La editorial española Valparaíso ediciones, dirigida por el poeta Javier Bozalongo, publicó una Antología poética de Ernesto Cardenal (Granada, 1925), distinguido por el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana este 2012. Valparaíso estará dedicada a la promoción de clásicos contemporáneos de nuestra lengua así como a autores hispanoamericanos que no se han dado a conocer aún en España. Presentamos aquí “Las Casas ante el Rey”, pieza maestra de “El estrecho dudoso”.
Las Casas ente el Rey
Salió el Rey y se sentó en su sillón real,
y se sentaron los flamencos en bancas, más abajo.
Mosiur de Xevres a la derecha del Rey
y el Gran Canciller a la izquierda.
Y junto a mosiur de Xevres el Almirante de las Indias,
y después el obispo del Darién.
Junto al Gran Canciller el obispo de Badajoz;
y Bartolomé de las Casas arrimado a la pared.
Y se levantaron mosiur de Xevres y el Gran Canciller,
subieron la grada de la peana lentamente,
se arrodillaron junto al Rey
y hablaron con él unas palabras en voz baja.
Se levantaron, hicieron una reverencia,
y volvieron a sus puestos. Después de un silencio
habló el Gran Canciller: “Reverendo obispo,
Su Majestad manda que habléis.”
Se levantó el obispo del Darién
y pidió hablar a solas con el Rey y su Consejo.
El Gran Canciller le hizo una seña y se sentó.
Hubo otro silencio.
Se levantaron mosiur de Xevres y el Gran Canciller,
hicieron una reverencja al Rey y se arrodillaron
y hablaron con él unas palabras en voz baja.
Volvieron a sentarse. Después de otro silencio
dijo el Gran Canciller: “Reverendo obispo,
Su Majestad manda que habléis si tenéis que hablar.”
Se levantó el obispd del Darién y dijo:
“Muy poderoso señor:
El Rey Católico, vuestro abuelo, que haya santa gloria,
despachó una armada a la tierra firme de las Indias
y fui nombrado obispo de esa primera población,
y como fuimos mucha gente y no llevábamos qué comer,
la más de la gente murió de hambre, y los que quedamos,
por no morir como aquellos, ninguna otra cosa hemos hecho
sino robar y matar y comer. El primer gobernador fue malo
y el segundo muy peor… Todo eso es verdad. Pero
en lo que a los indios toca, son siervos a natura.
Son los siervos a natura de que habla Aristóteles…”
Cesó de hablar el obispo y hubo otro silencio.
Se levantaron mosiur de Xevres y el Gran Canciller,
se arrodillaron junto al Rey y hablaron en voz baja,
se volvieron a sus puestos y hubo otro silencio.
Después dijo el Gran Canciller: “Míser Bartolomé,
Su Majestad manda que habléis”.
Se levantó Bartolomé de las Casas, se quitó el bonete,
hizo una reverencia, y dijo:
“Muy alto y poderoso señor:
Yo soy de los más antiguos que han pasado a las Indias
y ha muchos años que estoy allá, en los que han visto mis ojos,
uo leído en historias que pudieran ser mentirosas, sino
palpado, por así decirlo, con mis manos, tantas crueldades
cometidas en aquellos mansos y pacíficos corderos;
y uno de los que a estas tiranías ayudaron fue mi padre.
No son siervos a natura, son libres a natural
Son libres, y tienen sus reyes y señores naturales
y los hallamos pacíficos, con sus repúblicas bien ordenadas,
proporcionados y delicados y de rostros de buen parecer
que pareciera que todos ellos fueran hijos de señores.
Fueron creados simples por Dios, sin maldades ni dobleces
obedientes, humildes, pacientes, pacíficos y quietos.
Así mismo son las gentes más delicadas Y flacas
tiernos en complexión y menos hechos al trabajo
y que más fácilmente mueren de cualquier enfermedad,
que ni hijos de príncipes son más delicados que ellos
aunque ellos sean hijos de labradores. Son paupérrimos
y no poseen ni quieren poseer bienes temporales
y por eso no tienen soberbias ni ambiciones ni codicias.
Su comida es pobre como la de los Padres del Desierto.
Su vestido, andar desnudos, cubiertas sus vergüenzas
o cuando mucho cubiertos con una manta de algodón.
Sus camas son esteras, o redes que llaman hamacas.
Son limpios y vivos de entendimiento Y dóciles.
Y los españoles llegaron como lobos y tigres,
como lobos y tigres donde estas ovejas mansas.
La isla de Cuba quedó yerma, hecha una soledad,
y antes estaba llena de mansísimos corderos.
En la Española no quedan más que doscientas personas.
Las islas de San Juan y Jamaica están asoladas.
Islas que eran más graciosas y fértiles
que la huerta del Rey en Sevilla
ahora sólo tienen 11 personas que yo vide.
Islas tan felices y ricas! Y sus gentes
tan humildes, tan pacíficas y tan fáciles de sujetar,
no como bestias, pero plugiera a Dios que como bestias
los hubieran tratado y lbo como estiércol de las plazas
y aun menos que eso. Quemaban vivos a los señores,
a fuego manso, y yo los vi morir dando alaridos,
dando gritos extraños. Y si huían
a encerrarse en los montes, en las sierras,
los perseguían con lebreles, perros bravísimos.
Ellos pelean desnudos, sus armas son harto flacas,
y sus guerras como juegos de cañas, y aun de niños.
Enviaron a los hombres a las minas
y a las mujeres a trabajar en las estancias,
y murieron ellos en las minas y ellas en las estancias.
Sus hacendejas quedaban destruidas, llenas de hierba.
Y las criaturas nacidas chiquitas perecían
porque las madres no tenían leche en las tetas,
y se ahorcaban desesperados con los hijos
y las mujeres tomaban hierba para no parir los hijos.
Y robaban las huertas de los indios,
manteniéndose de sus comidas pobres.
Se los llevaban en los navíos a vender.
Llegaban donde estaban trabajando en sus oficios
con sus mujeres y sus hijos, y los hacían pedazos.
Ellos estaban inermes y desnudos
contra gente a caballo y tan armada.
Los herraban en la cara con el hierro del Rey.
Y es para quebrar el corazón del que los haya visto
desnudos y hambrientos cuando los llevan a vender,
o cuando van a llevar la carga de los españoles,
desnudos y temblando, con su redecilla al hombro.
Toman aquellos corderos de sus casas
y les ponen el hierro del Rey.
Todas estas escenas vieron mis ojos y ahora temo de
no creyendo a mis ojos, como si las haya soñado.
Su Majestad: no están hechos al trabajo
porque son de naturaleza delicadísimos.
Y no hay gentes más mansas ni de menos resistencia
ni más hábiles ni aparejados para el yugo de Cristo”.
Se levantaron mosiur de Xevres y el Gran Cancille
Se arrodillaron junto al Rey y hablaron en voz baja.
Hubo un gran silencio.
Después se levantó el Rey y entró en su cámara.