Presentamos, en edición bilingüe, el texto introductorio que Marisa Martínez Pérsico escribió para Le urgenze dell’istante (Edizioni Fili d’Aquilone, 2017) del poeta colombiano Federico Díaz-Granados al cuidado y traducción de Alessio Brandolini y recién publicado en Roma.
Las prisas del instante o los motivos de la fiesta
Las prisas del instante despierta el interés del lector ya desde el título, por lo que tiene de excesivo: pone el énfasis en la urgencia de los momentos por desaparecer. Aunque a primera vista el libro parezca reflejar una visión desencantada de la vida dictada por la fugacidad del tiempo, hay que adentrarse en sus páginas para calibrar con justicia su sentido. Federico Díaz-Granados (Bogotá, 1974) no celebra cualquier instante, sino aquellas vivencias significativas: un compendio selecto de anécdotas de infancia, complicidades amistosas, festejos familiares, soundtracks vitales y amores indelebles. Estos instantes moldean la memoria y a ellos regresa el poeta con su música para justificar el valor positivo de la existencia. Por eso, el incesante ejercicio del recuerdo conlleva la apropiación feliz de lo perdido: hay una forma de trascendencia en la memoria y en la palabra que permite que los momentos, a pesar de su urgencia por esfumarse, se engrandezcan y aquilaten. “De todas esas mudanzas, cambios y tránsitos donde se pierden afectos, seres queridos y objetos preciados surge la nitidez de los recuerdos por todo lo perdido y es allí donde encuentro lo luminoso y lo verdadero” afirma el poeta colombiano en una entrevista con Carlos Restrepo para el periódico El tiempo. Es como el escaparate de la abuela Margot, colmado de glorias pasadas que reviven por el acto de mirar, evocar y contar: “volver siempre sobre las cosas guardadas/ para entender siempre los motivos de la fiesta/ y recordar los nombres olvidados/ porque fueron esos preludios,/ esas dichas y esos cuentos/ el testamento más luminoso/ de cada día que inventó mi infancia”. En este libro no encuentro pesimismo sino una melancolía vitalista. Es un canto a la belleza de vivir, con su frágil transitoriedad, y una celebración de los encuentros humanos. Al final, el ejercicio prolífico de la memoria logra imponerse al desencanto, la abulia o el spleen contemporáneo que señalara Juan Carlos Abril en su reseña publicada en el periódico infoLibre en 2016.
No faltan homenajes y desvíos de la tradición literaria, empezando por la reapropiación de un léxico y unos temas que nos remiten a Gabriel García Márquez, primo de su abuela y figura tutelar de su infancia y primera juventud. Encontramos muertes con preaviso (“Al regresar/ seguro preguntaremos por los parientes muertos,/ los nuevos primos/ entre tanto hastío y ausencias anunciadas”), genealogías familiares hermanadas por el desamparo (padre e hijo se parecen “en las señas y el modo de llevar la soledad”) o el guiño del capítulo quinto, titulado “Del amor y sus estaciones”. Hay, también, algo de Isabel viendo llover en Macondo -contemplando el derrumbamiento de la naturaleza con un gesto pacífico y resignado- en la actitud del poeta, quien ausculta desde la ventana del poema el tránsito de lo inevitable con una aceptación mucho más digna y positiva pero siempre consciente de su impotencia ante la fatalidad.
Uno de los elementos más agudos y originales de la poesía de Díaz-Granados es el empleo de la ironía como contrapeso lírico. Funciona como un matizador, un atenuante de la nostalgia y un modo de exorcizar la gravedad y la solemnidad de las inquietudes existenciales e indagaciones ontológicas (como la recurrente pregunta sobre la naturaleza de Dios). Carolina Dávila, desde la revista Arcadia, enumera los ejes temáticos de su literatura: el tiempo y el azar como artífices del destino, la pervivencia del pasado y la vida como promesa incumplida. Estos mismos ejes los encontramos en su poemario anterior, Hospedaje de paso (2003), reeditado por la editorial Valparaíso en 2012. Pero en Las prisas del instante hay una vuelta de tuerca en lo que concierne al humor. Ahora encontramos, por ejemplo, una reescritura paródica del poema “Éramos los elegidos del sol” de Vicente Huidobro, incluido en Últimos poemas, de 1948. El yo lírico huidobriano se lamentaba del fracaso amoroso, a pesar de que “Éramos los elegidos del sol/ y no nos dimos cuenta./ Fuimos los elegidos de la más alta estrella/ y no supimos responder a su regalo./ Angustia de impotencia./ El agua nos amaba./ La tierra nos amaba./ Las selvas eran nuestras”. Aquí, la valía del amor venía refrendada por los elementos cósmicos y naturales: agua, tierra, sol, primavera, estrellas. Pero en el poema de Díaz-Granados titulado “Antes del espectáculo”, el yo lírico se lamenta de que “No fuimos los favoritos del gran público,/ ni los amados por los dioses./ (…) no fuimos los elegidos por las hermosas mujeres/ ni acertamos el premio mayor de la lotería,/ ni ganamos el Gran Premio de Montecarlo./ Todo nos fue ajeno y desconocido en este domicilio de traicionados y tardíos/ (…) Por qué no se oye el estruendoso aplauso del mundo/ ni se ven los variados reflectores sobre el escenario/ en esta noche sola en que triunfó el amor”. La naturaleza es reemplazada por figuras de la sociedad del espectáculo y del consumo: la farándula, los poderosos, los ricos y el récord de audiencia serían las nuevas autoridades encargadas de valorizar el éxito de las relaciones humanas. El poeta se pregunta con perplejidad por qué el mundo ignora el espectáculo privado de su amor auténtico y reclama su puesto entre los perdedores. Esta celebración del fracaso, por inversión irónica, adquiere el signo contrario en el poema. Será el lector el responsable de “tasar” la derrota o el triunfo de esta historia sentimental.
La poesía de Díaz-Granados por momentos apela a un “choque de estilos” que le confiere una voz muy personal: al vocabulario del idilio romántico se asocia el lenguaje pedestre de la vida cotidiana citadina y sus versos incorporan materiales descartables, biodegradables, económicos, comestibles y transitorios. El corcho, las latas, el papel de los tiquetes del cine, el barro, los lácteos y las carnes, las pastas que flotan en el agua hirviendo, las monedas, los pelos, las piedritas, las migas de pan, las galletas, los botones, los carteles callejeros o los bafles originan comparaciones e imágenes asombrosas que no abandonan el lirismo ni la epifanía poética. Aunque es verdad que su poesía nombra repetidamente el amor, el corazón o sus heridas, casi siempre Díaz-Granados coloca un contrapeso prosaico y autoirónico que evita la caída del discurso amoroso en el cliché sentimental. La vida es entendida como un karaoke –donde convergen la fatalidad del azar y la alegría de la fiesta– y el poeta celebra esta doble naturaleza: “Se sale del amor como del cine (…) siempre con los tiquetes rotos. Se sale del amor como de un tren o de un avión,/ llenos de paquetes y de inútiles encargos”; “para que tu nombre encaje donde debe decir olvido/ (…) cuento gordos y calvos en los centros comerciales”; “Estas palabras llegan con el humo de tus ojos,/ tardan en instalarse en el lugar exacto de la vida,/ crecen como las pastas en el agua hirviendo”; “sigo enhebrando botones y pelos en las solapas/ y arrojando arroz a los novios”; “Porque en el amor como en esta casa/ el corazón parece un corcho lleno de razones y de fotos”; “las despedidas/ (…) se acumulan en todos los bolsillos y solapas/ como viejas monedas en un tarro de galletas”; “todo se descompone más rápido en el corazón de un hombre triste:/ los víveres, las carnes, los lácteos”, “No sé dónde cubrir el corazón con cartones por si hay goteras/ porque en el amor como en la casa/ si enciendo la luz o abro las cortinas/ se deshace el barro del que estamos hechos”; “el mundo era un karaoke que jugaba con mi destino// Si hubiera sabido esto no habría dormido tanto”; “No creo en retornos/ pero mi vocación de viajero hace,/ cuando parto hacia la intemperie en el mundo/ que deje, como en mis días de boy scout,/ piedritas y migas de pan/ para no perder el camino de regreso a tu cuerpo”; “Las palabras tienen música sobre el papel que nadie canta (…) como quien patea latas vacías” y el poeta tiene el corazón “mordido en los bordes como un viejo borrador de la primaria”.
De este modo, Díaz-Granados amplía el espectro del mundo poetizable al alcance de la mano, mostrando nuevos palacios -centro comerciales, cines porno, supermercados o estadios-, nuevos carruajes como el DeLorean de la película Volver al futuro y princesas de cinematógrafo como Leia Organa de Alderaan, personaje de Star Wars y musa inspiradora de algunos versos suyos. La sociedad del espectáculo, contra lo que denunciara Guy Debord, no siempre empuja a una vida social inauténtica donde las relaciones entre las personas resultan mercantilizadas. Por el contrario, estos espacios de espectáculo y consumo también pueden ser cómplices de los sentimientos de sus habitantes. En este aspecto el escritor colombiano sigue la senda de uno de sus maestros, el poeta español Luis García Montero, a quien dedica el poema “Para mirar el mundo” donde no por casualidad figuran aeropuertos, cines y taxis amarillos.
Díaz-Granados hace un uso lúdico y humorístico de las llamadas locuciones. Incorpora a la textura de sus poemas algunas frases como “matar el tiempo” o “ver una luz al final del pasillo” que van asociadas al fracaso amoroso. El poeta juega con estos lugares comunes del idioma para descomprimir la desazón, en la misma línea de inversión irónica que hemos mencionado: “Y así la poesía será como el amor,/ llena de fiebres y de muchedumbres indecisas/ que buscan una luz al final del pasillo”; “Para matar el tiempo guardo los fantasmas y tristezas/ las nostalgias y los nombres que permanecen” (mientras el yo lírico resuelve crucigramas y lee avisos clasificados). Como señala Jorge Cadavid en el Boletín cultural y bibliográfico de Biblioteca Luis Ángel Arango, la poética de Díaz-Granados transita por una sólida vía deliberadamente prosaica, conversacional, cotidiana. Esta poesía es austera, meditativa e irónica, recurre a la parodia, al tono coloquial y a veces acanallado, a los titulares, los obituarios y los eslóganes.
El sentido del olfato es, en Las prisas del instante, un desencadenante de la evocación familiar, de la pulsión genealógica de una poesía donde padres, abuelos y parientes componen estampas entrañables. El poder de la memoria involuntaria -y, en particular, del olor de los almendros- tiene un lugar de privilegio en la cartografía del recuerdo. Este árbol es común en Bogotá y en las zonas montañosas del país, y está presente en el escaparate de la abuela Margot, donde caben estampitas de santos, supersticiones que se vuelven leyendas del Caribe y retratos pegados en el espejo: “Aquel escaparate estaba lleno de voces y canciones/ de recortes de prensa y obituarios de todos los parientes muertos/ y de aquel lugar salía un olor a tiempo detenido/ y a almendras escondidas entre los objetos”. También en el poema “El nombre del olvido”, el poeta se lamenta del inútil afán “de buscar/ cartas atrasadas en los buzones/ y un aroma de tamarindos o almendros/ que me devuelva un instante ese rostro ya perdido”. Y en “Portarretrato” se identifica el adiós del abuelo con el de los almendros: “Ante la cámara todos dicen whisky/ y allí quedan congelados para siempre/ los parientes y amigos/ las amantes inconclusas y afectos reunidos” pero siempre dejando fuera de foco “todo el umbral de los sueños/ (…) ante el ademán de despedida del abuelo/ y el largo adiós de los almendros”. Este perfume es capaz de restituir los rostros queridos del pasado, los instantes felices de la infancia, de congelar el tiempo y de ensanchar mágicamente el presente de la evocación.
Antes de concluir quiero detenerme en otras tres claves de la poesía de Federico Díaz-Granados: el valor cardinal de la amistad, la nostalgia por la expulsión del paraíso -que es la infancia- y la concepción de la poesía como fiesta. Si las mujeres amadas son estaciones pasajeras, inquilinas temporarias de un albergue metafórico que es el propio poeta, y si los familiares y antepasados tarde o temprano también desaparecen, pareciera como si las figuras omnipresentes fueran los amigos. La amistad es la forma del afecto que dura en el tiempo y en el espacio: aunque algunos amigos se marchen “hacia destinos inconclusos o países sin mapa” siempre habrá otros que, a cambio de las tristezas, “se llevan mi pañuelo lleno de lágrimas/ y ausencias”.
La poesía de Díaz-Granados insiste es la idea de incomodidad de un yo alojado en el mundo adulto y narra la resistencia a la aceptación del cambio, retratando el proceso de duelo por una inocencia/infancia irrecuperables (“esta luz tiene las chispas de aquella mañana que extravié/ cuando salí del paraíso con despedidas truncas”). Muy presente está también este argumento en su poemario Hospedaje de paso, especialmente en los versos de “Antes del paraíso” o “Álbum de los adioses”. Pero sin duda alcanza su clímax en el poema alegórico que narra el rito de paso de la infancia a la adultez con ternura y desgarramiento: “Good Bye Lenin”, otro homenaje cinematográfico. Allí, el niño que jugaba a ser cosaco en un patio andino desprovisto de nieve, abedules, estepas o pueblos incendiados escucha por la radio las noticias de la verdadera Unión Soviética y ese súbito descubrimiento de la realidad “tangible” inhibe para siempre su capacidad de fantasear: “Y no volvieron los cosacos, ni los konsomoles/, ni los cosmonautas a mi cuarto/ en aquella noche en que mi madre me daba las buenas noches/ en voz baja para no despertar a toda la casa/ mientras apagaba para siempre/ la última luz de mi infancia”).
Para ir recapitulando, hemos hablado de una poesía que practica un incesante ejercicio del recuerdo como estrategia para apropiarse de la pérdida, de su canto a la belleza de la vida en su frágil transitoriedad, de su celebración de los encuentros humanos, de los homenajes y desvíos de la tradición literaria que emprende con autores señeros de ambas orillas del Atlántico, del recurso a la ironía como contrapeso de las perplejidades existenciales, del poder de la memoria involuntaria en conexión con el recuerdo familiar, del valor de la amistad y de la nostalgia por la expulsión del paraíso de la infancia, con sus ritos de paso. Quiero concluir esta introducción con unas palabras sobre la función poética que subyace en estos versos, puesto que ellos mismos se preguntan por el lugar de la poesía en el mundo, en el capítulo II (“Arte poética”). Para responder este interrogante propongo leer el epígrafe didáctico de Álvaro Mutis que inaugura el libro: “No mezcles tu miseria en los asuntos de cada día. Aprende a guardarla para las horas de tu solaz, y teje con ella la verdadera, la sola materia perdurable de tu episodio sobre la tierra”. Pongo en diálogo esta cita con los versos finales del poema “La otra orilla”, que marca fronteras entre el hombre y su palabra: “De este lado de la palabra está el hombre/ con el silencio y la soledad del mundo/(…). Allá están las gramáticas y las hogueras/ que nos aguardan con paciencia/ para reiniciar, de una vez y para siempre/ la fiesta”. En Las prisas del instante los motivos de la fiesta se relacionan con el acto de contar: la palabra es una tregua para la celebración, un viaje del pathos a la euphrosyne, un tránsito del sufrimiento a la alegría y una posibilidad de solazarse con la cristalería, los confetis, los pitos y serpentinas en este “lento aprendizaje de la muerte” que es la vida.
Marisa Martínez Pérsico
L’urgenza dell’istante o i motivi della festa
di Marisa Martínez Pérsico
Le urgenze dell’istante suscita l’interesse del lettore fin dal titolo, per quello che ha di eccessivo: mette l’enfasi sulla fretta che hanno gli attimi di svanire. Benché a prima vista il libro sembri riflettere una visione disincantata della vita scandita dalla fugacità del tempo, occorre addentrarsi nelle sue pagine per calibrare con esattezza il suo significato. Federico Díaz-Granados (Bogotà, 1974) non celebra qualunque istante, ma soltanto il vissuto significativo: un compendio ben selezionato di aneddoti dell’infanzia, complicità amichevoli, festeggiamenti familiari, sound-tracks irrinunciabili e amori indelebili. Istanti che plasmano la memoria e ai quali torna il poeta con la sua musica per giustificare il valore positivo dell’esistenza. Da qui l’incessante esercizio del ricordo che implica la riappropriazione gioiosa di quello che è andato perduto: c’è una forma di trascendenza nella memoria e nella parola che permette ai momenti vissuti, nonostante la loro urgenza di svanire, di accrescersi ed essere valutati. “Da tutti quei traslochi, cambiamenti e passaggi dove si smarriscono affetti, esseri cari e oggetti preziosi sorge la nitidezza dei ricordi di tutto ciò che si è perduto ed è lì che trovo il luminoso e il vero”, afferma il poeta colombiano in un’intervista con Carlos Restrepo per il giornale El tiempo.
È come la vetrina della nonna Margot, piena di glorie passate che rivivono nell’atto del guardare, evocare e raccontare: “tornare di continuo sulle cose conservate/ per capire sempre i motivi della festa/ e ricordare i nomi dimenticati/ perché furono quei preludi/ quelle fortune e quei racconti/ il testamento più luminoso/ di ogni giorno che inventò la mia infanzia”. In questo libro non c’è pessimismo ma una malinconia vitalista. È un canto alla bellezza del vivere, con la sua fragile transitorietà, e una celebrazione degli incontri umani. Alla fine, l’esercizio fecondo della memoria riesce a imporsi sulla delusione, l’inerzia o lo spleen contemporaneo segnalato da Juan Carlos Abril nella sua recensione pubblicata nel periodico infoLibre nel 2016.
Nella raccolta poetica non mancano omaggi e variazioni della tradizione letteraria, iniziando dalla riappropriazione di un lessico e di alcuni temi che rimandano a Gabriel García Márquez, cugino di sua nonna e figura tutelare della sua infanzia e della sua prima gioventù. Incontriamo morti con preavviso (“Al ritorno/ sicuramente domanderemo dei parenti morti,/ dei nuovi cugini/ fra tanto disgusto e assenze annunciate”), genealogie familiari affratellate dall’abbandono (padre e figlio si assomigliano “nei lineamenti e nel modo di vivere la solitudine”), o la strizzatina d’occhio nella quinta sezione del libro, intitolata “Sull’amore e le sue stagioni”. Qui c’è qualcosa anche di Isabel che guarda piovere su Macondo – contemplando il crollo della natura con un gesto pacifico e rassegnato – nell’atteggiamento del poeta che ausculta dalla finestra della poesia il transito dell’inevitabile con un’accettazione molto più degna e positiva ma sempre cosciente della sua impotenza dinanzi alla fatalità.
Uno degli elementi più acuti e originali della poesia di Díaz-Granados è l’uso dell’ironia come contrappeso lirico. Funziona come un armonizzatore, un attenuante della nostalgia, ed è un modo di esorcizzare la gravità e la solennità delle inquietudini esistenziali e indagini ontologiche (come la ricorrente domanda sulla natura di Dio). Carolina Dávila, sulla rivista Arcadia, enumera gli assi tematici della sua letteratura: il tempo e il caso come artefici del destino, la sopravvivenza del passato e la vita come promessa incompiuta. Questi assi portanti si trovano anche nella precedente raccolta, Hospedaje de paso (2003), riproposto in Spagna dalla casa editrice Valparaíso nel 2012. Ma qui, in Le urgenze dell’istante (Las prisas del instante), c’è un giro di vite per quel che riguarda l’umore. Ora troviamo, per esempio, una riscrittura parodistica della poesia “Éramos los elegidos del sol” di Vicente Huidobro (1893-1948), inclusa in Últimos poemas (1948). L’io lirico del grande poeta cileno si lamentava del fallimento amoroso anche se “Eravamo gli eletti del sole/ e non ce ne rendemmo conto./ Siamo stati gli eletti della più alta stella/ e non abbiamo saputo rispondere al suo regalo./ Angoscia dell’impotenza./ L’acqua ci amava./ La terra ci amava./ I boschi erano nostri”. Dove il valore dell’amore viene confermato dagli elementi cosmici e naturali: acqua, terra, sole, primavera, stelle. Invece nella poesia di Díaz-Granados, intitolata “Prima dello spettacolo”, l’io lirico si lamenta del fatto che “Non siamo stati i favoriti del gran pubblico,/ né gli amati dagli dèi. (…) non siamo stati gli eletti delle belle donne/ né abbiamo vinto il Gran Premio di Montecarlo./ Tutto ci è stato estraneo e sconosciuto in questo domicilio di traditi e tardivi/ (…) perché non si sente il rombante applauso del mondo/ né si vedono i vari riflettori sullo scenario/ in questa notte solitaria in cui trionfò l’amore”. La natura è rimpiazzata da figure del mondo dello spettacolo e del consumo: gli attori, i potenti, i ricchi e il record di ascolto spetta alle nuove autorità incaricate di valutare il successo delle relazioni umane. Il poeta si domanda con perplessità perché il mondo ignori lo spettacolo privato del suo amore autentico e reclama il suo posto tra i perdenti. Questa celebrazione del fallimento, per rovesciamento ironico, acquista il significato contrario nella poesia. Sarà il lettore il responsabile di “valutare” la sconfitta o il trionfo di questa storia sentimentale.
La poesia di Díaz-Granados progressivamente ricorre a uno “shock stilistico” che gli conferisce una voce molto personale: al vocabolario dell’idillio romantico si associa il linguaggio ordinario della vita quotidiana cittadina e i suoi versi incorporano materiali “usa e getta”, biodegradabili, economici, commestibili e di breve durata. I tappi di bottiglia, le lattine, i biglietti cinematografici, il fango, i latticini e la carne, la pasta che bollendo galleggia nell’acqua, le monete, i capelli, i sassolini, le briciole di pane, i biscotti, i bottoni, i cartelloni pubblicitari o le casse acustiche generano paragoni e immagini sorprendenti che non abbandonano il lirismo né l’epifania poetica. Sebbene sia vero che la sua poesia nomina ripetutamente l’amore, il cuore o le sue ferite, quasi sempre Díaz-Granados colloca un contrappeso prosaico e autoironico che evita lo scivolamento del discorso amoroso nel cliché sentimentale. La vita è concepita come un karaoke – dove convergono la fatalità del caso e l’allegria della festa – e il poeta celebra questa doppia natura: “Si esce dall’amore come dal cinema (…) sempre coi biglietti strappati.// Talvolta si esce dall’amore come da un treno o un aereo,/ di corsa e silenziosi, pieni di pacchetti e di inutili commissioni”; “affinché il tuo nome s’incastri dove occorre dire oblio/ (…) conto i grassi e i calvi nei centri commerciali”; “Queste parole arrivano col fumo dei tuoi occhi/ e tardano a stabilirsi nel luogo esatto della vita,/ crescono come la pasta nell’acqua che bolle”; “continuo a infilare bottoni e capelli nei baveri/ e a lanciare riso agli sposi”; “Perché nell’amore come in questa casa/ il cuore sembra una lavagna di sughero ricoperta di messaggi e di foto”; “i congedi/ (…) si accumulano in ogni tasca e risvolto/ come vecchie monete in un barattolo di biscotti”; “Tutto si disfa più velocemente nel cuore di un uomo triste:/ i viveri, le carni, i latticini”; “Non so dove rivestire il cuore con cartoni se l’acqua s’infiltra,/ perché nell’amore come nella casa/ se accendo la luce e apro le tende/ si sgretola il fango col quale siamo stati creati”; “il mondo era un karaoke che giocava col mio destino// Se avessi saputo questo non avrei dormito così tanto”; “Non credo ai ritorni/ ma la mia vocazione di viaggiatore fa sì che,/ quando parto verso le intemperie del mondo,/ lasci, come nei miei giorni di boy scout,/ sassolini e molliche di pane/ per non smarrire la via del ritorno al tuo corpo”; “Le parole hanno musica sui fogli che nessuno canta (…) come chi prende a calci lattine vuote” e il poeta ha il cuore “con i bordi mordicchiati come una vecchia gomma delle elementari”.
In questo modo Díaz-Granados amplia la gamma del mondo poetizzabile, mostrando nuovi edifici – centri commerciali, cinema porno, supermercati o stadi –, nuove vetture come la De-Lorean del film Ritorno al futuro e principesse del cinema come Leia Organa di Alderaan, personaggio di Star Wars e musa ispiratrice di alcuni suoi versi. La società dello spettacolo, al contrario di quello che denunciava Guy Debord, non spinge sempre a una vita sociale inautentica dove le relazioni tra le persone risultano mercanteggiate. Al contrario, anche questi spazi di spettacolo e consumo possono essere complici dei sentimenti di chi li abita. Per quel che riguarda questo punto di vista lo scrittore colombiano segue il solco di uno dei suoi maestri, il poeta spagnolo Luis García Montero al quale dedica la poesia “Per osservare il mondo” dove, e non è un caso, s’incontrano aeroporti, cinema e taxi gialli.
Federico Díaz-Granados fa un uso ludico e umoristico delle cosiddette locuzioni: incorpora alla tessitura delle sue poesie alcune frasi come “ammazzare il tempo” o “vedere una luce in fondo al corridoio” che vanno associate al fallimento amoroso. Il poeta gioca con questi luoghi comuni linguistici per decomprimere il malessere, seguendo la stessa linea di inversione ironica che abbiamo menzionato: “E la poesia sarà come l’amore/ piena di febbre e di moltitudini dubbiose/ in cerca di una luce in fondo al corridoio”; “Per ammazzare il tempo custodisco fantasmi e tristezze/ le nostalgie e i nomi che indugiano” (mentre l’io lirico risolve cruciverba e legge avvisi catalogati). Come segnala Jorge Cadavid sul Boletín cultural y bibliográfico de la Biblioteca Luis Ángel Arango, la poetica di Díaz-Granados transita per una solida via deliberatamente prosaica, colloquiale, quotidiana. Questa poesia austera, meditativa e ironica, ricorre alla parodia, al tono colloquiale e talvolta “incanaglito”, ai titoli giornalistici, ai necrologi, agli slogan.
Il senso dell’olfatto è, in Le urgenze dell’istante, un elemento scatenante dell’evocazione familiare, della pulsione genealogica di una poesia dove genitori, nonni e parenti compongono ritratti affettuosi. Il potere della memoria involontaria – e, in particolare, del profumo dei mandorli – ha un luogo privilegiato nella cartografia del ricordo. Questo albero è comune a Bogotà e nelle zone montagnose del paese, ed è presente nella vetrina della nonna Margot, dove ci sono stampe di santi, superstizioni che diventano leggende dei Caraibi e ritratti incollati allo specchio: “Quella vetrina era piena di voci e canzoni/ di ritagli di stampa e obituari di tutti i parenti morti/ e da quel luogo usciva un odore di tempo segregato/ e di mandorle nascoste tra gli oggetti”. Anche nella poesia “Il nome dell’oblio”, il poeta si lamenta per l’inutile affanno “di cercare/ lettere in ritardo nella cassetta postale/ e un aroma di tamarindi o mandorli/ che per un momento mi restituisca quel volto ormai perso”. E in “Portaritratto” si identifica l’addio del nonno con quello dei mandorli: “Davanti alla macchina fotografica tutti dicono “Whisky”/ e lì restano congelati per sempre/ i parenti e gli amici/ le amanti imperfette e gli affetti conservati” ma ogni volta lasciano fuori fuoco “l’ingresso dei sogni/ (…) davanti al gesto di saluto del nonno/ e il lungo addio dei mandorli”. Questo odore è capace di restituire i volti amati del passato, gli istanti felici dell’infanzia, di congelare il tempo e di estendere per magia il presente nell’atto dell’evocazione.
Prima di concludere voglio fermarmi su altri tre punti determinanti della poesia di Federico Díaz-Granados: il valore fondamentale dell’amicizia, la nostalgia per l’espulsione dal paradiso – rappresentato dall’infanzia – e la concezione della poesia come festa. Se le donne amate sono stagioni di passaggio, inquiline temporanee di un rifugio metaforico che è lo stesso poeta, e se anche i familiari e antenati prima o poi scompaiono, sembra come se le figure onnipresenti siano gli amici. L’amicizia è la forma di affetto che dura nel tempo e nello spazio: malgrado alcuni amici se ne vadano “verso destini incompiuti o paesi senza mappa” ci saranno sempre altri che, in cambio delle tristezze, “si portano via il mio fazzoletto pieno di lacrime/ e assenze”.
La poesia di Díaz-Granados persevera con l’idea di un io che risiede nel disagio di un mondo adulto e narra la resistenza all’accettazione del cambiamento, tratteggiando il processo di dolore per una innocenza/infanzia irrecuperabili (“questa luce ha le scintille di quel mattino che ho smarrito/ uscendo dal paradiso con congedi mutilati”). Questo argomento è molto presente anche nella raccolta Hospedaje de paso (2003, Alloggio di passaggio), specialmente nei versi di “Prima del paradiso” e “Album degli addii”. Ma senza dubbio raggiunge il suo climax nella poesia allegorica che narra il “rito del passaggio” dall’infanzia all’età adulta con tenerezza ma anche lacerazione: “Good Bye Lenin”, altro omaggio cinematografico. In questa poesia il bambino che giocava a fare il cosacco in un patio andino sprovvisto di neve, betulle, steppa o paesi incendiati ascolta alla radio le notizie sulle vera Unione Sovietica e questa immediata rivelazione della realtà “tangibile” inibisce per sempre la sua capacità di sognare: “E non tornarono i cosacchi, né i komsomol,/ né i cosmonauti nella mia stanza/ in quella sera in cui mia madre mi dava la buona notte/ a bassa voce per non svegliare tutta la casa/ mentre spegneva per sempre/ l’ultima luce della mia infanzia”.
Allora, per riepilogare, abbiamo parlato di una poesia che pratica un incessante esercizio del ricordo come strategia per appropriarsi della perdita; del suo canto alla bellezza della vita nella sua fragile transitorietà; della sua celebrazione degli incontri umani; degli omaggi (con variazioni) alla tradizione letteraria che Federico Díaz-Granados intraprende con grandi autori di entrambi i lati dell’oceano; del ricorso all’ironia come contrappeso alle perplessità esistenziali; del potere della memoria involontaria in connessione con il ricordo familiare; del valore dell’amicizia e, infine, della nostalgia per l’espulsione dal paradiso dell’infanzia, con i suoi riti di passaggio. Ora voglio concludere questa introduzione dedicando alcune parole alla funzione poetica che sottendono questi versi, dato che essi stessi si domandano – soprattutto nella seconda sezione del libro (“Arte poetica”) – qual è il posto della poesia nel mondo contemporaneo.
Per rispondere a questo quesito propongo di leggere l’istruttiva epigrafe di Álvaro Mutis che apre il libro: “Non mescolare la tua miseria nelle faccende di ogni giorno./ Impara a serbarla per il tempo dello svago/ e ad adoperarla per tessere la vera,/ la sola materia duratura/ dell’episodio tuo sulla terra”. E ora pongo in dialogo la citazione coi versi finali della poesia “L’altra sponda” che traccia i confini tra l’uomo e la sua parola: “Da questa parte della parola c’è l’uomo/ con il silenzio e la solitudine del mondo/ (…). Là ci sono le grammatiche e i falò/ che ci aspettano con pazienza/ per ricominciare, una volta per sempre/ la festa”. In Le urgenze dell’istante i motivi della festa si relazionano con l’atto del raccontare: la parola è una tregua per il festeggiamento, un viaggio dal pathos alla euphrosyne, un passaggio dalla sofferenza all’allegria e una possibilità di svagarsi con le vetrine, i coriandoli, i fischietti e stelle filanti in questo “lento apprendistato della morte[1]” che è la vita.
Nota
[1] Verso della poesia “Dopo l’amore” di Federico Díaz-Granados (Hospedaje de paso, 2003, 2012 – Alloggio provvisorio)