La misma niebla que habita la existencia: Primera edad, de Jorge Galán, por Rubén Márquez Máximo

Presentamos una reseña de Rubén Márquez Máximo sobre Primera edad, de Jorge Galán, que recientemente ha publicado Valparaíso México. Jorge Galán es un destacado poeta salvadoreño que ha sido merecedor de distintos reconocimientos tanto por su obra poética como por sus novelas.

 

 

 

La misma niebla que habita la existencia: Primera edad de Jorge Galán

 

Primera edad es la nueva antología del poeta salvadoreño Jorge Galán que publica Círculo de Poesía y Valparaíso México. En ella se recopila el trabajo de 10 años (2006 – 2016) que abarca cinco títulos. Breve historia del alba (2006), El estanque colmado (2010), La ciudad (2012), El círculo (2014) y Media noche del mundo (2016). Son diez años en los que Jorge Galán acentúa su voz, profunda y pausada, entre un imaginario donde la niebla, el bosque y la vida rodeada de violencia son los elementos que caracterizan el yo lírico de los poemas, pues en todo momento está la inquietud de definirse.

En la poesía de Jorge Galán predominan los tonos grisáceos, un blanco salpicado de negro o una negrura salpicada de blanco. Éste es el estado de ánimo predominante de los poemas que es ilustrado muy bien con la imagen de Moisés Zamora que se encuentra en la portada de esta edición. Estos matices son los matices de la niebla que a lo largo de los poemas se va presentando bajo diferentes caras de la realidad. En el poema “Fotografía en grises” el transcurrir del tiempo, símbolo de la niebla que va cubriendo todo, borra el ser de las cosas. “Ahora tu rostro, edificado con aquello no dicho, / me recuerda todas las cosas débiles. / Me dice que en lo perdido nace la tristeza / y que toda memoria tiene un instante de crueldad / y que los días han dejado de ser lo que eran / porque el niño que fui murió / y el muchacho que fui murió también.”

El hombre es un animal nostálgico por su consciencia del deterioro que deja el paso de los días, por lo que un día más es un día menos. El tiempo que predomina en la obra de Galán es el pasado, no es una poesía del presente como la Oda a Leucone de Horacio, por el contrario, la obsesión de Jorge se detiene primordialmente en el la idea: “Mientras nosotros hablamos, el tiempo envidioso huye.” En Jorge Galán se acentúa la reflexión de lo que ya fue que evade el poeta latino que quiere vivir con ánimo y vigor el instante del presente. Lo pesado en la existencia no es lo que está pasando sino lo que ya pasó o lo que no pasó: “No hay huella más enorme que la del paso / deseado hoy y jamás dado entonces, / ni sitio más vacío que unos brazos rodeando / lo que fue y ya no es más.”

La niebla abarca todo, traspasa los muros de la misma manera que traspasa los bosques. Es una plenitud que representa la nada, que colma el ser de vacío y de angustia, de preguntas sin respuestas: “La nada no consigue proveerme respuestas. / Y ahora tu rostro. / Y ahora los dos muertos que soy y conociste. / Y ahora este hombre extraño que te besa la frente interminable.” Al inicio del poema se habló de la muerte del niño y del muchacho como si fuera algo que ya no es más, sin embargo, esos muertos siguen encarnados en el ser pero ahora como fantasmas. Con esto, el poema recrea la imagen de  somos la misma muerte que besa la frente de la muerte.

Y sí, la muerte es la niebla que tiende su manto sobre nosotros pero también la niebla está en aquello que se ve pero no puede tocarse.  Como una presencia en ausencia la mañana avanza y la voz lírica se pregunta: “Es aún muy temprano en la mañana, / la luz parece bajar de los cerros / como una extraña niebla transparente. / ¿Qué veo cuando veo el amanecer? / ¿Si quiero tocar el día, qué debería de tocar? / ¿Con qué mano? / El rocío me muestra lo efímero / convertido en lo duradero.” Esta angustia por el vacío es la que encontramos también en Alejandra Pizarnik: “no / las palabras / no hacen el amor /  hacen la ausencia / si digo agua ¿beberé? / si digo pan ¿comeré?” Para más adelante preguntarse: “¿de dónde viene esta conspiración de invisibilidades? / ninguna palabra es visible” El mundo está poblado de ausencias por eso nos dice la voz lírica de Jorge: “soy aquello que olvido.” La existencia se debate en el deseo de las imposibilidades, tocar lo que no puede tocarse o encontrar lo que no puede encontrarse: “Imagino que estás en la ventana y buscas en los árboles / lo que tampoco puede ser encontrado, / quieres mirarme aparecer entre las sombras aturdidas, / confundes mi cuerpo de muchacho / con las formas que observas en la niebla.” Y este deseo de mirar lo que no aparece, la niebla muestras figuras que nos hacen creer en la posibilidad de la aparición.

La niebla avanza en su quietud, abarca y cubre, sin embargo, en el poema “Los trenes en la niebla” son los trenes quienes emergen de ella dando la posibilidad de que paralelamente el yo lírico también pueda salir de ella: “Jamás había tomado el tren hacia las montañas ni hacia el mar / ni hacia ningún país vecino ni hacia ninguna parte. / Esa mañana no quise volver más y ya no volví más a ningún sitio. / Desde entonces ya no recuerdo ni sé mucho, / y no poseo más que una única certeza: que, como yo, / todos aquellos trenes también salían de la niebla.” Con esta imagen se plantea una visión doble, ya que posibilita la salida de la niebla pero no sin remarcar que el origen no puede estar en otra parte, pues tanto los trenes como el ser emergen de ella.

Desde el pensamiento clásico se pensaba que el hombre de acuerdo a su humor se podía identificar con una estación del año. La identidad de la voz lírica está en el invierto y en el otoño por lo que se acentúa el carácter flemático y el melancólico, es decir, la edad madura y el tiempo de la contemplación que también son el tiempo de la niebla: “Quisiera ser el invierno de una esquina distante, / que mi boca hablara el lenguaje del tornado, / que mi cabello fuera una colina llena de caballos sombríos. / La femenina primavera o el enfurecido verano / me interesan muy poco. / El otoño es lo que veo si me miro las manos.”

El hombre melancólico y flemático que contempla se configura en un tiempo pausado por lo que la lentitud del yo lírico está en la imagen de la llovizna y de los árboles: “Con el corazón aplacado, vuelvo siendo llovizna, / lento como el lenguaje de los árboles” La llovizna es un querer decir apenas, casi un silencio y los árboles son antiguos y grandes hombres plantados que miran y conversan sin prisa. Y así es precisamente la voz que caracteriza los poemas de Jorge Galán. Sus palabras son una llovizna constante y cada poema tiene la profundidad y la lentitud de un árbol bien plantado que, sin embargo, puede caer por una profundidad mayor, la de la muerte que también plantea su insignificancia en un mundo indiferente: “un hombre es como un árbol que se derrumba / en la profundidad del bosque, / sin que nadie lo note.” Se trata de la misma indiferencia del mundo que ya había sido captada por Meursault. Para Jorge Galán, el hombre es un extranjero que contempla la naturaleza en el hombre o lo que hay del hombre en la naturaleza.

Desde Breve historia del alba (2006) la voz lírica dio la clave de lo que fue y será su poética: “Mi discurso es la niebla que baja de los árboles.” Diez años después, en Medianoche del mundo (2016), el poema “La herencia” comienza así: “Han pasado quinientos años y un poco más / y continúas erguido de la neblina”. Primera edad, publicado por Círculo de Poesía y Valparaíso México, nos acerca a un poeta que ha sido fiel a una voz, a la misma niebla que habita su existencia.

También puedes leer