Textos y contextos: Jean Baudry

Audomaro Hidalgo, en otra entrega de Textos y Contextos, escribe sobre un artículo de Jean Baudry sacado a la luz apenas en 2008, escribe sobre Arthur Rimbaud. Y recuerda Hidalgo que: “Quizá Jean Baudry nunca se imaginó que sería el sueño de muchos: Bonnefoy, Etiemble, Borer, Gauclere, Brunel, Butor, Steiner”.

 

 

 

 

 

Jean Baudry

 

El 25 de noviembre de 1870 apareció, entre hojas volantes, un texto panfletario en el periódico Le Progès des Ardennes. Lo firmaba un tal Jean Baudry. Pocos años ha que un hombre, que es también un cineasta, Patrick Talierco, descubrió el artículo, ajado por la corriente incesante del tiempo, en una librería de ocasión en Charleville Mézières, en abril de 2008. No sin prisa, espoleado por el reconocimiento y el errante dinero que derivaría de su hallazgo, y acaso agradecido con el misterioso azar, Talierco devolvió a los hombres y a la luz esa dadiva que le fue deparada recibir. Pero antes bien, la implacable crítica especializada debía confirmar y corroborar, con un rigor casi científico, la identidad del autorcito, y lo hizo más rápido que tarde. La firma era un pseudónimo. “Le Rêve de Bismarck” fue publicado en la revista Agone en mayo de 2008. El mencionado panfleto, trasvasado a nuestra lengua, dice del modo siguiente:

 

«Es de noche. En su tienda de campaña, llena de silencio y de sueño, con un dedo sobre el mapa de Francia, Bismarck medita; de su pipa inmensa escapa un hilo azul. Bismarck medita. Su índice pasa sobre el pergamino, del Rin a la Moselle, de la Moselle al Sena; con la uña raya imperceptiblemente el papel alrededor de Estrasburgo. Continúa.

Se sobresalta un poco en Sarrebourg, en Wissembourg, en Woerth, en Sedan; con la punta del dedo acaricia Nancy; raspa Bitche y Phalsbourg; raya Metz, traza en las fronteras pequeñas líneas quebradas, y se detiene.

Triunfante, Bismarck ha cubierto con su dedo Alsacia y Lorraine. ¡Oh, qué delirios de avaro en su cráneo amarillo! ¡Qué deliciosas nubes de humo propaga su bienaventurada pipa!

Mira, un enorme punto negro parece detener el índice que tiembla: es París. Entonces, la uñita malvada de tachar con rabia el papel aquí y allá, al fin se detiene. El dedo se queda ahí, medio curvado, inmóvil.

¡París, París! Luego, el buen hombre ha soñado tanto que, despacio, el ojo abierto, la somnolencia se apodera de él. Su frente se inclina sobre el papel, el hornillo de su pipa, arrancada de sus labios, cae sobre el feo punto negro.

Pobre, abandonando su cabeza, su nariz, la nariz de Otto Bismarck, se hundió en el hornillo ardiente. En el hornillo incandescente de la pipa. Pobre, su índice estaba en París. Terminó el sueño glorioso.

¡Era tan fina, tan espiritual, tan feliz esa nariz de viejo primer diplomático! Oculte, oculte esa nariz.

Pues bien, mi querido, para compartir la chucrut real regresará al palacio (palabras ilegibles en el original) con crímenes de (palabras ilegibles en el original) señora (palabras ilegibles en el original) en la historia, llevará por siempre su nariz carbonizada entre sus estúpidos ojos.

(Líneas que faltan)

Así es, no había que soñar».

 

Como todos los hombres, Jean Baudry fue primero un niño; como pocos hombres, decidió ser un genio; cansado de serlo, resolvió volver a su condición humana. No bien llegada la adolescencia cumplió con el protocolo vital de todo adolescente: escribir una lírica rabiosa. En esos capitales años de vida se inclinó a veces por la videncia social y moral. Algunos tuvieron la dicha y la desdicha de escuchar de viva voz sus ásperas canciones y sus sonoros berrinches. Quizá Jean Baudry nunca se imaginó que sería el sueño de muchos: Bonnefoy, Etiemble, Borer, Gauclere, Brunel, Butor, Steiner le han dedicado estudios; Michon ha escrito un esencial retrato suyo: Rimbaud le fils. Las ediciones y la bibliografía que existen sobre este prófugo del tiempo rayan lo inconmensurable. Fue hermano, hijo, amigo, provinciano, comunero, melancólico, alumno y maestro, tierno, rebelde, indigente, primitivo, ladrón, patriota, tránsfuga, paria, vagabundo, homosexual, traficante, oportunista. Algún día también fue receptor del fuego. Todos estos adjetivos están presentes en la foto que Étienne Carjat le hizo en 1872, cuando sumaba 17 años y estaba empeñado en ejercer un desesperado oficio: el de abrir las oscuras rutas, aéreas y terrestres, para los subsecuentes ruiseñores que vendrían después de él.

 

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