naples, Salonika, Liberia,
and Turkey.
So we leave you behind with her of the black and yellow flounces.
You were always a good friend, but a special one.
Now as we brush through the clinging leaves we seem to hear you
crying;
You want us to come back, but it is too late to come back, isn’t it?
It is too late to go to the places with the names (what were they,
anyway? just names).
It is too late to go anywhere but to the nearest star, that one, that hangs
Just over the hill, beckoning
Like a hand of which the arm is not visible. Goodbye, Father! Goodbye,
pupils. Goodbye my master and my dame.
We fly to the nearest star, whether it be red like a furnace, or yellow,
And we carry your lessons in our hearts (the lessons and our hearts are
the same)
Out of the humid classroom, into the forever. Goodbye, Old Dog Tray.
And so they have left us feeling tired and old.
They never cared for school anyway.
And they have left us with the things pinned on the bulletin board,
and the night, the endless, muggy night that is invading our school.