En el marco del dossier, Modelo para armar: 62 voces de la poesía argentina actual, con selección e introducción de Marisa Martínez Pérsico, presentamos a la poeta Luciana Reif. Nació en 1990, en Lanús, Buenos Aires. Es socióloga por la UBA y trabaja como becaria de investigación del CONICET y la Universidad Nacional de Avellaneda. Coordina junto con Valeria De Vito el ciclo de poesía Lo que tan rápido fuga en Espacio Enjambre. Tomó talleres de poesía con Osvaldo Bossi y Paula Jimenez España. Participó de las antologías El Rayo Verde (Viajero Insomne, 2014 y 2015) y Rizoma (2016). Poemas suyos fueron traducidos al italiano por el Centro Cultural Tina Modotti. Entrada en Calor (El Ojo del Mármol, 2016) es su primer libro publicado. En 2017 ganó el premio a la Creación Joven otorgado por la Fundación Loewe por su segundo poemario Un hogar fuera de mí a editarse por la Colección Visor de Poesía.
La zafra
La vida durante la zafra
es una dulce y triste refracción del mundo.
Todo comienza en los cañaverales
donde hombres de lugares lejanos
desnudan el campo en un lento y precioso juguetear
con sus dedos, adultos y ásperos por el paso del tiempo
saben más que nadie como tratar a la caña,
hábiles para sacarle todos sus secretos, quedan
exhaustos después de cosecharla; el calor tucumano
se entrevera en forma de gotas que brotan de las manos
ajadas y dolidas de un peón que no ignora que ese fruto vital
concebido con sus fuerzas, será después de todo
azúcar que se derretirá en otra boca.
Peón golondrina conoce más que cualquiera el sabor
agridulce de la tierra, después de despojarla
-terminada la zafra- partirá a otros suelos
a cosechar amargos sabores.
¿Acaso no es ésta la verdadera tristeza,
la de un hombre que llega a abrazar la dulzura toda
y se desprende de ella sin apenas saborearla?
Miro a la mujer que espera el colectivo en Plaza Constitución
su cuerpo quebrado,
la piel estriada como una flor marchita.
Pienso en su maternidad, un conteiner
lleno de escombros, cinco hijos dándole vueltas
como insectos diminutos, colgándose
de su pecho, mordiendo la carne.
No puede dar más de lo que da y lo sabe.
Mira a los niños como perros,
quisiera ser la dueña que suelta el hueso
para que vayan a jugar a otra parte,
pero son como moscas adictas a los focos de luz.
Quisiera apagarse,
ser prescindible un rato apenas,
pero ellos siempre piden más,
pueden ser malvados, herir hasta el llanto,
decir cosas tremendas y nadie los acusaría.
Son la violencia con la que fueron concebidos
por su cuerpo joven y brillante
en el colchón de un cuarto cualquiera,
sus piernas abiertas, el forro de su chico sin forro,
total, no importa,
total, te acabo donde quiero.
Ahora vuelve a su casa en colectivo,
piensa en la cena y se abstrae,
tal vez sin querer se olvide
a un hijo en el asiento.
Mientras tomo el desayuno,
veo el surco entre sus pechos
cuando se agacha y sirve el café caliente.
Pienso en su cuerpo joven,
en lo bello de una madre
antes de ser madre,
cuando solo es mujer.
Imagino las miradas como inyecciones de lujuria
sobre su piel radiante, sus pezones duros contra la musculosa,
trazando el camino del placer, diciéndoles a los hombres:
es por acá, vengan.
Imagino su mirada penetrante, capaz de meterse
adentro de cualquier cuerpo,
capaz de abrir camisas, saltar botones,
el cinturón en sus manos,
el pene en sus manos,
deseando lo que se esconde detrás de la carne.
Es ella más que nadie, ahora y también antes,
es ella desnuda en una cama con un tipo cualquiera,
tan plena como esta mañana:
su vestido suelto y floreado, mientras me mira y sonríe
el café se vuelca sobre la taza hasta rebalsarla.
Entrada en calor
Mientras pedaleo en la bici fija del gimnasio
miro al chico que me gusta,
el chico que me gusta corre en la cinta
a diez kilómetros por hora, después
hace pesas y abdominales y termina
con quince minutos de bici.
No es un chico atlético, tiene un torso
más bien pequeño pero dedicado.
Me atrae su constancia, su total entrega
muchos de los que vamos al gimnasio
a los pocos meses de empezar
variamos la rutina,
obviamos las cosas que nos aburren
y si sobrevivimos terminamos haciendo
la mitad de lo que nos dieron.
Pero el chico que me gusta hace toda la rutina
con devoción, tres series de diez flexiones de brazos,
los muslos y el abdomen contraídos sosteniendo
un mundo con sus manos.
A veces me pongo a pensar
si tendrá la misma constancia en su vida diaria,
si le hará el amor a su mujer
siempre de la misma manera,
un beso en el cuello hasta bajar a los pechos
y solo recién ahí cuando le toca los pezones
empieza a sacarle la ropa, primero la remera y después
el corpiño, dejándole la bombacha puesta
incluso para la penetración.
Me pregunto si conocerá el recorrido de memoria,
si a veces tendrá caminos alternativos,
disfrutará su mujer o le fastidiará lo previsible del acto.
Mi mente divaga en estas cosas hasta que vuelve,
los veinte minutos de bici se me pasaron volando
y pienso que si el chico que me gusta me preguntara
le pediría que tome un atajo, que ya hice
la entrada en calor.
Amén
En Cali
conocí a una mujer
que tenía la habilidad de rezar
con una sola mano.
Para sentirse más cerca de
dios
le bastaba con hundir sus dedos
bien profundo debajo de su falda.
Rezaba de día
rezaba de noche
en el nombre del padre
del hijo y del espíritu santo.
Amén.