Poesía permutante. Dos cartas, dos caras de Poe

Casi un lustro antes de su muerte, Edgar Allan Poe (1809-1849) dirige una carta a la Graham’s Magazine que le solicita una “autobiografía espiritual”. La introspección de la primera carta contrasta frente a la crónica de un viaje que Poe relata a su madre en la segunda misiva que aquí presentamos en la traducción de Mario Bojórquez.

 

 

 

 

Dos cartas, dos caras de Edgar Allan Poe*

Poe escribió esta larga carta introspectiva en respuesta a Lowell quien le había solicitado una “autobiografía espiritual”, para presentarla a los lectores de Graham’s Magazine.

 

Nueva York, 2 de julio 1844

Querido Señor,

Me compadezco de esa indolencia natural, de la cual usted se lamenta, porque es uno de mis menores defectos. Soy excesivamente perezoso y maravillosamente activo, por momentos. Tengo periodos donde toda actividad intelectual es para mí una tortura, y donde nada me satisface más que convivir solitariamente con “las montañas y los bosques” —esos altares de Byron. He, incluso, perdido meses enteros vagando y soñando, para despertarme a una suerte de locura de la composición. Entonces rasco el papel todo el día y leo toda la noche, mientras que esta enfermedad dura

No soy ambicioso, sino de forma negativa. Tengo de vez en cuando el repentino deseo de ganarle a cualquier idiota, sobre todo simplemente porque me da horror dejar creer a un imbécil que pueda vencerme. Estoy profundamente consciente de esta vanidad, donde la mayor parte se reduce a discutir: la vanidad de la vida temporal. Paso la vida soñando en el porvenir. No creo en la perfección del hombre. No creo que los esfuerzos del hombre habrán de tener efectos apreciables en la humanidad. El hombre es ahora más activo, pero no más feliz ni más sabio que hace 6 000 años. El resultado definitivo no cambiará en nada –y creo que pudo ser diferente, creo que nuestros ancestros han muerto en vano, que el pasado no es más el ABC del porvenir, que las legiones de muertos no son nuestros iguales, tanto como nosotros no lo somos de nuestra posteridad. No puedo consentir ver al individuo perderse en la masa. No creo en la espiritualidad. Creo que esta palabra es sólo una palabra. Nadie puede verdaderamente concebir el espíritu. No podemos imaginar ni qué es. La idea de una materia infinitamente rarificada es un error. La materia aparece a nuestros sentidos por grados: una piedra, un metal, un líquido, una atmósfera, un gas, el éter centellante. Más allá intervienen modificaciones más complejas. Pero nosotros las ligamos a la noción de partículas constituidas, a la composición atómica. Es por esto que nos imaginamos al espíritu como esencialmente diferente, porque,  nos decimos, el espíritu es indivisible, y entonces no puede ser materia. Pero es claro que si avanzamos suficientemente lejos dentro de nuestra concepción de la rarefacción, percibiremos un punto en el cual todas las partículas se fusionan; porque, si bien las partículas son infinitas, es absurdo concebir una infinita pequeñez de espacios que las separan. La materia indivisible, que penetra y anima todas las cosas, es Dios. Su acción es el pensamiento de Dios –que creó al hombre. El hombre y los otros seres pensantes son las individualizaciones de la materia indivisible. El hombre existe en tanto que individuo, porque él está revestido de una materia particular, que lo individualiza. Su vida bajo este hábito no es más que una etapa efímera. Esto que llamamos “Muerte” es una dura metamorfosis. Las estrellas y planetas son la residencia de estos avatares. Sin la necesidad de estas etapas efímeras, no habría mundos. Morir para convertirse en mariposa –aunque material, pero de una materia imperceptible a nuestros sentidos, percibida directamente –sin la mediación de algún órgano– por los médiums durante los trances mesméricos. Así un sonámbulo puede ver los espíritus. Despojado de su efímero hábito orgánico, el ser vive en el espacio –dentro de lo que creemos es el universo inmaterial– desde cualquier lugar y decidiendo todo por su sola voluntad; e iniciado en todos los secretos, salvo aquellos de la naturaleza de la voluntad divina –movimiento o voluntad de la materia indivisible.

Usted me pide “un resumen sobre mi vida” –después de lo que aquí precede comprenderá que no se lo daré. Estoy muy consciente de la evanescencia transitoria de las cosas temporales para conceder alguna atención continua a algo, para ser lógico en algo. Mi vida no es más que un capricho –impulso–pasión–deseo de soledad– desprecio de todas las cosas presentes, y sed de futuro.

Soy muy sensible a la música, y en ciertos poemas, en particular aquellos de Tennyson, con los de Keats, Shelley, Coleridge (a veces) y algunos otros de la misma vena y del mismo estilo, ya que los considero como los ÚNICOS poetas. La música es la perfección del alma o la esencia de la poesía. La exaltación IMPRECISA suscitada por la música, que debe ser muy tenue, y nunca muy fuertemente sugestiva, debe ser el orden de toda poesía. La búsqueda del efecto, dentro de ciertos límites, no es entonces un defecto. …

Creo que mis mejores poemas son: La durmiente, El gusano conquistador, El palacio encantado, Leonora, País del sueño y el Coliseo, todos fueron hechos con gran vivacidad y muy espontáneamente. Mis mejores cuentos son: Ligéia, El escarabajo de oro, El doble crimen de la calle Morgue, La caída de la casa Usher, El corazón delator, El gato negro, William Wilson y Un descenso al Mäelstrom; La carta robada que va a parecer en el Gift, este puede ser el mejor de mis cuentos de raciocinio…

 

 

 

El lector podrá, por supuesto, ver la parte de la máscara, en esta autobiografía romántica. Una carta a Maria Clemm, ofrece una imagen más humana del “pobre Eddie” en un viaje:

Nueva York, domingo por la mañana,

7 de abril (1844), después del desayuno.

Mi querida mamá,

Acabamos de desayunar, y me siento a contarte todo. No pude pagar por el timbre porque el correo está cerrado hoy. Llegamos sanos y salvos al desembarcadero de la calle Walnut. El conductor quería cobrarme un dólar de propina, me rehusé a pagarlo. Pero sí tuve que pagarle a un muchacho para que subiera las maletas a un coche… Fuimos en coche  a Amboy, unos 70 km de Nueva York, pues ahí tomamos el transbordador para el resto del viaje. Sissy[1] no tosió demasiado. Cuando llegamos al muelle, estaba lloviendo. La dejé a bordo, puse las maletas en el salón de Damas, fui a comprar un paraguas y a buscar una pensión. Encontré a un hombre que vendía paraguas y le compré uno por 62 centavos. Después subí por la calle de Greenwich y ahí finalmente encontré una pensión. Es justo llegando a la calle Cedar, lado oeste subiendo a mano izquierda. Hay una escalinata de lozas umbrías, y un porche de columnas oscuras. En la puerta está el nombre de “Morrison”. Hice el trato en unos minutos, tomé un taxi y volví a buscar a Sis. No tardé ni media hora, y ella se sorprendió de verme regresar tan rápido. Ella me esperaba por lo menos hasta dentro de una hora. Había otras dos damas a bordo, que esperaban también –así que no estuvo sola. Llegados a la pensión tuvimos que esperar una media hora a que la habitación estuviera lista. La casa es vieja y el aire lleno de alimañas… [Carta cortada con tijeras en este punto] … la pensión es la menos cara, si se considera que está muy cercana, y que la alimentación es excelente. Si Caterina[2]  ve esto, cae enferma. Ayer por la tarde, en la cena, conseguimos el mejor té del mundo, fuerte y caliente, pan de trigo y de centeno, quesos, galletas, un gran plato (dos platos de hecho) de jamón excelente, y 2 de ternera fría y apilados en una montaña, en rebanadas finas, 3 platos de pasteles, todo sin medida. No hay peligro de morir de hambre por aquí. La propietaria nos fuerza a comer, e inmediatamente nos sentimos en casa. Su marido vive con ella –es un gordo. Tiene unos 8 o 10 huéspedes, de los cuales 2 o 3 damas, y 2 empleadas. Para el “breakfast”, tenemos un café muy oloroso, caliente y fuerte, sin nada de crema, costillitas de res, jamón, huevos, un pan excelente y mantequilla. Nunca me senté a mesa tan buena y abundante. Quisiera que pudieras ver los huevos –y los grandes platos de carne. Este es el primer buen desayuno que tomo desde que salí de casa. Sis está muy feliz, y estamos los dos de excelente humor. Ella apenas si tose, y ya no suda durante la noche. Está intentando reparar mi pantalón que desgarré con un clavo. Salí ayer por la noche para comprar una madeja de seda, un ovillo de hilo, 2 botones, un par de zapatillas y una sartén para la estufa. Nos quedan apenas 4 dólares y medio. Mañana intentaré pedir prestados 3 –que nos hará bien asegurar la semana. Me siento en buena forma, y no he bebido una gota de alcohol –así que espero salir bien. En cuanto reúna suficiente dinero, se lo enviaré. No tiene idea de cómo la extrañamos los dos. Sissy ayer por la tarde estuvo llorando mucho porque usted y Caterina no están aquí…

Traducción del francés, Mario Bojórquez

*Jacques Cabau, Edgar Allan Poe, par lui-même, ecrivains de toujours, aux Editions de Seuil, París, 1960, 192 pp.


[1] Sissy o Sis, diminutivo de Virginia, su esposa.

[2] Caterina: el gato de Poe.

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