“Madame Bovary soy yo”: el origen de esta atribución infundada

El poeta y ensayista mexicano Alberto Paredes, colaborador del sitio Flaubert de la Universidad de Rouen, profesor de la Universidad Nacional Autónoma de México, desmiente categóricamente aquí la atribución a Flaubert de la famosa frase: “Madame Bovary soy yo”. ¿Cuál es el origen de la falsa atribución? Paredes nos lo cuenta en el siguiente ensayo, agudo y puntual. El texto le corrige la plana a Octavio Paz, a Umberto Eco, a Thibaudet. Texto de necesaria lectura.

 

 

 

 

 

“Madame Bovary soy yo”: el origen de esta atribución infundada

 

Ciertamente, la historia de las atribuciones sin base autoral puede ser infinita, basta empezar a rascarle. Algunas de esas frases son incluso agudas y podrían pertenecer a la personalidad en cuestión; sentencias que adquieren celebridad y brincan de pluma en papel, de teclado en cibertexto, sin que esos voceros se interroguen ¿bueno y dónde está la fuente de la referencia tan famosa? Si me viniera el escrúpulo, ¿puedo poner la notita a pie de página?

            En esa historia, un respetable capítulo deberá dedicarse a Gustave-Emma. Son incontables los escritos en español que glosan e interpretan la dicha frase desdichada, poniéndola en francés o en nuestra lengua. Madame Bovary c’est moi. Madame Bovary soy yo. Si la escribimos en google en español, lo mismo que en francés, desencadenamos una catarata. ¿Basta la vox populi para dar veracidad? Ejemplo: ¿si la generalidad de las personas cree o vota porque la Batracomiomaquia sea obra de Homero, entonces lo es? ¿Expandir la voz tiene más autoridad que las reservas o desmentidos de clasicistas y filólogos? En los tiempos de la comunicación de masas, así pareciera. “El pasado se reescribe”; sí, pero no al grado de que la trifulca paródica entre ranas y ratones se vuelva categóricamente obra de Homero.

            Volviendo a Flaubert disfrazado de Emma. Navegue usted mínimamente en la red y corroborará lo que digo. Por ejemplo: Irene García en las páginas de El Mundo, de Madrid es rotunda y pasa a un rapto panteísta con la Bovary como centro… “Y el que no lo crea así es que no ha soñado.” Difícil superar esta exageración… fundada sobre la nada. (La liga en: http://www.elmundo.es/esfera/ficha.html?27/esf924340845  ) No temas lector: a pesar del juicio admonitorio, no es parte de nuestro decálogo como amantes de novelas ni como amantes librescos de Emma el apartarse de la amenaza de Irene García. Hazlo y ningún rayo te fulminará.

Los argumentos de Estrella Cardona Gamio en Ciudad letralia : (http://www.letralia.com/ciudad/cardonagamio/10madame.htm ) son menos drásticos, no sé si sutiles o tortuosos, sobre el fenómeno general de cómo conciben sus personajes los autores de mundos ficticios; pero Cardona Gamio no deja de partir con alegre firmeza del viejo estribillo “Gustave Flaubert dijo en cierta ocasión”. ¿En cuál, si no es grosero pedir su fundamento antes de que construya su castillo sobre el misterio de la paternidad de las criaturas novelescas?

Una página publicitaria sobre la edición en Alianza da un paso más diciendo que “en una carta a su amante Louise Colet” (http://www.vivirbien.net/noticia/627/Libros/anos-madame-bovary.html)  ¿Qué carta, señores míos?, ¿dónde está la referencia exacta en los cinco volúmenes de la Correspondance escrupulosamente editada por la Pléiade de Gallimard?

            Así llegamos a Madrid y el año 2012; el Teatro Bellas Artes tuvo en cartelera (del 2 de febrero al 25 de marzo) una puesta en escena sobre la novela de Flaubert.  La excelente Ana Torrent pudo haber dicho con y sin razón “Emma soy yo”; sin razón, pues volveríamos al asunto de la circunstancia y el texto que la sostenga. Con razón: al parecer su actuación fue memorable, Ana fue Emma para el público que asistió a su drama durante el tiempo hechicero de la representación; el teatro: lugar ideal para que las ilusiones de la Bovary proclamaran que no son más que candilejas, que cada que nos enamoramos lo hacemos de fantasmas y fantasías, que las joyas, vestidos y atuendos que tanto la alegraban eran la vieja vanidad de vanidades. El escenario teatral así como la celulosa en que se imprime hasta el infinito Emma Bovary dicen “mírame, soy la ilusión en que quieres creer”. Pero Ana, cautelosa como Emma a ratos, no aprovechó la ocasión.

En cambio quién sí lo declaró fue la directora escénica Magüi Mira, y el diario El Mundo estuvo ahí, encantado de volver a inflar la bola de humo (http://www.elmundo.es/elmundo/2012/02/01/ocio/1328109783.html). Me pregunto qué cosas habrá tenido en mente para conducir a sus actores, en la medida que no titubeó en basar sus conocimientos en la máxima “todos dicen que Gustave dijo”.

            Reflexión involuntariamente sexista. He buscado un poco al azar de internet casos para ver cuán extendida está la frasecita. Salvo los editores de Alianza, que hablan desde el asexuamiento de su grupo editorial, y con la desconcertante aparición de figuras como Albert Thibaudet, Julian Barnes y Octavio Paz (de quienes se trata aquí hacia el final) los voceros se llaman Irene, Estrella, Magüi, Beatriz… un censo exhaustivo podría tal vez corroborar esta sospecha: decir “Madame Bovary soy yo” es sobretodo asunto de lectoras.

            Insertemos un ejemplo en contrario. Un escritor sumamente conocido se solaza en el infundio. Umberto Eco une su voz al coro de “Madame Bovary es él”, tal como podemos ver y oír en el largometraje documental La Maison de la Radio (Francia-Japón, 2012, 103 minutos; director: Nicolas Philibert; producción: Virginie Guibbaud, Norio Hatano, Serge Lalou).

 

 

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            Leo una ilustrativa semblanza de Flaubert a cargo de mi amiga y colega, la doctora Beatriz Espejo. El ensayo es muy correcto y logra en diez páginas de revista una visión sintética del vaivén entre la vida y la obra del gran maestro normando, el Oso, como él mismo se apodaba, pero oso polar. Una pifia inicial; como dice Espejo, sus fechas de nacimiento y muerte son 1821 (el guadalupano 12 de diciembre) y 1880 (8 de mayo), es decir que Flaubert vivió casi sesenta años (y no “casi cincuenta” como accidentalmente reza el texto). Afortunadamente para sus lectores pues el último decenio de vida contempla la publicación de la segunda Tentation de saint Antoine (primero de abril de 1874), de los Trois contes (24 de abril de 1877) y la escritura de Bouvard et Pécuchet (1877-80; con borradores y scénarios desde 1872-74).

Cito a Espejo en su ensayo precisamente titulado “Madame Bovary soy yo”, Revista Universidad de México, México, nueva época, núm. 105, noviembre 2012, pp. 21-30 (http://www.revistadelauniversidad.unam.mx/articulo.php?publicacion=10&art=153&sec=Art%C3%ADculos):

 

[Flaubert] Logró una pintura notable del mundo en que creció y se desarrolló Emma utilizando cuanto le era familiar, conocido y accesible. De ahí, a mi juicio, su desesperada y equívoca exclamación a veces poco entendida: “Madame Bovary soy yo”, puesto que en esta escritura aprovechó sus propias experiencias.

(p. 27, columna derecha, o p. 4/5 en la versión en línea)

 

            Me llamaron la atención sus palabras. Proponer la declaración como una “desesperada y equívoca exclamación a veces poco entendida” es algo que no siempre se lee; una exclamación al borde de la crisis de nervios o de identidad. Pues bien, en ocasiones hay maneras quizás nada poéticas, carentes de imaginación para zanjar ese arranque o sentencia emotiva. Nunca hubo tal. Empecemos por ponernos de acuerdo que cuando los estudiosos de literatura escribimos “dijo”, buscamos acercarnos al autor querido y empleamos “decir” donde corresponde “escribir, escribió”. En este caso: ¿dónde dijo, es decir, dónde escribió eso Flaubert? O nuestro autor escribió tal cosa o uno de sus confidentes o amigos que dejaron testimonio impreso declara que el propio autor, en la ocasión fulana, dijo que… y el amigo entonces fijó por escrito el asunto. Como quiera que sea, para que haya legitimidad  volvemos siempre a la fuente escrita. (Y en algunos casos puede sonar sospechosa esa fuente, de modo que a buscar cómo la cotejamos o refutamos…) Literalmente es imposible saber si Flaubert alguna vez dijo eso, en palabras hechas de saliva y aire que se ha llevado el tiempo. De lo que estamos seguros es que nunca escribió “Madame Bovary soy yo”. No hay ninguna base textual. Afortunadamente lo que sí se ha identificado es cómo nació el invento. Es una atribución de cuarta mano: Flaubert le habría dicho a Bosquet quien se lo habrá dicho a De Launay quien se lo comunicó a Descharmes para que éste lo pusiera en caracteres de imprenta por la primera y virginal vez. Así nació la exuberante enredadera. Traduzco a continuación el desmentido “oficial” por parte de Yvan Leclerc, erudito flaubertiano, responsable del Centro de Estudios Flaubert de la Universidad de Rouen (la tierra de Flaubert) y editor de numerosas obras de y sobre Flaubert:

 

La cita Madame Bovary, c’est moi no se encuentra ni en la Correspondencia ni en las obras de Flaubert. Figura en nota del libro de René Descharmes, Flaubert. Sa vie, son caractère et ses idées avant 1857, Ferroud, 1919, p 103 :

 

       « Una persona que conoció muy íntimamente a Mlle Amélie Bosquet, que se correspondía con Flaubert, me contó hace poco que cuando Mlle Bosquet preguntó al novelista de dónde había sacado el personaje de Mme Bovary, él habrá respondido muy claramente, repitiendo varias veces: Mme Bovary, c’est moi! – D’après moi ».

 

       La persona en cuestión sería el Sr. E. de Launay, quien vivía en el 31 de la rue Belechasse, lo anterior a partir de una nota manuscrita de René Descharmes (custodiada por la Bibliothèque national de France: N.A.F., 23.839 f° 342)

Puede encontrarse la versión original en:
http://flaubert.univ-rouen.fr/questions_reponses/reponses.php#reponse11: [Véase también http://flaubert.univ-rouen.fr/ressources/mb_cestmoi.php]

 

 

RÉPONSE 11

La citation “Madame Bovary, c’est moi” ne se trouve ni dans la Correspondance ni dans les œuvres de Flaubert. Elle figure en note du livre de René Descharmes, Flaubert. Sa vie, son caractère et ses idées avant 1857, Ferroud, 1919, p.103:

Une personne qui a connu très intimement Mlle Amélie Bosquet, la correspondante de Flaubert, me racontait dernièrement que Mlle Bosquet ayant demandé au romancier d’où il avait tiré le personnage de Mme Bovary, il aurait répondu très nettement, et plusieurs fois répété : « Mme Bovary, c’est moi ! – D’après moi ».

La « personne » dont il est question serait M. E. de Launay, 31, rue Bellechasse, d’après une note manuscrite de René Descharmes (BnF, N.A.F., 23.839, f°342).

Una pequeña enmienda a lo que Leclerc descubrió: efectivamente la tercera nota al pie de la página 103 reza tal cual. Un error de dedo en los apuntes de nuestro amigo lo habrá hecho consignar la edición de Descharmes como de 1919 cuando en realidad es de 1909. Quienes consulten ahora la respuesta 11, observarán que la corrección está hecha. El libro de Descharmes es correcto en general; un útil pionero en el flaubertismo serio. Con él obtuvo el doctorado en la universidad de Lille.

 

 

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Se ha repetido tanto lo de « Emma soy yo » que recordar una vez el hilo enredado de la atribución es arena en el ciberocéano: Flaubert le habría dicho a Bosquet quien se lo habrá dicho a De Launay quien se lo comunicó a Descharmes. Ese es el ingenioso invento, hasta ahora longevo y fertilísimo, de don René. Lo que me recuerda otro caso asaz enigmático: Burundanga. Dicen los eruditos que la gran Celia Cruz grabó el tema magnético en 1953, por supuesto que con la Sonora Matancera; tres años después Sidney Siegel a nombre de SEECO Records le otorgó su primer “Disco de oro”. Eso sucedió en 1957, en la ciudad que tantas veces la escucharía en concierto: New York. Madame Bovary se publicó en libro en abril de 1857. Un puente exactamente centenario. ¿Qué vínculo sobrenatural puede haber entre Descharmes que escribió que De Launay le dijo que… y el son al parecer obra de Óscar Muñoz Bouffartique y la propia Celia Cruz?

 

Songo le dio a Borondongo,

Borondongo le dio a Bernabé,

Bernabé le pegó a Muchilanga, le echó a Burundanga,

les hinchan los pies…

¡Monina!

 

(Versión original: SCLP 9067; http://www.youtube.com/watch?v=q6UvPDtmvW0 )

(Confieso ahora que en no pocas tribulaciones de crítico literario, cuando me paro a contemplar mi estado, perdido a la mitad del camino de la biblioteca, entre catálogos y archivos mil, que fui yo quien se perdió sin arte… entonces exclamo, ¡pero si el pobre Pécuchet soy yo! ¡Auxilio, Bouvard!)

 

 

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            Gracias al excelente trabajo de Yvan Leclerc, al menos desde 2001 está completamente identificada no sólo la falta de fundamento sobre que Flaubert sea el responsable de la expresión (lo que es noticia vieja en las filas flaubertianas), sino también la fuente de la declaración: por Leclerc sabemos que René Descharmes le colgó el milagrito. Supongamos que era un hombre bien intencionado… pero con buenas intenciones no forzosamente se arrojan luces sobre los grandes escritores. Son los casos de “no me ayudes compadre”.

            Al estilo de los cuestionarios literarios que imagina Pound en su ABC of Reading, podemos elaborar la pregunta a los aficionados a las letras: Además de la clásica refutación Leclerc (quizás el profesor Nabokov la llamaría la defensa Leclerc o el jaque Leclerc: la mejor manera de desarmar el problema Descharmes), desarrolle usted en cien palabras porqué es un absurdo. Ahora escriba un ensayo de mil palabras. Invite a un amigo caricaturista a que haga su ejercicio. Finalmente musicalice con Satie o con la Matancera.

            Otra precisión en la que el calendario habla implacablemente. La Dra. Espejo se apoya en el reciente libro de Pierre-Marc de Biasi, Gustave Flaubert. Une manière spéciale de vivre (Paris, Grasset-Frasquelle, 2009). Y bien, dentro de sus textos sobre Flaubert hay evidencia que antes del señalamiento de Leclerc, de Biasi aludía a ella como si fuera auténtica; con posterioridad a la ubicación hecha por Leclerc, de Biasi ha tomado la otra opción… sin mencionar nunca cómo llegó a ese conocimiento. Esto, por desgracia, no es sorprendente en de Biasi.

 

 

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La respuesta de porqué el infundio es inconsecuente puede ir así. Razones intrínsecas, más allá de la ausencia de la fuente directa: Madame Bovary fue escrita por Flaubert entre los 30 y 34 años de su edad (1851-56). Es el joven adulto quien tanto vital como literariamente alcanza su madurez con esa hazaña. Era el momento, después de la Revolución francesa de 1848, en que estaban definidas dos posiciones estéticas rivales. Por un lado una noción romántica en la que el artista tiene derecho a expresarse en su obra, a usarla incluso como vocero sobre sus convicciones y partidos; es el artista que se concibe ajeno y superior a las masas en un papel de guía moral público. Hay todo un costado de Victor Hugo que ejemplifica esto: al liderazgo por la obra (pensemos en la figura de Neruda). En la trinchera ideológica de enfrente se colocó una serie de jóvenes que eran individualistas pero de otra manera. Las consecuencias de 1848 los desencantaron del sueño de “guiar al pueblo” (no olvidemos el legendario La Liberté guidant le peuple de Delacroix, inspirado por “los tres –días–  gloriosos” de 1830) de modo que su individualismo los aleja de la participación pública tanto en las barricadas como en la Asamblea o demás órganos representativos. Encarnan al artista solitario y lejano. Imparcial… Este ideario es afín a Flaubert. Aparecen los “dogmas” de estos nuevos escritores: Arte por el Arte; Impasibilidad del Artista; el artista como científico moderno. Estamos en las décadas 40 y 50; Flaubert comparte estas convicciones con los artistas que en los años 1860-70 animarán el movimiento autodenominado el Parnaso (Le Parnasse). En la segunda mitad del siglo, la escuela decadentista con los hermanos Goncourt y Huysmans, pondrá en circulación la denominación “écriture artiste”, particularmente para la prosa, que es un preciosismo que pareció excesivo a Flaubert. En fin, si conocemos un poco estas premisas, resulta absurdo un Flaubert como “romántico” efusivo e ingenuo diciendo que su heroína es él mismo, alegorizado de manera entrañable.

Hay pruebas de porqué la atribución carece de bases. Su Correspondance ofrece apabullantes citas exhibiéndolo en el polo opuesto del biografismo. Citaré naturalmente por la edición de la Pléiade en cinco tomos (los cuatro primeros a cargo de Jean Bruneau y el último de Yvan Leclerc). Por ejemplo: “nada es más débil que meter en arte los sentimientos personales” (« A savoir que tu t’apercevais qu’il n’y avait rien de plus faible que de mettre en art ses sentiments personnels ». Carta a Louise Colet, 27/III/1852, t. II, p. 61). Es recurrente la obsesión de la literatura como ciencia, en el polo opuesto del melodrama hipotético de “escuchen mi corazón”: “La literatura adquirirá progresivamente la estatura de la ciencia; sobre todo será expositiva, lo que no quiere decir didáctica. Debemos hacer cuadros, mostrar la naturaleza tal como es, pero cuadros completos, pintar lo bajo y lo elevado” (« La littérature prendra de plus en plus les allures de la science; elle sera surtout exposante, ce qui ne veut pas dire didactique. Il faut faire des tableaux, montrer la nature telle qu’elle est, mais des tableaux complets, peindre le dessous et le dessus. » A Louise Colet, 6/IV/1853, t. II, p. 298).

Una década después, su “credo científico” no ha variado: “Os pregunto con franqueza si esto es normal en la vida, pues la novela, que es la forma científica, debe proceder por generalidades y ser más lógica que el azar de las cosas.” (« Je vous demande franchement si cela est ordinaire dans la vie? Or le roman, qui en est la forme scientifique, doit procéder par généralités et être plus logique que le hasard des choses. » A René de Maricourt, 9/I/1867, t. III, p. 587).

En síntesis este ideario estético lo acercó a la filosofía que sostenía el positivismo: estudiar con distancia – de lo que Flaubert es el ejemplo máximo en cualquier tiempo: el novelista asume su profesión por lo cual la primera fase no es de escritura sino la cuidadosa elaboración del proyecto detallado (todos los de Flaubert se conservan); acto seguido, mucha investigación especializada, tanto en archivos como investigación de campo: precisión, objetividad, nunca comentar ni juzgar los hechos sino sólo, como un científico moderno, mostrarlos (palabra sagrada en su correspondencia). En caso dado, es un “yo” atomizado; aconseja a la Colet, quien a pesar de ser diez años mayor que él y tratarse de una parisina “muy corrida”, era más sentimental e inocente a la hora de la escritura: “diseminada en todos ellos, tus personajes estarán vivos” (« toi disséminée en tous, tes personnages vivront » ; misma carta del 27/III/1852, t. II, p. 61.)

Así mi lector podrá comprender finalmente que cuando se exaspera y personaliza su vínculo con Emma Bovary, en lugar del desatino de “¡Oh lectores, mirad que Emma soy yo!”, vocifera aciduladamente sobre su propio oficio de escritor: “A tal grado que a las seis, cuando escribía la frase ataque de nervios, estaba tan fuera de mí, que gritaba tan fuerte, sentía tan profundamente a mi mujercita, que tuve miedo de yo mismo sufrir uno –ataque de nervios– por mi cuenta. (« Tantôt, à six heures, au moment où j’écrivais le mot attaque de nerfs, j’étais si emporté, je gueulais si fort, et sentais si profondément ce que ma petite femme éprouvait, que j’ai eu peur moi-même d’en avoir une.” (A Louise Colet, 23/XII/1853, t. II, p. 483)

Venga una cita abrumadora; escribió a su admiradora Mlle Leroyer de Chantepie el 18 de marzo de 1857: “Mme Bovary no tiene nada verdadero. Es una historia totalmente inventada; no metí nada de mis sentimientos ni de mi existencia”  (« Mme Bovary n’a rien de vrai. C’est une histoire totalement inventée ; je n’y ai rien mis ni de mes sentiments ni de mon existence », t. II, p. 691.) Repara lector: las cursivas son de Flaubert que no mías. ¡Bastaría que cualquiera de los espurios “flaubertianos” diera con ese célebre énfasis del maestro normando, para que le picara la mosca (¡quizás una tse tse tropical)! Dicho de otra manera: tengan el mínimo prurito de leer con cuidado los autores de quienes hablan, sobre todo antes de que escriban sobre ellos y “los citen”.

El campo sobre lo que del ser humano Gustave Flaubert se proyecta inconscientemente en Madame Bovary y en Emma en particular está abierto a  la opinión de cada lector y estudioso (como la monumental empresa inacabable de Sartre, El idiota de la familia). De ahí a poner comillas y escribir que él dijo… hay el abismo de la vox populi que en este caso es la Voz de la Ignorancia Campante y el mínimo reflejo autocrítico de “si digo que él dijo, supongo que tengo que poner la fuente con número de página y toda la cosa”. No es pedantería, querido lector; póngase Ud. en el caso de la persona que descubre que han puesto en su boca tal o cual frase comprometedora. ¿Yo? ¿Cuándo? Papelito habla.

            En su libro doctoral que originó el chisme, el mismo Descharmes hace varias de las citas anteriores que he traído a cuento (a veces con inexactitud). ¿Por qué diablos la necesidad de anclar la protagonista en una suerte de verismo biográfico? – Nos preguntamos, entre otros adictos, Yvan y yo. Mi sospecha: porque si nada viene de la nada, y esa novela simula tan vívidamente su pueblo de mediocres burgueses de provincia… ¡eso tiene que venir de algún lado! También sobre los científicos somos ávidos de propalar anécdotas llamativas, pues el resultado duro de sus ecuaciones, tablas o estadísticas tiene poca carne mundana de la cual asir “el imaginario colectivo”. Ejemplo con sabio griego. ¿Qué prefiere usted: comprender y explicar el principio de Arquímedes sobre el empuje hidrostático ejercido en los volúmenes sólidos o un hombre con la mirada perdida saltando de su jacuzzi de veteado mármol griego y corriendo desnudo por las calles de Siracusa? En resumen: hay que colgar el milagrito en algún terciopelo, de preferencia maquillando una confesión melodramática, prenderlo entonces de la solapa izquierda del prohombre, rozando su corazón. Pues rutas de pasión vende más que las notas a pie de página.

            Otra de las citas tan bonitas del epistolario en 1852: “Asunto, personajes, consecuencias, etc … todo está fuera de mí … Al escribir ese libro soy como un hombre que tocara el piano con balines de plomo en cada falange”. (« Sujet, personnages, effets, etc … tout est hors de moi … Je suis en écrivant ce livre comme un homme qui jouerait du piano avec des balles de plomb sur chaque phalange. » A Louise Colet, 26/VII/1852, t. II, p. 140)

            ¿Pero qué le importan a “las masas” lo que digan las fuentes inequívocas si es más emotivo el folletín en tonos sepias del Oh Autor escribiendo con sangre, sudor y lágrimas sus obras que, entonces, estarán entretejidas de confidencias y dolores íntimos? (Recuerdo una de tantísimas declaraciones que Borges solía hacer a los periodistas que nutrían sus notas con “unas palabras” del maestro: “Señor, yo no trabajo para la compañía de telégrafos; no busque nada de eso en mis cuentos o poemas.” – Pues el periodista le había preguntado, ávido de la primicia: “Maestro, ¿puede decirme cuál es el mensaje de su obra?”. Nunca guardé ese recorte de prensa. Oh buenos tiempos aquellos en que los periódicos nos entretenían con la ocurrencia de la semana del gran Georgie.)

 

 

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            Entre los conocedores de Flaubert, digamos, entre quienes juegan a fondo el deporte Flaubert, es un clásico identificar las ocasiones en que otros lectores y críticos suyos incurren en lo de “Madame Bovary es él”. Es como un guiño entre amigos: “ajá, ¿te acuerdas?, la respuesta 11 de Yvan.” La once. Referencia célebre. Por mi lado digo con placer que en 2006 tuve el gusto de cruzar correspondencia electrónica con Julian Barnes; por supuesto que el autor de Flaubert’s Parrot es un excelente conocedor de Flaubert. En el artículo “Flaubert’s Death-Masks” (Something to declare, Vintage, 2003) Barnes se resbala en el asunto; nuestra correspondencia fue muy cordial, me indicó que Jean Canavaggio también le había advertido el error. Fuera de eso, Barnes es una figura muy provechosa al flaubertismo.

Gracias al minucioso Octavio Paz en su siglo de Christopher Domínguez (Aguilar, México, 2014) me entero que por qué no, Paz también se derrapó donde incluso Barnes resbaló. Siete años después de la aparición de Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe (Seix Barral, Barcelona, 1982), Tetsuji Yamamoto y Yumio Awa lo entrevistaron para que el mexicano declarara campantemente “yo no podría decir, como Flaubert de Madame Bovary, Madame Bovary c’est moi. Pero sí puedo decir que me reconozco en Sor Juana”. (Domínguez envía a las Obras completas de Paz en Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores, Barcelona, 1996-2005. La cita: VIII, Miscelánea, p. 755. Declaración recogida en portugués por Tereza Barreto para la Folha de São Paulo, “Sor Juana sou eu”, 11/XI/1999). Inmediatamente después el acucioso biógrafo de Paz se remite a una obra del destacado pero a todas luces rebasado Albert Thibaudet (Flaubert, Gallimard, Paris, 1935, pp. 92 y s.) para especular –sobre el vacío– y concluir parafraseando que “la expresión se convirtió en una reivindicación del novelista como Dios.” (Domínguez, p. 415 y s.)

            Lo cual, amén de incorporar un premio Nóbel en esta danza de “¡Pero si Emma es él, todos lo sabemos, él mismo lo dijo!” permite proyectar los diferentes tipos de personalidades que han incurrido en el estribillo. En primer lugar, por supuesto, periodistas y difusores culturales sin mayor actividad intelectual que llover sobre mojado; en segundo, figuras de relativa formación (ejemplo: Magüi Mira, también los publicistas de Alianza Editorial) que alegremente posan de cultivadas entonando la frase; en tercer y cuarto lugares, intelectuales de monta (Espejo, Eco, Paz) y estudiosos de Flaubert (Thibaudet, Barnes) que cometen el desliz porque se ha vuelto una especie de verdad de facto, adquiriendo realidad práctica en la inercia de declaraciones; mas nada de ello revierte el pasado que no va más lejos que el libro de René Descharmes aparecido en 1909. Quizás el fondo final y sedimentario de este pozo sin fin es que la frase resultó suficientemente concisa y brillantemente acuñada (mérito de Bosquet o De Launay o Descharmes) como para aquietar a todos los “genetistas” que sin verbalizarla completamente se plantean la interrogante del Misterio de la Creación: “¿de dónde diablos se sacó… (digamos, Flaubert a la Bovary, Cervantes a don Quijote y al querido Sancho, Tolstoi a la Karénina y Dostoievski a los Karamazov)?” –No es posible que esos señores escritores simplemente se sienten a su mesa de trabajo, preparen los útiles de escritura, y don Quijote (o Celestina, o Leopold Bloom) habemus. Y el “soy yo” del autor instala ese pozo en la insondable psicología creativa del ser humano, de ciertos seres humanos que son nuestros genios. Entrados en gastos, me dan ganas de invocar al genio de genios, Leonardo da Vinci, para que éste le enviara un SMS, seguramente en latín sentencioso, al multimillonario Dan Brown: “Señor mío, deje de fastidiar y pare sus hermetismos de Bestseller, tan sencillo como esto: ¡la Mona Lisa soy yo!”

 

            Concluyo dando una noticia a los aficionados y apasionados de nuestro maestro normando. La colección de la Pléiade ha estado retomando varios de los grandes autores franceses en nuevas ediciones críticas que superan sus propias entregas anteriores. Es el caso de Flaubert. El ocho de noviembre de 2013 aparecieron los tomos II y III de las Œuvres complètes, bajo la coordinación general de Claudine Gothot-Mersch; el II abarca el periodo 1845-1851 (sus libros de viajes Par les champs et par les grèves, Voyage en Orient y textos complementarios, a cargo de la misma Claudine Gothot-Mersch y de Stéphanie Dord-Crouslé), el III reúne la producción 1851-1862 (La Tentation de saint Antoine, versión 1856, y dos novelas junto con materiales complementarios: Madame Bovary en edición de Jeanne Bem y Salammbô por Yvan Leclerc y Gisèle Séginger). A partir de la salida de dichos volúmenes, el resto de ediciones críticas les cederán la plaza como edición de referencia. Gothot-Mersch,  Gisèle Séginger y las demás figuras mencionadas se cuentan entre los más destacados flaubertianos activos en nuestro tiempo. Asimismo Michel Winock acaba de publicar la hasta el momento más completa biografía, simplemente titulada Flaubert (Gallimard, 2013).

            Me despido del ciberespacio clamando nuevamente ¡pero si el pobre Pécuchet soy yo! ¡Auxilio! A quienes deseen seguir conviviendo con el Oso Normando, les menciono que un ciber-lugar sumamente grato, tan erudito como lúdico, lleno de sorpresas, es el sitio Flaubert coordinado por el mismo Leclerc; cada visita garantiza horas de flaubertiano esparcimiento a los viajeros. Pocos deportes de mesa tan bellos como jugar al Oso Gustave: http://flaubert.univ-rouen.fr/

Et nunc erudimini.

Paris, 12 de diciembre de 2012 y 8 de mayo de 201

 

 

 

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