Poesía y corazón: poemas después de un transplante

Presentamos un ensayo y entrevista del escritor dominicano Jochy Herrera sobre el libros Corazón de hojalata (Intermezzo tropical, Lima, Perú. 2018) de la autora peruana radicada en Chicago, Margarita Saona.

 

 

 

 

Corazón de hojalata. Un poemario de Margarita Saona

 Jochy Herrera

 

En este inusual libro el lector confrontará interrogantes igualmente inusuales; habrá de cavilar sobre los justificadísimos desasosiegos de su autora que, lanzados al ruedo de la página, provocarán al unísono el sentir y el pensar, afrenta poco común en el ejercicio del género poético en tanto que la palabra no vacila en delatar sentimientos, pero solo en ocasiones se constituye en razón. ¿Pueden compartirse dos corazones en el pecho, uno fatigado y casi ido, y el otro vibrante y recién bienvenido? ¿Cómo entender la vida a partir de aquello que fue metáfora y súbitamente se transforma en la concreta supervivencia del día a día? ¿Podría la poesía, explicar la hendidura subyacente entre el símbolo y la realidad? Estas constituyen algunas de las provocaciones vertidas en las páginas de Corazón de hojalata (Intermezzo tropical, Lima, Perú. 2018) por una singular poeta recién receptora nada más y nada menos, que de un trasplante cardiaco.

La académica peruana radicada en Chicago ha vivido todo aquello y mucho más tras sobrevivir una muerte arrítmica resultado de la inesperada falla de su previamente sano corazón que un día, sin aparente motivo, dejó de alimentarle la vida: ha obtenido una cinta negra Tae Kwan Do, supervisado estudiantes universitarios, amado hijos, pareja, escrito catárticamente, y, sobre todo, visitado médicos en recurrentes ceremonias en las que esos arúspices modernos intentaban adivinar la conducta de su nuevo corazón trasplantado. Porque en efecto, ese órgano otrora ajeno es ahora suyo, íntimo, tierno y a veces malcriado.

Saona es hoy dueña de una vida renovada (y compartida) gracias al anónimo ser que le dio sentido a su propia muerte entregándole el corazón tal cual expresa en sus versos: Hoy te llevo conmigo,/ parte de mí,/ como un hijo,/ como renacer,/ y ser uno/ y ser dos./ Mi corazón,/ tu corazón,/ late y tu vida/ me ha dado nueva vida.En el transcurrir de este periplo surgió el fajo de confesiones que conforman este libro, obra de compleja factura filosófica y ética que los párrafos a continuación pretenderán abordar apoyados por las palabras de la autora mientras ella dialoga sobre su  circunstancia médica y existencial y sobre cómo esta permea en cada uno de sus poemas.

Lo poético en Saona no es, por supuesto, haber vencido el accidentado camino de la respiración entrecortada o las temerarias arritmias demasiadas veces; tampoco haber derrotado el jadeo o los síncopes premonitorios de esa muerte que los doctos llaman súbita. Porque del sufrimiento físico puede nacer poesía, pero este, casi nunca será poético. Sí lo es el que durante y tras la tormenta de su cuerpo enfermo, Saona permaneciera incólume siendo poeta a través de las repetidas hospitalizaciones en que recibía diálisis conectada a complicados dispositivos insertos en su anatomía.

Atando los trozos desvencijados de su ser que pretendían escapárseles, esta valiente mujer se sostuvo, llena de energía, del tótem que la mantuvo viva y que he bautizado corazónalma: su propio espíritu. Encarnado en poemas a los cuales se había aferrado “cuando el cuerpo y las emociones le aterraban”, y armado del optimismo y la valentía multiplicados ante el deseo de vivir, ese espíritu escribió un libro. Saona lo hizo desde el inicio de la travesía de su corazón herido, que asistido por uno mecánico apenas latía hasta cuando en aquel frío enero de Chicago se sometió al ansiado salvador procedimiento de trasplante.

En el prólogo de Corazón de hojalata Margarita Saona hace tácita referencia a lo enunciado al inicio de este texto cuando cuestiona la naturaleza de las metáforas en tanto que si bien el poema es un “intento de decir cosas que no sabemos decir de otra manera”, tal duda induce a preguntarnos cómo revelar la realidad de un órgano mítico que muere de verdad en un sujeto de carne y hueso: ¿Qué me haré ahora,/ entonces,/ que el órgano falla/ y devela la falsedad/ de la metáfora?/ ¿Qué me haré ahora/ que no es mi corazón/ el que bombea?/.Se trata pues, en cierto modo, de la muerte de la metonimia misma ya que el órgano moribundo también ha cesado de ser mito trasmutando en mero instrumento hidráulico que impulsa la sangre y del cual depende la vida de su dueño. Mas, como revelan estos versos, la cardiópata poeta insistirá en retornar a la bomba su simbólica naturaleza y razón de ser: Escribo/ y todavía aquello/ se estremece,/máquina,/ órgano,/ corazón  ajeno,/ todavía ese órgano/ me contiene.

Una vez escribí que, a consecuencia de la tecnología, el corazón y el pulso habían perdido mucho de aquella carga simbólica arrastrada en el imaginario desde tiempos inmemoriales. Como manifestación corporal de los latidos pulso siempre significó presencia de vida, y con justa razón su medición es considerada uno de los signos vitalesque los médicos buscan a fin de confirmar la muerte. Los dispositivos de asistencia ventricular (LVAD’s, por sus siglas en inglés) son comúnmente empleados en los enfermos a fin de facilitar el descanso del corazón mientras esperan un trasplante; en dicho proceso provocan la desaparición del pulso “enmudeciendo” al órgano, tal como aconteció con Saona mientras estuvo atada a su “corazón de hojalata”. En uno de los más contundentes textos de este poemario ella narra poderosa y líricamente aquel robo de su pulso:(…) cuando me llevo/ una mano al pecho/ buscando mis latidos,/ aquello que siempre fue/ la banda sonora/ de mi humanidad,/ lo único que siento es/ el sordo,/ constante/ zumbido/ de un refrigerador.

La autora no oculta en los textos de Corazón de hojalata la ubicua presencia de su donante, o al menos, las cavilaciones que sobre él con frecuencia le ocupan: durante los meses mientras esperaba por un corazón nuevo consciente de que sería el órgano venido de una muerte segada; imaginándolo fuerte, joven e intrépido; camino al hospital el día de su trasplante pensando en aquel alguien que en medio de la más terrible pérdida le daba su corazón; y en el introito de esta obra agradeciendo a quien dotó de vida a ese corazón que le ha devuelto vida a ella.

Un sueño recurrente, sin embargo, ocupa las noches de Margarita Saona con mucha frecuencia: Una amiga le invita a una fiesta donde conocerá el donante y ante la excitación, duda y se pregunta qué ropa usar, qué regalo llevarle, cómo lucirá, si es hombre o mujer. Mas el sueño se interrumpe ante el súbito reconocimiento de la imposibilidad de tal encuentro, y ya despierta, retorna a su nuevo estado natural de mujer agradecida a la vida anónima que alimenta la suya.

A fin de aprehender la relación contexto-creación en este libro, es de rigor plasmar el eco y la voz poética de la autora en los comentarios aquí depositados; incluyo a continuación sus respuestas a mis interrogantes surgidas tras la lectura de Corazón de hojalata. 

¿Extrañas tu corazón “original”?

“Creo que de alguna manera yo sentía respuestas físicas a mis emociones de una forma más palpable, lo cual, si respondía a algo real y no solamente imaginario, tal vez fuera simple y llanamente el resultado de una cardiopatía. Pero mi experiencia de aquello era la de una conexión patente entre mi cuerpo y mis emociones. En ese terreno de las inevitables especulaciones me pregunto si yo ‘le hice algo’ a mi corazón, si yo hubiera debido protegerlo más (podría entrar en una larga disquisición psicoanalítica sobre mi propio sentimiento de culpa con respecto a la enfermedad)”.

Las experiencias cuasi letales sabemos son profundamente impactantes, pero en tu caso más allá de la enfermedad misma, tu vida ha sido transformada visceral y simbólicamente tras el trasplante. ¿Crees que has cambiado, digamos que amas diferente o sientes diferente?

“No sé qué querría realmente decir que ‘amo’ diferente. En el sentido romántico, definitivamente no. El amor que siento es exactamente el mismo. Tal vez lo siento en el sentido de caritas de una manera más intensa: el amor hacia los otros y hacia mí misma. El haber recibido el increíble don de recuperar la salud y la expectativa de vida gracias a que otra persona me ha dado parte de su ser es experimentar en el propio cuerpo la generosidad ajena y ese hecho me ha regalado un nuevo acceso a la generosidad, a ver a los demás y a mí misma como pobres mortales capaces de cometer errores y actos sublimes al mismo tiempo. En ese sentido, siento un nuevo amor como apertura a los demás, como una mayor tolerancia (aunque sigue habiendo cosas intolerables) y como voluntad de buscar las posibilidades de encuentro con los otros. También aprecio más la vida y trato de mostrarlo”.

Los demás, quienes te conocían antes de tu trasplante, ¿te ven distinta, te tratan de otra forma ahora?

“Sí, los que saben me tratan diferente. Hay gente que constantemente me dice que me admira o que soy una inspiración. Eso me causa sentimientos encontrados. Yo soy lo que soy, yo hago lo que puedo, lo que mi cuerpo puede. Hay otros que parecen ver el que haya sobrevivido como un signo de superioridad moral. Para mí se trata de suerte, de circunstancias, del privilegio de acceso al cuidado médico, de partes de mi cuerpo que no tienen que ver con la razón o la moral y que consiguieron sobrevivir. Creo que también es que el corazón trae toda esta carga simbólica. Probablemente si le dijera a alguien ‘me hicieron un trasplante de riñón’ me dirían ‘Uy, pobre’. Pero cuando menciono trasplante de corazón se les abren los ojos como platos. Los que no saben, por supuesto, me tratan como a cualquiera”.

Me llamó mucho la atención un comentario que colgaste en tu blogsobre cuando lo negativo es realmente positivo. Elabora un poco más en esa contradicción/paradoja.

“En esa entrada reflexiono acerca del hecho de que la frase ‘el resultado de la biopsia es negativo’ es una contradicción para los que no hablamos lenguaje médico cotidianamente. Mucho de lo que escribí a partir del primer evento tuvo que ver con mis esfuerzos mentales por adaptarme a los nuevos usos del lenguaje y a los nuevos términos con los que me vi confrontada a partir de tener que lidiar con la enfermedad y sus tratamientos. En el bloghablo de cómo, aunque la noticia que recibo por teléfono de la enfermera es ‘La biopsia fue negativa’, eso no es nunca lo que les digo a amigos y familiares porque para el desconocedor del argot médico, negativo quiere decir malo y en cambio, en medicina negativo es en realidad un doble negativo: negativo quiere decir que no se detecta aquello negativo que el test buscaba detectar (un virus, cáncer, etc., etc.).

En el blog eso además me lleva a reflexionar acerca de otras paradojas de la disciplina médica, como la del Pharmakón, y cómo los medicamentos que nos curan nos pueden matar. En mi caso, en ese momento, había finalmente terminado de reducir las dosis de cortisona hasta eliminarla por completo. Ella había prevenido el rechazo inicial al órgano durante el primer año y suprimido muchas de las inflamaciones, pero entre tanto me había hecho desarrollar osteoporosis, carcinomas, etc.”

¿Qué lugar ocupa el pensamiento de la muerte en ti luego de haberla saludado, de haberla escapado de tan cerca?

“Quisiera decir que he aprendido a aceptar la muerte como parte de la vida, pero no estoy segura. Aunque me he acercado un poco a esa conclusión y sé que tengo que convivir con la sombra de la muerte, sigue resultando inadmisible la idea de perder a la gente que amo. Algunos amigos queridos han muerto desde mi primer diagnóstico y duele que ya no estén en mi vida, los extraño y no me parece justo (sé que el concepto aquí es absurdo) que yo viva y ellos no. Pienso en cómo los seres queridos de mi donante deben sentir esa ausencia en sus vidas y una parte de mí siente que eso es inaceptable. Pienso en los versos de Miguel Hernández: No perdono a la muerte enamorada, no perdono a la vida desatenta…Quisiera llegar, emocionalmente a un estadio, en que tanto yo como mis seres queridos sepamos asumir la inminencia de esa separación sin sentirla como una herida”.

Colofón

William Ospina ha dicho con toda justicia que el corazón es un concepto fantástico, imaginario y múltiple, siempre presente en la lengua del poeta, y en el caso de esta obra la voz poética de Margarita Saona es el corazón mismo.Se trata de un poemario que no es otra cosa que una hermosa declaración a favor de la vida; un puñado de confesiones que viaja desde las raíces mismas de la poesía sobreviviendo batallas y fallas de la bomba mayor que desvencijada, augura despedidas y conjuros contra el olvido. Un inventario de hipotéticas meditaciones y otras tribulaciones, para finalizar revelando su única razón de ser: elegía y apología al inmortal símbolo del órgano que nos ocupa, tal como sentencia la poeta con toda la autoridad que esta aventura le ha otorgado: Te pienso,/ Valentín./ y te honro,/ con cada latido,/ corazón.

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