Identidad y duración en la poesía de Federico Díaz Granados

Marisa Martínez Pérsico reseña Adiós a Lenin, la antología en la que el poeta colombiano Federico Díaz Granados (1974) ha reunido sus poemas. Adiós a Lenin puede ser la despedida de una utopía, de los íconos de una generación, de un siglo atroz y entrañable. También sugiere la ruptura con la infancia y con los símbolos de una época.  De esto da cuenta la poesía de Federico Díaz-Granados (Bogotá, 1974) cuyos libros emblemáticos Hospedaje de paso (Valparaíso ediciones) y Las prisas del instante (Visor) aparecen reunidos por primera vez en un volumen bajo este sugestivo título. Son los desprendimientos, las despedidas, la niñez recobrada y los secretos homenajes a lo doméstico y a su rotundo mundo personal los  grandes asuntos que entraña este libro recientemente publicado por la Editorial Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá, justo en el centenario de la Revolución de Octubre. Marisa Martínez Pérsico es escritora. Su último libro es El cielo entre paréntesis (Valparaíso, 2017).

 

 

 

 

 

Federico Díaz Granados: Adiós a Lenin. Antología poética, 2017. Bogotá,

Pontificia Universidad Javeriana, 2017, pp. 118

 

 

 

IDENTIDAD Y DURACIÓN EN LA POESÍA DE FEDERICO DÍAZ-GRANADOS

 

La poesía es un espacio fértil para la interrogación sobre verdades humanas. En este sentido, comparte puntos de indagación con la filosofía. Sus modos de preguntarse por la realidad, por la existencia, la unidad del ser, el conocimiento, la belleza o el lenguaje; sus especulaciones sobre el concepto de límite –tan relevante para la filosofía como para las matemáticas– conducen a una meditación, en clave lírica, sobre las fronteras del amor, de la vida, de la capacidad cognoscitiva de las palabras que la emparientan con la madre de las ciencias. Gianni Vattimo en Poesía y ontología (1993) reivindica la necesidad de acercar la poesía a la ontología y de aproximar la estética a la filosofìa general. Maestros del siglo XX en Hispanoamérica como el argentino Roberto Juarroz –con sus paradojas, el tono reflexivo e interrogativo de su Poesía vertical heredera de las especulaciones que Borges ejerció mayormente a través del relato fantástico– o el peruano José María Eguren con sus versos preñados de símbolos para nombrar el ser o el tiempo son solamente dos de los muchos ejemplos que llevaron al extremo el maridaje entre filosofía y poesía.

Identidad, límite, duración. Tres conceptos transversales a la filosofía desde los presocráticos, siempre revisitados. Identidad entendida como relación que mantiene una entidad consigo misma, como aquello que permanece único e idéntico aunque asuma el ropaje de apariencias cambiantes pero que supone alguna cualidad de permanencia. La defensa de la identidad estable como atributo del ser fue uno de los pilares del pensamiento parmenídeo en oposición a posturas filosóficas que reivindican el cambio: Heráclito, las propuestas que asumen el devenir como rasgo constitutivo de la realidad, el existencialismo celebratorio de un hombre libre cuya existencia precederá la esencia que elija construir(se). La coincidencia entre límite y principio aparece ya en la Metafísica aristotélica y asume distintos significados: límite que es a la vez extremo, magnitud, fin, entidad… Conciencia del limes como definición de lo humano, con sus aduanas vedadas a la razón según nos dice Eugenio Trías en su filosofía del límite o Henri Bergson al conectar la durée con la intuición, es decir, al concebir el paso del tiempo como fenómeno inaprehensible por el lenguaje o la razón.

Señala Anthony L. Geist, profesor de la Universidad de Washington, en el prólogo a la reciente antología editada por la Universidad Pontificia Universidad Javeriana Adiós a Lenin que “el tiempo desempeña un papel importante en la poesía de Díaz-Granados, en la que abundan despedidas, adioses y rupturas amorosas. Se puede afirmar que el paso del tiempo y los estragos que deja son el tema principal de Las prisas del instante”. Retomando algunas de las pinceladas críticas de Geist en este prólogo, bellamente titulado “Hambre de hermosura”, quisiera ahondar en uno de los aspectos centrales de las especulaciones poéticas de Federico Díaz-Granados (Bogotá, 1974) que es la relación –a veces conflictiva– entre identidad y duración. Su obra, como dije ya, es una aproximación poética a inquietudes filosóficas: ¿Cómo seguir siendo el mismo a lo largo del tiempo entre tantos desplazamientos geográficos, mudanzas urgentes, cambios físicos, rupturas y circulación de personas y afectos? ¿Cómo se engarzan identidad y cambio? ¿Qué dura y qué queda, qué nos sigue perteneciendo? Si las experiencias que vivimos modifican nuestra esencia individual, ¿cuándo somos auténticos? Los poemas que componen Adiós a Lenin son un ensayo de respuesta a estas cuestiones.

Esta antología es inaugurada con Hospedaje de paso (2003), publicado reeditado por la editorial granadina Valparaíso en 2012. Su primera parte, titulada “festín bajo el tiempo”, lleva epígrafe del estadounidense Mark Strand: “El tiempo me dice lo que soy./ Cambio y sigo lo mismo./ Me vacío de mi vida y mi vida se queda”. Dice otro de sus epígrafes, esta vez del Nobel santaluciano Derek Walcott: “Esas cartas de amor en las estanterías/ quítalas; y las fotos, las notas abrumadas./ Corta tu propia imagen del espejo./ Y siéntate. Hoy hay fiesta en tu vida”. Es el tono meditativo y muchas veces elegíaco del que nos habla el poeta mexicano Jorge Fernández Granados al referirse a los versos del poeta colombiano.

En “Noticia del hambre” Díaz-Granados nombra el préstamo, el pasaje, lo que se ofrece a los demás aunque nunca nos haya pertenecido, pues el hombre “mira con cara de extranjero todas las prestadas/ alegrías”. “El regreso” pone el foco en los desplazamientos geográficos, en el viaje como vivencia que ejemplariza la transitoriedad vital: “Regresar de los viajes/ y acomodar los souvenires y las postales en un lugar/ que no ha sido preparado para ellos/ (…) Se ha cambiado tantas veces de casa, de gustos, y de vida/ que ya se aprende a respetar a los viejos inquilinos./ (…) y uno no se encuentra con su cuerpo, (…)/ y en soledad saber que somos algo incompleto a la deriva,/ una larga temporada baja a la que siempre se retorna”.

Ruptura y circulación de personas queridas y de amores son el eje de numerosos poemas: “Llegan nuevas direcciones postales/ y otro número telefónico será el santo y seña del paraíso./ Llega el amor a clausurar los antiguos banquetes/ y estrenaremos trajes para la ocasión./ Habrá nueva cristalería, confetis, pitos y serpentinas/ en este nuevo trasteo de cachivaches/ y lento aprendizaje de la muerte”; “Se marchan siempre sin pagar los inquilinos de mi vida/ y el patio queda nuevamente solo/ en este hotel de paso donde siempre es de noche”. En este tren de evoluciones se incluye el cambio físico, como sugiere el poema “Pastelería Metropol”: “…extranjero en ese vidrio,/ gordo y cansado/ y atrás de mí/ algunas sombras, gestos de abuelos y tíos muertos/ sobre los pasteles de vainilla”. Pero se trata, siempre, de la dupla hambre física/hambre metafísica que identifica Geist: “El hambre es un tema recurrente en varios poemas, sobre todo en Hospedaje de paso. En ‘Pastelería Metropol’, por ejemplo, el yo lírico evoca el hambre física al contemplar unos pasteles en el escaparate: Y, sin embargo, simultáneamente es un hambre metafísica, hambre de presencias familiares que solo aparecen como fantasmas” (Geist, A. 2017: 15). Los versos del colombiano manifiestan una persistente voluntad de precisar los contornos de una existencia/esencia siempre incompleta mientras la fiesta –metáfora de la vida– continúa. Somos una esencia sometida a modificación y lo único que nos pertenece es la cualidad de evolucionar. Sin embargo, entre todos estos préstamos, pasajes y adioses hay puntos de referencia fijos ligados a las figuras del padre, del hijo y de los antepasados.

La dialéctica entre identidad y cambio conduce a una síntesis de carácter moral que adopta como lema la variabilidad heraclítea: podríamos decir que, en los versos de colombiano, la identidad es el cambio. Esta es la actitud vital, el amuleto contra desengaños y pérdidas, una especie de código deontológico para la vida que hallamos en los consejos al hijo Sebastián: “Lleva contigo la lección de Ítaca/ –no importa el destino sino lo que conoces en el viaje–”. Y esta misma regla aplica a los amores: “Ama a las mujeres, a todas,/ a la desconocida/ a la del rostro perfecto/ a la contrahecha y jorobada/ a las que se alejan con sus maletas intactas/ a las siempre ajenas/ (…) Se debe amar con sus múltiples heridas/ y su inventario de hemorragias y lentas convalecencias/ no se debe temer a sus papeles quemados/ ni a sus amuletos y talismanes de cada cita”.

La defensa de la duda y de la pregunta como métodos de aproximación al conocimiento y a la meditación sobre el límite está presente, por ejemplo, en “Al otro lado”: “Al otro lado hay tantas preguntas, inútiles como todas/ las preguntas (…)./ Ahora bien, recuerda las dudas al pronunciar el tiempo/ imagina las balas que se enamoran del cuerpo de su víctima” y en “Álbum de los adioses”: “¿Qué sastre tejió estos cuerpos que nos visten de vida/ (…)?  (…) ¿Y quién cosió los colores desconocidos al corazón?/ ¿Quién sabe cómo es el amor que vive debajo de estas ropas?/ ¿Acaso fue Dios con su bata de cirujano/ enseñando el antiguo oficio de extraer costillas? ¿O fue aquella muchacha cuando me sonrió/ en su día libre del paraíso?”.

Es fácil percibir en la poesía de Federico Díaz-Granados una ‘perenne nostalgia de la unidad’ en el fragor de estas identidades múltiples desplegadas a lo largo del tiempo. Sin embargo, es a partir de Las prisas del instante (2015) cuando la nostalgia empieza a ser matizada y, en siento sentido, erosionada a través del humor. Porque hay una evolución anímica interesante entre Hospedaje de paso y Las prisas del instante que bien identifica su compatriota, el poeta Santiago Espinosa, en su artículo “Una aventura transatlántica. Poetas y Poesía ante la incertidumbre” incluido en la recopilación de estudios que coordinó Remedios Sánchez en 2016 titulada Palabra heredada en el tiempo. Tendencias y estéticas en la poesía española contemporánea (1980-2015): “Federico Díaz-Granados es el poeta de la memoria y los espacios desocupados. Como si asistiéramos a una mudanza, vemos en sus habitaciones que se desmontan los retratos y se marchan las amadas, pasan abuelos que hoy son un puñado de nostalgias, infancias marchitas. A veces escuchamos a los vecinos que cierran puertas. Alguien se lleva los libros y las películas que amamos (…). Acostumbrado a la desolación del que escribe después de lo ocurrido, en sus últimos libros, Hospedaje de paso y especialmente en Las prisas del instante, el poeta se ha amistado con los relatos y la vida. Y en los cuartos vacíos, en los poemas, donde menos lo esperamos, ha comenzado la memoria a narrar amorosamente lo que ama. Y ha vuelto la presencia a los espacios solos”.

 

 

RUMBOS DE LA IDENTIDAD A LA LUZ DE LA HISTORIA

 

La identidad individual, en la poesía de Federico Díaz-Granados, es también una construcción histórica. El yo poético evoluciona en consonancia con su tiempo y es difícil disociar la identidad en el ámbito íntimo –de la que venimos hablando– de la historia internacional. En este sentido, el colombiano es heredero de dos linajes: por un lado, de una línea fuertemente defendida por poetas españoles desde Antonio Machado hasta el grupo granadino de La otra sentimentalidad quienes, siguiendo la concepción de la radical historicidad del inconsciente ideológico postulada por el marxista español Juan Carlos Rodríguez, rechazan la escisión de lo público y lo privado intentando recuperar la dimensión pública de lo doméstico e interpretando la marca individual de los discursos a la luz del entorno colectivo. El otro linaje para mí indudable es el de la Generación sin nombre colombiana y se concentra especialmente en la figura de su padre, el poeta y Premio Nacional, militante de izquierdas y miembro destacado del Partido Comunista Colombiano José-Luis Díaz Granados, que es una estela que fulgura en el entramado de su poesía para apuntalar una mirada social. De estas tradiciones tutelares –un adjetivo que el propio Federico Díaz-Granados utiliza con frecuencia en sus escritos, y que yo interpreto como homenaje del Canto general nerudiano– emerge una voz propia que se integra generacionalmente dentro del grupo transatlántico Poesía ante la incertidumbre.

Los versos de Federico Díaz-Granados ejemplifican perfectamente la afirmación de Remedios Sánchez García en El canon abierto (2015) de que “la actual poesía española y la hispanoamericana van casi de la mano en el proceso evolutivo de los últimos años” (Sánchez García, R. 2015: 19-20).

Sin duda, los hitos mundiales que más han impactado en la construcción identitaria del yo poético de Díaz-Granados se concentran en la historia de los países socialistas y de Europa del Este, sobre todo de la Unión Soviética, y en las consecuencias de la Guerra Fría y de la caída del Telón de Acero con el posterior derrumbe de las grandes ideologías que coinciden con su primera juventud. La impronta que estos episodios tienen en la vida y en la poesía de Federico Díaz-Granados es meticulosamente estudiada por Nieves García Prados en su tesis doctoral “La realidad social en la lírica contemporánea: el grupo Poesía ante la incertidumbre, la crónica periodística y la educación literaria” (Universidad de Almería, 2016). La huella de la figura paterna emerge con claridad en las entrevistas al autor incluidas en esta tesis:

 

Mi padre encabezaba las actividades culturales en homenaje a los países socialistas y de Europa del Este, y sobre todo de la Unión Soviética. Para mí era curioso. Estábamos viviendo los últimos momentos de la Guerra Fría, pero parecía más viva que nunca. Yo había visto a la película Rocky IV, donde Rocky encarnaba el orgullo americano que derrotaba a Drago, el boxeador soviético que era mitad máquina, mitad hombre. Eso simbolizaba lo que se veía en América Latina de la Guerra Fría. Era que los Estados Unidos aparentemente nos iban a liberar de esa amenaza comunista soviética. Yo crezco con todo eso, y viendo a mi papá muy entusiasmado con todo lo que tiene que ver su militancia e ideología. Los padres de mis amigos viajaban a los Estados Unidos y les traían de regalo souvenires, regalos, ropa, relojes… Mi papá viajaba a la Unión Soviética y me traía escudos de Lenin, matrioskas o cuentos del Osito Misha (…). Prácticamente mi primera biblioteca se iba formando con textos de la editorial Progreso de Moscú que era la editorial que publicaba los libros en español y la colección del Abecé del socialismo. Mi infancia estuvo marcada por todo eso, y la habitación de mi padre era como un pequeño territorio, como una pequeña geografía de esos países. Todos los souvenires, los libros, los cuadros, los afiches de su cuarto eran alusivos a la Unión Soviética, a la RDA, a Checoslovaquia, a Yugoslavia.

 

Existe una memoria de segundo grado palpable en la poesía de Federico Díaz-Granados, es decir, una memoria mediada por el relato paterno que se incorpora a la textura del discurso literario pero siempre reelaborada desde la óptica del hijo, desde la mirada a la vez testigo y protagonista de una segunda generación. La poesía del colombiano insiste es la idea de incomodidad de un yo alojado en el mundo adulto y narra la resistencia a la aceptación del cambio, retratando el proceso de duelo por una inocencia/infancia irrecuperables: “esta luz tiene las chispas de aquella mañana que extravié/ cuando salí del paraíso con despedidas truncas”. Está también muy presente este argumento en su poemario Hospedaje de paso, especialmente en los versos de “Antes del paraíso” o  “Álbum de los adioses”. Pero sin duda alcanza su clímax en el poema alegórico que narra el rito de paso de la infancia a la adultez con ternura y desgarramiento: “Good Bye Lenin”, un homenaje cinematográfico. Allí, el niño que jugaba a ser cosaco en un patio andino desprovisto de nieve, abedules, estepas o pueblos incendiados escucha por la radio las noticias de la verdadera Unión Soviética y ese súbito descubrimiento de la realidad “tangible” inhibe para siempre su capacidad de fantasear: “Y no volvieron los cosacos, ni los konsomoles/, ni los cosmonautas a mi cuarto/ en aquella noche en que mi madre me daba las buenas noches/ en voz baja para no despertar a toda la casa/ mientras apagaba para siempre/ la última luz de mi infancia”.

También reconstruye Nieves García Prados los hitos históricos desencadenantes y el impacto que la caída socialismo tuvo en el seno de la familia Díaz-Granados, cuando en el verano de 1985 todo empieza a cambiar. La elección de Mijaíl Gorbachov como nuevo secretario general del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) en ese año supuso el comienzo del periodo de la llamada Perestroika (reconstrucción) que acabaría finalmente en la disolución de la URSS en 1991. Cambiaron los coros del ejército rojo por canciones de U2 relatos de pioneros por un incendio en Chernobil:

 

Empieza como una nueva era de las relaciones de la Unión Soviética con el mundo. Recuerdo la desconfianza de mi padre. No le gustaba Gorbachov, aunque reconocía que era un hombre grande. Le emocionaba más ver a Gromyko, al jefe de la KGB, a los dirigentes que veía en la revista Sputnik, que la hacía la agencia de prensa Novosti, que era la gran agencia de prensa soviética. Gorbachov empieza sus contactos con Occidente, tiene varios encuentros con Ronald Reagan para hablar del tema de las reservas nucleares, se encuentra con el Papa Juan Pablo II, se encuentra con Margaret Thatcher, es decir, con los grandes líderes de la derecha mundial. Eso le causaba a mi padre y sus amigos una profunda desconfianza. Empiezan a destaparse las grandes ollas podridas que había en cada una de estos países, sobre todo en los que no hubo lucha revolucionaria, sino que habían sido invadidos por la Unión Soviética. Por eso, eso se veía venir, pero mi papá pensaba que no iba a pasar, que habría algunos cambios o reformas, pero nunca pensó que se fuera a caer como tal el muro de Berlín.

 

Con el final de la Guerra Fría se eclipsa, también, la luz de la infancia. Se trata de un rito de paso simultáneamente individual, familiar e histórico:

 

Creo que mi papá nunca esperaba eso y creo que en su imaginario él siempre creyó que el muro nunca se cayó y entonces buscaba las noticias alusivas y se reunía con los amigos y los viejos nostálgicos de todo el bloque socialista y yo era testigo de eso. Un poco guardando la esperanza de que eso no se había derrumbado y que finalmente el mundo socialista seguía allí intacto. En los días posteriores a la caída del Muro yo recuerdo estar en la casa con mi padre y con Luis Vidales, con reuniones de todos ellos en la que estaban hablando del tema, y estaban muy desconcertados, porque ellos sintieron que era como una traición de Gorbachov, y que de todas maneras Erich Honecker era un icono del socialismo mundial y no podían creer que él hubiera caído en corrupción o hubiera estado enterado de la corrupción. Él seguía siendo un símbolo para todos ellos. Recuerdo la gran tristeza y la gran desilusión. Era como si les hubieran matado al mejor amigo.

 

Es significativo que esta antología se titule Adiós a Lenin como el poema homónimo incluido en Las prisas del instante pero, sobre todo, por la castellanización del nombre de la película alemana Good bye Lenin. Este título opera como una gran metonimia: significa decir adiós a la infancia, adios a la utopía, adiós al relato paterno, adiós a los íconos soviéticos, adiós a una configuración mundial que ya nunca sería la misma. Identidad doméstica y mundial evolucionan de la mano. Y los juguetes, objetos tan celebrados en la poesía de Federico Díaz-Granados, son signos de una época idílica que el poeta intenta remontar por la palabra para que no se esfume del todo: “Se fue la infancia y nunca supe/ a dónde van los patos del Central Park en invierno/ y si la vida era sentarse a hacer guardia en un campo de centeno. O como dice el poema titulado “Balada para mis juguetes”: “Ahora –en tiempos del deshielo–/ cuando la infancia y la muerte/ me juegan a los dados con mis manos/ pido asilo entre mis juguetes/ aunque sea ya un extranjero/ en ese país de luces y fantasmas”.

 

 

 

 

 

 

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