Recuerdo el fuego, nuevo libro de Eduardo Langagne en Argentina

Feria Internacional del Libro de Buenos Aires 2015: El suri porfiado, en coedición con Círculo de Poesía, ha publicado en Argentina Recuerdo el fuego, de Eduardo Langagne (Ciudad de México, 1952), quien por su poesía  ha recibido distinciones como el Premio Casa de las Américas, el Premio de Poesía Gilberto Owen y el Premio de Poesía Aguascalientes. Actualmente es Director de la Fundación para las Letras Mexicanas.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Canto para una exposición de Jordi Boldó

Alegoría para una serie abstracta

 

 

 

 

Reuniremos los colores del Mar Nuestro

cuando el sol esté encima y nuestra sombra

sea un punto abajo de los pies

Mezclaremos entonces los oscuros azules

en sus aguas

los negros más brillantes –luminosos negros–

los grises que salen de las telas

como el humo se evade de los barcos quemados

¿Desplegarás la tela

igual que izaban los antiguos el velamen

para el soplo del norte

cuando su aliento la cangreja recibía

a veces suave

iracundo a veces

y avanzaba hacia el mar que no termina nunca?

La influencia de aquel mar arrastrará tus tonos

habrás de padecer para encontrar la tierra

–una tierra que jamás promete–

y te abrirás el pecho dicen los designios

y pondrás el corazón sobre la tela

como una ofrenda al sol

Llegarás a donde llegue tu osadía

El amarillo es un símbolo de dioses vengativos

tus grandes amuletos son azules

aguas revueltas son

tranquilas aguas que cambian de color

nadas en ellas

en ellas te sumerges

Fragmentaste todas las figuras

no soplaste en el barro sino en la tierra seca

por eso tus figuras se reparten

en la tela están diseminadas

no modelaste con el barro un cuerpo

en tiempo de sequía lo espolvoreaste

lo esparciste en la tela para crear otros mundos

Ahí respiran otros seres

¿o la triste rutina no deja que los ojos los perciban?

La realidad sin embargo no se fuga

pernocta en la tela agazapada

diluida en los ocres de la tierra

Pienso en el perro de Francisco de Goya

en la arena que cubre al desesperado

pienso en los verdes que recuerdan eucaliptos

rabiosamente vivos ofreciendo su aroma

pienso en los pinos y otros verdes

todos los verdes son una obligación a la retina

Manuel Bandeira tenía también

o dever de ver de verde

En el otoño los amarillos oscurecen

se vuelven hojarasca

suenan a seco siempre si se pisan

hay hojas secas bajo los pies desnudos

de dos adolescentes que se ocultan

pero no esconden su amor a la luz del crepúsculo

Los jóvenes encima de la dulce hojarasca

ejercen el amor que no tiene sino sueños

y tiene por hogar el mundo todo

en esa tela vive esa pareja

cuando yo vuelva a verla habrá de separarse

estaré menos joven

y podré reconocer en los colores la tristeza

Sé que hay un niño detrás de esa mancha roja

tal vez un niño herido

como detrás de un beso hay siempre un niño

y en una mancha blanca un niño que no fue

Cuando los trazos de tinta son desesperados

el niño quería escribir una palabra

que nadie hubiera pronunciado nunca

y nombrara manzanas

e invocara la lluvia como los sioux

que llevan en su nombre

un animal salvaje

y clavaban un cuchillo en la faz de la tierra

para invocar la lluvia o ahuyentarla

según si el filo apuntaba a la nube

o a los ríos subterráneos

El fuego no es el fuego pero quema

es apenas el destello del atardecer

hacer arder la apariencia

crepita

El clima es cálido aun en los azules

helado puede ser en el intenso rojo

los contrastes son válidos

tal vez son necesarios

Pintar de verde la rugosa concha del quelonio

colorear la violencia del Martín Pescador

que azota un pez contra la roca

la violencia del mar que ahoga un barco de velas desplegadas

la ternura del mar

cuando no puede ahogar un barco de velas desplegadas

que avanza en el océano y ha de llegar a un puerto

que no tiene señales

 

 

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