Poemas inéditos de Rodrigo Rojas

rodrigo rojas

El poeta chileno Rodrigo Rojas (1971) nos ofrece una serie de poemas inéditos, salvo por el texto titulado “Grand Central”, perteneciente al poemario de título homónimo.

 

 

Tempore Belli

 

A Shradha Shah

 

La ciencia

reduce el olor

a cinco elementos:

carbón,

hidrógeno,

azufre,

oxígeno,

nitrógeno.

Pero, curiosamente,

el componente aromático

de la mierda humana

es químicamente cercano

al del jazmín.

Ambos comparten la misma raíz,

la comparten con el pasto

recién cortado, con la lluvia

que despierta a las lombrices,

con el barro

donde crece el hinojo,

con la corteza blanda

de árboles podridos,

con un floripondio lánguido

y con la magnolia de agosto.

Esto es evidente para un perro,

pero para un niño

que mira desde su ventana

al pájaro que caza gusanos,

el niño que siente un tordo en la lengua,

que escucha una detonación y ve a los vecinos

desplomarse en la vereda

y luego siente olor

a geranios,

al residuo de la cortadora de pasto,

claro, ese niño no sabe

que así huelen los gases nervoactivos,

que las bombas químicas emulan jardines.

 

 

 

 

Inmutabilidad

 

Para salvarse actúe con la certeza

de que siempre será otro el burgués

oculto bajo un velo de mentiras.

Escriba desde una clase social

-la que sea- pero declárese

un tipo que comprende ese algo

inefable que expresa el hambre,

el dolor o el pasado y asuma

la inacción como postura crítica.

Acuse a diario, denuncie, hágalo

a discreción, en ayunas, apenas

despierte, luego beba un mosto

con su antiguo captor y bese

profusamente su boca con lengua

como si fuere un sacapuntas

que afila el mismo discurso

que antes aborreció.

Procure sufrir públicamente

use muchos silencios al hablar

y desestime todo intermediario 

en conversaciones de tú a tú,

con la historia y la justicia.

Que lo traten como se merece,

como quien, por su sensibilidad,

fue salvado y solo por compasión

permanece entre nosotros.

 

 

 

Grand Central

                                                 

i.

Cuando el subway apunta al tímpano,

brama una sierpe luminosa

como lo haría el mar en los túneles

empujando una ráfaga caliente, sumergida,

un manglar de palabras que entran a gritos,

que fluyen nerviosas, enredadas en turbantes,

en sombreros, en pelucas plásticas

y a todo lo mojan, para que beban de ellas,

todo lo sofocan con su vaho,

para adherirse a la ropa, al asiento.

Pero no las desmenuza la velocidad,

porque estas palabras anudan sus hebras,

se suturan como los sustantivos a la lengua.

 

 

ii.

En las cavernas late un vagón del tren.

En su marcha aplasta a los durmientes.

Ellos mugen porque adoran al Señor en cadenas de oro,

en tarjetas plásticas, en su abdomen y pechos firmes.

Mugen porque tienen fe en la repartición de la riqueza.

Mugen porque son ganado y carnicero a la vez.

Mugen sobre rieles como muge el buey––  el subway.

 

 

iii

Marchan a su vez las palabras

marchan las hormigas con granos de palabras,

con sueño o cafeína, con delirio marchan.

Desde la caravana oscura surge la voz de la hormiga:

Con fuerza hidráulica,

con ácido, pinzas y tenazas,

hemos socavado grietas, túneles inmensos.

Hilamos un argot, una ruta de la seda hacia Grand Central.

Mis hermanas marchan por las vigas del subterráneo

traen gotas del río Harlem  y las cambian por azúcar

palabras fermentadas en boca de borrachos,

trozos de la lengua que ruedan

como arándanos por el piso del vagón.

Sabemos que dichosos  aquellos

que tejen el argot que vestirá el mundo.

Dichosos quienes desgranen, desgajen el silabario de sus goznes,

pongan en barbecho los diptongos

y luego planten un huerto de verdes giros idiomáticos,

pues la cosecha les será abundante. Florecerá

la tinta de las grises columnas del New York Times,

cada línea impresa serán los pastos

donde retozarán nuevas palabras.

 

 

iv

Las hormigas se camuflan en el subway

como letras que cayeron de un periódico,

negras y pequeñas, Times New Roman 12,

se ordenan en versos que marchan por el andén,

una caravana de sílabas exactas en su métrica.

Pero en ocasiones esa caravana se extravía,

la seduce un imposible olor a lilas.

A menudo solo es una corbata,

perfume, flores estampadas en la seda.

Otras veces el aroma es aún más intenso,

parece un brote rompiendo la corteza con sus pétalos.

La caravana se detiene ante dos columnas de ébano

dos piernas que se elevan,

se juntan en tan húmedo jardín;

la falda que las envuelve incluso flamea,

como si esos labios dejasen caer algo más

que su denso rocío sobre el piso del tren.

Entonces las hormigas al unísono

sueltan las gotas que traen del río

y reciben esos zumos que precipitan del jardín colgante.

Así comienza su traducción secreta,

así secretan nuevas gotas             

en la penumbra de Grand Central.

 

 

v

Un bufido de vapor sale de las alcantarillas,

sopla el viento que mece el pastizal de los idiomas.

En los edificios que circundan la estación, el huevo eclosiona,

el agua ebulle, la tetera silba, se infla la bolsa de la aspiradora,

se llenan los pulmones de polvo, se expanden las estrellas,

se contrae la vena al ser pinchada, el niño exhala lo aspirado,

se vacía la bolsa, la tetera calla, el agua se estanca,

el huevo madura, nace una barata.

 

 

vi

En las cavernas late un vagón del tren.

Bajo el tren, pulsa un corazón diminuto,

Apócrifo, mesías de las baratas:

Como Apócrifo he traído mi palabra

y sobre ella fundaré una colonia.

Como gesto auto-erótico, haré germinar la basura

y ustedes serán los bellos capullos de la sombra.

Flores pútridas, pero flores que sobrevivirán al hongo atómico.

Ovulen bajo el óxido de los andenes

yo las transformaré en ejércitos que heredarán la tierra,

serán indestructibles porque les basta los deshechos.

En ustedes yace la vida fértil,

descomposición, gases fétidos, larvas en cultivo.

 

 

vii

Entonces amáronse las baratas.

Amáronse en cloacas, ilumináronse en el fango,

deseáronse desplegando sus alas de celofán.

Se jactaron de ser industriosas ciudadanas que heredarán la tierra.

Todo esto será de ustedes –instruyeron a sus larvas-

conducirán el trueno sobre rieles.

Luego, impúdicas,

abandonáronse al amor desde los cilios temblorosos,

sus extremidades puntiagudas,

amáronse con palabras de coleóptero,

amáronse más allá de la mugre

como flores de la oscuridad que se abren con pétalos de acero

desde una lata de Cocacola, con lustroso caparazón

que brota a la penumbra de los polvos fungicidas.

 

 

 

 

Pira a un amigo

 

Los salmones que sortean y escaparon a los osos

para desovar granitos negros merecen morir.

Mientras las carnes podridas navegan,

viajan a merced de las aguas,

 inician otro viaje.

––Gonzalo Millán

 

Cuando el autor del epígrafe nos falte

todo mantendrá su distancia.

Quizás el tren deje de ser un cliché

que pasa a lo lejos,

pero los rieles

seguirán

expandiéndose bajo el sol,

los árboles crujiendo al calor, 

los frutos caerán de la rama

su carne horadada fermentará,

el viento seguirá agrietando la tierra,

las placas continentales a la deriva,

Buenos Aires apartándose de Ciudad del Cabo,

la Cruz del Sur cada vez más larga en el cielo

y observaremos, sin nada que decir,

la victoria de la gravedad,

a la materia decaer, al labio superior

pegado al inferior, a las palabras

lejos de la boca, el sonido

avanzando en ondas,

Los espacios, como los que hay entre átomos,

serán difíciles de cubrir, de nombrar;

porque nada es sólido,

todo dentro de sí, contiene la lejanía.

 

 

Datos vitales

Rodrigo Rojas (Lima 1971) poeta y traductor. Ha publicado Desembocadura del Cielo (1996), Sol de Acero (1999),  ambos en Ed Cuarto Propio, Grand Central (2005) por la colección del Foro de Escritores y este año un libro de ensayos Vueltos Lengua, la traducción como estrategia de resistencia.  Actualmente dirige la Escuela de Literatura Creativa en la Universidad Diego Portales en Santiago de Chile.

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