Ted Hughes: una poética

Proponemos la lectura de una poética de Ted Hughes (1930-1998), “Palabras y experiencias”. Este texto apareció en el volumen Strong Words. Modern Poetry on Modern Poets, editado por W. N. Herbert y Mattew Hollis, publicado en Inglaterra por Bloodaxe. La traducción corrió a cargo de Jacqueline Hernández Pérez.        

 

 

 

 

Palabras y experiencias

Estar sentado en una silla es bastante simple y parece no necesitar algún comentario. Ver un avión surcar los cielos mientras un cuervo vuela en la dirección opuesta es bastante simple y, de nuevo, no nos sentimos obligados a remarcarlo. Leer una carta del otro lado del mundo, después ir y recolectar la deuda que nos habían pedido recolectar de alguien que está cerca, puede no ser tan fácil pero no necesita ningún comentario. No necesitamos describirnos cada paso cuidadosamente antes de ser capaz de darlo. Las palabras no necesitan intervenir. Nosotros nos imaginamos toda la situación y las posibles maneras de lidiar con ella y después procedemos de la manera que mejor nos parezca. Nuestra imaginación trabaja en escenas, cosas, pequeñas historias y sentimientos de personas. Si imaginamos lo que alguien dirá, en respuesta a algo que pretendemos decir o hacer, primero debemos imaginarnos cómo se sentirán. Nosotros somos, normalmente, bastante confiados, sabemos cómo se sentirán. Puede que estemos terriblemente equivocados, por supuesto, pero al menos nunca dudamos que lo que sienten, es lo que cuenta. Y podemos pensar así sin nunca formar una sola palabra en nuestras cabezas. Mucha gente, quizás la mayoría de nosotros, sí pensamos en palabras todo el tiempo y mantenemos un comentario perpetuo o una conversación mental acerca de todo lo que está bajo nuestra atención o acerca de algo que está en el fondo de nuestras mentes. Pero no es esencial. Y las personas que piensan en imágenes tontas y sentimientos vagos parecen conseguirlo igualmente. Tal vez lo consigan incluso mejor. Tú puedes imaginar quién es probablemente, quién está sacando mayor provecho de leer los evangelios, por ejemplo: el que discute cada oración palabra por palabra y discute las contradicciones y cuestiona cada obscuridad y desafía cada absurdo, o el que imagina, tan sólo por unos segundos, pero con el impacto de absoluta realidad, cómo debió de haber sido estar parado cerca cuando la mujer tocó la vestimenta de Cristo y él se dio la vuelta.

Es lo mismo con todas nuestras experiencias de vida: la sustancia real de ella, los hechos materiales de ella, se clavaron muy dentro de nosotros desde el mundo de las palabras. Es cuando nos disponemos a encontrar palabras para una experiencia aparentemente sencilla que empezamos a darnos cuenta de la gran brecha que hay entre nuestro entendimiento de lo que pasa a nuestro alrededor, y dentro de nosotros, y las palabras que tenemos a nuestro alcance para decir algo al respecto.

Las palabras son herramientas, aprendidas tarde y laboriosamente y fácilmente olvidadas, con las que intentamos dar a una aparte de nuestra experiencia una forma más o menos permanente fuera de nosotros mismos. Son innaturales, en una forma, y muy lejos de ser las ideales para el trabajo. Para empezar, una palabra tiene sus propios significados definitivos. Una palabra es su propio pequeño sistema solar de significados. Aun así, estamos queriendo que cargue alguna parte de nuestro significado, del significado de nuestra experiencia y el significado de nuestra experiencia es finalmente inconmensurable, llega hasta nuestros dedos del pie y de vuelta hasta antes de que naciéramos y hasta el átomo, con sombras vagas y rasgos cambiantes y elementos a los que ninguna expresión de ningún tipo puede asirse. Y esto es cierto aun en la más simple experiencia.

Por ejemplo, con ese cuervo volando hacia el otro lado, debajo de la aeronave, al cual yo mencioné como una visión muy simple, ¿cómo vamos a dar cuenta de eso? Olvidando por el momento el avión, el cielo, el mundo debajo y nuestras preocupaciones, ¿Cómo podríamos decir lo que vemos en el vuelo del cuervo? No es suficiente decir que el cuervo vuela a propósito, o pesadamente, o como si remara, o lo que sea. No hay palabras que capturen la infinita profundidad cuervística en el vuelo del cuervo. Todo lo que podemos hacer es usar una palabra como indicador, o un montón de palabras como una directriz general. Pero la cosa ominosa del vuelo del cuervo, la cosa descarada y bandida, la cosa gitana, andrajosa y miserable, el acariciante y moldeador y sin embargo ligeramente descuidado gesto del descenso, como si las alas fueran ambas muy pesadas y muy poderosas, y la precipitada especie de júbilo, la morbosa pantomima macabra y la elegancia enterradora. Podrías seguir por mucho tiempo con frases de este tipo y aun así haber perdido por completo tu instante, conocimiento entrevisto del mundo del batir de alas de los cuervos. Y un libro repleto de tales descripciones es inmediatamente basura cuando miras hacia arriba y ves el vuelo de un cuervo.

Sin embargo, hay cosas más importantes que los cuervos sobre los que tratar de decir algo. Sin embargo, es un ejemplo de cómo las palabras tienden a dejar fuera las cosas más simples que desearíamos decir. En cierto modo, las palabras están continuamente tratando de desplazar nuestra experiencia. Y en tanto sean más fuertes que la cruda vida de nuestra experiencia, y llenas de ellas mismas, y todos los diccionarios que han asimilado, sí la desplazan.

Pero es suficiente por el momento acerca de la terquedad de las palabras. Qué hay acerca de nuestra experiencia como tal, la cosa que estamos tratando de poner en palabras, ¿es eso tan fácil de aprehender? Puede parecer una cosa extraña pero ¿alguna vez sabemos lo que de verdad sabemos?

Poco tiempo atrás, un vagabundo llegó a nuestra puerta y pidió dinero. Le di algo y lo vi marcharse. Eso parecería una experiencia lo bastante simple, ver a un vagabundo marcharse. ¿Pero cómo podría empezar a describir lo que vi? Como con el cuervo, las palabras parecen repentinamente un poco cortas. No es suficiente decir ‘el vagabundo se fue’ o incluso ‘el vagabundo se fue con una sigilosa especie de arrastrar los pies, casi como si deseara estar corriendo a máxima velocidad a la esquina más cercana’. En escritura descriptiva ordinaria una frase así basta, simplemente porque el escritor tiene que economizar el tiempo y si pusiera todo lo que puede ser visto en el andar de un hombre nunca seguiría con la siguiente cosa, no habría espacio, habría escrito una biografía completa, eso sería el libro. Y aún entonces, igual que con el cuervo, el escritor habría perdido el factor más importante: que lo que vio, lo vio y entendió en un instante, un solo impacto de 1,000 voltios que encendió todo y lo condujo hasta sus huesos, mientras que en tales palabras y frases él lo está babeando sobre las paginas en cosquilleos que sólo pueden ser sentidos.

¿Qué vemos en el caminar de una persona? He insinuado que vemos todo, la biografía completa. Creo que esto es en cierta manera cierto. Cómo lo logramos, nadie lo sabe. Tal vez algún mimetismo instintivo e involuntario dentro de nosotros reproduce a esa persona a primera vista, lo imita tan exacto que sentimos de golpe todo lo que él siente, todo lo que da esa singularidad particular a la manera en que camina o a lo que sea que esté haciendo. Tal vez hay más en eso. Pero como sea que funcione, obtenemos la información.

Una cosa es obtener la información y otra muy diferente volverse consciente de ella, saber que la hemos obtenido. En nuestro cerebro hay muchas mansiones y la mayoría de las puertas están cerradas con las llaves adentro. Usualmente, de nuestro primer encuentro con una persona, obtenemos alguna impresión principal, de gusto o disgusto, confianza o desconfianza, realidad o artificialidad o un simple y vívido algo que no podemos precisar en más que una frase vaga y  tentativa. Esa pequeña frase es como la aleta en movimiento visible de un pez en una piscina oscura: sólo podemos ver la aleta: no podemos ver al pez, mucho menos atraparlo o levantarlo. O usualmente no podemos. A veces sí podemos. Y algunas personas tienen un don habitual para ello.

Recuerdo leer que el novelista H.E. Bates tenía el hábito de inventar rápidas biografías breves o aventuras para personas que él conocía o veía que avivaban su imaginación. Algunas de estas pequeñas fantasías las anotaba, para usarlas en sus historias. Pero conforme el tiempo pasaba, descubría que estas supuestas fantasías eran en ocasiones relatos literales y precisos de las vidas de aquellos individuos que había visto. Lo raro de esto es que cuando primero las inventó, había pensado que todo era sólo imaginación, que él lo estaba inventando. En otras palabras, él había recibido de una manera u otra información precisa, en gran detalle, sólo con ver. Pero no lo había reconocido por lo que era. Él sólo lo había encontrado ululando por ahí en su mente, en ese momento, sin etiquetas.

El gran psicoanalista suizo, Jung, describe algo similar en su autobiografía. Durante una cierta conversación, él quería ilustrar algún punto general que estaba tratando de hacer y sólo como ejemplo él inventó un personaje ficticio y lo situó en una situación ficticia y describió sus probables acciones, todo para ilustrar su punto. El hombre con quien estaba hablando, alguien a quien nunca había conocido antes se molestó terriblemente y Jung no podía entender por qué. Hasta más tarde, cuando aprendió que la pequeña historia que él había inventado era, en realidad, circunstancialmente, un relato detallado de la propia vida privada de ese hombre. De una u otra manera, mientras hablaban, Jung lo había captado, pero sin reconocerlo. Simplemente lo había encontrado cuando buscó en su imaginación por algunos raros materiales que harían una historia del tipo que él quería.

Ninguno de estos hombres se habría percatado de lo que aprendieron si no hubieran tenido la ocasión para inventar historias al momento y si por ningún motivo hubieran descubierto después que lo que para ellos había parecido pura imaginación había sido en cierto modo un hecho. Ninguno había reconocido su propia experiencia. Ninguno había sabido lo que de verdad sabían.

Hay registros de individuos que tienen el don para reconocer su experiencia de inmediato, cuando es de este tipo. En el primer encuentro con un extraño, estas personas ven toda su vida en unos segundos, como una película desenrollándose en imágenes claras. Cuando esto sucede, ellos no pueden evitarlo. Simplemente lo ven y saben que pertenece a esta persona frente a ellos. Jung y Bates también lo vieron, pero no lo sabían, y lo vieron sólo en un modo raro cuando se obligaron a producir una historia en ese preciso momento. Y yo creo que todos compartimos este tipo de recepción, este tipo de experiencia, en cierto grado.

Hay otros individuos que tienen el don de reconocer en ellos mismos no sólo experiencias de este estilo sino incluso una percepción similar de vidas pasadas y aventuras de objetos. Esas personas son conocidas como psicometristas y han sido usados por la policía. De algún arma o herramienta usada en el crimen, ellos pueden leer como si hubiera una descripción del criminal y muchas veces algo importante sobre ellos. No son infalibles. Pero el mejor de ellos tiene un increíble récord de éxitos. Ellos se aferran al objeto particular y el conocimiento que están buscando relampaguea en su imaginación. De nuevo, se dice que es un don que todos compartimos, potencialmente, que simplemente es una de las características de estar vivo en este misterioso cuerpo eléctrico nuestro, y que lo difícil no es recoger la información sino reconocerla, aceptarla en nuestra conciencia. Esto no es sorprendente. A muchos de nosotros nos resulta difícil saber lo que estamos sintiendo acerca de lo que sea. En cualquier situación, es casi imposible saber qué nos está pasando. Éste es uno de los castigos de ser humano y tener un cerebro repleto de sugerencias e ideas interesantes y auto desconfianza.

Así que, con mi vagabundo estaba consciente de una fuerte impresión que me perturbó por mucho tiempo después de que se hubiera ido. Pero ¿qué exactamente había aprendido? ¿Y cómo podía empezar a profundizar en la masa enmarañada y un tanto dolorosa de lo que sea que había suscitado en mi mente el verlo marcharse?

Y ver a un vagabundo marcharse, incluso si has sido abrumado subliminalmente por su biografía completa, es una experiencia leve comparada con los eventos que se desarrollan dentro de nosotros todo el tiempo, como nuestra historia privada y nuestra composición personal y hora tras hora de cambios biológicos y nuestras circunstancias inmediatas presentes y todo lo que conocemos, en realidad, luchan juntas, tratando de hacer sentido en nuestras vidas, tratando de descifrar exactamente lo que está pasando dentro y alrededor de nosotros, y exactamente qué somos o podríamos ser, lo que debemos o no debemos hacer, y qué exactamente pasó en esas situaciones en las que a pesar de haberlas vivido hace mucho aún siguen dentro de nosotros como si el tiempo sólo pudiera hacer las cosas más frescas.

Y todo esto es nuestra experiencia. Son los hechos finales, así como están registrados en este instrumento de medición particular de los humanos. He tratado de sugerir cuan infinitamente más allá realmente están nuestras nociones ordinarias de lo que sabemos que es nuestro conocimiento real, los hechos reales para nosotros. Y vivir apartado de este universo interno de experiencias es también vivir apartado de nosotros mismos, desterrados de nosotros mismos y de nuestra vida real. El verdadero esfuerzo por poseer su propia experiencia, en otras palabras, de recuperar su yo genuino, ha sido la ocupación principal del hombre, donde sea que él pudiera encontrar placer para ello, incluso desde que creció este enorme excedente de cerebro. El hombre ha creado la religión para hacer esto por otros. Pero para hacerlo por ellos mismos, han inventado el arte,  música, pintura, danza, escultura, y la actividad que incluye a todas estas, la poesía.

Porque es ocasionalmente posible, sólo por breves momentos, encontrar las palabras que abrirán las puertas de todas esas mansiones dentro de la cabeza y expresar algo – quizás no mucho, sólo algo de la aplastante información que nos presiona, desde la manera en que un cuervo vuela por encima y la manera en que un hombre camina y la vista de una calle y desde lo que hicimos un día hace una decena de años. Palabras que expresarán algo de la profunda complejidad que nos hace precisamente de la manera en que somos, desde el efecto momentario del barómetro hasta la fuerza que creó al hombre diferente al árbol. Algo de música inaudible que nos mueve en nuestros cuerpos de momento a momento como agua en el río. Algo del espíritu del copo de nieve en el agua del río. Algo de la duplicidad y relatividad y de la simple cualidad fugaz de todo esto. Algo de la omnipotente importancia de todo esto y algo del sinsentido absoluto. Y cuando las palabras pueden manejar algo de esto, y manejarlo en un momento del tiempo, y en ese mismo momento inventan todas las firmas vitales del ser humano (no de un átomo o un diagrama geométrico, o de un montón de lentes, sino de un ser humano) las llamamos poesía.

 

 

 

 

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