Alí Calderón sobre Partitura para mujer muerta

Alí Calderón reseña la novela de Vicente Alfonso Partitura para mujer muerta, ganadora del Premio Nacional de Novela Policiaca otorgado por el IPAX y publicada recientemente por Grijalbo Mondadori.

Sinfonía para un desconcierto

Conocí a Vicente Alfonso en la organización de un Festival de Poesía en la Ciudad de México en 2006. Luego, nos encontramos en Culiacán el año pasado, en la boda de un amigo en común. Me pareció desde entonces un tipo sobrio, lúcido, de algún modo misterioso. Y pienso que así también es su libro.

Partitura para mujer muerta es una novela policiaca que gusta, que atrapa a su lector, que genera tensiones crecientes conforme avanzan las páginas y se acerca el final. Hay en la novela un interesante manejo del suspenso que suprime toda posibilidad de predicción. Ese es uno de los grandes atractivos de esta narrativa.

El crimen en torno al cual gira la novela es el asesinato atroz de Laura Suárez, una violinista virtuosa y la desaparición de su carísimo instrumento. A partir de ahí, una cascada de acontecimientos: las pesquisas de la policía, el proceso de detección, las pistas sobresalientes y, tras diez años de turbia impartición de justicia, la aparición y búsqueda de venganza de un presunto responsable, acaso un chivo expiatorio.

Pero esta novela me parece remarcable desde varios puntos de vista. Como lector ingenuo, en primer sitio, parto de la sensación. Leer Partitura para mujer muerta me parece semejante al proceso de tensar una cuerda. Conforme pasan los capítulos, sentimos que se tensa más y más la historia. Cada nueva pista, cada nuevo atisbo a “la verdad” nos obliga a rehacer la conjetura, a repensar el móvil del crimen, a desarmar el rompecabezas de la detección para volverlo inmediatamente a armar. Todo ello en el marco de lo ominoso, una atmósfera que cruza la novela y le imprime un morbo particular, ese algo que produce la emoción en la lectura.

Pero leer Partitura para mujer muerta es en sí misma una labor casi detectivesca. El sentido emerge intrincado: las voces narrativas se alternan, los recursos técnicos se multiplican, la enunciación se pluraliza. Igual aparece un narrador extradiegético de carácter tradicional que la proximidad de la primera persona; un acta del ministerio público (mala ortografía incluida) que ciertas instrucciones académicas o una reseña musical.

Concomitante a ello, el recurso de la focalización múltiple. Dos personajes, Álvaro Lobato y Jesús Gómez de la Garza, desde su particular lugar de enunciación, sospechoso y policía, nos ofrecen su punto de vista del crimen. A través de ellos conjeturamos, atamos cabos.

Y aunada a esta complicación, el desfase temporal. La intriga, es decir, el ordenamiento de las acciones tal cual aparecen en el discurso, no se corresponde en absoluto con la fábula o el ordenamiento lógico-causal, cronológico, de la diégesis, de la historia. Lo anterior genera un efecto de caos, de ambigüedad temporal, la confusión, la sensación de no saber qué pasa. En resumidas cuentas: el terreno perfecto para una novela policiaca.

Entonces, resumiendo: la polifonía narrativa (empleo de distintas estrategias para contar), la focalización múltiple y el desfase entre fábula e intriga, crean un nebuloso espacio de interpretación, fértil e idóneo para la detección.

El estilo de Vicente Alfonso es una voz media que alcanza los altos registros mediante la tensión, la prosa precisa y elegante así como sus vuelos poéticos. Cito un fragmento que puede dar muestra de su maestría:

Perla tenía un culo estrecho, apretado, delicioso. Jamás imaginé el placer que sentiría mi miembro al abrirse poco a poco, como un animal ciego, hacia el calor de sus entrañas. Mientras la embestía una y otra vez, trataba de retardar el clímax pensando en otras cosas. Pero me excitaba aún más mirar sus hombros, sus clavículas angulosas, la greca de tinta que exhibía en su espalda como una sombra imborrable, definitiva. Luego me concentré en sus nalgas, las abrí de forma que pudiera ver mi verga entrar y salir de su estrecho orificio. Sentí un placer animal. Recordé a Blackaller metiendo su índice en el ano muerto de Laura Suárez. Se me ocurrió entonces mi tercer deseo. Cuando estaba a punto de venirme saqué mi miembro del trasero de Perla; le ordené que se sentara en la cama. Descargué sobre ella un cálido, espeso chorro de semen.

Creo que Vicente Alfonso es un novelista muy interesante en varios niveles. En lo que pudiéramos llamar “macro”, se preocupa por modelar meticulosamente el argumento de la novela, su estructura. Pero en lo “micro”, del mismo modo, urde un discurso elegante, cadencioso, tenso.

Vicente Alfonso crea alegorías que vuelven polisémico el texto y lo dotan de calidad. Me recuerda de algún modo a Fidencio González Montes en aquel cuento paradigmático, “Juego de ajedrez”, donde se compara una relación amorosa con una partida de ajedrez. En este caso, Alfonso compara el asesinato con un juego de dominó. Lo mismo sucede con las referencias a “La consagración de la primavera”, o a una lied de Schubert, por ejemplo. El sentido, como decíamos, emerge intrincado, en cada palabra hay una pista, en cada referencia un atisbo a la verdad.

El símbolo que se construye hacia el final de la novela me parece muy interesante también. Todo se “resuelve” durante un apagón en la ciudad de México. El apagón está también cargado de sentido, es polisémico. La falta de luz es un indicio, una pista que nos dice: cuidado, no habrá una resolución en esta novela. Preparen el desconcierto.

Pero ¿cuál será el símbolo que subyace en Partitura para una mujer muerta? Decía Paul Ricoeur que el símbolo estético da qué pensar, que agrega sentidos a la realidad, interpretaciones de la misma. Quizá la novela, ubicada en los años turbios del salinato y el inicio de sexenio de Zedillo, de algún modo, hace un paralelo con su contexto histórico. El desconcierto, la impunidad, la falta de justicia en lo social se extiende a la novela. El desconcierto y la impunidad son sensaciones que nos acompañan tras girar la página final de esta novela.

No puedo sino decir que vale la pena leer Partitura para mujer muerta. Vicente Alfonso construyó un texto consciente de sus recursos, una novela que para el lector de primer nivel será sumamente interesante y para el estudioso, materia de reflexión. Enhorabuena.

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