62 voces de la poesía argentina actual: Diana Bellessi

En el marco del dossier, Modelo para armar: 62 voces de la poesía argentina actualcon selección e introducción de Marisa Martínez Pérsico, presentamos a la poeta Diana Bellessi (Zavalla, Santa Fe, 1946). Es poeta De ella puede leerse Tener lo que se tiene (obra reunida, publicada por Adriana Hidalgo, 2009); Variaciones de la luz (Visor, 2011) y Pasos de baile (Adriana Hidalgo, 2014). También ha publicado La pequeña voz del mundo (Taurus, 2010) y Zavalla con z (Editorial Municipal de Rosario, 2011). Obtuvo, en el 2007, el premio Trayectoria en poesía del Fondo Nacional de las Artes; los diplomas al mérito de la Fundación Konex 2004-2014; y el Premio Nacional de Poesía en el 2011.

 

 

 

 

 

 

Ajeno al milagro

De un rojo bermejo la luna llena sale
por los cielos del este como un huevo
de avestruz que acabara de romperse
y derrapa lentamente dando
al ojo un sagrado pasmo

de emoción intensa en las afueras
del pueblo mientras las aves dicen
sí o dicen no a la belleza final
de la gloria y un perro orina feliz
en la banquina ajeno al milagro

que ya se va como abril se va
por el rosado pudor al rojo punzó
de un corazón maduro que sí, sabe

 

 

 

 

Bailarina adolescente

Ah la gracia infinita del pequeño
sauce llorón que alcanza ya los dos
metros en sus ramitas más altas
de hojas brillantes y delicadas
a finales de setiembre que se alzan
y descienden como una bailarina
adolescente dialogando ahora
con el aire y el sol…
y ese álamo plateado en diagonal
y enfrente, alto y esbelto ofreciendo
sus hojitas de encanto bicolor…
plantados este año me sonríen
en el espacio vacío del pasto
amarillento como dándome así
la bienvenida de su amor en este
jardín sin cuidados, sin la mano
gentil que esparciera agua en las heladas
y sequías y entonces les hablara
suavecito, dulcemente, vení,
diciéndoles, haceme compañía
como yo te haré a vos, vida mía,
y solitos no estaremos nunca más…

 

 

 

 

Como si fueran corceles

Llueve serenamente y los sapitos saltan
por el verde y el barro de la mañana
como si fueran corceles en el tablero
de Zavalla,
adonde he venido a buscarte, mamita,
y voy detrás de los fantasmas
de este pueblo ajeno hablando con vos
en un susurro y me acuesto por la noche
con lágrimas mientras ellos saltan, frescos
y hambrientos de los bichos nocturnos
para luego
festejar esta mañana de lluvia que calma
la tormenta esquiva del domingo
donde yo
me pregunto a qué he venido a Zavalla
y en tu ausencia te encuentro
tan nueva
mirando el sauce llorón y la melena
de las ligustrinas agitadas por la brisa
y por emoción inversa
nado con los sapitos en la pileta nueva
que a vos te causarían repulsión
o miedo es mejor decir y a mí, una dulzura
inmensa

 

 

 

El mazo

En el viejo café Cervantes sobre la plaza
la sombra luminosa de mi padre me acompaña

siempre he querido a este boliche sombrío
donde los parroquianos varones juegan al mazo
español o miran la televisión silenciosos
y me dan permiso, Dios mío, de fumar adentro!

aquí veníamos con el papá a tomar café
y a él, no le daba vergüenza traer a su hija mujer

la ruta al frente y la vieja estación de tren
con la plaza al lado, ya suben las voces de estos
machos y quisiera atrapar cada gesto o frase
que se repite desde mi infancia a mi vejez

ahora que ya se han olvidado de mi presencia
con las cartas en la mesa y uno lee el diario

dos toman cerveza o miran un documental
sobre Tailandia y el mozo del bar y yo
la octava pasajera con un noveno sentado
atrás que ahora entra al café de la plaza, el más

antiguo que conozco y siempre milagrosamente
abierto, hay un tipo ahora en el reservadito

tomando vino, y mujeres nunca, qué entretenida
la rutina de los varones que ahora comparto
con mi cuaderno de notas mientras el noveno
se acerca a jugar una básica y hablan de una víbora

no sé si será de Tailandia o de Zavalla
pero todo tiene un sabor de aventura antigua

que me dan ganas de reír y de llorar al mismo
tiempo y ahí entra el barbero y Barrera detrás
que se sienta en mi mesa mientras recuerda,
octogenario ya, al Chevalier y a su mujer

Hilda, amiga de mi mamá, encantador este
Barrera, y otro, al que le reconozco la cara

aunque no sé como se llama y me dice “acá
se sentaba siempre tu papá, en esta silla,
frente a vos”, lo recuerdo, sí, mirando hacia la plaza…
ustedes me trajeron, ¿verdad viejitos? y el dueño

del bar que me ofrece ahora una copita que no
me dejará pagar, tan grande y hondo, no sé

 

 

 

 

Fuerte como la muerte es el amor

 

Belkis, Nictoris, Makeda, reina de Saba y Etiopia
que fundara un linaje imperial junto al gran Salomón
que escribió el cantar de los cantares, hasta llegar
a Haile Selassie, padre de la santa trinidad y
mesías rastafari a quien vos, Belkis, hoy evocás
con tu nombre y tu aire de reina montada en esa moto
saliendo en la mañana temprano para luego volver
saludándome con la mano en alto y la sonrisa de
dientes muy blancos, uno de oro que marca tu linaje,
después de pintar casas, la escuela, la estación de tren
y plantar especies exóticas en el terreno de enfrente
que admiro cada día mientras busco sus nombres
para ofrendarte, Reina mía, reina de la pala y
el pincel y reina de este pueblo de Zavalla hundido
en los márgenes del mapa que ahora se levanta
para armar la corona de flores silvestres que enmarca
tu cara morena, Belkis, Makeda, del África lejana
y un ángel para mí que me ahogo entre los campos
de soja mientras trae la tormenta olores de áloe
y de mirra, de azafrán y de canela empujados
por los vientos Austro y Aquilón, donde se alzaban
los surcos de gladiolos de aterciopelado rojo oscuro
que vos sembrabas y amabas, Belkis, Nictoris del reino
de Saba, pintora de paredes aquí en Zavalla
que nunca quisiste los desposorios previos a la boda,
esos que pintara Rafael con aquella precisión
renacentista, pero que anhelás aún al varón esbelto
como los cedros del Líbano, parecido al corzo
o al cervatillo sobre las colinas suaves de Beter
que te recuerden aquellos ramos de flores, Belkis,
que vos recogías en tu juventud como si fueras
la yegua del faraón, y que diga: “eres única,
mi paloma, alberca de Jeiboán junto a la puerta
de Bat Rabín, aunque sesenta son mis reinas, ochenta
mis concubinas, ven a nuestra casa con artesonado
de ciprés”, para que alces tu cuerpo fibroso y tus labios
sedientos ya casi en tus setenta mi rosa de Sarón,
te corono por tu belleza siempre viva como si fueras
la virgen del parto en los tempranos cuatrocentos,
Negra mía, Belkis, Nictoris, Makeda, reina de Saba,
de Etiopia y de Zavalla, que sólo vivirá por vos

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