American Poetry: Lauren Shakely

All Whitman Laureates at Círculo de Poesía

The Walt Whitman Award 1977

Today at Círculo de Poesía, as part of our celebration of the National Poetry Month 2016, we present two poems by the 1977 Walt Whitman Award  winner Lauren Shakely (1948). Her book Guilty Bystander received praise for its spot-on portrayal of modern urban hysteria; she is currently working a publishing consultant in New York. Spanish translations are by Esteban López Arciga (1994).

Hoy en Círculo de Poesía presentamos dos poemas por la ganadora del Walt Whitman Award de 1977: Lauren Shakely (1948). Su libro Guilty Bystander fue alabado por su representación de la histeria urbana moderna; actualmente trabaja como consultora de publicidad en Nueva York. Versiones en español por Esteban López Arciga (1994).

 

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The Four O’Clocks

Late afternoon in the Union bar.
The owner says if we eat his hamburgs
we’ll join his wife up on old Boot Hill, might as well
take the onions. Back in Ohio, where they paint
garages shocking pink and pave the yard with bottle caps,
the faded memory of flowers turns out blue,
though I read somewhere they are really red, white, or yellow.
A neighbor said they open right on schedule every day, but I
see
my child self, sad-eyed, knob-kneed, waiting forever
as green leaves spread over the red side of the house,
black seeds lie down on the concrete driveway.
Mother dim behind the screen door, plump, gingham apron.
From her stories I know she is a princess,
Pharaoh’s daughter who slums to care for me.
We plant some four o’clocks and wait.
From that lesson I learn failure, mystery, uncertainty.
Doesn’t matter what the flower really looks like:
I say blue with yellow stamens. My mother told me,
in the long nights when I howled at shadowy ghosts or
witches,
to look harder and see them for what they really were. I stared
at what I thought she was so hard that in memory she is
exactly
what I say. I know, I know my mother loved me, the way
a childless woman might smother a puppy, suckle or rape the
odd stranger,
yet still I grew up pinching the cheeks of snapdragons to make
them yawn,
yearning to see so clearly that even the stars would back off in
defeat,
as I crept into the blind night with my checkered knapsack,
my ill will.

 

The Monster Heart

 

I want my heart to rush after other hearts
like a taxi trying to make a light.
Think of it:
the monster heart
the heart that ate New York,
a heart that solves arguments between lovers
by offering to love them both
if they promise to keep quiet,
a heart that. When interviewed on TV,
answers politely,
“No thank you, I only eat other hearts,”
and never mentions me personally-
a heart anyone could love,
if he didn’t already know
what was wrong with it

 

Dondiegos de noche

Tarde en el Union bar.
El dueño dice que si comemos sus hamburgos
nos uniremos a su mujer en el viejo Boot Hill, podría de una vez
tomar las cebollas. Allá en Ohio, donde pintan
los garajes de un rosa chillón y pavimentan el patio con corcholatas,
la memoria difusa de las flores se vuelve azul,
aunque leí en algún lado que son rojas, blancas o amarillas.
Un vecino dijo que se abren justo a la hora todos los días, pero yo
veo
a la niña que fui, de ojos tristes y rodillas de perilla, esperando por siempre
mientras las hojas verdes se mueven al lado rojo de la casa,
semillas negras yacen en la banqueta de concreto,
Mamá tenue detrás de la puerta, rechoncha, con delantal de guingán.
De sus historias sé que soy una princesa,
hija de Faraón cuidada por esclavos.
Plantamos dondiegos de noche y esperamos.
De esa lección aprendo fracaso, misterio, incertidumbre.
No importa como luzca la flor en verdad.
Digo azul con manchas amarillas. Mi madre me dijo,
en las noches largas cuando le gritaba a fantasmas sombríos o
brujas
que buscara más duro y las viera por lo que en verdad son. Observé
aquello que creía que era tan duro que en la memoria es
exactamente
lo que digo. Sé, sé que mi madre me amaba, de la forma
que una mujer sin hijos sofoca a un cachorro, amamante o rapta al
desconocido singular,
Aún así crecí pellizcando los cachetes del antirrino para hacerlo
bostezar,
ansiando por ver con claridad tal que las mismas estrellas huirían
derrotadas,
mientras arrastraba a la ciega noche con mi mochila de puntitos,
mi voluntad enferma.

El corazón monstruo

Quiero que mi corazón persiga otros corazones
como un taxi tratando de ocuparse.
Piénsalo:
el corazón monstruo
corazón se come a Nueva York,
corazón que resuelve peleas entre amantes
ofreciéndoles amor a ambos
si prometen callarse,
un corazón que. Cuando es entrevistado en televisión,
contesta amable,
“No gracias, sólo como otros corazones,”
y nunca me menciona a mí personalmente-
un corazón que cualquiera podría amar,
si no supiera ya
lo que sucede con él.

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