62 voces de la poesía argentina actual: Eleonora Finkelstein

En el marco del dossier, Modelo para armar: 62 voces de la poesía argentina actualcon selección e introducción de Marisa Martínez Pérsico, presentamos a la poeta Eleonora Finkelstein (Mar del Plata, 1960) Es poeta y editora. Es autora de Hamlet y otros poemas / Hamlet and other poems (1997 y 1999, Fairfield University), Las naves (2000), Delitos menores (2004 y 2016), Todo se transforma (Círculo de Poesía-Valparaíso México, 2017) y Grandes inventos (2017). Ha sido parcialmente traducida al inglés, francés e italiano. Es miembro del comité editorial de la revista Buenos Aires Poetry. Desde 1991 reside en Santiago de Chile, donde es directora de publicaciones de RIL editores. Es co-fundadora y directora de Ærea. Revista Hispanoamericana de Poesía, y de sus colecciones de poesía y traducción.

 

 

 

 

 

 

 

 

Helena: todo o nada

 

Hay tanta risa y carne y buena salud.
Entraré a esa fiesta cuando quiera: saldré.
Soy hermosa.
Tengo los ojos fatales del taladro y soy de piedra.
Soy también un Caballo de Troya,
una ensimismada.

Aquí adentro los soldados esperan.
Juegan con huesos que se arrojan al cielo.
Apuestan, fabulan. Soldados, al fin.
El futuro molesta la conciencia:
tanta pequeña industria para nada.

Serían capaces de iniciar una batalla
por un guante, una túnica vacía
y sienten el amor a la altura del vientre.
Sostengo el abandono,
el desnudo más extremo,
pero van armados de tanta estupidez.

El cielo redondo que los cubre
en el fondo soy yo y es el mismo cielo
pero rojo
y cuando me miro, los miro
(con los ojos de que te hablé)
ellos elevan sus rostros e imploran
por cosas que no alcanzo a escuchar
ni a comprender.
Una ensimismada. Estoy adentro
estoy afuera, estoy preñada y cuando
me parta comenzará la guerra.

 

 

 

Noche en blanco

 

Anoche soñé en blanco:
creo que se asomó la muerte pero no me vio.
En la ventana del hospital vibraban las hojas de un árbol
que tampoco se veían. Así de blanco era.
Un aterrizaje nocturno en Nueva York.
Con esas multitudes regadas por el suelo,
brillantes como hormigas de oro puro.
¿Qué más puedo agregar?
¿Dónde estaban las sombras?

Muchos aviones. Muchas pastillas.
Muchos besos y el primero
ahí tirado latiendo todavía en la vereda
con su lucecita agónica e intermitente.
Lo demás: animales rugiendo y alcohol
(detrás de la cortina esa donde las azafatas
preparan algo para tomar).
—Enfermera, un Bloody Mary, por favor.
Estamos ansiosos por salir a escena.
¿Cromado? ¿Sangre? ¿Suero? ¿Instrumental?

Daba miedo olerlos porque no se veían.
No se veían, pero era mi voz y la de ellos
la que sonaba de fondo como aquella música
que nos acunó antes de ponernos a volar.
El cuento era fabuloso
y en él me reconocía: era yo pero no estaba ahí,
todo sucediendo al mismo tiempo,
así de vivas, así de blancas:
esas voces, los perfumes construidos en el aire
eran lo único que se distinguía.
Además de la muerte que andaba rondando
y se pegaba a mis costillas.

 

 

 

 

Me daban pena los cuerpos

 

Cuando tenía 16 años
visitaba los cementerios.
No recuerdo por qué,
quizás por extrañeza.
Después fue más de cerca:
iba a velorios ajenos
a conocer a los muertos.
Pensaba: me dan pena los cuerpos.
Y miraba al pobre hombre a la cara.
Y lloraba con sinceridad
frente al desconocido.

Sabía que me miraban.
La viuda o el viudo, los hijos.
¿Quién sería yo, tan apenada?
No faltaba el que me ofrecía un vaso de agua
o me alcanzaba una silla.
No sabían que era solo incomprensión.
Auténtico dolor,
pena del cuerpo. De ellos, de nosotros.

Trataba con todas mis fuerzas
de ver, de escuchar, de entender.
—¿Estaba loca?—
Alguien me hablaba en voz muy baja
pero nunca supe quién, por qué, ni qué decía.

 

 

 

Liviana en la tierra

 

Ahora la que viaja soy yo.
Y viajo lejos: por el espacio y por el tiempo,
como decían mis héroes de la infancia.
Hasta donde el calor me destroza los nervios.
Toda vestida de blanco, con ropa liviana
y de nuevo los pies sucios, tan sucios
que no parecen mis pies.

Blanco sobre blanco, pienso y sonrío.
Negro sobre blanco, pienso y sonrío otra vez.
Parezco una virgen de yeso, un fantasma.
Puede que algunos de los que pasan
caigan de rodillas frente a mí.
Qué incómodo, después de tantos siglos,
no poder cumplir ningún deseo.

Me arden los ojos por la tierra y el sol.
Arden en nombre de todos estos años
de humedad y de frío.
Y no es tan maravillosa la historia
ahora que me toca a mí. Está sucediendo,
es el momento en que lo mundano impone su dominio:
la sed, el hambre, el dolor,
las cosas que nos queman.
¿Qué ganas pueden quedar
de ponerse a ver el paisaje?

Casi querría ser esa virgen de yeso,
para solucionarlo todo. Pero no alcanzo
a ser tan sólida, tan estática, tan lúcida.
Tendría que vivir un millón de vidas más
para ser la estatua que parezco.
Aunque prefiera no andar rápido
o quedarme quieta. No alcanza
porque a cada movimiento
el sol entra en mi carne y me diseca.

¿Qué podría hacer solo con esta ropa blanca
y la cabeza cubierta?
¿Cómo podría defenderme
nada más que con las manos?
Ya lo dije: no voy a mirar este paisaje.
Quizás, podría abrir los brazos y volar.
Porque a pesar de todo me siento tan liviana:
apenas 500 gramos de ropa blanca
y este cuerpo pequeño, con los pies negros,
descalzos. Unos pies sobre la tierra.

Aquí mismo
donde ahora, de solo pensarlo,
casi estoy flotando sobre las cosas.
¿Por qué sería entonces
tan pesada en el aire? No lo creo:
si no soy nadie, ninguna.
Apenas tengo unas flores en las manos
pero eso no me hace más buena.

Es hora de que lo sepan.
Levántense ahora mismo del suelo
y les prometo que no haré otros milagros.
Y rogaré por ustedes,
como me lo han pedido tantas veces.

 

 

 

Break on through
—héroes y villanos from the other side

 

 

If the doors of perception were cleansed
everything would appear to man as it is, infinite.
For man has closed himself up,
till he sees all things thro’ narrow chinks of his cavern.
William Blake

 

No se trata de Blake, Jim
sino de cómo llegamos a Blake
filtrados por tus visiones de USA,
tan amada, tan mal llamada América.
Sinécdoque de los pequeños héroes familiares,
amos de nuestras vidas del más allá: el rock, esa poesía,
la tele en blanco y negro de la primera infancia, las movies.
Nosotros, nacidos después de los 60,
atravesando demasiado tarde las playas de California
donde había que brillar y brillar
porque la luz te derrotaba los ojos.

There, in the other side, quizás se pueda
estar muerto y vivo al mismo tiempo.
Ser humanos y jóvenes y voladores y pasar
al otro lado, donde está el Reino de los Cielos,
donde viven nuestros ángeles semidesnudos, Jim,
donde se engendran también esos demonios obesos,
perfectos villanos de Ciudad Gótica,
you know what I mean…

Un poco de esto, algo de aquello.
Impuros de la impureza misma, somos.
Mixtos, de carne y hueso y deseo. Negros
del Más Allá. Eso somos.
Tus pesadillas ya están aquí, Waspy,
cold white brother riding our blood,
pero no somos tus pesadillas.
Somos los Negros del Más Allá, dije.
Trepamos, atravesamos, desmoronamos a cada paso
los muros que te quitan el sueño.

Hagamos un trato: quédate con Disney y Las Vegas y Atlantic City.
Quédate con Washington, por algún tiempo.
Déjanos Frisco y Nueva York y la 66 de principio a fin,
por Jack y porque nos lleva encaminados.
Quédate con tus putas y tu peluquero
(a propósito, deberías cambiar de peluquero)

Al final, no sé si ellos o nosotros
o alguien de una generación cualquiera
esté dispuesto sinceramente a morir tan joven
por saltar esa pared de 8.000 millones de dólares y 2000 millas
(accidentes geográficos included, que abaratan el precio).
God bless America! God save
America’s money too!
Lo que se quiere es otra cosa,
los Negros del Más Allá queremos otra cosa:
ir y venir, ir y venir, ir y venir
eso queremos, y burlarnos de tu peinado.

Pero, OK, en igualdad de condiciones:
el paisaje real vs. tu escenografía.
Esta es la mejor road movie de nuestras vidas:
Escaparemos a México con nuestros amigos. Después
cruzaremos de nuevo. Aunque nos cierren el paso.
Aunque haya funerales prematuros
y no aplique la Quinta Enmienda.
Aunque muera nuestra madre vieja sin alcanzar a despedirse,
Kaddish, Kaddish, como reza el poeta,
el que escuchó a Whitman preguntar por el asesino
de las chuletas de cerdo.
Ir y venir, ir y venir, ir y venir. Eso queremos.

Siempre estamos en una línea de frontera, date cuenta.

 

 

 

 

Adquiere Todo se transforma (Círculo de Poesía-Valparaíso México, 2017) de Eleonora Finkelstein, aquí:

 

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