Patente de corso: Andrew Marvell

Presentamos, en versión del poeta y traductor colombiano Nicolás Suescún (Bogotá, 1937), poemas de Andrew Marvell (1621-1678), maestro de la sátira en aquel tiempo. Es considerado uno de los poetas metafísicos. Es uno de los pioneros de la poesía política de carácter burlesco en inglés. Suescún dirigió la prestigiosa revista Eco. En 2009 salió a la luz su Este realmente no es el momento: obra reunida.

 

 

 

 

To his Coy Mistress

 

Had we but world enough, and time,
This coyness, lady, were no crime.
We would sit down and think which way
To walk, and pass our long love’s day;
Thou by the Indian Ganges’ side
Shouldst rubies find; I by the tide
Of Humber would complain. I would
Love you ten years before the Flood;
And you should, if you please, refuse
Till the conversion of the Jews.
My vegetable love should grow
Vaster than empires, and more slow.
An hundred years should go to praise
Thine eyes, and on thy forehead gaze;
Two hundred to adore each breast,
But thirty thousand to the rest;
An age at least to every part,
And the last age should show your heart.
For, lady, you deserve this state,
Nor would I love at lower rate.

        But at my back I always hear
Time’s winged chariot hurrying near;
And yonder all before us lie
Deserts of vast eternity.
Thy beauty shall no more be found,
Nor, in thy marble vault, shall sound
My echoing song; then worms shall try
That long preserv’d virginity,
And your quaint honour turn to dust,
And into ashes all my lust.
The grave’s a fine and private place,
But none I think do there embrace.

        Now therefore, while the youthful hue
Sits on thy skin like morning dew,
And while thy willing soul transpires
At every pore with instant fires,
Now let us sport us while we may;
And now, like am’rous birds of prey,
Rather at once our time devour,
Than languish in his slow-chapp’d power.
Let us roll all our strength, and all
Our sweetness, up into one ball;
And tear our pleasures with rough strife
Thorough the iron gates of life.
Thus, though we cannot make our sun
Stand still, yet we will make him run. 

 

 

 

 

 

A su tímida amada

 

Si tuviéramos bastante mundo y tiempo
tu timidez, señora, no seria delito.
Sentados pensaríamos hacia dónde marcharnos
para pasar nuestro largo día de amor.
Tú encontrarías rubíes en las riberas
del Ganges de la India: yo me lamentaría
con la marea del Humber. Te daría mi amor
desde diez años antes del Diluvio,
y tú, si quisieras, podrías decirme «no»
hasta después de la conversión de los judíos.
Mi amor vegetal crecería más lento
y sería más vasto que un imperio.
Al menos cien años se me irían en alabar 
tus ojos y en contemplar tu frente,
cuatrocientos en adorar tus senos 
y treinta mil en el resto del cuerpo.
En cada parte al menos una época,
para tu corazón la última de todas: 
porque tú te mereces este trato 
y yo por menos no te quiero.

Pero pasa que a mis espaldas siempre oigo
la alada carroza del tiempo que se acerca,
y que allí, ante nosotros, yacen por todas
partes desiertos de vasta eternidad.
Tu belleza ya nadie encontrará
ni resonará en el mármol de tu bóveda
el eco de mi canción. Y los gusanos robarán
esa virginidad por tanto tiempo resguardada.
Tu arcaico honor polvo se hará
y toda mi lujuria se tornará ceniza.

La tumba es lugar muy selecto y privado 
pero nadie, creo yo, hace allí el amor.
Por lo tanto, ahora que el color joven
se posa como el rocío sobre tu piel,
mientras transpire tu alma dispuesta
por todos los poros instantáneas llamas, 
pudiéndolo, hagamos lo que nos dé la gana
y como aves de rapiña enamoradas 
devoremos más bien nuestro tiempo
en vez de languidecer entre sus fauces. 
Comprimamos toda nuestra ternura
y toda nuestra fuerza en una bala
y a través de las rejas de hierro de la vida 
disparemos nuestro placer violentamente. 
Así haremos, al menos, que corra nuestro 
Sol, no pudiendo lograr que se detenga.

 

 

 

 

 

The Garden

 

How vainly men themselves amaze 
To win the palm, the oak, or bays;
And their uncessant labors see 
Crowned from some single herb or tree, 
Whose short and narrow-verged shade 
Does prudently their toils upbraid;
While all the flowers and trees do close 
To weave the garlands of repose. 

Fair Quiet, have I found thee here, 
And Innocence, thy sister dear! 
Mistaken long, I sought you then 
In busy companies of men: 
Your sacred plants, if here below, 
Only among the plants will grow;
Society is all but rude, 
To this delicious solitude. 

No white nor red was ever seen 
So amorous as this lovely green; 
Fond lovers, cruel as their flame, 
Cut in these trees their mistress’ name.
Little, alas, they know or heed, 
How far these beauties hers exceed! 
Fair trees! wheresoe’er your barks I wound 
No name shall but your own be found. 

When we have run our passion’s heat, 
Love hither makes his best retreat:
The gods who mortal beauty chase, 
Still in a tree did end their race.
Apollo hunted Daphne so, 
Only that she might laurel grow, 
And Pan did after Syrinx speed, 
Not as a nymph, but for a reed. 

What wondrous life is this I lead! 
Ripe apples drop about my head; 
The luscious clusters of the vine 
Upon my mouth do crush their wine;
The nectarine and curious peach 
Into my hands themselves do reach;
Stumbling on melons as I pass, 
Insnared with flowers, I fall on grass. 

Meanwhile the mind, from pleasure less, 
Withdraws into its happiness: 
The mind, that ocean where each kind 
Does straight its own resemblance find;
Yet it creates, transcending these, 
Far other worlds, and other seas;
Annihilating all that’s made 
To a green thought in a green shade. 

Here at the fountain’s sliding foot, 
Or at some fruit-tree’s mossy root, 
Casting the body’s vest aside, 
My soul into the boughs does glide:
There like a bird it sits and sings, 
Then whets and combs its silver wings;
And, till prepared for longer flight, 
Waves in its plumes the various light. 

Such was that happy garden-state, 
While man there walked without a mate:
After a place so pure and sweet, 
What other help could yet be meet! 
But ’twas beyond a mortal’s share 
To wander solitary there: 
Two paradises ’twere in one 
To live in Paradise alone.

How well the skillful gard’ner drew 
Of flowers and herbs this dial new;
Where from above the milder sun 
Does through a fragrant zodiac run;
And, as it works, th’ industrious bee 
Computes its time as well as we. 
How could such sweet and wholesome hours 
Be reckoned but with herbs and flowers!

 

 

 

 

 

El jardín

 

Cuan en vano se enajenan los hombres
por alcanzar la palma, el roble o el laurel,
y así ver su incesante trabajo coronado
por un único árbol o un arbusto
cuya corta, estrecha y limitada sombra 
con discreción sus labores califica,
mientras aquí las flores y los árboles
entretejen las guirnaldas del reposo.

¡Aquí te he hallado, suavísima calma,
y a la Inocencia, tu querida hermana!
Equivocado, siempre te busqué
en la agitada compañía del hombre. 
Tus sacras plantas, al menos en la tierra,
prosperan sólo entre las plantas,
pues son casi rudas las personas 
con estas soledades deliciosas.

Jamás vio nadie un blanco, un rojo,
tan dulce como este verde seductor.
Tontos amantes, cual sus amadas crueles,
grabaron en los árboles sus nombres;
bien poco saben, ¡ay!, o se dan cuenta
de cuánto superan ellos su belleza.
Bellos árboles: si vuestros troncos llego a herir
sólo en ellos vuestros nombres se verían.

Agotada ya de la pasión la calentura
hace el amor aquí refugio sin igual. 
El dios que fue tras la mortal belleza 
también en árbol culminó la caza:
Apolo a Diana persiguió de tal manera 
para que sólo —ya laurel— medrar pudiera,
y en pos de Siringe se apresuró el dios Pan,
no tras la ninfa, sino por una flauta.

¡Qué mágica la vida que llevo aquí!
Rojas manzanas caen en torno a mí
y exquisitos rácimos de las viñas
exprimen ricos vinos en mi boca. 
Melocotones y escogidos duraznos
a mis manos llegan presurosos,
y caigo, al tropezar, con los melones,
en la hierba, burlado por las flores.

Entretanto la mente, de bajos placeres 
se aparta y se asila en su felicidad:
la mente, océano donde cada especie 
no tarda en hallar su propio doble,
para luego crear, trascendiéndolo,
mil otros mundos y diversos mares,
reduciendo todo lo que existe
a un verde pensar bajo una sombra verde.

Aquí, al pie resbaloso de una fuente 
o en mohosas raices de árboles frutales,
despojándose mi cuerpo de las ropas,
se desliza mi alma entre las ramas
y se posa como un ave, y canta,
y luego frota y peina sus plateadas alas
hasta que, presta para elevado vuelo,
sus plumas ondula la variada luz.

Así era aquel feliz jardín-estado
donde moraba el hombre solo: 
con ese sitio tan suave, tan puro, 
¿qué más ayuda podía necesitar?
Pero no fue su lote de mortal
el pasear solitario por sus sendas:
dos edenes —no uno— habrían sido
de vivir él a solas en el paraíso.

Qué bien trazó el hábil jardinero 
con flores y hierbas este nuevo reloj
donde el suavísimo sol en lo alto
corre a través del zodíaco oloroso,
y donde, al laborar la diligente abeja,
su tiempo, como nosotros, cuenta. 
¿Cómo, si no es con flores y con hierbas,
calcular tan dulces y tan sanas horas?.

 

 

 

 

 

A Dialogue between the Soul and the Body

 

Soul

Who shall from this dungeon raise
A soul enslaved so many ways ?
With bolts of bones, that fettered stands
In feet, and manacled in hands;
Here blinded with an eye, and there
Deaf with the drumming of an ear;
A soul hung up, as ’twere, in chains
Of nerves, and arteries, and veins;
Tortured, besides each other part,
In a vain head, and double heart?

 

Body 

O, who shall me deliver whole,
From bonds of this tyrannic soul?
Which, stretched upright, impales me so
That mine own precipice I go;
And warms and moves this needless frame,
(A fever could but do the same),
And, wanting where its spite to try,
Has made me live to let me die
A body that could never rest,
Since this ill spirit it possessed.

 

Soul 

What magic could me thus confine
Within another’s grief to pine?
Where, whatsoever it complain,
I feel, that cannot feel, the pain;
And all my care itself employs,
That to preserve which me destroys;
Constrained not only to endure
Diseases, but, what’s worse, the cure;
And, ready oft the port to gain,
Am shipwrecked into health again.

 

Body

But Physic yet could never reach
The maladies thou me dost teach;
Whom first the cramp of hope does tear,
And then the palsy shakes of fear;
The pestilence of love does heat,
Or hatred’s hidden ulcer eat;
Joy’s cheerful madness does perplex,
Or sorrow’s other madness vex;
Which knowledge forces me to know,
And memory will not forego;
What but a soul could have the wit
To build me up for sin so fit ?
So architects do square and hew
Green trees that in the forest grew.

 

 

 

 

Diálogo entre el cuerpo y el alma

 

 

El alma

¿Ah, quién sacará de esta celda 
a un alma, esclava en tanta forma, 
con cerrojos de huesos, de pie
entre grillos, las manos esposadas, 
enceguecida, con un ojo u sorda,
y este tamborear de los oídos,
un alma colgando, se diría, 
de cadenas de nervios, de arterias
y de venas, en toda parte torturada, 
con cabeza vana y doble corazón?

 

El cuerpo

¿Ah, quién me librará sano y salvo 
de las ataduras de esta alma tiránica
que, tensa hacia lo alto, me empala 
para que caiga en propio precipicio,
que calienta y mueve este esqueleto 
superfluo —lo mismo que la fiebre— 
y ansiosa por ensayar su rencor 
me ha hecho vivir para poder morir, 
un cuerpo siempre sin descanso 
desde que lo posee este malvado espíritu?

 

El alma

¿Qué magia así encerrarme pudo
para suspirar con la pena del otro,
donde cualquiera sea su queja,
lo percibo, no puedo sentir su dolor, 
y donde todos mis cuidados se van 
en conservar aquello que me mata, 
obligada a sufrir no solamente
males sino, lo que es peor, su cura, 
pues a punto de llegar a puerto
en la salud soy naúfraga de nuevo?

 

El cuerpo

Mas no hay médico que entienda 
las enfermedades que me enseñas: 
primero de la esperanza rasgas el calambre, 
y luego el temblor de la parálisis del miedo;
calientas la pestilencia del amor 
o roes la úlcera escondida del odio; 
confundes la grata locura de la alegría 
o inquietas la otra locura de la pena; 
conocimiento éste que me obliga a saber 
y a que nunca abandonen mi memoria. 
¿Y qué, si no el alma, tendría el ingenio 
de formarme para tan aptos pecados? 
Así es como desbasta y cuadra el arquitecto 
los verdes árboles que crecen en los bosques.

 

 

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