Poesía mexicana 90s / 2000: Gabriel Alejandro Hernández Chávez

Leemos poesía mexicana de autores nacidos en los años 90 y 2000. En la curaduría de Eyson Morales Raymundo, leemos aquí a Gabriel Alejandro Hernández Chávez (1997). Ha publicado en diversas revistas de México.

 

 

 

 

 

Gabriel Alejandro Hernández Chávez​​ (Reynosa,​​ 1997) es​​ egresado en la carrera de Letras Hispánicas por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Nuevo León. Obtuvo las menciones honoríficas en la categoría de poesía en los Certámenes de Literatura Joven UANL 2021 y 2022. Han publicado sus poemas revistas como​​ Punto de Partida,​​ Ibidem,​​ Los demonios y los días​​ y​​ Plana poética: Sol filamento.​​ 

 

 

 

 

 

 

 

5 am

 

Despertamos,

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ nuestro corazón aún duerme entre las sábanas​​ 

que se arrugan para abrasarlo,

para decirle en cada doblez​​ 

que desdoble sus lágrimas,

que solo así

podrán secarse.

 

 

 

 

 

 

 

5:10 am

 

Es la hora de bañarse,

limpiar la vista de legañas

y de sueños que, probablemente,​​ 

hoy no se cumplan.

 

 

 

 

 

 

6:am a 6:30 am

 

La cocina huele a desvelo,

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ a charlas con mi madre.

 

 

 

 

 

 

 

Cocino para degustar mi tristeza,

consumirla, digerirle.

Mi madre, en secreto,

me enseñó su receta cuando vio que lloraba

al verla en llanto:

“No desperdicies la sal,

la más cara es esta,

la máscara de macho quítate,

que eres niño antes que hombre”.

 

En esta hora  ​​ ​​​​ 

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ de soledad,  ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ de lejanía,

no quiero ser hombre,

quiero ser memoria de infante​​ 

quien memoriza y practica los consejos

adheridos a la grasa que abraza la estufa.

No quiero que termine este momento,

no quiero salir de este calor que enfría mi mente​​ 

para ver lo que el hambre de ternura​​ 

provoca a las bestias​​ 

que gustan de los sabores crudos​​ 

porque no tienen tiempo​​ 

para sazonar sus decisiones;

no quiero salir para tragarme el asco​​ 

cuando tenga hambre de cariño

pero este ya se pudra​​ 

porque lo tibio de las multitudes no alcanza

para mantenerle fresco.

 

No quiero salir, mamá,

pero, ¿qué hago con tanta comida

hecha desde tus ojos

sino nutrir a quien lo require?

Suelto, entonces, el mango de la sartén​​ 

que aún sujeta tu palma

que aún sostiene la mía.

Salgo a ser anzuelo, a ser carnada​​ 

para, aunque sea,

un solo gesto amable.

 

 

 

 

 

 

 

7am (y esperar hasta que llegue)

 

Hablemos en el ​​ (y del)  ​​​​ transporte público:

este espacio, no propio,

donde el escritor​​ 

le habla a su pueblo

mientras se mueve.

 

 

 

 

 

 

 

El transporte público,

ese sitio laboral,​​ 

de la cultura,

de intelectuales actuales,​​ 

donde cada parada​​ 

es un periodo de reflexión, de edición,

donde el poeta sostiene los versos

por quienes empujan, lastiman,

al hacerse un lugar en las rutas​​ 

que toma la vida;

donde sostiene explicaciones

a causa de algún asaltante literario​​ 

que quiera robarle las palabras

(aunque sería buena idea​​ 

si las tomase

para explicar a la autoridad sus motivos);

este espacio,

donde el escritor​​ 

sujeta firmes las oraciones​​ 

cuando es testigo​​ 

de que cómo el chofer detieneabruptoelrumbodetodos

para que  ​​ ​​​​ uno más

goce del privilegio de llegar a recibir su pago

para comprar su comida;

así el conductor,

por hacer bien su trabajo,

también tenga para comer;

así el poeta, por lo pronto satisfecho,​​ 

ya no escriba sobre su hambre,

sino que escriba del hambre de los otros.

 

 

 

 

 

 

 

En algún punto del trayecto

 

Ceda el paso al peatón:

viejo es

y trae consigo, redactada,

paso a paso,

su protesta contra la ciudad.

 

 

 

 

 

 

 

La urbe​​ 

ya no quiere que la caminemos.

Incluso nuestros aliados

como el transporte público​​ 

nos dan la espalda​​ 

por no completar su tributo

de digno senador,

por no llegar a tiempo​​ 

a recibir su bendición.

 

Camina entonces, transeúnte,

rebelde desde tus primeras andadas,

que si algún chofer,​​ 

especie joven, orgullosa,

te atropella con su discurso,

enterraremos todos nuestros pies contigo.

 

Que al costado de las avenidas

nuestras cruces se confundan​​ 

con señalamientos de tránsito,

y que todo conductor​​ 

sea obligado a detenerse​​ 

para obedecer y respetar la vida que dejó.

Obligado a detenerse para leer tu epitafio​​ 

sobre lo sencillo que es  ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ dar el paso

a quien plantó con suela firme,

en la niñez de la humanidad,

todos los caminos.

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ Obligado a detenerse

para darle paso a quien caminó,

mucho antes de que él

aprendiera a conducir.

 

 

 

 

 

 

 

de vez en cuando en el trabajo

 

¿Qué conspiran tus ojeras

que bajas tus ojos​​ 

para callarlas?

 

 

 

 

 

 

 

Cuando niños

nos regalaron el presente​​ 

para notar.

Es la gravedad de los años

la que nos lo quita.

Irónico,

ahora,​​ 

la mirada

nos pesa,

con dificultadmiramosaquientenemos  ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ a un lado.

Entre nosotros, solo algo se nota:

que nos falta todo.

¿Por qué este castigo?

Nos comportamos, obedecemos,

¿por qué los días nos dejan con nada​​ 

y nos reprenden con notarlo?

 

¿Lo notarán los demás?

Tú, alza la mirada;

obsérvame y yo te observaré.

Busquemos en el cofre de nuestros ojos​​ 

un vistazo de curiosidad.

Descifremos las cerraduras:

¿será la combinación la fecha​​ 

de nuestro primer beso,

de alguna fiesta de cumpleaños,

de la última vez que nos cargó

alguien quien nos ama?

 

Recupérate conmigo,

aclaremos a la gravedad de las horas​​ 

que ya no podrá someternos,

ni siquiera alcanzarnos.

 

 

 

 

 

 

 

La familia junta por el cumpleaños de mi hermana.

 

De nuevo,

un tío afila el ambiente​​ 

con un comentario incómodo;

ambiente que se afila, sirve,

para abrir cicatrices​​ 

en el pastel que endulza el apellido de mi hermana,​​ 

el apellido de todos;

heridas que sirven al tío para meter su boca,

que no ha limpiado,

y amargar con su desaliento;

amargura que sirve a mamá

para arrancar las rebanadas, servirlas,

sin haber usado cuchillo​​ 

porque se lo pidió a papá

pero a este se le olvidó

por andar de broma con la Familia.

 

De pie al centro mi hermana feliz cumpleaños cantamos,

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ mentira

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ sentada en medio de ruido.

Nos miramos,

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ sus ojos lubrican, encienden

el recuerdo de cuando le dije

que deseaba tener una hija;

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ los míos se secan, se apagan,

se esconden de la memoria​​ 

de cuando me dijo

que no estaba de acuerdo.

 

Papá ya trae el cuchillo, aunque tarde.

En él,

reflejo pleno de una familia​​ 

que se arranca con cada fiesta​​ 

letras de su apellido.

 

Hermana,

¿qué será de esta sangre​​ 

que nos mantiene vivos

pero que nos amarga,

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ nos envenena​​ 

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ nos asesina?

Qué será sino acabarse​​ 

tras escupirle​​ 

junto a los nombres familiares

que nos muerden la lengua

cuando maldecimos, en silencio,

entre cada fiesta, 

entre cada canto, 

estrofa, verso, letra;

entre cada silencio 

de este espacio 

que se afila. 

 

 

 

 

 

 

Librería

También puedes leer