62 voces de la poesía argentina actual: Paula Jiménez España

En el marco del dossier, Modelo para armar: 62 voces de la poesía argentina actual, con selección e introducción de Marisa Martínez Pérsico, presentamos a la poeta  Paula Jiménez España. Nació en Ciudad de Buenos Aires en 1969. En poesía publicó Ser feliz en Baltimore (Nusud, 2001), Formas1 (Terraza, 2002), la casa en la avenida (Terraza, 2004), la mala vida (Bajo la Luna, 2007), Ni jota (Abeja Reina, 2008), Espacios naturales (Bajo la Luna, 2009), La vuelta (Simulcoop, 2013),  Paisaje alrededor (Bajo la Luna, 2014), Canciones de amor (27 Pulqui / Vox, 2015), la antología personal  El corazón de los otros (Tabaquería, 2015, México/ Tabaquería, 2016, Buenos Aires), Terrores nocturnos  (El ojo del mármol, 2017) y las plaquetas Las cosechadoras de flores (La Mariposa y la Iguana, 2014), Nada llora (La mariposa y la iguana, 2015) y Tanka (Ritmo, UNAM, 2015, México).  En prosa: Pollera pantalón / Cuentos de género (La Mariposa y la Iguana, 2012).  En 2006 recibió el Premio Nacional de Literatura Tres de Febrero, en  en 2007 el 2º Premio de relato corto LGBT de Hegoak (País Vasco), en 2008 el Primer Premio Fondo Nacional de las Artes.. Como periodista colabora desde 2008 con “Soy” y “Las 12”, suplementos del diario Página/12.

 

 

 

 

 

 

 

El trabajo

 

Estaban muy cansados

pero yo no sabía. Cansados en el siglo

de las bombas y los barcos cargadores,

de un continente al otro, los pobres

siguiendo con la vista tras un ojo de buey

el hielo, la planicie

del mar que suspendía el futuro

haciéndolo flotar sobre su lomo azul

y desbordante.

Estaban tan cansados en el siglo

del plástico, comiéndose la vida en una lata

queriendo convencerse

de que era igual el trigo a una galleta

empaquetada, con trigos dibujados

esbeltos como el cuerpo

de un atleta alemán.

Pero ellos fueron moros y andaluces,

herencia sefardí

condenada al yugo y al litigio

perpetuo por la tierra, gente

de espaldas encorvadas y de cabezas gachas

y yo no lo sabía.

Pensaba que llevaban brújulas en los ojos

una espiga dorada entre los dientes,

no creía que ese don de construir

fuera un esfuerzo, creía que les era natural

igual que a las flores el color

de los pétalos, las plumas a las aves.

Como sus padres

también los dos alzaron

su vuelo migratorio

y se limpiaron el corazón al disponerse

a descansar en la paz de su nido,

ellos que solo se acostaban al caer

rendidos frente a algo a lo que nunca

habrían llamado una batalla,

porque no fueron el héroe y su heroína

y jamás lo serán.

Siempre en su cuarto propio

aislados de ese mundo que los iba tragando

lentamente

en cada gota de temor que golpeaba sus cabezas

como una tortura de película

de la guerra fría

el golpeteo a la serenidad, el cansancio en sus caras

el amor y el cansancio, como rejas

de hierro y alegrías

del hogar

en un mismo jardín.

 

 

 

Las madres errantes

 

Mis vecinas buscan a sus hijos al salir del colegio

y en los jueguitos del amenity

mientras hablan de cosas que ignoro, son las madres

que veo cada tarde detrás de mi ventana

(después de un tiempo, algunas

terminan pareciéndose).

Cuando mi tía murió, mi prima

me llamó por teléfono. No me dejó llorar

dijo: “Así está bien, sufría”.

Hay quienes se suicidan

a poco de perderlas o mueren como Barthes

en un accidente tonto, inexplicable.

Cuando era chica pensaba

que no podría sobrevivir a su muerte

y todavía no lo sé. No creo

en las convenciones, pero ese día

su día

la visito y le llevo un regalo, a veces dos.

Una primeriza me explicó que el amor

a su hijo era enamoramiento, metejón

que no se le pasaba.

Yo separé a mi gato de su madre

cuando tenía dos meses.

Ella lo olvidó y al verlo años después

mostró su garras y sus dientes

por defender un plato de comida.

Cuando vuelvo de un viaje

mi gato maúlla

como quejándose de mi ausencia.

Mi perro fue su madre y yo lo soy

de mis plantas cuando las riego.

Todos los días las mujeres dan

hijos en adopción y durante meses

supieron lo que irían a hacer.

Algunas meten la cabeza en el horno

y se desligan definitivamente.

Están las que se quedan y amenazan

con morir de un síncope.

Cartonean, ganan concursos de belleza,

roban carteras en el subte, hacen mènage à trois

son arrojadas a los basurales o al costado de las vías de un tren.

Hay madres que están solas y desean. Hay otras que desean.

Los astrólogos hablan de la energía de la luna. Pero la luna es blanca

y es perfecta. En la tierra las madres tienen imperfecciones.

Y yerran, como un buscapié

con la ilusión de un centro.

Burbuja, pistilo hermafrodita, todas

ansiando el trono

que como el aire rojo de una noche de amor

permanece vacío.

 

 

 

 

La emperatriz

 

Yo soy la tierra,
las líneas repetidas del segundo hexagrama
la redondez compacta, el circulo de hormigas
el reptar de lombrices apretadas circundando mi ombligo.
Lo excipiente abona mis entrañas,
el resto del amor, lo que secreta el goce cuando llega a su fin
y el corazón se vuelve a su propio destino solitario.
Nada me saca el don de concebir y si estoy seca
voy a crear el llanto
nutrido de las sales del océano, las lagrimas: mis hijas.
Nada hay detrás de mí, pero al futuro
le antepongo un escudo que defiende con hierro a la iniciada.
Capaz de rapiñar, declarar guerras, matar para cuidarla
o proteger esta matriz que crece
debajo de mi vestido azul, como la noche. Esta matriz
que es molde
de la especie, de la raza imponiéndose a la raza.
Adentro mío, dios
hierve como una bruja en una olla, porque yo soy la tierra
y estoy para quemar su frío, el nombre hueco
la madera hecha cruz, el poder de su cielo disgregado.
Soy la concentración.
Estoy para que adentro
de mí se originen volcanes, la erupción insensata. Y soy también
mi propia rajadura, por donde caigo, hermafrodita
y llena, para gestarme.
Es mi poder de magma: el invencible.
Yo engendro los berridos y la materia que se multiplica
porque soy primavera
la exultante de todo florecer
y me opongo al vacío, a su árbol despojado
al desierto arrasado de excrecencias. Si la esterilidad
gana esta guerra, si gana esa semilla híbrida, el no espacio,
lo que sigue es retorno.
Porque en mi vientre
albergo lo que sea, lo que quede, para otra vez crear
un movimiento de gusanos milenarios ovando entre los huesos
el aserrín de las generaciones, el olor hediondo de lo inmenso
convertido en pasado y desazón.
Yo soy la tierra y soy
los ojos ciegos húmedos
los ojos apretados contra el suelo, la puja
del cuerpo acuclillado a la orilla del río. Miren los peces
salir de entre mis piernas, nadar bajo el agua cristalina
y rozarse unos a otros para reproducir solo un destino, un futuro de espejos
que estallarían si
otra vez un big bang, pero inverso y centrifugo,
me tragara de pronto, atropellada
por sus siete jinetes de ceniza.
No lo dudo: después
suave como una brisa volvería a ser brote de jarilla en la arena
micromundo escondido, proteína
que alimenta a las raíces invisibles.
No se queden tranquilos.
Sientan mi aliento verde abriéndose al oxigeno,
tiene la fuerza total de las catástrofes.

 

 

 

 

El canto del chamán

 

 1

 veces son los ojos de lo suave

los que ganan la riña, o el interior

transparente de la carne del cactus

su fuerza verdadera. Vulnerables

y valientes los pétalos también, porque fragilidad

no siempre es miedo, dice el pájaro. Esa es tu parte

de sangre en este mundo, que podría no ser

tuya y ser nada.

 

 

 

2

El pájaro habla de Kirón

 

¿Y qué, después

de tanto traqueteo vacilante, de  caer

sobre el ripio y levantarse?

En el cuerpo

hay una sola herida que se agranda

un clavo que al hundirse nos libera. No aspires

al espíritu sagrado, dice el pájaro,

sino al error de su carne sin sosiego.

 

 

 

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