Siete poemas de Christina Thatcher

Presentamos una selección de poemas de Christina Thatcher, nacida en Estados Unidos y residente en Gales. Es profesora de escritura creativa en la Universidad Metropolitana de Cardiff. Se mantiene ocupada fuera del campus como editora de poesía para The Cardiff Review, tutora de The Poetry School, miembro del Consejo de Administración de Literatura de Gales y como facilitadora de talleres independiente en todo el Reino Unido. Su poesía y sus relatos cortos han aparecido en más de 50 publicaciones, entre ellas The London Magazine, North American Review, Planet Magazine, The Interpreter’s House, entre otras. Ha publicado dos colecciones de poesía con Parthian Books: More than you were (2017) y How to Carry Fire (2020). Las traducciones está a cargo de Esteban Alonso Ramírez. 
 

 

 

 

Informe del seguro

 

Después del incendio, tuvimos 48 horas
para generar números exactos:

¿Cuántos tenedores?
¿Cuántos pares de calzones?
¿Cuántos artículos en la refri?

Incapaces de recordar cada objeto,
sólo estábamos seguros de lo que se había perdido:

el unicornio de cristal pintado
ese collar de la tribu Sioux
el último ladrillo de nuestro abuelo

Gritamos de dolor por estos tótems:
¿Quiénes somos sin ellos? ¿Quiénes somos?

Solo los inspectores respondieron:
¿Pero cuánto valían?
¿Cuánto?

 

 

 

Incendio provocado

 

Para ser considerado un incendio provocado, este
debe ser encendido con intención de causar peligro.
Si un edificio está ocupado y el incendio
mata gente dentro, esto es de primer grado.
Si un edificio está desocupado pero es destruido,
esto es de segundo grado. Si un incendio causa un peligro
(indefinido) pero nadie muere, y el edificio
no se quema completamente, esto es de tercer grado.
Pero los estatutos no son claros sobre qué sucede
cuando vivís en una familia de pirómanos y cada hogar
que ocupás se quema hasta los cimientos, una y otra vez,
y cada noche debés volverte más rápida en reconstruir,
en practicar la respiración superficial cuando el humo entra
a tu cuarto, y tenés que aprender el arte de la prevención:
recoger madera húmeda, trenzar cuerdas con sábanas para escapar por las ventanas,
echar arena para gatos en los tanques de gasolina. Los estatutos no son claros
sobre qué pasa cuando heredás un incendio provocado, cuando cortás
tu brazo y sangrás fuego. ¡Fuego!

 

 

 

Hermanos

Hablamos de lo que heredamos:
yo digo que tengo la voz atronadora de papá,
nunca llego a ser invisible. Digo
que su cuerpo redondeado refleja el mío,
hace que sea difícil saltar
del suelo a un caballo.
Nunca tuvimos un buen centro
de gravedad.

Vos decís que te drenás
por llamar la atención como él, necesitás
saber que sos amado
cada minuto. Si no: furia.
Decís que tus brazos son los suyos,
rosados y con marcas de agujas, demasiado débiles
como para levantar tu cuerpo atrofiado.

Cuando hablo con vos, hablo con él.
Cuando me hablás, le hablás a él.
Cuando nos hablamos, él viene
a mover nuestras bocas hasta que
apenas ya ni nos oímos.

 

 

 

Pasaje de desintoxicación

inspirado en William Brewer

Encontrás cucharas por todas partes:
debajo de los armarios de la cocina, dentro de los edredones,
hurgando entre los calzoncillos. Ayer,
te sentaste en el sofá y descubriste que las cucharas
habían reemplazado el relleno. Abriste lo cojines,
sacaste cientas de ellas. Este es un proceso de limpieza.

Solo soñás con el metal. El pastor te dice:
“Esto es normal. Simplemente tenés que deshacerte de las cucharas”.
Lo aceptás, pero el fregadero se sigue llenando de plata.
La ducha escupe argento. “Librate de la tentación,
hijo mío”. El pastor tiene los ojos verdeazules de nuestro padre.

Escuchás y asentís: hay que tirar todas las cucharas de la casa.
Le decís al pastor que podés hacerlo. Creés
que podés hacerlo. “Dios está con vos, hijo mío”.
Los espasmos en tus brazos y dientes comienzan
a desaparecer. Todo lo que tenías que hacer era deshacerte

de la tentación. Agradecés a Dios por la nueva fuerza,
inclinás tu cabeza para rezar por mejor,
más limpio, pero cada vez que cerrás
tus ojos
ves esa curva de plata
y te quedás ahí.

 

 

 

Recaída

Contás los minutos
hasta que, después de la cena, decís

que el estofado no te cayó bien,
subís las escaleras, cerrás la puerta con llave,

sacás de tu bolsillo una cuchara y una aguja
que guardaste tan fácilmente como un niño

desliza su lápiz favorito desde la cartuchera,
encontrás luego la vena correcta y despegás:

un leve olor a lavanda de baño es
la última delgada conexión con nuestro mundo.

 

 

 

Cosas malas

inspirado en Ellen Bass

Vas a mentirle a las mujeres que amás:
una con un bolso de lazo y un conejo de orejas caídas,
otra con cicatrices en el estómago y tatuajes en las muñecas,
ambas con padres muertos, como el nuestro.

Vas a aprender a beber, lentamente,
hasta que el vodka ya no queme, hasta que
después de seis tragos todavía podás conducir a través
de las calles llenas de venados de Durham.

Te vas a desmayar
en la máquina asfaltadora, la metadona
amamantará tus huesos hasta que estés demasiado débil
como para fraguar cemento. Dejarán de llamarte por trabajos.

Vas a perder tu teléfono,
terapeuta, casa, mujeres, y todo el tiempo
me escribirás para decir: “Estoy bien,
estoy bien”, decirme que todavía tenés algún lugar

cálido para quedarte, pero sabré que estás conduciendo
hacia la ciudad en un carro que se quedará sin gasolina
y entonces (como a los adictos a quienes les pasan
todas las cosas malas) vas a desaparecer.

 

 

 

Lo que los periódicos omitieron

 

Mamá jalando a nuestro pastor alemán
fuera de las puertas del pórtico antes de destrozar

las ventanas para salvar a la tortuga: carbonizada,
antes de que el rescate estuviera completo.

Papá corriendo en calzoncillos sobre el zacate
luego abierto de brazos y piernas, empalidado en el césped.

Mi hermano llorando, llorando mientras los vecinos se detenían
con los ojos muy abiertos y murmurando

luego esa última llamada para mí
desde el otro lado del océano:

Traé el fuego con vos.
Dejá el resto atrás.

 

 

 

 

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