En el marco del dossier, Modelo para armar: 62 voces de la poesía argentina actual, con selección e introducción de Marisa Martínez Pérsico, presentamos al poeta Stella Maris Ponce. Nació en Concordia. Poeta, cantante, profesora de literatura y gestora cultural. Publicó Rituales de la Noche (poesía, Ediciones Ríos al Mar, Paraná, 2002); Sonidos y silencios de la utopía en la poesía y la música (ensayo, Editorial El Augur, Paraguay, 2005) y Spirituals (poesía, Ediciones Del Dock, Buenos Aires, 2015). Fue incluida en la Antología México 2007 del Centro de la Cultura Mixteca. Recibió el Premio “Pregonero” de la Fundación El Libro de Buenos Aires. Preside Fundación Magister y organiza anualmente la Feria del Libro de Concordia. Coordina Talleres de lectura y escritura creativa. Integra su experiencia musical con la literatura en recitales de canto y poesía abordando jazz, blues y tango.
Ausencia
lago de Salto Grande, Concordia, Entre Ríos
una tarde, fuera del tiempo
raíces al aire
de árboles que alguna vez
sobrevuelos de pájaros en las piedras
de la orilla que alguna vez
mástiles caídos
de barcos que alguna vez
gritos de los teros en la playa
del lago que alguna vez
silencio de nube
sobre el exilio del agua
Abuelos
Mi abuelo Jacinto siempre me robaba la nariz.
Se acercaba, colocaba los dedos uno a cada lado
y se la llevaba. Enseguida sonreía desde lejos
y me decía: mirá, acá está tu nariz, y exhibía
el pulgar entre el índice y el mayor.
Y yo, asustada, llevaba mi mano a la cara
para hacerla aparecer otra vez.
Después de ese sobresalto con juego incluido
todo seguía igual, él se iba a la plaza y yo volvía
con abuela Lidia al sillón azul donde tejíamos,
mientras la voz del Diario Oral, desde la radio,
llenaba el patio y la tarde.
Amazing grace! How sweet the sound, that saved a wretch like me
I once was lost, but now I’m found, was blind, but now I see
(11)
Miro mis ojos en el espejo.
No hay señales. Ninguna forma de la gracia
que revele con dulce canto
cómo se regresa de la incertidumbre
cómo se presiente en medio del vacío
el borde de un camino.
Perdida la mirada, perdidos los pasos
un ciego sin bastón a la espera de un lazarillo
o de alguna forma de la gracia
que diga al oído la canción necesaria.
Miro más allá de mis ojos
y asoma un brillo antiguo
-nacido quizá en el principio de los días-
para que al fin yo me encuentre.
(11) Extraordinaria gracia! Qué dulce el sonido que salvó a un miserable como yo / Una vez estuve perdido, pero ahora me encontré, estuve ciego, pero ahora veo.
Cantos de la inocencia
siempre era así
madre me lavaba el pelo
y yo le pedía un rodete alto, alto
lleno de espuma blanca
que a veces caía por el cuello hasta la espalda
como un manto de novia
después corría al espejo
para mirar esas formas de nubes
las copas de los árboles
con sus nidos y sus pájaros
las alas y los picos
el ramillete de flores de jazmín
todas las pequeñas cosas que estaban en mí
saludándome ya desde entonces
entre los bordes biselados
y mi voz nombrándolas
escribiéndolas en el aire
en ese canto que aún permanece.
Aguas
el cielo raso como punto de fuga
mientras se van bebiendo las gotas de agua
que nacen de los ojos
el cielo del mar como límite al horizonte
mientras se van bebiendo las gotas de lluvia
que a los ojos llegan
el cuerpo húmedo parece fundirse
en una mansedumbre de arena
hasta que una a una las gotas
bajan a la boca
y regresan a su sitio:
al mar de adentro
al agua insomne
de la que estamos hechos