Mark Strand según Eduardo Chirinos

mark Strand 1En el mes de la traducción de Círculo de Poesía presentamos, en versión de Eduado Chirinos, algunos poemas de Mark Strand (Estados Unidos, 1934). Fue declarado Poeta Laureado en 1990. Ha merecido, entre otros, el Bollingen Prize,  Pulitzer Prize y el Wallace Stevens Award. Su poemario más reciente es Man and Camel.

 

 

POEMAS DE MARK STRAND

Traducción de Eduardo Chirinos

 

 

 

MARK STRAND O LA SABIDURÍA DE LA DESESPERANZA

 

Saber lo que siento es casi siempre / la infortunada y cruda forma de una historia /que nunca debería ser contada”. No es difícil adivinar en estos versos de The Story of Our Lives una confesión que es también una poética y un reclamo de lectura. Debo empezar advirtiendo que la de Strand es una poesía poco afecta a las confesiones y que, si éstas aparecen, no proponen la autocomplacencia ni el chantaje a sus lectores. Contra lo que pudiera parecer, ese desafecto no se resuelve en una forzada distancia ni en una asepsia expresiva: la asordinada angustia que respiran sus poemas proviene de una mirada solitaria que se siente partícipe del mundo. Lector atento de Pessoa y de Borges (a quienes ha rendido más de un homenaje) Strand sabe que el ejercicio de la poesía supone una fatalidad, y que no hay fatalidad que no se exprese en un compromiso con ese otro que se alimenta de nuestra biografía hasta hacerla innecesaria e intrascendente. A diferencia de Pessoa, a Strand le basta con afantasmar —a veces con crueldad, a veces con humor— su persona civil y dejarla al descubierto para la que la fabule el otro; a diferencia de Borges, evita extraviarse demasiado en laberintos (sus laberintos son menos suntuosos, pero igualmente fantasmagóricos e irreales) y se atreve a solicitar, calladamente y sin esperanza, la voz que necesita para seguir escribiendo. Cantar sin esperanza es un acto de coraje en el que pocos se atreven a persistir. Parte del atractivo de la obra de Strand proviene (si el oxímoron lo permite) de esa radical y desesperanzada apuesta por la poesía en un mundo empeñado en darle la espalda. Es como si sus poemas estuvieran tallados a cuchillo en esa espalda, y nos fuera dado leer esas heridas para reconocernos en ellas.

Equidistante del meditado pictorialismo de Stevens (a quien admira) y del desgarramiento confesional de Ginsberg, la poesía de Strand se encuentra atravesada por una mirada oscura (de hecho, uno de sus libros más inquietantes se titula Darker) que a fuerza de ennegrecer lo mirado le devuelve un inesperado brillo, una luminosidad que presenta las cosas más cotidianas como si fueran vistas por primera vez. No se trata de una mirada total que saquea el mundo en beneficio propio, sino de una mirada sesgada y humilde (la mirada del búho) cuya llave abre la puerta de aquellos mapas negros donde nos invita a entrar, siempre a solas:

 

Tengo una llave

abro la puerta y entro.

Está oscuro y entro.

Está más oscuro y entro.

 

         Desde la primera lectura, el universo poético de Strand se muestra austero. Un lector despistado podría observar que la utilización, a veces obsesiva, de una simbología tradicional  (la luz, la oscuridad, la luna, el sol) va de la mano con las preocupaciones de siempre (la muerte, el paso del tiempo, el desgaste del amor) sin advertir que la fuerza de su lenguaje y de su tono —porque la poesía es sobre todo una cuestión de tono— proviene precisamente del doloroso asedio a esos símbolos y de la necesidad de interrogar hasta la exasperación y la autoironía esas preocupaciones. Su no buscada originalidad descansa en la inutilidad de ambas empresas, en el modo en que esta certeza se transforma en canto, en la manera en que ese canto se deja oír restableciendo las correspondencias de que está hecho el mundo. Porque en cada palabra suya, por vacía e inútil que reclame ser, hay una mirada atenta a este mundo que a pesar de todo merece nuestra atención y nuestra alabanza:

 

Alabo a aquellos que han hecho de sus cuerpos la embajada final

 de la carne.

Alabo el fracaso de aquéllos con ambición, a los autores de folletines

 y cuadernos de nada

Alabo la luna que soporta a los hombres.

Alabo los homenajes del sol.

Alabo el dolor del renacimiento y la felicidad de la caída.

Alabo todo por nada, porque carece de precio.

Me alabo por el modo en que manejo una pala y alabo la pala.

Alabo el motivo de alabanza por el cual volveré a la vida.

Alabo la mañana cuyo sol reposa sobre mí.

Alabo la tarde cuyo hijo soy yo.

 

Hace ya algunos años, en una revista de las muchas que circulaban clandestinamente en la universidad, leí por primera vez un poema de Strand. No puedo recordar el nombre de aquella revista, pero retuve el título del poema —“Renuncias”— y la salmodia de sus versos, que golpearon por mucho tiempo mi memoria. Con los años tuve acceso, de manera desordenada y azarosa, a traducciones de poetas de la talla de Octavio Paz, Octavio Armand y Juan Sánchez Peláez. En 1988 apareció en México la colección bilingüe titulada Emblemas, debida a Elisa Ramírez (Ediciones El Tucán de Virginia), y en el 2001 la revista colombiana Común Presencia ofreció una breve muestra de su poesía vertida al español por Juan Carlos Galeano. No se trata, pues, de un autor desconocido entre nosotros. Tal vez por su cercanía a los poetas hispanoamericanos (fue amigo personal de Paz, con quien trabajó el volumen New Poetry of Mexico, 1970), a sus lecturas de Borges y Alberti (a quienes ha dedicado ensayos y traducciones), o a sus viajes a Lima (donde nació el proyecto de 18 Poems from the Quechua) y a Río de Janeiro (donde conoció la obra de Drummond de Andrade, a quien tradujo en colaboración con Thomas Colchie), la poesía de Strand, tiene detrás del idioma y de su idiosincrasia norteamericanos, un cierto “aire de familia” que le permite ingresar a nuestra sensibilidad sin necesidad alguna de tocar la puerta. Esta amplitud de intereses —que va de la mano con su curiosidad intelectual— lo sitúa en un lugar de excepción en la tradición poética norteamericana.     

Mark Strand nació en 1934 en Summerside, Isla del Príncipe Eduardo, en la costa Atlántica del Canadá. Se educó y crió en los Estados Unidos y en diversos países sudamericanos. Ha publicado diez libros de poemas: Sleeping with One Eye Open (1964), Reasons for Moving (1968), Darker (1970), The Story of Our Lives (1973), The Late Hour (1978), Selected Poems (1980), The Continuous Life (1990), Dark Harbor (1993), Blizzard of One (1998) y un curioso libro de variaciones sobre una palabra llamado Chicken, Shadow, Moon & More (2000). En prosa ha publicado The Weather of Words (2000), Mr. And Mrs. Baby (1985) y The Monument (1978), además de antologías, traducciones, libros de arte y cuentos para niños. En 1990 el Congreso de los Estados Unidos lo nombró “Poeta Laureado”. En 1999 le fue concedido el Premio Pulitzer por su libro Blizzard of One. Actualmente trabaja como profesor en el Committee for Social Thought de la Universidad de Chicago.

 

 

Sobre esta traducción

 

En una de las páginas de The Monument, Strand declara que traducir es “una manera de leer cuidadosamente”. Como tantos versos suyos, esta declaración arroja muchas luces pero también muchas sombras. En efecto, todo traductor lee cuidadosamente aquello que traduce, ¿pero, acaso no nos está diciendo que toda lectura de poesía es, en sí misma, un ejercicio de traducción? Un poema no nos conmueve porque pertenezca a tal o cual autor, sino porque es capaz de traducirse a nuestra sensibilidad, porque se instala en la tierra de nadie de nuestra experiencia para hacerla indiscernible de la de todos. Traducimos cuando leemos y leemos cuando traducimos. Este ha sido el criterio de esta selección, que (supongo) es el mismo que guía a todo traductor de poesía: el de ofrecer un arco representativo de la obra de Strand, y el de obedecer al llamado de aquellos poemas que a lo largo del tiempo se han hecho nuestros, lo que es otra manera de decir que no le pertenecen a nadie.

Quiero agradecer la invalorable ayuda de Jannine Montauban y Charles Cabell. Su sensibilidad interpretativa y su dominio del idioma me tendieron más de una vez el hilo que necesitaba para salir del laberinto de unos versos cuya claridad los tornaba más que oscuros; y al entusiasmo de Manuel Borrás, quien apoyó, con la amistad y la generosidad que lo caracterizan, este proyecto desde su hora inicial.

 

Eduardo Chirinos

Mark Strand, Sólo una canción (Selección, traducción y prólogo del poeta peruano Eduardo Chirinos), Editorial Pre-Textos, Valencia, 2004)

 

 

 

The Remains 

Para Bill y Sandy Bailey 

I empty myself of the names of others. I empty my pockets.
I empty my shoes and leave them beside the road.
At night I turn back the clocks;
I open the family album and look at myself as a boy.

What good does it do? The hours have done their job.
I say my own name. I say goodbye.
The words follow each other downwind.
I love my wife but send her away.

My parents rise out of their thrones
into the milky rooms of clouds. How can I sing?
Time tells me what I am. I change and I am the same.
I empty myself of my life and my life remains.

 

 

 

 

Restos

 

Para Bill y Sandy Bailey

 

Me vacío de los nombres de los otros. Vacío mis bolsillos.

Vacío mis zapatos y los dejo al borde del camino.

De noche retraso los relojes;

abro el álbum de familia y me contemplo de niño.

 

¿De qué sirve todo esto? Las horas han hecho su trabajo.

Pronuncio mi nombre. Y digo adiós.

Las palabras siguen al viento una tras otra.

Amo a mi mujer pero la envío lejos.

 

Mis padres se levantan de sus tronos

hacia lechosos cuartos de nubes. ¿Cómo puedo yo cantar?

El tiempo me dice lo que soy. Cambio y soy el mismo.

Me vacío de mi vida y mi vida permanece.

 

 

 

 

My death

Sadness, of course, and confusion.
The relatives gathered at the graveside,
talking about the waste, and the weather mounting,
the rain moving in vague pillars offshore.

This is Prince Edward Island.
I came back to my birthplace to announce my death.
I said I would ride full gallop into the sea
and not look back. People were furious.

I told them about attempts I had made in the past,
how I starved in order to be the size of Lucille,
whom I loved, to inhabit the cold space
her body had taken. They were shocked.

I went on about the time
I dove in a perfect arc that filled
with the sunshine of farewell and I fell
head over shoulders into the river’s thigh.

And about the time
I stood naked in the snow, pointing a pistol
between my eyes, and how when I fired my head bloomed
into health. Soon I was alone.

Now I lie in the box
of my making while the weather
builds and the mourners shake their heads as if
to write or to die, I did not have to do either.. 

 


 

 

Mi muerte

 

Tristeza, por supuesto, y confusión.

Los parientes reunidos cerca de la tumba

hablan de la pérdida, de la amenaza de tormenta.

Lo vagos pilares de la lluvia se aproximan desde el mar.

 

Es la Isla del Príncipe Eduardo.

He vuelto al lugar donde nací para anunciar mi muerte.

Dije que cabalgaría a todo galope en el mar

sin voltear la cabeza. La gente estaba furiosa.

 

Les hablé de los esfuerzos que hice en el pasado,

de cómo pasé hambre para estar a la altura de Lucille,

a quien amé, para habitar el frío espacio de su cuerpo.

Estaban escandalizados.

 

Continué con aquella época

en que me arrojaba en un arco perfecto

que llenaba de luz solar la despedida

y caía de cabeza en los muslos del río.

 

Y con aquella época

en que aguantaba desnudo la nieve. Una pistola

me apuntaba entre los ojos, cuando disparé

mi cabeza floreció en salud. Después me quedé solo.

 

Ahora estoy tendido en la caja

que yo mismo he creado, mientras se aproxima

la lluvia y los dolientes agitan sus cabezas

como si tuvieran que escribir o morir.

Pero yo no hice ninguna de las dos.

 

 

 

 

My life 

The huge doll of my body
refuses to rise.
I am the toy of women.
My mother

would prop me up for her friends.
“Talk, talk,” she would beg.
I moved my mouth
but words did not come.

My wife took me down from the shelf.
I lay in her arms. “We suffer
the sickness of self,” she would whisper.
And I lay there dumb.

Now my daughter
gives me a plastic nurser
filled with water.
“You are my real baby,” she says.

Poor child!
I look into the brown
mirrors of her eyes
and see myself

diminishing, sinking down
to a depth she does not know is there.
Out of breath,
I will not rise again.

I grow into my death.
My life is small
and getting smaller. The world is green.
Nothing is all.


 

 

 

Mi vida

  

el muñeco enorme de mi cuerpo

rehúsa levantarse.

Soy el juguete de las mujeres.

Mi madre

 

me exhibía  a sus amigas.

“Habla, habla”, imploraba.

Y me movía la boca

pero nunca llegaron las palabras.

 

Mi esposa me tomó del escaparate.

Me acomodé en sus brazos. “Sufrimos

la enfermedad de ser”, susurró

y me acomodé en silencio.

 

Ahora mi hija me ofrece

un biberón con agua y dice:

“Tú eres mi verdadero bebé”.

 

¡Pobre criatura!

Miro el oscuro

espejo de sus ojos

y me veo a mí mismo

 

disminuyendo, hundiéndome

en una profundidad que ella desconoce.

Aliento no me queda,

no me levantaré otra vez.

 

Yo crezco en mi muerte.

Mi vida es insignificante.

El mundo es verde.

Nada es todo.

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