Foja de Poesía No. 243: Blanca Luz Pulido

Blanca Luz Pulido

Presentamos un acercamiento a la poesía de Blanca Luz Pulido (Estado de México, 1956), destacada poeta de la generación de los cincuenta. Fue miembro del Tercer Programa para la Formación de Traductores de El Colegio de México,y becaria del Sistema Nacional de Creadores de 2001 a 2006.

 

 

Del libro Cambiar de cielo (1996)

 

  Vuelo

A cada lento paso

sucede el otro,

y el siguiente,

y otro más.

Siempre tan cerca de las sombras,

y siempre aquí,

atados a la tierra.

        

Ellas son leves.

El aire es el camino de sus pasos.

¡Cuántas fugaces calles en el cielo,

qué de invisibles geografías

dibujadas en la altura con su vuelo!

 

Y sigo lentamente caminando

mientras las aves regresan del misterio.

 

Acaso mi libertad tan sólo sea

imaginar el aire

corriendo suavemente entre sus alas.

 

Yo sólo puedo ver cómo se pierden,

serenas en al ávido horizonte.

 

 

 

Del libro Pájaros (2005)

 

 Reto

Desde dónde me mira,

indescifrable reto,

el pájaro en la orilla del estanque.

 

En la volátil fijeza de su estampa

soy esa gota que atrapará en su pico,

soy el instante exacto

en que dos mundos se encuentran

para reconocerse distantes e intocados,

sólo en apariencia unidos

bajo un mismo cielo protector y aliado.

 

Parece eterna su imagen,

labrada en la memoria de esa tarde,

pero está sin estar: su levedad es llave

que lo lleva de un mundo a otro

sin espesuras, azar de indecisiones,

al aire limpio de su voluntad sonora.

 

 

 

         Los que se detienen a mirar pájaros

Hay un silencio que sólo rompe el sonido de las ramas agitadas por el viento. Los que miran pájaros esperan. Llegaron antes de que el sol iluminara el cielo.

Un mundo que no existe en las aceras los rodea. Callan y esperan la aparición de los pájaros, hasta que llega la mañana abriendo el cielo, fresca, nueva.

Los que se detienen a mirar pájaros forman grupos pequeños. Su mirada es interior, sus movimientos suaves. Han aprendido de las aves a estar quietos, a pararse en la mejor rama y quedarse inmóviles a ratos. Hablan poco. Prefieren escuchar.

Entre las ramas, sin aviso (el mundo de los pájaros es un perpetuo asombro), llega el dibujo sonoro, intermitente y leve, de un invisible búho. Horas después, desde lo alto y a lo lejos, aparece en un árbol, ligando así su canto a su figura. Los buscadores de pájaros reúnen lo que parece disperso: sonidos y color, luz y materia: con paciencia distinguen las huellas más pequeñas, escuchan las voces, los llamados, las palabras del preciso idioma de los pájaros.

Allá van, andando la mañana. Sumergidos en el mar inverso de árboles y cielo, donde aparecen, si hay suerte, los cantores escuchados: azul azulejo, rojo cardenal, calandria, cenzontle, ruiseñor, y muchos más: multiforme deseo nunca saciado.

Un carpintero, con su collar amarillo o rojo, vuela nadando en ondas por el cielo. 

Gambusinos de la vida y de sus alas, los que entregan sus días en este viaje parecen ceñidos a la tierra pero no lo están completamente: si miras bien, verás en su circunferencia un aire leve y ausente, en su mirada un contagio azul y en sus brazos la suave pelusa de intangibles alas.

Ellos prenden la vista a lo inasible y tocan lo que a veces miran. Escuchan y callan, y al mirar, recuerdan tal vez lo que todos supimos algún día.

Su tiempo es de este mundo y es ajeno.

En medio de dos reinos tienden puentes: 

no hay otra libertad.

 

                                              

 

Laurel de la India

 

Me detengo a mirar este universo,

y decido que este árbol de la esquina

señala el centro del mundo,

en una calle de esta ciudad

que podría llamarse de otra forma

pero se llama Mérida.

 

La tarde avanza

entre ramas y verdes gritos de aves

en este lugar de trópico y de piedra

que navega en humedad, en un pasado

que nace hoy mismo al pie de mi árbol

y desde la tierra crece con el día

a través de sus raíces que dibujan

un mundo paralelo, hondamente inverso.

 

Este árbol es la orilla de otros cielos,

símbolo y fragmento de la vida

y se ocupa sólo en ser, como sus pájaros

con nombres de colores,

azulejo, cenzontle, cardenal, calandria,

que llegan alternados o dispersos

con trinos y graznidos o zureos

tejiendo con sus alas un transcurso

de luz donde el espanto retrocede.

 

Legiones de mil verdes pasan con la tarde,

pájaros cantores o callados entregan sus afanes en el árbol

y deslizan en el cielo,

hacia el centro de la altura,

las alas que los sostienen para llegar a ti,

laurel de la India en una calle de esta ciudad

que podría ser otra

pero se llama Mérida.

 

 

 

Poemas del libro inédito La tentación del mar, que será publicado próximamente por la editorial mexicana Jus:

 

 Escoba

Inauguras, matutina escoba,

el día con tu plegaria.

 

Monje en oración desde lo bajo,

en cada movimiento

que trazas en la acera

me regresas el mundo,

me traes de nuevo el sur,

el norte y el ahora. 

 

Ya puedo recomenzar,

de nuevo intacta.

 

 

 

León del trópico

En el trópico mexicano,

ya se sabe,

los leones no existen. Pero

hay uno en Mérida, cansado

de las estepas africanas,

en lo alto de una columna

a la entrada de cierta casa.

Entre el árbol de mango y la bugambilia,

el perezoso león había alcanzado

el cielo de la inmovilidad,

una tibia mansedumbre,

el descanso de su ser predador.

 

No sé por qué

ese león pétreo e imposible,

de rasgos borrados

por los años, la humedad y el sol,

detenía mis pasos ciertas horas,

cuando el calor ahuyentaba

a los cuerpos de aceras y exteriores.

 

Mirarlo

era diluirme en sal y sudor,

presa de su garra inmóvil

y a punto de volverme insecto, planta,

o simple reunión de líquidos diversos

ya sin nombre.

 

Todavía lo encuentro en sueños

mientras vira hacia el fragmento,

el musgo y el guijarro.

 

 

 

Cansancio

 

Una mujer que canta

cruza el río de la memoria.

 

Su voz dijo y nombró las mismas cosas

–la vida, sus extrañas formas–

que insisten en volver

en estas líneas.

 

Ella empieza en el pasado

y llega adonde quiere nuestro aliento.

                           

Surcando mares nunca antes navegados

su voz quedó prendida

de una tierra de brumas y certezas

que quiso ser el mundo totalmente.

 

Las ondas de un mapa que perdí,

la corriente de un río que entra en el mar,

se disuelve y adensa

son su reino.

 

La mujer que fue un país acaso sueña

en el espejo que miente

el cansancio de ser y de no ser,

de ser todos lo mismo y ser tan otros.

 

Su voz

y su cansancio en este espejo

derraman lentamente

las notas muy jóvenes

                                ya antiguas

del mar que abandoné,

y me devuelven la dulce, la discreta

costumbre de atesorar lo ya perdido.

  

                                                                  A la memoria de Amália Rodrigues,

                                                                                   por la canción Cansaço.

 

 

 

 Hoy que es martes

Hace dos días era domingo,

y aún siento su aguda luz inabarcable.

En todos los domingos, además,

acecha el lunes.

Salto al jueves, al generoso jueves

que atesora el eco del sábado futuro:

los sábados, tierra conquistada.

Entre unos y otros, el venturoso viernes

es la ocasión propicia, semilla del azar.

 

(Del miércoles no sé: día incierto

en que nada persevera.)

 

Por eso me quedo con el martes:

por su lejana profecía de guerra,

porque le da la espalda tenaz a cada lunes,

porque es compañero discreto de los jueves

y tal vez

porque hoy amaneció martes

y me gustó su acento y su estatura

y decido que el martes se eternice,

me asombre y me divierta,

y en su secreto orgullo

devore a todos los días del calendario.

 

 

 

 Paisaje sin mapas

De la arista derecha de una nube

cuelgo el inicio del poema.

Viajo a Tabasco, humedad terrestre,

y la memoria se puebla de un rumor

de días a la deriva de sus ríos.

 

A la orilla del tiempo,

sin conocer nuestros afanes

prolijos y dispersos,

ni la urgencia del trayecto,

ni los mapas que nada saben del paisaje,

un martín pescador, una mañana,

desde la rama de un árbol

recolectaba minutos prodigiosos

                            en medio del silencio, inmóvil,

para alcanzar

a sus presas en el agua.

 

A lo lejos,

graves disturbios financieros

envidiaban la calma de las garzas,

centinelas también de la ribera

donde aún miro caer las sinrazones

de mi vida desierta

sin su estatura azul, perla morena o clara

descansando en la trama de la palma.

 

¿En qué momento perdí

el sonido del agua,

dónde encontrar

otra realidad

donde habiten los versos,

las aves,

el poema?

 

Sigo tejiendo cintas de recuerdos

y en cada calle prendo

un eco de Tabasco,

mientras la lluvia me envía por telegrama

el mensaje de sus ríos.

                  

Vengo o voy

bajando lenta

                                                    rápidamente

de su humedad antigua

a esta llanura rodeada de montañas

que poco recuerdan del agua libre al sol.

 

Ellas también

cuelgan su nostalgia

del último fragmento del poema,

                             de las primeras gotas de la tarde.

 

 

Datos vitales

Blanca Luz Pulido (Estado de México, 1956). Poeta, ensayista y traductora. Estudió Lengua y Literaturas Hispánicas en la Universidad Nacional Autónoma de México, y la Maestría en Literatura Mexicana en la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Fue miembro del Tercer Programa para la Formación de Traductores de El Colegio de México,y becaria del Sistema Nacional de Creadores de 2001 a 2006. Ha publicado once títulos de poesía, entre los que se encuentran: Raíz de sombras (Fondo de Cultura Económica, 1988), Reino del sueño (Aldus, 1996), Cambiar de cielo (UAM/Verdehalago, 1998), Los días (Colibrí/Secretaría de Cultura de Puebla, 2003), Pájaros (Lunarena, 2005), Al vuelo (Ediciones de Educación y Cultura, 2006) y Libreta de direcciones (Universidad de Costa Rica, 2010).  

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