El poeta, ensayista y traductor venezolano Adalber Salas Hernández (Caracas, 1987) ha publicado recientemente, en la editorial española Pre-Textos, la colección de poemas La ciencia de las despedidas. Ha publicado los poemarios La arena, el vidrio (II Premio Nacional Universitario de Literatura; Editorial Equinoccio, 2008), Extranjero (bid&co. editor, 2010; Común Presencia, 2012), Suturas (bid&co. editor, 2011), Heredar la tierra (Común Presencia, 2013), Salvoconducto (XXXVI Premio de Poesía Arcipreste de Hita; Pre-Textos, 2015), Río en blanco (Sudaquia Ediciones, 2016), mínimos (Ediciones Amargord, 2016), Materia intacta (Kalathos Ediciones, 2017) y La ciencia de las despedidas (Pre-Textos, 2018). Asimismo, ha publicado los volúmenes Insomnios. Ensayos sobre poesía venezolana (bid&co. editor, 2013) y Estábamos muertos y podíamos respirar. Paul Celan, escritura y desaparición (Huerga & Fierro, 2017). También es coautor del libro Los días pasan y las formas regresan en torno a la obra del escultor Harry Abend (bid&co. editor, 2014). Entre otras, ha publicado traducciones de Marguerite Duras, Antonin Artaud, Charles Wright, Mário de Andrade, Hart Crane, Hector de Saint-Denys Garneau, Pascal Quignard y Yusef Komunyakaa. Junto con Alejandro Sebastiani Verlezza editó las antologías Poetas venezolanos contemporáneos. Tramas cruzadas, destinos comunes y Destinos portátiles. Poesía venezolana reciente. Forma parte del comité editorial de las revistas Poesía y Buenos Aires Poetry. Dirige la colección Diablos danzantes en Amargord Ediciones. Cursa estudios doctorales en la New York University.
XXX
(A day in the life)
Antes de que suene el despertador, el señor
ministro ya tiene los ojos abiertos: se levanta
con el sonido áspero de la herrería que esconde
bajo las costillas. Se cepilla los dientes, se
afeita. Sentado sobre la poceta, pantalones
alrededor de los tobillos, las manos unidas y la
frente inclinada en oración, pide a todos los
santos que intercedan por él, que lo libren
del cólico que pesa en sus intestinos, negro como
el pecado. Se ducha, viste y perfuma; un
café lo espera en la cocina. Toma el desayuno
con omeprazol, sentado muy derecho, la cabeza
sostenida gracias a la corbata; de no ser por
ese nudo, rodaría hasta quién sabe dónde. La
última vez fue una catástrofe: hallaron
la cabeza borracha y despeinada fuera de
un burdel –salió en todos los periódicos. Va a
la oficina con chofer y escolta, distraído
por las manchas que se hacen cada vez más
numerosas en sus manos. Primer rivotril del
día. El despacho lo recibe repleto de papeles,
tratados de comercio, tráfico bilateral,
compra y venta de bonos, acciones, propiedades,
glóbulos rojos, leucocitos, plaquetas, bilirrubina,
ceratonina, fíjate lo altos que están el azúcar
y el colesterol. Es urgente implementar el
control cambiario. La sangre siempre despilfarra.
Ibuprofeno para el dolor de cabeza, junto a las
actas del acuerdo de libre intercambio
trasatlántico y hematológico. Hay que cubrir
la tierra cruda con lo que se pueda, con lo que
tengamos a mano. Orden y progreso, o
lo más parecido. Segundo rivotril del día. Y
dios le impuso una tarea: da nombre a las bestias
que recorren el suelo, a las aves sin memoria ni
ambiciones, a los peces que nunca podrán
ganarse una sombra. El señor ministro obedeció.
Se dedicó a confeccionar nombres con voz
granulosa y, al poco rato, había llegado la hora
de los paquetes bancarios, las burbujas
inmobiliarias, la inflación con su dentadura
postiza y plomo en los ojos. Se había operado
el milagro eucarístico: la carne era estaño y el
vino petróleo. No era fácil, nada fácil. Tercer rivotril
del día: el milagro austero de la multiplicación de los
peces y el clonazepam, tal y como lo efectuó el hombre
de Galilea cuando inventó los intereses bancarios.
Y diclofenac para la espalda, por favor. Cuando
llega al bar, al whisky del fin de los tiempos,
está seguro de que su tensión ha subido, pero no
le queda losartan –una tragedia para la economía
nacional. Es imposible predecir qué sucederá con el
producto interno bruto si no se calma, pero la música
lo atormenta, no ha comido y el aluminio de la risa
ajena lo pone nervioso. Esta noche aterriza en la casa
de su amante, dispuesto a aprobar la explotación de
todos los recursos naturales que demande el desarrollo
de la nación. El destino del país cuelga de su temblor
cardiovascular, incandescente. Después de coger,
se encierra en el baño y orina tarareando Imagine. Ha
estado sonando en su cabeza durante todo el día.
XXVIII
Palabras simples: lluvia, sol, casa, árbol, calle, madre,
padre, hermano, risa, ahora, animal, miedo. Simples
y confiables como dedos. Palabras complejas: nombre,
número, golpe, grito, pregunta, bala, acusación, pasado,
futuro, paciencia, animal, miedo. Cuando era niño, solía
visitar a menudo el museo de ciencias naturales. Era un
edificio grande, blanco, con un pórtico invadido por
falsas columnas dóricas frente a una plaza circular. Al
traspasar la entrada, a mano derecha, había un ala
dedicada a las eras geológicas del planeta. Capas de
tierra como párpados cerrados, telones de una obra
que nadie sabe dónde empieza, países imposiblemente
remotos, dormidos para siempre bajo nuestros pies.
Lugares y períodos que no podía pronunciar con
soltura, a los cuales sólo pusieron nombres para que
no nos quemara las manos tanta lejanía. El planeta
acaparaba vidas, mudaba de piel impunemente;
quedaban los fósiles como pruebas, como instantáneas
obscenas de un mundo que nada tiene que decirnos.
Un poco más adelante, había toda un sección dedicada
al reino animal. Encerrados tras vitrinas temblorosas,
especímenes de toda clase miraban a la gente pasar con
ojos de vidrio. Habían retirado meticulosamente las
pieles de sus cuerpos muertos; las habían salado,
rehidratado y curtido. Una vez secas y calladas, sin
el rumor idiota de los fluidos vitales encerrado
en ellas, habían sido colocadas sobre armazones
rellenos. Aves de rapiña posadas sobre ramas de plástico
y gomaespuma que crecieron fuera del tiempo, fieras
de dientes amarillos y pelambre cariada, herbívoros
distraídos, estancados en las más diversas poses,
pastando, vigilando, cazando y siendo cazados, atrapados
en la mímica sorda del deseo. Yo caminaba con precaución,
la espalda contra la pared, tan aterrado como curioso,
repitiendo en voz baja todas las palabras simples que
podía recordar. Entre tanta fauna, esperaba toparme
en cualquier momento con un ángel disecado: mi abuela
me había dicho que eran las bestias de carga de dios.
Pero nunca alcanzaba el final de la sala. No había suficientes
palabras simples en el mundo, no para comprar mi paso
de una orilla a otra del miedo. Me retiraba con el mismo
cuidado, tratando de no atraer atención sobre mí, de no
perturbar ese sonambulismo frío. No he vuelto de adulto.
Esos animales amansados por los conservantes químicos me
dijeron lo que debían: el poema es un depredador
que ha sido cazado, desollado, macerado, cuya carne
se ha perdido y cuya piel cuelga, amenazante y ridícula,
sobre un esqueleto de palabras simples y palabras complejas.
XVII
Estudié la ciencia de la despedida
en los calvos lamentos de la noche.
Ossip Mandelstam
En Nataruk, al norte de Kenia, arqueólogos
hallaron los restos de 27 seres humanos
amontonados en la palma seca de lo que
solía ser un lago. La datación por radiocarbono
de conchas y sedimentos minerales permitió
estimar que los cadáveres tenían entre 9.500
y 10.500 años de antigüedad. Se trataba de
un grupo diverso: hombres y mujeres adultos
–una de ellas embarazada–, ancianos, niños.
Varios tenían las manos atadas. Todos
presentaban traumatismos graves, señales
de golpes realizados con objetos
contundentes, como mazos, así como
heridas producto de armas punzopenetrantes.
Los expertos creen que los 27 sujetos fueron
reducidos, ejecutados sistemáticamente y
lanzados al lago, donde el limo se ocupó
de conservarlos. Es así como los cuerpos
aprenden a hablar, a decir la vida sin
elocuencia, en kilos de carne, bilis,
flema y saliva, polvo y brillo inclemente.
La vida labios abiertos, dientes cariados,
osamenta de plomo. Cuero extendido
bajo la furia del mediodía, su ojo tosco y
cóncavo. Desaparición, despedida,
miembro fantasma, ciencia trunca.