Presentamos un poema de Hugo Gutiérrez Vega (1934), una suerte de elegía, perteneciente al volumen Los pasos revividos, publicado por Vaso roto en 2013. Con Cuando el placer termine (1976) obtuvo el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes. Traductor, diplomático, académico, su vida literaria ha participado de otras literaturas y de otras lenguas. Nos ha dado versiones al español de poetas italianos y griegos. Su obra ha sido reunida por el Fondo de Cultura Económica con el título Las peregrinaciones del deseo.
Cantos del despotado de Morea
XVI
Digo adiós a Mistrás, la carretera
se adentra en el Taigeto y a lo lejos
se adivina la luz de Kalamata.
Quedó atrás la ciudad que me ha dejado
el sabor de la muerte
y la precaria certidumbre de vida.
La montaña atormenta sus caminos
y una tenue neblina desfigura
el rostro de las rocas.
Pienso en los vivos de la ciudad difunta,
en sus canciones de honda madrugada,
sus hombres, sus mujeres,
el hogar y los niños.
Pienso en el pan y el vino
que iluminó sus tardes;
limito la memoria a los pequeños,
a los desconocidos,
a los que concibieron esperanzas
que liquidó la vida y, sin embargo,
seguían agradeciendo los destellos
que rescató el amor.
Pienso en todas las cosas que formaron sus vidas:
las penas, los dolores, la enfermedad, la muerte,
la primavera con sus nuevas lilas,
los amores, los libros, las palabras,
los altos entusiasmos,
el mar y las distancias recorridas.
Pienso en ellos y sé que al evocarlos
renace su memoria:
éste es un juego inútil, lo comprendo,
pero pensar en los demás,
en los arrebatados por la muerte,
es pensar en nosotros.
Somos el mismo río que va pasando,
dicen los poetas,
el río es inmenso y en su seno obscuro
habitan las tinieblas,
sin embargo, debe haber una luz imperceptible
al fondo del fracaso,
una luz que encendieron los añores,
una luz que vacila y permanece.