Poesía chilena: Felipe Moncada

Presentamos algunos textos inéditos del poeta, ensayista y editor chileno Felipe Moncada (Quellón, 1973). Ha publicado los poemarios Irreal (2003); Carta de Navegación (2006); Río Babel (2007); Músico de la Corte (2008); Salones (2009); Mimus (2012); Silvestre (2015). En el género ensayos ha publicado Territorios Invisibles (2016). Ha obtenido la beca de creación del CNCA en tres ocasiones y el premio Mejor Obra Literaria, 2015, en categoría ensayo.

 

 

 

 

 

Tugurio 1950

 

Un almacén congrega a mecánicos y clientes, allí debes caminar sin ver a los rapados que van por la calle, el rostro de los hijos de Dios cuando el grandísimo era un músico callejero, un artesano que lleva pájaros de totora de pueblo en pueblo.

Debes mirar de reojo el bar sin nombre donde fuman alrededor de la mesa de pool y memorizar en fracción de segundo el piso de tierra, el televisor con su fiesta sodomita y las várices de la mujer que bota ceniza en el invierno de la 10 Oriente.

Debes retener el anuncio de Mejoral y un bar llamado Tren al Sur, y nunca olvides a la pelirroja en bicicleta que mira de reojo y entra en un portal desconchado, donde se lee: Hotel Apolo.

 

 

 

Hambre

 

Ladrones de bicicletas, mecheros, cuenteros, domésticos del verano, un hambre que ya no es hambre, estrechez de la familia en la casa del subsidio, fundar el ser en las Nike, en vestir de rapero en la plaza, en los pool, una angustia de mp4, de videoclip en el plasma, con una madre criando y moviendo motes, querer ser en medio del espantoso ruido, así, la mismidad se recluye más allá del río, al otro lado de la circunvalación y una vez que ha caído el viejo centro, que ha soplado el viento de las cavernas, cedido las vigas del comercio, han venido, si Kavafis, han venido los bárbaros en bicicleta, acechando en las esquinas, en camionetas 4 x 4, abriendo las cortinas metálicas con soplete, el paraíso de los blu-ray`s, hambre, qué hambre, ha caído el antiguo imperio, los viejos caserones podridos de humedad, con olor a perro mojado y al fin, sobre la ruina, cumplido el sueño de la multitienda, ha vestido impecable un joven, lástima que ahora todo sea polvo, justo ahora que los militares vuelven a las calles y la pobreza a sus reductos.

 

 

 

 

 

Haikú fotográfico

& carne nacional

 

Sería cosa de llevar a sus discípulos

en el arte del retrato

al Hipermercado de la Carne, con su dibujo

de fileteado de vaca, corte nacional

del que alguien dijo es una especie de mapa

un país y sus provincias liliputenses, cada una

con su identidad regional

Huachalomo, Palanca, Osobuco, cada color

una bandera en el territorio de la carne.

En ese mismo escenario, debéis fotografiar

a la vendedora

con su camiseta amarilla salpicada de manchas

de las que nadie querría averiguar su origen,

su jockey con el logo de la carnicería

y la inefable sonrisa chilena, ante la cercanía

del fin del turno.

Fotografiad también la música de la radio

Lomoliso, Posta Paleta, Tapapecho, músicos

& bandas que aseguran en la tradición del asado

la alegría que acompaña estas ceremonias.

De esa manera se completa la lección uno

en el arte del retrato, no olvidéis tampoco,

gil, los carteles de las ofertas, ellos deben poblar

el fondo de la mirada de la vendedora.

 

 

 

 

 

 

Traición de las imágenes

 

El poema de la gaviota

en lo alto de una torre penal

o ese de la niña

que se columpia

entre remolinos de tierra

y ve pasar un hombre

que trota por la costanera

un vacío domingo por la mañana

mientras el camino se alarga

y latas golpean en los tejados

 

un cúmulo de imágenes dispersas

en la zona muda

el eriazo común que nos habita

el recuerdo de una bolsa plástica

girando en el cielo de verano

la idea de un hombre

que corre junto al mar, y que siente

aumentar su soledad

en la blancura de las barandas

en el sueño

donde es el único habitante

 

esa idea

la imagen del deportista

al aceptar que nunca saldrá de ahí

mientras siente reventar

el aire en los pulmones,

olas que caen al pavimento

y una caravana de vehículos, tal vez

un cortejo funeral que va lento

hacia el final de la calle

hacia la idea del hombre

que decide empezar de nuevo,

dejar atrás su abandono a la familia,

la cárcel,

los gritos de los gendarmes

y se larga por parajes abandonados

con la rueda de la fortuna

volcada en la arena,

el aire que entra por la nariz

y sale por la boca,

las olas que entran al pensamiento

y golpean el infinito de la calle.

 

Quizás

hemos aprendido que un hombre

que no ha terminado la secundaria

no puede pensar

sobre la naturaleza del tiempo,

en la posibilidad

que sea de pronto la hora veinticinco,

el minuto final

y que nunca, nunca más

escuche la voz de sus familiares

mientras respira jadeante

fijando la mirada en los pelícanos.

 

Quizás

un hombre que corre por la ciudad

con años de universidad en la cabeza

desea perderse, como Kurosawa

en la pintura de los cuervos

sobre un campo de trigo

o entrar en esa de Hopper

con departamentos abandonados

y basuras en el viento,

quiere detenerse a respirar hondo

junto a la niña del aro

en la portada del Boston Evening Transcript

con citas particulares a lecturas,

ese hombre

con años de cátedras e intentos

quizás corra

por la melancolía y misterio de una calle

pensando en el origen de la gravitación

amargamente

en un hijo con el cual

no tienen nada que decirse

pues el tiempo ha sido implacable

y corre

para salir pronto del óleo

de la traición de las imágenes

repitiendo que

 

esto no es una calle

esto no es un hombre que corre

esto no es el poema de un hombre solo

una tarde

con incendios en las colinas,

columpios vacíos

y la vaga sensación

de no oír jamás

una palabra de ternura,

un gesto de cariño

y entonces apura el trote

para salir del pensamiento

del poema

de la gaviota

parada

en una punta de la torre penal.

 

 

 

 

 

REFUGIOS

 

Aquel guardia subido al banquillo en el centro de la importadora oriental, observador único sobre baratijas,

¿es acaso, un panóptico?

Ese momento en que ya has pagado tu cuenta y debes moverte sin guardar el restante, porque viene otro deudor detrás tuyo,

¿está fuera del tiempo?

Y esa vereda angosta que franquean dos hombres con casco de obrero con pancartas de una huelga desconocida,

¿es un no lugar?

 

Aquella venta de dulces y bebidas, improvisada en una vereda cualquiera, sobre cajas de cartón, cubiertas por una manta,

¿es una competencia desleal?

El hombre que se acerca en los terminales de buses, y te pide una moneda para llegar a una ciudad lejana,

¿es entonces una representación?

La mujer anciana, delgadísima, que se sienta sobre cartones a la salida del cine, con un papel que nadie se detiene a leer,

¿es una metáfora de la ceniza?

Ese oficial que insulta a los detenidos en el cuartel, ese hombre que grita a su esposa en el parque de diversiones, esa mujer que regaña a su hijo,

¿son espejismos del lenguaje?

Ese hombre vestido de bolsas plásticas, como un cosmonauta de los vertederos, apoyado en una pared de Tacna, con un tarro donde se juntan monedas,

¿es la utopía del cyberpank?

Y aquella verdulera que te dedica gestos groseros, mientras sigue el ritmo de sus audífonos y te increpa por no tener sencillo, volteando con violencia los frutos de la balanza,

¿es una ucronía del poder?

Esa caja de cartón donde duerme un perro al lado de la verdulería, o ese bidón con agua atado a un poste donde beben las palomas,

¿son rizomas de la mendicidad?

Y los carros metálicos que se allegan a los paraderos, con vapor de comida, cuando los trabajadores se agolpan  hambrientos y con frío en las avenidas,

¿son refugios del gesto humano?

 

 

 

LA CIUDAD

 

Los detenidos salen de espalda de los estadios

Gonzalo Millán

 

Los familiares

levantaron el puño nuevamente

al interior de viejas fotografías,

y sin que nadie lo notara

brillaron las herramientas

en el cuarto del fondo.

 

El póster de guerrillero

en la pieza del hijo mayor,

lució como antes

sus colores de imprenta.

 

Volvió a pasar un auto al día

por el camino cubierto de cicuta.

 

De vuelta en las aldeas,

los ancianos levantaron su copa

al oír la voz de su compadre

o hacer recuerdos del verano.

 

La ciudad se llenó de maleza.

La ortiga regresó al jardín

y en el bosque se oyó el silbo del pudú.

 

Huellas de puma se vieron

en la escarcha de los potreros.

 

Las cercas de madera

vieron crecer brotes de manzano.

 

Se limpiaron los caminos del monte.

 

La madre volvió a cocinar a leña

y en las fotografías del comedor

volvieron a ser jóvenes los primos

que nunca se llevaron a los cuarteles.

 

 

 

 

Datos vitales

Felipe Moncada Mijic (Quellón, 1973), ha publicado los libros de poesía: Irreal (2003); Carta de Navegación (2006); Río Babel (2007); Músico de la Corte (2008); Salones (2009); Mimus (2012); Silvestre (2015). En el género ensayos ha publicado Territorios Invisibles (2016). Ha obtenido la beca de creación del CNCA en tres ocasiones y el premio Mejor Obra Literaria, 2015, en categoría ensayo. Ha sido publicado en antologías impresas en Chile, Venezuela, EEUU y México. Ha participado en festivales de poesía de Chile, Argentina, Perú y México. Es editor en Ediciones Inubicalistas, sello que publica poesía, narrativa y ensayo. Vive actualmente en Valparaíso.

 

 

 

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