Presentamos en traducción de los poetas Marco Antonio Murillo y Adelmar Ramírez nueve poemas del poeta norteamericano Li-Young Lee (Jakarta, 1957). Lee es uno los poetas norteamericanos más interesantes de la escena actual en lengua inglesa. Ha recibido diferentes reconocimientos entre los que se cuentan el William Carlos Williams por Book of my nights.
Yo le pido a mi madre que cante
Ella comienza, y mi abuela se le une.
Madre e hija cantan como niñas pequeñas.
Si mi padre estuviera vivo tocaría
su acordeón, balanceándose como un bote.
Nunca he estado en Peking, o en el Palacio de Verano,
ni en el gran Bote de Piedra mirando
cómo empieza a llover en el Lago Kue Ming,
y cómo los campistas huyen por el pasto.
Pero me gusta oír ese canto;
cómo los lirios acuáticos se llenan de lluvia
hasta volcarse, derramando en agua el agua,
oscilando, para llenarse de nuevo.
Ambas mujeres han empezado a llorar.
Pero ninguna detiene su canto.
De las flores
De estas flores vienen
estos duraznos envueltos en papel marrón
que le compramos al muchacho
en la curva de la carretera donde doblamos hacia
los letreros que decían Duraznos.
De las cargadas ramas, de las manos,
de la dulce comunión en las cajas de madera,
viene el néctar a la carretera, suculentos
duraznos que devoramos, incluso la polvosa piel,
viene el polvo familiar del verano, polvo que comemos.
Oh, llevar lo que amamos en nuestro interior,
cargar un huerto en nosotros, comer
no solo la piel, también la sombra,
no solo el azúcar, también los días, sostener
la fruta en nuestras manos, adorarla, y morder
el redondo júbilo del durazno.
Hay días que vivimos
como si la muerte no estuviera
de fondo; de alegría
en alegría en alegría, de ala en ala,
de flor en flor a
imposible flor, a dulce e imposible flor.
Epístola
De la sabiduría, espléndidas columnas de luz
despertando dulces frentes,
yo no se nada,
sólo lo que he atisbado en el más esperanzador de mis ensueños.
De un mundo sin fin,
amén,
yo no se nada,
sólo lo que canté una vez con los demás,
todos nosotros de pie en la sala abovedada.
Pero hay sabiduría
en el momento en que un niño
se sienta en su cuarto, y escucha
el sonido del llanto
proveniente de alguna otra habitación
de la casa de su padre,
y ese niño era yo, y él
escuchaba sin entender, y de pronto estuvo asustado
por cómo el llanto monótono parecía risa.
Todo esto mientras el medio día se volvía vasto,
mientras los rayos solares y el reloj
daban a luz a la melancolía,
y antes que los días se vaciaran,
el sol creciera terrible, el reloj se detuviera,
y la melancolía se rindiera ante el duelo.
Todo esto
en una hora muerta de un día muerto,
entre puertas cerradas para la siesta o la oración.
¿Quién estaba llorando? ¿Por qué?
¿El niño se durmió?
¿Él huyó de esa casa? ¿Ahora está ahí?
Antes que todo quede asolado, déjenme decir
hay sabiduría en la pálida hora
que llega entre dos sombras.
No es celestial y no es dulce.
Se acompaña de constante llanto humano
y dos surcos gemelos entre las cejas.
Pero es lo que yo sé,
y por eso puedo decirlo.
Visiones e interpretaciones
Porque este cementerio es una colina,
debo subir para ver a mis muertos,
y detenerme a mitad del camino para descansar
al lado de este árbol.
Fue aquí, entre la anticipación
de cansancio y el cansancio,
entre el valle y la cumbre,
que mi padre bajó hacia mi
y subimos cogidos del brazo hasta la cima.
Él acunó el ramo que yo había traído,
y yo, un buen hijo, nunca mencioné su tumba,
erigida como una puerta tras de él.
Y fue aquí, un día de verano, que me senté
a leer un viejo libro. Cuando levanté la mirada
de la página iluminada por el día, tuve una visión
de un mundo por venir, y de un mundo por marcharse.
La verdad, es que no he visto a mi padre
desde que murió , y no, los muertos
no caminan del brazo conmigo.
Si les llevo flores, lo hago sin su ayuda,
las flores no siempre brillan como antorcha,
pero a menudo pesan como periódico mojado.
La verdad, es que un día vine aquí con mi hijo,
y descansamos junto a este árbol,
y caí dormido, y soñé
un sueño que, cuando mi hijo me despertó, conté.
Nadie de nosotros entendió.
Luego subimos.
Incluso esto no es exacto.
Permítanme comenzar de nuevo:
Entre dos penas, un árbol.
Entre mis manos, crisantemos blancos, amarillos
crisantemos.
El viejo libro que terminé de leer
lo he leído una y otra vez.
Y lo que está lejos se acerca,
y lo que está cerca se vuelve más querido,
y todas mis visiones e interpretaciones
dependen de lo que veo,
y entre mis ojos está siempre
la lluvia, la migrante lluvia.
(De Rose, 1986) Poemas traducidos por Marco Antonio Murillo
Auto-ayuda para paisanos perseguidos
Si tu nombre sugiere un país donde las campanas
pueden haber sido utilizadas para entretener
o para anunciar las entradas y las salidas de las estaciones
o para los cumpleaños de dioses y demonios,
es mejor que uses ropa casual
cuando estés en los Estados Unidos,
y evita hablar demasiado alto.
Si acaso has visto hombres armados
arrastrar y darle una paliza a tu padre
al pie de la puerta de tu casa
para meterlo a la caja de una camioneta
antes de que tu madre te apartara del camino
y enterrara tu cara en los dobleces de su falda,
trata de no juzgar a tu madre duramente.
No le preguntes que estaba pensando
al trasladar los ojos de un niño
de la historia
hacia ese lugar donde todos los dolores humanos empiezan.
Y si te encuentras a alguien
en tu país adoptado,
y crees ver en su cara
un cielo abierto, alguna promesa de un nuevo comienzo,
probablemente significa que te ubicas muy lejos.
O si crees que lees en el otro, como en un libro
cuya primera y última páginas faltan,
la historia de tu propio lugar de origen,
un país dos veces borrado,
una por el fuego, una por el olvido,
probablemente significa que te ubicas muy cerca.
De cualquier forma, trata de que nadie lleve
la carga de tu propia nostalgia o esperanza.
Y si tú eres uno de esos
cuyo lado izquierdo de la cara no combina
con el derecho, tal vez sea una pista
de buscar hacia otra parte como el hábito
que tus ancestros consideraron útil para sobrevivir.
No lamentes no verte bello.
Acostúmbrate a ver mientras no ves.
Ocúpate de recordar mientras olvidas.
Muérete por vivir mientras no quieres seguir adelante.
Posiblemente, tus ancestros decoraron
sus campanas de todas las maneras y tamaños
con elaborados calendarios
y diagramas de distintos sistemas solares,
pero sin mapas para descendientes esparcidos.
Y apuesto que no puedes decir que idioma
usó tu padre cuando le gritó a tu madre
desde la caja de la camioneta, “¡Deja que vea el niño!”
Tal vez no era el lenguaje que usabas en casa.
Tal vez era un lenguaje prohibido.
O tal vez había demasiados gritos
y quejidos y estruendos de armas en las calles.
No importa. Lo que importa es lo siguiente:
El reino del cielo es bueno.
Pero el cielo en la tierra es mejor.
Pensar es bueno.
Pero vivir es mejor.
Estar solo en tu silla favorita
con un libro que disfrutas
está bien. Pero acurrucarse
es mejor.
El blues del inmigrante
La gente ha tratado de matarme desde que nací,
un hombre le dice a su hijo, tratando de explicar
la sabiduría de aprender una segunda lengua.
Es la misma vieja historia del siglo pasado,
acerca de mi padre y yo.
La misma vieja historia de ayer por la mañana,
acerca de mi hijo y yo.
Se llama “Estrategias de sobrevivencia
y la Melancolía de la asimilación racial.”
Se llama “Paradigmas psicológicos de personas perdidas,”
Llamada “El niño que prefería jugar que estudiar.”
Practica hasta que veas
el idioma en tus venas, dice el hombre.
¿Pero qué sabe el acerca de adentro y afuera,
mi padre quien fue desechado
a pesar de los lenguajes que usó?
Y yo, confundido acerca de la carne y el alma,
quien preguntó alguna vez ante el teléfono,
¿Estoy dentro de ti?
Siempre estás dentro de mí, contestó una mujer,
en paz con la limitación del cuerpo,
en paz con la indiferencia del alma
hacia el espacio y tiempo.
¿Estoy dentro de ti? Pregunté una vez
yaciendo entre sus piernas, confundido
acerca del cuerpo y el corazón.
Si no crees estar dentro de mí, no lo estás,
contestó ella, en paz con la codicia del cuerpo,
en paz con el corazón consternado.
Es una historia antigua de ayer por la mañana
llamada “Patrones de amor en personas en diáspora,”
llamada “Residuos de residencia
y la Profanación de los amados,”
llamada “Quiero cantar pero no me sé ninguna canción.”
En su propia sombra
El está sentado en la primera oscuridad
de su cuerpo sentándose en lo oscuro más tenue del cuarto,
la luz apabullante del día detrás de él,
más allá de las ventanas, donde
el Tiempo es el campo.
Su cuerpo arroja dos sombras:
Una encima de la mesa
y al pedazo de papel frente a él,
y una encima de su mente.
Una le complica ver
las palabras que ha escrito y tachado
sobre el papel. La otra
no le deja reconocer
otro amo que no sea la Muerte. Entrecierra los ojos.
Lee: ¿Acaso la primera luz se esconde
en la primera oscuridad?
Lee: Mientras que todos los cuerpos comparten el mismo destino, ese no es el caso de las voces.
Jeroglífico del atardecer
Las aves siguen cambiando de lugar en el árbol vacío
como decimales o numerales reconfigurando
alguna palabra que, dicha, puede sonar la llave
que endereza el mecanismo dentro de la cerradura
que mantiene a la puerta dividiéndome de mi.
Finales de enero. Todas las aves miran
en una misma dirección y revolotean
de rama en rama.
No levantan ni una voz en contra
o hacia la oscuridad venidera, ni respuesta
para preguntas hechas por uno
cuyo ser entero parece una pregunta
planteada a sí mismo, uno que ya no es
nuevo en la tierra, ignorante, aunque,
aun no la próxima cosa.
La manzana se fuga
Contando hacia atrás
me siembro,
broto de la rama
de un nombre, rápido
hacia la sombre creciente
de mi madurar,
más allá de mi madre preguntando
desde su ventana, ¿has visto mi peine?
preguntando desde las escaleras del pórtico,
¿Quién rompió el reloj?
Más allá de mi padre advirtiendo desde el borde
del patio, Nunca des diezmo a la oscuridad. ¡Qué va!
ellos lo dicen por mi bien, y sus tonos
viven en lo amargo de mí
y en lo dulce, y en lo redondo y en lo escarpado,
en lo aromático, y en lo que nadie puede casar,
yo una carne olvidadiza
aprendiendo las tablas del corazón al repetirlas,
**
yo una retentiva carne llorando,
¡No hay vuelta atrás!
Una ebria carne riendo, ¡No hay vuelta atrás!
(De Behind My Eyes, 2008) Poemas traducidos por Adelmar Ramírez