Entrevista a Charles Simic

Presentamos, en versión de César Bringas, una magnífica conversación entre  Mark Ford, de The Paris Review, y el poeta norteamericano Charles Simic (1938), una de las figuras centrales de aquella tradición. Simic nació en Belgrado y creció durante la ocupación Nazi. Después de un breve exilio en París, emigró a Estados Unidos. Ahí comenzó a escribir poesía.

 

 

 

 

 

ENTREVISTA A CHARLES SIMIC

 

Mark Ford: Me gustaría iniciar hablando un poco sobre su infancia en Belgrado ¿de dónde venían sus padres, cómo se conocieron?

Charles Simic: Mi padre venía de una familia de obreros, y fue el primero de todos ellos en ir a la universidad. Por el otro lado mi madre venía de una antigua familia de Belgrado que había vivido en el mismo lugar por varios siglos. Fueron bastante ricos a finales del siglo diecinueve pero con el tiempo lo perdieron todo. Me enteré años después que mi abuelo materno, que era militar, lo tiró todo por la borda en las apuestas.

MF: ¿Cómo es que se unen las diferentes ramas de su familia?

Simic: A decir verdad se despreciaban mutuamente. La familia de mi madre les hacía desplantes, gestos, mantenían una distancia ante cualquier relación con la familia de mi padre, mientras que ellos eran más directos. Porque eran un manojo de borrachos peleoneros. Llegué a identificarme más con ellos. Los familiares de mi madre eran temerosos, reservados, paranoicos: habían perdido la riqueza y se preocupaban por mantener las apariencias. No tenían sentido del humor, nada era divertido con ellos. En cambio en la familia de mi padre a la hora de sentarse a cenar era como estar en un cabaret dadaísta, imagine usted el sufrimiento de mi pobre madre con ese tipo compañía.

MF: ¿Qué tan consciente era de la ideología de los combatientes? o ¿de lo que significaban nazismo y comunismo?

Simic: De manera intelectual, ninguna, pero había siempre mucha gente hablando de política alrededor. Mi padre tenía tendencias monárquicas. Mi abuelo materno, que perdió la fortuna entre apuestas y bagatelas, era un alto mando condecorado de la Primera Guerra Mundial que pensaba que nos debíamos mantener alejados de la guerra porque nuestros aliados en cualquier momento nos traicionarían, como hicieron antes con la Confederación de Yalta. Mi madre creyó toda su vida- lo dijo siempre públicamente- que los serbios eran imbéciles y que siempre tomaban las peores decisiones. En el lado paterno los jóvenes eran de izquierda, siempre estaban esperando a los rusos que vendrían a liberarnos y a fusilar a gente como la familia de mi madre. Así que como podrá imaginar hubo muchos gritos, lágrimas y portazos.

MF: ¿Qué tan difíciles fueron esos años para usted?

Simic: Hay una historia que solían contar en mi familia. La guerra acabó el día anterior al 9 de mayo de 1945, que pasó ser mi cumpleaños. Yo estaba jugando en la calle pero subí rápido por un vaso de agua. Mi madre y los vecinos estaban escuchando la radio, cuando me vieron dijeron “¡Se acabó la guerra!” a lo que yo respondí, mirándolos despacio, “ya no habrá más diversión”. En tiempos de guerra no hay supervisión adulta, los padres están ocupados con otras cosas y los niños corren libremente.  Hace unos años revisé unos libros gigantescos de fotografía sobre la guerra en Bosnia, todas las caras eran infelices, tristes, excepto por unos niños en Sarajevo que sonreían como si dijeran: Esto es genial, esto es magnífico. Cuando vi sus caras pensé “somos mis amigos y yo”. Después de la guerra la diversión continuó. Sí, teníamos un adoctrinamiento obligatoriamente comunista, pero también algunas películas americanas, música de jazz en la estación de la fuerza armada americana de radio y pandillas de niños peleando en la calle. Yo vivía en el mero centro de Belgrado en un vecindario ruidoso y lleno de gente, así que nunca estaba aburrido. En la escuela había fotos de Tito, Stalin, Lenin sobre el pizarrón mirándonos estudiar. Los maestros decían que eran tres grandes hombres que estaban llevando felicidad a niños en varias partes del mundo. Yo no sabía qué creer porque en casa decían que eran hombres malos culpables de que mi papá estuviera lejos.

MF: Cuando llegaron a Francia fueron clasificados por el gobierno como “desplazados”.  El desplazamiento, el exilio, la falta de un sentido de pertenencia son temas recurrentes en su poesía. ¿Cree que fue en París donde desarrolló ese sentir?

Simic: Sí, sí lo creo. Me gusta el francés, pero sus hablantes en verdad disfrutaban humillándonos. Cada pocos meses debíamos actualizar los permisos y debíamos esperar por horas en la fila sólo para enterarnos que había un documento que faltaba, como el certificado de nacimiento de mi bisabuela que debíamos pedir inmediatamente a Yugoslavia, y cuando al fin lo obteníamos nos decían que siempre no,  que no era necesario.  Vivimos un año en París, en una pequeñísima habitación de hotel sobreviviendo con el poco dinero que mi padre enviaba desde Estados Unidos. No teníamos ni idea de cuánto tiempo tardarían las visas. Mientras tanto caminábamos a todas partes, íbamos al cine, estudiábamos inglés. Mi madre compraba “Life” y “Look” y otras revistas americanas donde mi hermano y yo veíamos mujeres en traje de baño, modelos nuevos de auto y refrigeradores llenos con comida.  Fue en la escuela de París donde comencé a interesarme en la poesía porque debíamos memorizar  poemas de Baudelaire, Verlaine, Rimbaud y recitarlas frente a la clase. No se imagina la pesadilla que era para mí hacer eso por mi acento, aun así esos poemas lograron traer lágrimas a mis ojos.

MF: A menudo ha dicho que Nueva York es su ciudad favorita ¿fue amor a primera vista?

Simic: Lo fue. En 1954 era una vista impresionante. Europa era tan gris y Nueva York era muy  brillante: tantos colores, los taxis amarillos, las luces de neón.  La distancia con América era apenas de cinco días pero se  sentía como una eternidad, similar a la distancia que hay hoy con China. Las ciudades europeas son como escenarios de ópera, pero Nueva York era como los escenarios de una feria donde hay traga espadas, mujeres barbudas y los magos aparecen de la nada.

MF: ¿Cómo fue la relación con su padre después de no haberlo visto en qué, diez años?

Simic: Fabulosa. Obviamente no sabía qué esperar, mi padre no quería que tuviéramos una típica relación padre-hijo, que no hubiera sido posible en ningún caso.  A él le encantaba ir los bares de jazz, restaurantes, cantinas, de hecho me llevó a un bar de jazz en mi primera noche en Nueva York. Hablar con él era siempre divertido porque tenía un montón de buenas historias. Además leía de todo: historia, literatura, política, religiones del oriente, filosofía, misterios, misticismo, deportes, incluso las columnas de chismes del periódico. Era una de esas personas que siempre están tratando de contestar a la gran pregunta. Lo bueno de él era que tenía una gran habilidad para escuchar y siempre estaba interesado en lo que alguien más había dicho así que era muy fácil estar con él. Muchos años después conoció a mis amigos poetas James Tate y Mark Strand y confirmaron que era una gran compañía.

MF: Pero él y su madre no se llevaban tan bien.

Simic: No. Se divorciaron de manera más o menos amistosa como dos años después de reunirse de nuevo. Fue cosa de la separación de diez años y el hecho (que yo acepté a temprana edad) de que no tenían nada en común. Mi madre era una mujer muy fuerte y con una integridad personal inquebrantable cuyas opiniones políticas demostraron ser más proféticas que las de mi padre, pero en el día a día no era divertido estar con ella. Siempre estaba esperando lo peor. Si me enviaba a la tienda a por leche  y pan se imaginaba todas las atrocidades que podrían ocurrirme  y se sorprendía auténticamente cuando regresaba sano y salvo. Los horrores de la guerra dejaron un impacto mucho mayor en ella que en el resto de nosotros. Se sentía derrotada y no quiso admitir la derrota, creía que sus vidas habían sido aplastadas por los acontecimientos históricos.

MF: ¿Y usted? ¿Alguna vez se sintió aplastado por la historia?

Simic: Cuando era más joven no. Ahora ya no estoy tan seguro. Aún rondan por ahí el mismo tipo de locos que hicieron que el mundo fuera un caos cuando era niño. Quieren más guerras, más cárceles, más muertes; todo es horriblemente familiar, pesado y tristemente familiar.

MF: ¿Qué le pareció Chicago?

Simic: Chicago era como una edición de bolsillo del Manifiesto Comunista, con imágenes de brillantes mansiones frente al lago y tugurios en el centro de la ciudad. Por un lado tenías la Avenida Michigan con sus ostentosos hoteles y tiendas de lujo  y por el otro el resto de la ciudad donde los obreros de las fábricas, con los rostros llenos de mugre, esperaban el autobús para ir a trabajar. Se podría decir que era un paraíso para los inmigrantes. Había empleo para todos. Había inmensas fábricas traqueteando todo el día, las veinticuatro horas a poca distancia de bellísimas playas donde bonitas parejas se sentaban a leer a Camus y Sartre. Entre mis amigos tenía a polacos, suecos, judíos, alemanes, italianos, jóvenes negros que se turnaban para explicarme qué era América. Chicago, donde sólo pasé tres años, me dio mi primer contacto puro con lo americano. Todo lo que pasé ahí me dejó una gran impresión.

MF: ¿Cómo qué?

Simic: Todo era nuevo. Buscar trabajo. Trabajar. Conocer a todo tipo de personas en el trabajo, que en su mayoría eran mayores a mí. Ir cada noche a algún bar con algunos de ellos y escucharlos hablar de sus vidas tan diferentes.

MF: ¿Fue ahí que comenzó a escribir poesía?

Simic: Bueno al principio, mi ambición secreta era ser pintor.

MF: ¿Qué clase de pintor quiso ser?

Simic: Empecé cuando tenía como quince años con una especie de postimpresionismo. Más tarde imitaba a Soutine, Vlaminck y a los expresionistas alemanes. Cuando lo dejé, alrededor de los treinta años, estaba en un expresionismo abstracto a veces imitando a Kooning, a veces imitando a Guston. La verdad es que tenía poco talento.

MF: ¿Cuándo empezó a escribir en serio?

Simic: Empecé a escribir en mi último año de Preparatoria, pero no de forma seria (lo que quiera que eso signifique). Escribía poemas de vez en cuando pero estaba más interesado en lo que pintaba.

MF: Cuando se graduó de la Preparatoria consiguió un empleo como asistente en las oficinas del Chicago Sun-Time ¿alguna vez habló con alguien sobre ir a la Universidad?

Simic: Claro que hablé con mucha gente. Fui aceptado en la Universidad de Nueva York y la Universidad de Chicago, pero no había forma de que me inscribiera. Cuando se trataba de dinero mi padre era muy descuidado. Tenía un gran sueldo pero lo gastaba todo inmediatamente.

MF: ¿Cuándo dejó la casa paterna?

Simic: A los dieciocho años. Rentaba un pequeño lugar por el Parque Lincoln, en el mismo barrio que un amigo que estudiaba filosofía y trabajaba en el Sun-Times. Él fue el primer lector serio de mi poesía, hasta cierto punto, porque como toda persona razonable tenía un pequeño recelo de la imaginación. Valoraba más la lógica que la metáfora. Muchas veces nos sentábamos a orillas del lago Michigan y yo trataba de explicarle “Prufrock” y él decía “¿cómo pueden ser anestesiados por la noche como cadáver en la mesa de autopsia?”. Al cuestionar todo lo que yo sabía me hizo pensar seriamente en la poesía. Ha resultado ser una persona muy importante en mi vida y hemos sido amigos por cuarenta y cinco años.

MF: ¿A qué poetas leía en ese entonces?

Simic: A los modernistas, europeos y americanos. A Pound, Eliot, Williams, Stevens, Apollinaire, Brecht, Rilke, etc.  El novelista Nelson Algren, a quien conocía de Chicago,  me vio con un ejemplar de un libro de Robert Lowell y dijo “¡Simic, no leas  esa mierda, no está a la altura, deberías leer a Carl Sandburg y Vachel Lindsay!” En el Medio Oeste tienen una especie de desconfianza y desprecio por las elites intelectuales de la Costa Este, prefieren a Robinson Jeffers a Robert Frost, Edgar Lee Masters en lugar de Wallace Stevens.  En cuanto a mí el primer poeta que recuerdo que me gustó en verdad fue Hart Crane. Su poesía me atrajo por lo oscuro.  Sus poemas impenetrables me hacían pensar en un estrato mayor y último de la poesía. No tenía ni tengo interés en desvelar su oscuridad. Escribí algunos poemas imitándolo utilizando el diccionario de sinónimos para cambiar palabras hasta que tuve un poema que nadie, ni yo, sabía qué quería decir. Afortunadamente todos esos poemas fueron destruidos.

E: muchos poemas a lo largo de su carrera hablan de la vida en los márgenes- los borrachos, los solitarios, los vagabundos de la calle, los que viven mucho tiempo en hoteles de paso- ¿podría decirse que son un reflejo de lo que vivió en su juventud en Nueva York?

Simic: Sí. Llegué a Nueva York en el verano de 1958 y me encontré completamente solo. Tenía un montón de amigos en Chicago que me preguntaron: “¿A qué quieres ir a Nueva York?” Pero la ciudad tenía las cosas que me gustaba: más librerías, más clubes de jazz, más películas. Asistía a  clases de noche y trabaja en el día en diferentes cosas, llegué a vender camisas en una tienda departamental, vendía libros, ayudaba a un contador, trabajaba en la nómina, cosas por el estilo. Cuando no estaba en clases o trabajando estaba en el cine o bares. Dormía poco y me enamoraba con mucha frecuencia. Me parece que no era feliz, pero tampoco era por completo triste. Una de las ventajas de crecer en un lugar donde ves gente colgar de las farolas cuando vas a la escuela es que no te quejas de muchas cosas cuando vas haciéndote viejo.

E: ¿Participó activamente en la escena poética?

Simic: Sí, así fue. Asistí a un gran número de lecturas. En los comienzos de la década de los 50 hasta mediados de los 60 las lecturas de poesía eran algo discreto, apenas cuatro o cinco amigos del poeta y tres o cuatro maestros jubilados, la más de veces agresivos. Oí a Allen Tate, Lowell, Berryman, James Wright, O’Hara, Creeley, Levertov, y muchos otros. Por supuesto tomaba nota de casi todo lo que había oído. Me sentaba y echaba humo, así fue como conocí a otros aspirantes a poetas. Me gustaba decir cualquier cosa sobre cierto tema y alguien me escuchaba  y comenzábamos a debatir, luego íbamos por unas cervezas. Algunos de ellos eran más viejos que yo e hicieron lo posible por iluminarme de la mejor manera.

MF: ¿Quiénes eran esos aspirantes a poetas? ¿Sobre qué debatían?

Simic: Eran gente con una gran pasión por la poesía, muchos habían publicado algunas cosas en pequeñas revistas pero después ya no se supo más de ellos. Debatíamos de lo que sucedía en la poesía y en los libros y revistas que leíamos en ese entonces.

MF: ¿Fue usted mismo quién mandó los poemas que escribía a las revista de esa época?

Simic: Sí, mis primeros poemas se publicaron en 1959, en la Chicago Review, así que debía presentarlos por mediados de 1958, cuatro años después de haber llegado a Estados Unidos.

MF: ¿Ya escribía en inglés?

Simic: Siempre escribí en inglés porque quería que mis amigos y las chicas con las que coqueteaba entendieran mis poemas.

MF: Me parece que destruyó todo sus trabajos juveniles inéditos ¿Por qué lo hizo?

Simic: Eso ocurrió cuando hice mi servicio militar (en 1961 me reclutaron y me mandaron a Francia)  después de un año le pedí a mi hermano que me mandara los poemas y él envió una caja de zapatos llena hasta el tope. Los leí cuando llegaron y me parecieron un fraude inmenso, estaban mal escritos, sonaban mal, nunca estuve tan avergonzado en toda mi vida. Esa noche salí del cuartel corriendo y los tiré a la basura en una catarsis extraña.

MF: Supongo que todos los que vivieron la Guerra Fría fueron guerreros a su manera y aguantan las cosas, pero durante los intermedios de esa guerra, como la Crisis de los Misiles en Cuba, debió sentirse bastante cerca de  la primera línea.

Simic:  Sí, estábamos esperando a que estallará la guerra en cualquier momento, sobre todo la guerra nuclear, y estábamos siempre alerta. Me acuerdo que durante el apogeo de la crisis cubana vi al comandante en jefe romper con total solemnidad un sello que decía “No debe ser abierto, excepto en caso de guerra” así que esa era un guerra. Nuestras órdenes eran tan contradictorias y estúpidas que hasta nuestros superiores se perdían en ellas. PFC Simic debía ir solito a realizar una orden que debía ser cumplida en una intersección en la frontera entre Alemania y Francia, se trataba de impedir que los civiles usaran esa ruta, porque por un acuerdo de la OTAN, ese camino debía ser usado sólo por las familias de los soldados estadounidenses. Si la gente llegaba a oponerse yo tenía un arma que se supone podía usar, el resto de las órdenes eran por el estilo, poco realistas. Por suerte la crisis terminó en unos días y yo no tuve que hacer el ridículo.

MF: ¿Escribió algún poema en aquella época? ¿Era posible escribir en esas condiciones?

Simic: Era posible, pero yo no tenía ganas de hacerlo. Tenía un diario donde anotaba ideas y cosas sobre los libros que leía, pero en general escribí muy poco en esa época.

MF: Muchas ediciones de su poesía selecta comienzan con “Carnicería” ¿Cree que ese poema es una buena puerta de entrada a su poesía, como la primera obra en la que encontró su propia voz?

Simic: Fue el primer poema que, después de acabarlo, supe que quería conservar. Lo escribí en 1963, cuando vivía en la calle trece este, en aquel momento en esa parte de la ciudad había varias carnicerías polacas e italianas que tenían al descubierto salchichas, patas de cerdo, pollos colgando, era todo un espectáculo. Nunca en toda mi vida he vuelto a acercarme a una carnicería de esa menara. Me recordaba a mi infancia en Europa, cuando de niño mataba a las gallinas o veía degollar a los cerdos para ser asesinados después.

MF: ¿Sería correcto asumir que las últimas líneas del poema hacen una conexión entre la violencia y la creatividad?

“De madera hay una tabla donde se rompen los huesos

Una limpieza profunda en ella,  de río que lleva a la cama

Donde me alimento

Donde escucho una voz en lo profundo de la noche”

Simic: Supongo que sí, pero no soy consciente de cuánto de eso sabía en el momento en que escribí el poema. Seguro que de nada. Me tomó muchos años, y rencontrarme con viejos amigos de mi infancia en Belgrado, para asumir que viví en un matadero. No solamente vivíamos una ocupación también una guerra civil que tenía a diversas facciones enfrentadas entre ellas. La sangre en las calles no es una figura literaria es algo que se veía constantemente, que me dio mis primeras lecciones y me hizo saber que la gente inocente también muere. Cada que leo sobre “guerras justas” en la que miles de inocentes mueren o morirán me dan unas inmensas ganas de dejar la piel atrás.

MF: Desde afuera hay cosas que poetiza que no parecen serlo, y por las que mucha gente siente atracción, como por ejemplo las cucarachas.

Simic: Eso fue otro poema precoz.  Las cucarachas aparecen ahí porque en todos los lugares en los que viví en Nueva York estaban como plaga. Eran también las únicas que me visitaban, y como yo fui criado para ayudar los extranjeros y llevar a las viejitas al cruzar la calle, es lógico que me preocupara por la salud de mis visitas, aunque fueran cucarachas.

MF: Los insectos se encuentran muy fácilmente en su obra. Parece muy encariñado con las hormigas también, sobre todo en libro “Jackstraws”.

Simic: Lo sé. Cuando mis amigos cercanos lo leyeron me decían cosas como: “¿Simic, haz estado bebiendo demasiado? Tantos insectos, por Dios”. En realidad siempre he sentido atracción por estas creaturas, que van felices en su camino, preocupados por sus propios asuntos (los que estos sean). Las moscas son unas neuróticas, las polillas unas lunáticas, sólo puedes esperar tranquilidad de las mariposas, pero las hormigas me parecen muy agradables. Cuando era niño solía pisarlas por maldad o aburrimiento. Ahora, a mi edad, no puedo ni matar a una pulga que me esté picando.

MF: Volviendo a sus primeros trabajos tales cómo “Carnicería”, “Cucarachas” ¿qué respuesta obtenía de sus amigos y lectores a mediados de los sesenta?

Simic: A un par de editores, a quienes mostré los poemas, les parecían irritantes. Decían que era como si yo quisiera ser un sabelotodo. Más interesante aún, creían que  eran temas poco dignos. Sin embargo a mis amigos les gustaban, querían que escribiera más poemas épicos sobre palillos y grifos que gotean.

MF: ¿Hubo alguien que lo influenciara particularmente?

Simic: Supongo que Apollinaire está detrás de “Carnecería”. En los otros poemas está William Carlos Williams y los surrealistas franceses. No es como si hubiese leído sus poemas y quisiera hacer algo como eso de inmediato, pero fue sin duda su ejemplo lo que seguí en el fondo de mi mente. Aun así fue un avance. Me dije esto es lo que quiero hacer de ahora en adelante y no me importa a quién le guste o a quién no.

MF: Muchos críticos han dicho que su obra tiene una marcada mezcla entre influencias europeas y americanas ¿Está de acuerdo con eso?

Simic:  En realidad no sé cómo responder a eso. Ya había leído a un montón de poetas europeos cuando también leía a mis contemporáneos americanos. No hay duda de que mi manera de leer a los europeos es distinta por mis experiencias. Aunque por otro lado, como le dirían algunos serbios, mi poesía ya suena ajena para ellos: “ya no es uno de nosotros” les he oído decir, tanto con ira como con decepción. Soy realmente un caso difícil de clasificar; ni exiliado ni inmigrante exactamente pero no es algo que me preocupe. No es como si hubiera podido elegir la vida que iba a tener o el tipo de poeta que iba a ser. Simplemente ocurrió.

MF: Mencionó que su manera de leer a los europeos es distinta por las experiencias. ¿Cómo es eso?

Simic: Por obvias razones. Ya conocía algunas de las lenguas, ya sabía cómo lucía el continente y cuál era su historia reciente de primera mano.

MF: ¿Cómo se siente escribir en una lengua que no es con la que creció?

Simic: Nunca escribí un poema en mi lengua materna por lo que nunca hubo un conflicto,   así que no sé cómo responder a eso.

MF: ¿Qué tan importante fue para su manera de concebir la poesía que quería escribir el leer a poetas yugoslavos como Vasko Popa e Iván Lalic´?

Simic: Todo eso tiene que ver con el momento en qué los traduje, o así se mezcla en mi cabeza. La traducción es la lectura más cercana a un poema, por lo que es difícil no dejarse influenciar. Se trata de dos poetas muy diferente Popa viene de la tradición surrealista y el folklore serbio, y Lalic´ en el fondo de Hörderlin y Rilke, así que me enseñaron la manera extensa de componer poemas radicalmente opuestos. Este es el caso de otras traducciones que hice en los últimos cuarenta años. Traduje a todo tipo de poetas y aprendí cómo se hacen los poemas y, sobre todo, acerca de las lenguas, la relación entre una primera y una segunda lengua. Es alucinante descubrir que una palabra o frase o un poema entero que es hermoso y comprensible en una lengua no pueden traducirse a otra. Cualquiera que sea la respuesta a este enigma  tiene mucho que ver con la experiencia del lenguaje y la forma en que éste engloba una visión particular del mundo. De hecho no es sólo la cuestión de la poesía también se ve en la filosofía, para reflexionar.

MF: ¿Podría darnos un ejemplo de una palabra o un poema imposibles de traducir?

Simic: Chieftain Iffucan of Azcan in caftan /  ¡¡Oh, con el cabello de henna tan en punta, détente!!

Mientras un poema dependa más del lenguaje para causar un efecto, más difícil es traducirlo. Quiero decir, hay poemas líricos que casi no tienen contenido y donde la magnificencia de la palabras y la musicalidad lo son todo. En cuanto a las palabras individuales conocí una vez a un compañero que insistía en que la palabra para el pan en cualquier idioma no se puede traducir. Claro, uno puede encontrar equivalentes en un diccionario, ¿pero puede ese otro  pan realmente ser tan bueno como lo que nosotros llamamos pan?

MF: Ha hablado también del enorme impacto que tuve sobre usted la “Antología de poesía latinoamericana contemporánea” de Dudley Fits, que fue su primer acercamiento a poetas como Pablo Neruda o César Vallejo.

Simic: Así fue, y ese sigue siendo el más asombroso libro que he leído. Todos esos poetas no eran parecidos a nada de lo que había leído. La poesía latinoamericana es de alguna manera más cercana a la poesía norteamericana que la poesía europea. Es ese sentido de frontera, de la inmensidad de los espacios y la sensación de ser siempre de provincia. No puedo imaginarme a un Whitman o una Dickinson francés o alemana, pero no tengo ningún problema al imaginarlos en un pequeño pueblito argentino o brasileño. Por supuesto hay muchas diferencias que nos separan, pero en el momento en que los leí, en 1959, me parecieron muy cercanos y eso es lo que me gusta recordar.

MF: ¿Cuál fue la licenciatura que estudió en la NYU a mediados de los sesenta?

Simic: Lingüística (centrándome en el ruso y sus estructuras). Yo decía que quería leer a Dostoievski, Tolstoi y Chéjov en su idioma original, o algo así, pero esa no era la verdadera razón. Creía que conocer las estructuras de otra lengua me ayudaría a escribir mejor, creía que sería fácil porque ya sabía un poco de ruso. Estaba muy equivocado. Terminé teniendo que memorizar las terminaciones y maneras de conjugar del Báltico para saber la formación de sustantivos en el antiguo prusiano. Me quedé en la carrera más que nada por terquedad y pereza, y sin ganas de comenzar nada más.

MF: ¿Qué le recomendaría estudiar a un poeta?

Simic:  No hay una carrera para la poesía. Cuatro años cavando tumbas con un libro de filosofía bajo el brazo, o una edición de bolsillo de cualquier libro de poesía, ayudarían tanto como una estancia en la universidad.

MF: ¿Cómo fue que conoció por primera vez el trabajo de los poetas de la escuela de  Nueva York? ¿Fueron una fuente de inspiración, o una influencia para usted?

Simic: Creo que conocí su trabajo por un número de la revista que ellos editaban, Locus Solus, se llamaba. ¿Cuándo fue que la editaron?

MF: Entre 1961-1962.

Simic: Y también una vez fui a una lectura de Frank O´Hara, en la Segunda Avenida, en un lugar que me parece se llamaba Metro. También recuerdo haber leído su “En Memoria de mis Sentimientos” pensando éste es el poema más grande jamás escrito. Medio nos reconocíamos porque frecuentaba los mismos bares que él. Aparte de eso es difícil precisar, porque había muchas revistas pequeñas, tantos poetas que leí en ese momento. La poesía de Ashbery no me dejó un buen sabor de boca y la de Koch apenas mejoró. Desde luego yo no los veía como un grupo distinto de los otros. Todo eso quedó más claro con el tiempo.

MF: ¿Qué hay de los poetas que fueron considerados pesospesados en esa época, Robert Lowell y Jonh Berryman?

Simic: Le prestaba más atención a mi nariz que a ellos. Años más tarde cambié de opinión, pero en ese momento yo sentía que su poesía no servía para nada, y lo mismo pensaban mis amigos.

MF: ¿Por qué no? ¿Qué no le gustaba de su poesía? ¿Qué lo hizo cambiar de opinión?

Simic: Eran demasiado literarios, demasiado consientes de sí mismo, con esa pretensión de escribir el “gran” poema. Después empecé a apreciar el sentido lírico de Berryman, su oído para el sentido del lenguaje, de Lowell su visión histórica y su habilidad con los verbos.

MF: ¿Qué hay con los pesos pesados de esta época? ¿Qué pasa con la poesía contemporánea?

Simic: Pregúnteme de nuevo en cien años.

MF: Su trabajo siempre ha sido admirado por críticos de ambas partes de la “gran división” me refiero a la división que ha habido siempre entre lo tradicional y lo vanguardista, los cara pálida  y los pieles roja, tradicional y experimental ¿Era consciente en ese entonces de las “guerras poéticas”?

Simic: Creo que eso es todo de lo que hemos hablado. Ahí estaban los Beats, el verso proyectivo de Charles Olson y las recomendaciones de Robert Bly en su revista de poesía The Sixties. Me terminé inclinando hacia poetas como WS Merwin, James Wright y Bly, que tenían algo de surrealismo en su trabajo, pero también encontré otros poemas e ideas sobre la poesía en otras partes que me atraían. ¿Qué hace a un poema bueno? Nunca me pareció un tema sencillo. Si la historia literaria de los últimos cien años demuestra algo es eso.  Me gustan Frots y Robert Creely, Gertrude Stein y Donald Justicie. Hoy en día, creo, existen los llamados Poetas del Lenguaje y la nueva generación de formalistas que considero en realidad una pérdida de tiempo.

MF: Sus dos primeros libros “Lo que la hierba dice” (1967) y “En algún lugar sobre nosotros una piedra toma notas” (1969) fueron publicados por una pequeña editorial llamada Kayak en San Francisco ¿Cómo pasó eso? ¿Cómo fueron recibidos?

Simic: Kayak era una revista de poesía editada en San Cruz, California, que publicaba a poetas que escribieran más o menos como los surrealistas. Su director era George Hitchcock un actor y poeta influenciado por Breton y Péret. Después de haber publicado numerosos poemas en su revista por dos o tres años, él me pidió que escribiera un libro completo. Yo estaba por supuesto encantado. A pesar de ser producida con bajo presupuesto Kayak era leída y respetada. “Lo que la Hierba Dice” salió en 1967 y fue el segundo libro que la revista publicaba. El día llegó y yo no podía creer lo que veía. Estaba feliz de tener un libro con mi nombre y al mismo tiempo muy sorprendido por lo feo que era. Me avergonzaba mostrarlo a la gente. El punto es que el libro hizo que mi nombre fuera conocido. Fue distribuido por City Lights, la misma editorial que distribuía el bestseller de Ginsberg “Howl” por lo que estaba muy bien acompañado. Recibí un montón de críticas, la mayoría favorables. Parecía que cada poeta del país lo había leído, así que hice otro libro con Hitchcock “En algún lugar sobre nosotros una piedra toma notas”  fue  un poco más bonito, aunque todavía era editado con bajo presupuesto, pero, como he dicho, mi nombre se hizo conocido.

MF: La nueva edición de sus “Poemas Selectos” no incluye su poema más largo, “Blanco”, que ha sido incluido otras veces en otras ediciones. Espero que no sea porque ha dejado de gustarle.

Simic: No, no. Yo quería que esta edición incluyera sólo poemas cortos. Me gusta “Blanco”, mucho, aunque todavía hay un par de cosas que me gustaría cambiarle.

MF: ¿Es “Blanco” su único intento de un poema largo?

Simic: Hubo otros poemas largos que escribí cuando era más joven. Hubo un poema narrativo que escribí por 1957-1958 sobre la Inquisición Española que era una alusión al Macartismo de ese momento. Es uno de los poemas que deseché. Hubo otros intentos, sí, pero es mejor olvidarlos. He crecido y ahora aprecio más la precisión y la concisión. Menos es más en mi libro. Siempre estoy pelando los poemas, quizá demasiado.

MF: ¿Qué papel juega la revisión en su método de escritura? ¿Escribe una sola vez sus poemas o trabaja borrador tras borrador?

Simic: Pueden encontrarme revisando mentalmente un poema incluso cuando estoy tirado en el sofá, incluso poemas ya publicados que no quiero dejar ir. Muy rara vez escribo un poema una sola vez. No guardo los borradores viejos pero creo que algunos poemas han tenido al menos un centenar de versiones. Hay un peligro en revisar mucho los poemas. He arruinado muchos poemas al quitarles toda la vida por no dejar que sonaran raro, sin sentido, carentes de actitud. A veces esas debilidades hacen que el poema tenga todo su encanto, pero es algo que uno no sabe hasta después.

MF: Una de las características más distintivas de su poesía es la forma en que se combinan imágenes impredecibles y salvajes, con un estilo narrativo y conciso, a veces elíptico o breve. ¿Cómo se desarrolla esa tensión?

Simic: William Carlos Williams dejó una gran huella en mí. Creo que mi estilo se formó a partir de mis primeras imitaciones de Crane y Stevens. Quería algo que fuera simple hasta pedestre para sorprender al lector con algo mucho más fuerte. Vamos en otras palabras quería un poema que hasta un perro pudiera entender. Aun así, creo que me encantan las palabras raras, las imágenes sorprendentes, las metáforas brillantes y una buena dicción, a veces me siento como un monje en un burdel, masticando pan seco mientras las damas desfilan bebiendo champan y mostrando su lencería fina.

MF: Supongo que si tratáramos de ubicarlo en un mapa de los poetas americanos de la posguerra, estaría en el mismo lugar que Charles Wright y James Tate. ¿Estaría de acuerdo?

Simic: Por supuesto. Los conozco desde hace mucho. A Charles Wright lo conocí en 1967 en Nancy, Francia, cuando ambos hacíamos el servicio militar. Somos amigos desde entonces. Hace como treinta años todos éramos neosurrealistas  y escribíamos en lo que se etiquetaría de una manera autocomplaciente, sin sentido, eran poemas antintelectuales, pero esas etiquetas no significaban nada para nosotros. El Surrealismo estuvo lleno de diversión mientras duró, pero ahora ya está bien muerto y enterrado. Por supuesto usamos un gran número de imágenes en nuestros poemas y también yuxtaposiciones, pero eso no era un gran problema. Y para probar que no había ningún problema con eso, hice un estudio del folklore norteamericano en la biblioteca pública de Nueva York, en 1963-1964.  En ese momento estaba interesado en rondas infantiles, refranes, dichos mágicos, supersticiones y adivinanzas. Estaba muy interesado en recolectar frases como “extraer rayos de sol de un pepino” cosas así que probaran el surrealismo nativo y su imaginería, las iba apuntando en una libreta con la intención de publicarlo y que la gente de fuera del mundo literario dejase de molestar con eso. Bueno nunca pasó porque cuando la libreta se llenó la perdí en el metro, no pude mostrarle a nadie mi trabajo pero al menos lo supe yo.

MF: Me desconcierta un poco como es que usted y Tate fueron tomados como los herederos de los llamados “Poetas de imágenes profundas” (Merwin, Bly, Strand, Wright) la diferencia más obvia entre su poesía y la de ellos es que usted recurre más al humor de lo que ellos lo hicieron.

Simic:  Strand podía ser muy divertido, pero sí, nosotros no pertenecemos a ese grupo. Las tonterías, la alegría, el juego  y cosas así en nuestra poesía nos hacen más cercanos a la escuela de Nueva York. Nosotros no tenemos ninguna lección que enseñar, no adoramos la naturaleza ni le decimos al lector cuanto es lo que sufrimos. Alguna vez Tate dijo: “Sí, fue una historia trágica, pero eso es lo que lo hace tan divertido” y estoy de acuerdo con eso. Somos un país con millones de tontos, miles de ellos, que creen todo tipo de imbecilidades sobre nosotros mismos y el resto del mundo pero cuando se trata de poesía piensan que sólo sirve la solemnidad y hacer bromas es algo antiamericano. Lo que me gusta de Tate es su completa confianza en la imaginación, el que pueda encontrar poesía en cada situación humana, no sólo en la cima de una montaña mientras el sol va cayendo en una tarde de junio. Él es irreverentemente sabio y mucho mejor poeta que yo. Sólo puedo imitar su ejemplo.

MF: Tomó un trabajo como maestro en la universidad de California en 1970, luego en 1973 se trasladó a la Universidad de New Hampshire donde sigue trabajando hasta ahora. ¿El enseñar a escribir poesía ha afectado de alguna manera su práctica?

Simic: Me permitió leer y releer un montón de literatura, preparar la clase y formular las ideas que los estudiantes avanzados podían retar en el acto y me obligaban a repensar todo. Imagino que en realidad todo lo que leído en estos años, más que la enseñanza, es lo que ha modificado mi práctica poética.

MF: Lleva más de treinta años en Nueva Inglaterra ¿Qué autores de su tradición siente que son los que más lo han marcado?

Simic: Emily Dickinson, Emerson , Hawthorne, Frost. No me había interesado en Frost hasta que llegué a vivir al mismo paisaje que él describe en su poesía. Cuando miro por la ventana cada árbol, cada pájaro ya ha sido descrito por Frost. Entonces surgen toda una serie de temas filosóficos y estéticos que él y el resto de escritores de Nueva Inglaterra ya han hablado y con los que estoy en sintonía. Si uno vive donde yo vivo es imposible que no termine dialogando con ellos. Me pasa incluso cuando paseo a mi perro por el bosque y me da la impresión de que está familiarizado con los escritos de Henry David Thoreau y siente curiosidad por saber cómo es que yo reacciono ante sus ideas.

MF: Y ¿qué de Wallace Stevens?

Simic: Stevens era un gran poeta y un hombre brillante. Entendió que las teorías de los poetas románticos (Emerson, Whitman y William Carlos Williams- eran al final teorías sobre la realidad. Me gustan los poemas que tiene una idea filosófica interesante y sus poemas la tienen. Lo que Dickinson, Frost y Stevens comparten es su capacidad para, a través de cosas simples a la larga lanzan una serie de preguntas metafísicas. Poemas como “El hombre de nieve” de Stevens, “Una cierta inclinación de la luz” de Dickinson o “la noche  invernal de un anciano” de Frost lo hacen y me encantan esas cosas.

MF: Me gustaría preguntarle sobre el impacto que tuvo Joseph Cornell en su obra, sobre todo por el homenaje que le hizo en 1992 ¿Cuándo fue que descubrió su obra?

Simic: Imagino que fue a finales de 1950 cuando por primera vez vi libros sobre arte surrealista. Él era el único estadounidense, por lo que se destacó. Un vez que entendí cómo llevó a cabo la construcción de sus cajas supe que  éramos alma gemelas. Vagó por la ciudad mirando a su alrededor  y encontrando de vez en cuando temas aparentemente inútiles, extraños, que él salvó y luego reunió con otros elementos igualmente inútiles. Una caja de Cornell es como un poema, un sitio donde las cosas improbables se unen para dar al espectador una experiencia estética. La belleza de Cornell es algo que cada uno encuentra. Yo nunca lo conocí, pero sí conocí a gente que lo hizo y decían que solía hablar de cosas cómo: En la estación IRT calle veintiocho, hay una gran máquina de golosinad descompuesta y con un vidrio roto y es realmente hermoso. Esa forma particular de ver la ciudad de Nueva York tuvo un gran sentido para mí.

MF: Sus escenas urbanas en poemas como “Hotel Insonmina” o “Hotel Starry Sky” son muy visuales, muy táctiles. ¿Cuándo es que comenzó su amor por el cine?

Simic:  Cuando tenía como diez u once años. Había visto muchas películas antes, pero no hasta que vi las primeras películas americanas fue que empecé a sentir la poesía de una ciudad. Belgrado, donde crecí, era muy oscura, muy peligrosa en los años de la guerra e incluso después. Estas películas americanas eran un enlace a mis noches de insomnio cuando me asomé por la ventana a las calles mojadas por la lluvia. Recuerdo el dolor que sentí cuando descubrí que a mis amigos más cercanos no les gustaban tanto como a mí. No podía entender cómo era posible.

E: Cuáles fueron algunas de sus películas favoritas.

Simic: La jungla de asfalto, La ciudad desnuda, La dalia azul, Retorno al pasado, Laura, etc.

MF: Otra influencia no-poética de la que me gustaría que hablará es la música americana, sobre todo el jazz y el blues.

Simic: Bueno en Belgrado oía un montón de jazz en la radio (Glenn Miller y el jazz con grandes orquestas eran muy populares en Yugoslavia). Entonces cuando llegué a París descubrí a Charlie Parker, Monk, Davis y Bud Powell. Después en Estados Unidos escuché jazz en vivo con mi padre, pero lo más importante era lo que escuchaba en el día a día durante horas en el radio. Tengo un de coleccionista fanático. Una vez que me interesa un tema, debo saberlo todo. Me atrevo a decir que he escuchado casi todos los discos de jazz realizados entre los años veinte y los sesentas. Ocurre lo mismo con el blues. ¿Cuánta gente ha oído hablar de la calidad de Serenaders de Paul Howard, Jabbo Smith o Cripple Clarence Lofton? Imagino que no mucha. ¿Qué si alguno habrá influenciado mi poesía? No sé de qué manera. En Estados Unidos si usted quiere saber dónde está el corazón de alguien debe escuchar música country. Lo más sorprendente del blues es la economía en la letra, que puede transmitir todo lo complejo del drama humano en apenas pocas líneas.

Aquí un ejemplo:

Dije, buenos días, Señor del Monte de Piedad, hombre

Mientras caminaba por la puerta. Esta mañana me siento mal

Lo que quiero a mi calibre .44

estuve en una fiesta ayer por la noche

ahí permanecí hasta pasadas las 2. Volveré ahí hoy por la noche

podría uno o dos disparos hacer.

Eso es de una grabación de 1929 de Roosevelt Sykes, un pianista que también cantaba. Hay muchas más letras pero esto da una idea de qué quiero decir.

MF: Una vez entrevisté a Allan Ginsberg  y le pregunté por qué escribía de la manera en que lo hacía, a lo que él respondió “porque puedo” ¿Hay mucho más que decir sobre la manera en que los poetas escriben?

Simic: No, probablemente, no. Escribo para molestar a Dios, para hacer reír a la muerte. Escribo porque no puedo hacer otra cosa. Escribo porque quiero que todas las mujeres del mundo se enamoren de mí. Uno puede tratar de decir cosas inteligente como esas, pero al final todo se resume en lo que dijo Ginsberg.

MF: ¿Cómo describiría la manera en que su estilo ha evolucionado a lo largo de los cuarenta años que lleva escribiendo poesía?

Simic: En los primeros textos la idea era hacer poemas que fueran muy visuales, sin preocuparse demasiado por el sonido, utilizando el vocabulario más simple. Creo que mi poesía finalmente, llegó a ser más cuidadosa con el lenguaje y la música. Hay más elementos autobiográficos ahora, más narrativos. Me convertí en un poeta de país tanto como en un poeta de ciudad. Naturalmente aún conservo mis obsesiones, mis malos hábitos, mis puntos ciegos. Como todos los poetas que llevan tanto tiempo escribiendo, me repito. Quisiera no hacerlo. Por otra parte al igual que todos los insomnes, tiendo a las misma cosas y habito en ellas noche tras noche.

MF: En los últimos años la política debe haber figurado en gran parte de las cosas que medita por la noche, en particular los acontecimientos que suceden en lo que solía ser Yugoslavia. ¿Anticipó de alguna manera los diversos conflictos que estallaron en los Balcanes durante los años noventa?

Simic: Fue extraño. Lo vi venir y no lo vi venir. El nacionalismo estaba en todas partes  y en Serbia fue elegido Milosevic. Sabía que sus políticas iban a llevar a un baño de sangre, pero ya sabes cómo es, a veces uno asume que la gente es más razonable de que en realidad es. En toda sociedad hay quienes pueden y quienes no pueden matar. Interpreté mal las proporciones.  ¿Quién podría haber prevenido Srebrenica? Perdí muchos amigos que se convirtieron en enemigos rabiosos. Fue un momento horrible. El nacionalismo es una locura colectiva, una forma narcisista de millones que se acicalan frente a un espejo imaginario, diciéndose a sí mismos que son el pueblo de Dios. Su felicidad sólo venir de la infelicidad de los otros, por lo que necesitan matar y hacer infeliz a muchos. Al mismo tiempo hay algo suicida, algo contraproducente en toda esa maquinaría. Tarde o temprano siempre llegan a un final triste. La historia del nacionalismo en los Balcanes es que todo el mundo recuerda el daño que le han hecho en los pasados mil años, pero nadie recuerda lo que le hizo a alguien más. Seguí recordándoselos y ellos me llamaron traidor.

MF:¿Cuándo fue la última vez que visitó Belgrado?

Simic: En 1982, fue la última vez que estuve ahí. Obtuve una beca Fulbright y pasé un verano viajando por todo el lugar. Fue agradable, y sin embargo me sentía aún más extranjero que cuando viaje en 1972. Muchos de los escritores e intelectuales aún se fingían comunistas convencidos o al menos marxistas, por lo que eran súbditos, uno tenía que evitar preguntar sobre algo o criticar. No podía hablar de la manera en que suelo hacerlo y llegó a ser cansado después de un tiempo. Más tarde, durante los años de Milosevic, ese ya no era el caso. Los periódicos de la oposición para los que escribía eran increíblemente libres, ni siquiera pasaba eso con sus homólogos de occidente.

MF: Como tal nunca escribe directamente sobre determinados acontecimientos históricos o crisis sociales, pero seguramente la guerra de los Balcanes subyace en la sombría perspectiva histórica en poemas como “Leyendo la Historia” o “Imperios” ¿ambos son de principios de los noventa?

Simic: Supongo que en el fondo sí. “Leyendo la Historia” fue escrito después una borrachera y leer un montón de libros sobre la historia de China y la India. Cada cierto número de páginas, por supuesto, había un poco de atrocidades, algunas masacres o alguna batalla en la que murieron miles personas, eso fue lo que me hizo pensar. “Imperios”  es un poema sobre mi abuela materna, que murió en 1948, cuando tenía diez años. Ella me cuidó desde que era muy pequeño, mientras mis padres trabajaban. Solía escuchar a Hitler, Stalin, Mussolini y otros lunáticos en la radio. Yo no entendía nada, pero ella sí porque sabía varios idiomas. Se enfadaba mucho. No comprendía las mentiras que escuchaba y no pudo superarlas. ¿Qué está mal en el mundo? les preguntaba a todos. Buena pregunta. Todavía no he descubierto la respuesta. Ha habido muchas guerras en el tiempo que llevo de vida, hasta el punto de matar. Estoy tan perplejo como ella. La facilidad y la arrogancia con la que muchos son enviados a morir, continúa sorprendiéndome. El uso de un asesinato para mejorar el mundo, por ejemplo, es muy popular en los círculos intelectuales norteamericanos, como si nunca hubiera habido ningún precedente histórico. Pienso en estas cosas todo el tiempo.

MF: En “Septiembre 1, 1939” Auden escribió “Todo lo que tengo es una voz/ para deshacer la mentira plegada”, por supuesto después renegó de ese poema… pero me parece que sus poemas están motivados por “deshacer la mentira plegada” o por lo menos para exponer las complejidades que los políticos y expertos intentan disfrazar para nosotros.

Simic: Espero que así sea. La poesía, en mi opinión es una defensa del individuo frente a todas las fuerzas que son desplegadas contra él. Todas las religiones, todas las ideologías y la ortodoxia de pensamiento y la manera en que quieren que sea reeducado y convertido en otra cosa. Para cantar igual a todos los demás. Un verdadero patriota no piensa por sí mismo, dicen ellos. Me doy cuenta de que hay una larga tradición en la poesía para no decirle la verdad al poder y, de hecho, sí para ser su sirviente. Es lo que me falta a mí, algo que no tengo yo.

MF: Por otro lado, uno de los principales placeres de su trabajo, al menos para mí, es la manera que nos recuerda a todos los placeres normales de la vida, y nos insta, o más bien nos invita, a disfrutar de ellos mientras aún podamos -cosas como el camarón frito , tomate, cordero asado, vino tinto. . .

Simic: No se te olviden las salchichas fritas con patatas y cebollas. También es muy recomendable contar con un filósofo o dos en la mano. Unas pocas páginas de Platón mientras esperas a que el jamón esté en el horno. “Tractatus” de Wittgenstein sobre un plato de espaguetis con almejas. Creo que se piensa mejor cuando se pone a los opuestos juntos, cuando nos damos cuenta de que todas las realidades están conectadas una dentro de otra de alguna manera. Así es como la maravilla y el asombro, tan necesarios en la poesía y la filosofía, se producen. Una “verdad” separada y purificada de los placeres de la vida ordinaria, no vale nada, en mi opinión. Cada gran teoría y noble sentimiento debe ser probado por primera vez en la cocina, y luego en la cama, por supuesto.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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