Poesía inglesa: Carol Ann Duffy

El poeta y traductor Edgar Amador (Coahuila, 1967) nos introduce en la obra de la poeta escocesa Carol Ann Duffy (Glasgow, 1955), a través de un par de textos. Por su poesía, ha merecido el Eric Gregory Award, el Scottish Arts Council Book Award, el Dylan Thomas Award, y en 2005 el T. S. Eliot Prize. Es la poeta de la corte de Inglaterra desde 2009.

 

 

 

 

                                                                       Para Ángel Gurría

Carol Ann Duffy es la heredera de Ted Hughes, no únicamente porque como Hughes, porta hoy el título de ser la poeta de la Corte de Inglaterra, sino porque su voz descarnada e intensa recuerda a veces los tonos del enorme poeta inglés autor de “Cuervo”.

           Carol Ann Duffy es hoy la Poeta Laureada (Poet Laurate) de la Corte británica, un honor institucional mediante el cual el Reino de Inglaterra reconoce a sus poetas, proporcionándoles un modesto emolumento, con la obligación de escribir poemas para ocasiones especiales del reino. (Por ejemplo, el anterior Poeta Laureado, Andrew Motion, compuso un rap para el cumpleaños del Príncipe Guillermo.)

            Más allá de ese título, Carol Ann Duffy es una poeta que campea sobre el ámbito literario de lengua inglesa, y su nombramiento como poeta de la corte sólo oficializó la égida que Duffy, sin pretenderlo, goza en la literatura en esa lengua.

            En lengua castellana ha habido algunas traducciones, pero quiero aprovechar la ventana de Círculo de Poesía para compartir dos que seguramente dispararán en quienes las lean las ganas de leer más de esta poeta contundente y delicada, como pasó conmigo tras la recomendación de mi amigo Ángel Gurría.

            He escogido dos de sus más conocidos poemas que representan sendos extremos de Duffy, la dulcísima sensualidad (Duffy es homosexual, lo que ayuda a leer mejor el poema) de “Entibiando Sus Perlas”, y la trepidante imagen y cruenta voz de “La Mujer de Lázaro” (Ms Lazarus), que ilustran la envergadura del registro de la poeta.

            “Entibiando Sus Perlas” fue escrito luego de que Duffy escuchó de su amiga, Judith Radstone (a quien dedica el poema), que las doncellas de las Damas de la corte solían llevar las perlas de la Señora con el fin de entibiarlas y lustrarlas antes de que las Damas las lucieran en las fiestas. “La Mujer de Lázaro” es un colofón terrible y humano a la historia bíblica de Lázaro el resucitado.

 

 

 

 

Entibiando Sus Perlas

 

       Para Judith Radstone

 

Junto a mi propia piel, sus perlas. Mi ama

me hace usarlas, entibiarlas, hasta la tarde

cuando peinaré sus cabellos. A las seis las pongo

en su blanco y fresco cuello. Pienso en ella todo el día,

 

descansando en el Cuarto Amarillo, contemplando seda

o tafetán, ¿qué vestido usaré esta noche? Ella se abanica

mientras yo trabajo empeñosa, mi lento calor entrando

en cada perla. Holgando sobre mi cuello, su cuerda.

 

Ella es hermosa, sueño con ella

en mi cama en el ático: la imagino bailando

con hombres altos, confundidos por mi leve, persistente esencia

bajo su perfume francés, sus lechosas piedras.

 

Sacudo sus hombros con una pata de conejo

miro su rubor suave filtrarse en su piel

como un suspiro indolente. En su espejo

mis rojos labios parten como si quisiera yo hablar.

 

Luna llena. Su carruaje la trae a casa. Miro

cada movimiento suyo en mi cabeza…Desvistiéndose

quitándose sus joyas, su mano delgada alcanzando

el estuche, deslizándose desnuda en su cama como

 

lo hace siempre…Y yo estoy aquí despierta,

sabiendo que las perlas se enfrían en este momento

en la habitación donde mi ama duerme. Toda la noche

siento su ausencia, y ardo.

 

 

 

 

La Mujer de Lázaro

 

He penado. He llorado toda una noche con su día

por mi pérdida, he rasgado el atuendo con que me casé

de mis pechos, he aullado, chillado, me he arrastrado

por las lápidas hasta que mis manos sangraron, vomitando

su nombre una y otra vez, muerto, muerto.

 

Me fui a casa. Vacié el lugar. Dormí en una sencilla cuna,

viuda, un guante hueco, medio fémur blanco

en el polvo. Guarde trajes negros

en bolsas negras, metí allí zapatos de hombre muerto,

enlacé el doble nudo de una corbata alrededor de mi cuello liso

 

demacrada monja en el espejo, tocándose sola. Conocí

las Estaciones del Duelo, el icono de mi cara

en cada marco sombrío; pero todos esos meses

estuvo lejos de mí, cada vez más pequeño

hasta encogerse como una instantánea, yéndose

 

yéndose. Hasta que su nombre dejó de ser un conjuro

de su rostro. El último cabello de su cabeza

salió flotando de un libro. Su aroma salió de la casa.

Se leyó el testamento. Verán, se desvanecía

hasta el pequeño cero en el oro de mi anillo.

 

Hasta que se fue. Y entonces fue leyenda, lenguaje:

Mi brazo en el brazo de un profesor de escuela –el sacudir

de la fuerza de un hombre bajo la manga de su abrigo-

por entre los setos. Pero fui fiel

tanto como pude. Hasta que él fue sólo memoria.

 

Pude así estar esa tarde en el campo

en un chal de fino aire, sanada, capaz

de mirar los bordes de la luna sucederle al cielo

y a una liebre salir de entre el seto; y notar luego

a los hombres de la aldea correr hacia mí, gritando,

 

Detrás de ellos mujeres y niños, perros ladrando

Y supe . Supe por la astuta luz

en la cara del herrero, los ojos chillones

de la camarera, las súbitas manos sosteniéndome

entre la ardiente acidez de la gente corriendo frente a mí

 

Vivía. Vi el horror en su cara.

Oí la loca canción de su madre. Respiré

su fetidez; mi consorte en su podrido sudario,

húmedo y despeinado debido al sellado flojo de la tumba

graznando su nombre de cornudo , desheredado, fuera de su tiempo.

 

 

 

 

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