Presentamos algunos poemas de la poeta argentina, radicada en Italia, Marisa Martínez Pérsico (Buenos Aires, 1978). Es doctora en Filología Hispánica. Enseña, desde 2010, Lengua y Literaturas Hispánicas en diversas universidades italianas. Con dieciocho años escribió su primer poemario, Las voces de las hojas (Baobab, 1998), que recibió dos años antes el Primer Premio en el Certamen “Río de la Plata II”. Luego publicó Poética ambulante (2003), Los pliegos obtusos (2004) y La única puerta era la tuya (Verbum, Madrid, 2015), libro por el que resultó finalista del II Premio Internacional de Poesía “Pilar Fernández Labrador”.
DUNAV SAVA
Pasan los pinos azules de Belgrado.
Desde su último invierno,
a través del ramaje espinoso de otra lengua,
me saluda mi padre.
No habré cambiado mucho en estos años,
más allá de una hija
cuya vida él no acertó a murmurar.
Debajo del collar de las bocinas,
por el vidrio que esboza un pentagrama,
el pasado es un libro que se abre.
Quién dijera:
convocar dos recuerdos
que no pueden hablarse
en mi mesa de tres del pensamiento.
El viajero de enfrente me sonríe.
¿En qué butaca de otra época
se sentará a evocarme
mientras otro pasajero la seduce
y ella elige mirar por la ventana
los arbustos azules de otro cielo,
con retoños de avutardas peregrinas?
Hemos llegado a la estación. Se desvanece
el coloquio familiar. Nada es distinto.
Tal vez lo que importa del paisaje
es merecer un asiento en la memoria
de alguien que nos quiso
cuando estamos ausentes.
PASATIEMPO
Un lunar a la izquierda de mi ombligo
está jugando solo
en una plaza sin nombre
que recuerda tus manos.
LA MIRADA DE ORFEO
En cada puerto
vas buscando el velero de tu padre.
Todo navío azul con cuerdas en cubierta
es sometido a prueba en tu memoria:
las hélices, la línea de crujía,
cuántos metros de eslora.
En Porto Santo Stefano,
en Elba, en Porto Azzurro
te encaramas al poste que abastece energía
a las naves que arriban a la costa.
Desovillas el hilo de tu voz
y se te enciende una luz en el aliento.
En Pianosa he escuchado relatos de piratas.
Balaceras de pueblos en cordajes hundidos.
¿En qué mar
o en qué río navegable
las habrá levantado un astillero?
El destello del sol
eran sardinas rosadas
mecidas en el agua de ciudades
con aire de pesebre.
Vi tu esmero
por torcer el pasado que se esfuma
en horizontes de casas
trepadas a las rocas.
Presencié tu apetito
de habitar en la infancia,
con certezas de agosto:
el celaje aprendido de la nubes,
tu pericia de nudos marineros,
la manera de izar los banderines al cruzar la bahía.
Imploré que dejaras de espiar a tus espaldas
pero el ancla se arroja todavía
en el mar de tu memoria
desde un barco que existe
en los puertos de un álbum familiar.
No era Nike ninguno de esos buques,
ni tu padre
un capitán de aventuras a estribor.
Eurídice:
de tanto escudriñar paisajes en cenizas
hemos sido expulsados del presente.
Hundimos cuanto amábamos a bordo:
provisiones, vituallas, un hijo, otro futuro.
LA JUNGLA VERDADERA
El hocico de plástico de un oso
se alojó en mi costado
tras un juego de infancia.
¿Qué haces ahí?
¿Por qué no te sueltas?
Es el guardián de la ternura
que me asalta algún día,
surtidor de petróleo en solitario
de un antiguo candor.
Pero siempre regreso a superficie
y me apronto a correr en estampida,
con el gesto severo,
protegiendo el espacio que me toca
en esta vida salvaje
entre los hombres.
ARTE DIDÁCTICA
Quien ha sido pupilo del relámpago
aprende que el sentido
se aloja
en un fulgor.
RUTA A LA CRISÁLIDA
Tengo un arca de huesos averiados
por amar hasta el borde de la noche.
He cerrado postigos y persianas
para no enceguecerme
con la luz del recuerdo.
He palpado otros torsos.
He lamido sudores con la fe del olvido.
Está bien,
te dejo andar con tus atardeceres.
No reclames jilgueros en la aurora.
Los dejaré dormir un sueño blanco,
jugar a la escondida
entre constelaciones intocables
e hipocampos que entonan nostalgias del mar
en sus peceras.
Tener un perro manso
y una flor amarilla
eran goces mayores.
Me bastaban
las tramas invisibles
que mellan la piel de la memoria.
La vida que nos toca
es una tela zurcida con cuidado
por tapar el remiendo,
las costuras con prisa
de ese pozo
donde hubo cicatriz.
No.
No lo será.
Ninguna de las naves del querer
podrá encallar en tus zapatos
aunque busque probárselos
a todos los músculos del reino.
Para vivir después de la ceniza
hay que emprender la ruta a la crisálida
y volver a nacer con otra lengua,
como un niño extranjero
en un país
donde tu amor no exista.
ESTACIÓN DE CAPRANICA
La ventana se frena en un grafiti.
Mi sposerai?
La tinta está borrosa
por la trama de lluvias sucesivas.
Qué será del presente
de aquel fuego con médula y ardor.
El tren arranca,
se apaga una pregunta.
LENITIVO II
Dejar esa fractura expuesta a la mañana.
Sin compresas.
Que el poema respire por la herida.