Poesía panhispánica No. 19: Antonio Cisneros

En nuestro tiempo postutópico, el tiempo de la poesía panhispánica, continuamos la revisión de la pluralidad de pasados desde la que escribimos y leemos poesía. Presentamos a Antonio Cisneros (1942-2012). Nació en Lima, Perú. Poeta, periodista, cronista, guionista, catedrático y traductor. Ha publicado los siguientes libros de poesía: Destierro (1961), David (1962), Comentarios reales (1964), Canto ceremonial contra un oso hormiguero (1968), Agua que no has de beber (1971), Como higuera en un campo de golf (1972), El libro de Dios y de los húngaros (1978), Crónica del Niño Jesús de Chilca (1982), Monólogo de la casta Susana y otros poemas (1986), Drácula de Bram Stoker (1991), Las inmensas preguntas celestes (1992), Un crucero a las Islas Galápagos (2005), Como un carbón prendido entre la niebla (2007), A cada quien su animal (2008) y El caballo sin libertador (2009). Su obra poética está traducida a catorce idiomas. Entre otras distinciones ha recibido: el Premio Nacional de Poesía, el Premio Casa de las Américas, el Premio Cosapi de la Creatividad, el Premio Gabriela Mistral de la Organización de Estados Americanos, el Premio Iberoamericano José Donoso, el Premio Poetas del Mundo Latino Víctor Sandoval, la Orden de Caballero de las Artes y las Letras de la República Francesa.

 

 

 

Domingo en Santa Cristina de Budapest y frutería al lado

 

Llueve entre los duraznos y las peras,
las cáscaras brillantes bajo el río
como cascos romanos en sus jabas.
Llueve entre el ronquido de todas las resacas
y las grúas de hierro. El sacerdote
lleva el verde de Adviento y un micrófono.
Ignoro su lenguaje como ignoro
el siglo en que fundaron este templo.
Pero sé que el Señor está en su boca:
para mí las vihuelas, el más gordo becerro,
la túnica más rica, las sandalias,
porque estuve perdido
más que un grano de arena en Punta Negra,
más que el agua de lluvia entre las aguas
del Danubio revuelto.
Porque fui muerto y soy resucitado.

 
Llueve entre los duraznos y las peras,
frutas de estación cuyos nombres ignoro, pero sé
de su gusto y su aroma, su color
que cambia con los tiempos.
Ignoro las costumbres y el rostro del frutero
–su nombre es un cartel–
pero sé que estas fiestas y la cebada res
lo esperan al final del laberinto
como a todas las aves
cansadas de remar contra los vientos.
Porque fui muerto y soy resucitado,
loado sea el nombre del Señor,
sea el nombre que sea bajo esta lluvia buena.

 

 

 

Paracas

 

Desde temprano
crece el agua entre la roja espada
de unas conchas

 
y gaviotas de quebradizos dedos
mastican el muymuy de la marea

 
hasta quedar hinchadas como botes
tendidos junto al sol.

 
Sólo trapos
y cráneos de los muertos, nos anuncian

 
que bajo estas arenas
sembraron en manada a nuestros padres.

 

 

 

Cuestión de tiempo

 

I

Mal negocio hiciste, Almagro.

Pues a ninguna piedra

de Atacama podías pedir pan,

ni oro a sus arenas.

Y el sol con sus abrelatas,

Destapó a tus soldados

Bajo el hambre

De una nube de buitres.

 

 

II

En 1964,

donde tus ojos barbudos

sólo vieron rojas tunas,

cosechan —otros buitres—

unos bosques

tan altos de metales,

que cien armadas de España

por cargarlos

hubiera naufragado bajo el sol.

 

 

 

Canción de obrajes, bajo el virrey de Toledo

 

De la barriga de mi madre

caí entre duras tunas,

y destas espinas, me tiraron

junto a un lecho de huesos.

Así moliendo metales,

engordaron mis piojos.

Así, moliendo y masticando

los metales,

cada noche recostaba

las costras de mi cuerpo

sobre arañas.

Así, cansado de pelear

mi comida con las ratas,

dejéme amontonar

entre los muertos.

 

 

 

Poema sobre Jonás y los desalienados

Si los hombres viven en la barriga de una ballena

sólo pueden sentir frío y hablar

de las manadas periódicas de peces y de murallas  oscuras como una boca abierta y de manadas

periódicas de peces y de murallas

oscuras como una boca abierta y sentir mucho frío.

Pero si los hombres no quieren hablar siempre de lo mismo

tratarán de construir un periscopio para saber

cómo se desordenan las islas y el mar

y las demás ballenas —si es que existe todo eso.

Y el aparato ha de fabricarse con las cosas

que tenemos a la mano y entonces se producen

las molestias, por ejemplo

si a nuestra casa le arrancamos una costilla

perderemos para siempre su amistad

y si el hígado o las barbas es capaz de matarnos.

Y estoy por creer que vivo en la barriga de alguna ballena

con mi mujer y Diego y todos mis abuelos.

 

 

 

 

Apéndice del poema sobre Jonás  y los desalienados

Para Ricardo Luna

 

Y hallándome en días tan difíciles decidí alimentar

a la ballena que entonces me albergaba:

Tuve jornadas que excedían en mucho a las 12 horas

y mis sueños fueron oficios rigurosos, mi fatiga

engordaba como el vientre de la ballena:

qué trabajo dar caza a los animales más robustos,

desplumarlos de todas sus escamas y una vez abiertos

arrancarles la hiel y el espinazo,

y mi casa engordaba.

 

(Fue la última vez que estuve duro: insulté a la ballena,

recogí mis escasas pertenencias para buscar

alguna habitación en otras aguas, y ya me aprestaba

a construir un periscopio

cuando en el techo vi hincharse como 2 soles sus pulmones

—iguales a los muertos

pero estirados sobre el horizonte—, sus omóplatos

remaban contra todos los vientos,

y yo solo,

con mi camisa azul marino en una gran pradera

donde podían abalearme desde cualquier ventana: yo el conejo,

y los perros veloces atrás, y ningún agujero.)

 

Y hallándome en días tan difíciles

me acomodé entre las zonas más blandas y apestosas de la ballena.

 

 

 

Entre los cangrejos muertos ha muchos días

 

Mi cama tiene 5 kilómetros de ancho —o de largo— y de largo

—o de ancho, depende si me tumbo con los pies hacia las colinas o hacia el mar— unos 14.

Iba a seguir “ahora estoy desnudo” y no es verdad,

llevo un traje de baño, de los viejos, con la hebilla oxidada.

Y cuando el lomo de la arena se enfría bajo el mío

ruedo hacia el costado

donde la arena es blanda y caliente todavía, y otra vez

sobre mi largo pellejo rueda el sol.

 

 

 

Soy el favorito de mis cuatro abuelos

Si estiro mi metro ochentaitantos en algún hormiguero

y dejo que los animalitos construyan una ciudad sobre mi barriga

puedo permanecer varias horas en ese estado y corretear

por el centro de los túneles y ser un buen animalito,

lo mismo ocurre si me entierro en la pepa de algún melocotón

habitado por rápidas lombrices. Pero he de sentarme a la mesa

y comer cuando el sol esté encima de todo: hablarán conmigo

mis 4 abuelos y sus 45 descendientes y mi mujer, y yo debo

olvidar que soy un buen animalito antes y después de las comidas

y siempre.

 

 

 

La araña cuelga demasiado lejos de la tierra

 

La araña cuelga demasiado lejos de la tierra,

tiene ocho patas peludas y rápidas como las mías

y tiene mal humor y puede ser grosera como yo

y tiene un sexo y una hembra -o macho, es difícil

saberlo en las arañas- y dos o tres amigos,

desde hace algunos años

almuerza todo lo que se enreda en su tela

y su apetito es casi como el mío, aunque yo pelo

los animales antes de morderlos y soy desordenado,

la araña cuelga demasiado lejos de la tierra

y ha de morir en su redonda casa de saliva,

y yo cuelgo demasiado lejos de la tierra

pero eso me preocupa: quisiera caminar alegremente

unos cuantos kilómetros sobre los gordos pastos

antes de que me entierren,

y ésa será mi habilidad.

 

 

 

Tercer movimiento (affettuosso)

 

Para hacer el amor

debe evitarse un sol muy fuerte sobre los ojos de la muchacha,

tampoco es buena la sombra si el lomo del amante se achicharra

para hacer el amor.

Los pastos húmedos son mejores que los pastos amarillos

pero la arena gruesa es mejor todavía.

Ni junto a las colinas porque el suelo es rocoso ni cerca de las aguas.

Poco reino es la cama para este buen amor.

Limpios los cuerpos han de ser como una gran pradera:

que ningún valle o monte quede oculto y los amantes

podrán holgarse en todos sus caminos.

La oscuridad no guarda el buen amor.

El cielo debe ser azul y amable, limpio y redondo como un techo

y entonces

la muchacha no verá el dedo de Dios.

Los cuerpos discretos pero nunca en reposo,

los pulmones abiertos,

las frases cortas.

Es difícil hacer el amor pero se aprende.

 

 

 

Por la noche los gatos o mis ocho vecinos pensionados de guerra (cagnes-sur-mer)

Todos los gatos de la región son un ruido en el techo,

igual que el de los reos fondeados entre bolsas en un hueco del río

—ritos de amor, ritos de combate—

hasta que se descuelgan ya muertos o cansados para asediar mi casa,

se revuelven

como tribus de arañas en el fondo del agua, me reclaman

un lugar en el lecho y de comer según los usos del último tratado

—alianza concertada con el viejo que dio nombre a los gatos,

sembró las margaritas, los geranios

(donde orino cuando estoy apurado),

comió sobre esta mesa,

durmió sobre esta cama,

murió sobre esta cama

como un sapo.

Las moscas de mi mesa son las mismas que engordan en la mesa

de mis 8 vecinos pensionados de guerra,

son de vuelo pesado y paso torpe, mansas para la muerte, son el día.

Por la noche los gatos.

Allá vuelven.

Cierro la puerta con 2 vueltas de llave, toco madera.

 

 

 

En el 62 las aves marinas hambrientas llegaron hasta el centro de Lima

 

Toda la noche han viajado los pájaros desde la costa —he aquí

la migración de primavera:

las tribus y sus carros de combate sobre el pasto, los templos,

los techos de los autos.

Nadie los vio llegar a las murallas, nadie a las puertas

—ciudadanos de sueño más pesado que jóvenes esposos—

y ninguno asomó a la ventana, y aquellos que asomaron

sólo vieron un cielo azul-marino sin grieta o hendidura entre su lomo

—antes fue que el lechero o el borracho final— y sin embargo

el aire era una torre de picos y pellejos enredados,

como cuando dormí cerca del mar en la Semana Santa

y el aire entre mi lecho y esas aguas fue un viejo gallinazo de

las rocas holgándose en algún patillo muerto

—y las gaviotas-hembra mordisqueando a las gaviotas-macho y

un cormorán peludo rompiéndose en los muros de la casa.

 

Toda la noche viajaron desde el Sur.

Puedo ver a mi esposa con el rostro muy limpio y ordenado mientras sueña

con manadas de morsas picoteadas y abiertas en sus flancos por los pájaros.

 

 

 

Naturaleza muerta en Innsbrucker Strasse

Ellos son (por excelencia) treintones y con fe en el futuro.

Mucha fe.

Al menos se deduce por sus compras

(a crédito y costosas).

Casaca de gamuza (natural),

Mercedes deportivo color de oro.

Para colmo (de mis males) se les ha dado además por ser eternos.

Corren todas las mañanas (bajo los tilos)

por la pista del parque y toman cosas sanas.

Es decir, legumbres crudas y sin sal,

arroz con cascarilla, agua minerales.

Cuando han consumido todo el oxigeno del barrio

(el suyo y el mío)

pasan por mi puerta (bellos y bronceados).

Me miran (si me ven)

como a un muerto

con el último cigarro entre los labios.

 

 

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