Pacheco inventa a Pacheco: cincuenta años de No me preguntes cómo pasa el tiempo

Presentamos un justo y lúcido ensayo de Édgar Amador (1962) donde repasa No me preguntes cómo pasa el tiempo de José Emilio Pacheco, uno de los libros fundamentales de la poesía mexicana, por los cincuenta años que ha alcanzado desde su publicación tras ganar el Premio Aguascalientes en 1969.

 

 

 

Pacheco inventa a Pacheco: cincuenta años de No me preguntes cómo pasa el tiempo

 

Proclives que somos a conmemorar los aniversarios, lamento que en este año hayamos olvidado mencionar uno muy importante: el de la primera edición de No me preguntes cómo pasa el tiempo de José Emilio Pacheco. Escrito entre 1964 y 1968, No me preguntes… gana el Premio de Poesía Aguascalientes, el más importante del país, en 1969, y es publicado en agosto del mismo año, como resultado del galardón.

El libro reúne poemas y traducciones hechas por Pacheco en un período de cinco años, entre sus veinticuatro y sus veintinueve años. Es decir, antes de cumplir treinta años, José Emilio Pacheco escribe el libro que fija el contorno, y la moral, de lo que será su obra futura, y en mi opinión, el libro que define la vanguardia (en los términos puestos por Octavio Paz) de la poesía en castellano contemporáneo.

En No me preguntes…, Pacheco inventa a Pacheco. Es el libro que fija su voz y su horizonte. En cierta forma, al conmemorar los cincuenta años del libro, estamos conmemorando también el medio siglo del poeta que leímos y conocemos.

El libro se compone de seis partes:

I.- En estas circunstancias

II.- Mira cómo son las cosas

III.- Postales/Conversaciones/Epigramas

IV.- Los animales saben

V.- Aproximaciones

VI.- Apéndice: Cancionero apócrifo

La primera parte, “En estas circunstancias”, tiene un rasgo particular, todos sus poemas están fechados, como si Pacheco hubiera querido fijar un antes y un después en este, su segundo libro de poemas, dejando en esa primera parte al primer Pacheco, el de Los elementos de la noche (1963), tributario del lenguaje de los contemporáneos y de Octavio Paz.

A pesar de que el libro explicita que son poemas escritos entre 1964 y 1968, la fecha más antigua del libro en esa primera sección es de 1966. No sabemos si el resto del libro incluye poemas escritos entre 1964-1966, o si fueron escritos mayoritariamente en 1968.

Los epígrafes

Para alguien tan minucioso y preciso como Pacheco todo tiene su lugar: y los epígrafes ninguno es gratuito. Todos tienen un por qué y una dirección. Denotan con quién Pacheco está dialogando el tema que presenta la sección o el poema. No me preguntes… es en ese sentido, además de un bello libro de hermosos poemas, un tratado de crítica y síntesis literaria, lo que lo convierten en un libro múltiple y perdurable.

La lista de autores de los epígrafes es la siguiente:

Ernesto Cardenal, cuyo epígrafe inicial resuena a lo largo del libro (especialmente en “Those were the days”, título de una cursi canción pop sesentera), las cosas que pasan de moda, el transcurrir del tiempo;

Garcilaso de la Vega y su epígrafe fúnebre, acompañando el tono tétrico de “En estas circunstancias”;

el epígrafe perfecto de James Joyce que presenta “Mira cómo son las cosas”, Pacheco de veintinueve años preguntándose cómo pasa el tiempo y a punto de entrar a los treinta años, dejando para siempre su juventud y despidiéndose de la misma con la sentencia de Giacomo Joyce;

Ramón López Velarde, y Amado Nervo, a propósito de la subversión (crítica, uso, usufructo y trascendencia) de la cursilería que acompaña todo el libro y el diálogo de amor/odio de Pacheco con el modernismo;

compartiendo ese diálogo con Rubén Darío a lo largo de varios epígrafes y poemas (“Declaración de Varadero” y “R. D. nuevamente”, por ejemplo) en todo el libro. Darío es el autor que más epígrafes y poemas alusivos cuenta en No me preguntes…;

Bernal Díaz del Castillo, inaugurando esa constante en la obra de Pacheco que es la reflexión sobre la crueldad histórica y no resuelta de la Conquista de México, presente también en el epígrafe del Marqués de Mancera, Virrey de México;

Li Kiu Ting, cuyo hermoso verso: “no me preguntes cómo pasa el tiempo”, en la traducción de Marcela de Juan , da el intemporal título al libro;

Alfonso Reyes, cuyo epígrafe sintetiza como ninguno el plan de la obra de Pacheco, ¿cómo ser contemporáneo de la poesía del mundo?, ¿cómo recuperar el tiempo perdido de Sor Juana hasta el modernismo, y escribir una poesía en la vanguardia del mundo, como lo estaban haciendo Paz, Borges y, claro, Pacheco?;

una crónica de Excelsior, en ese guiño constante con la posmodernidad hipster que Pacheco anticipó por décadas;

Giacomo Leopardi a propóstio de Vesubio y Pompeya, un tema que repite en el libro con el Ajusco y el Valle de México, el cataclismo del fin del mundo, ciudad por ciudad;

el periodista estadounidense Rusell Baker;

Samuel Beckett, de cuya frase “…les bêtes savent” toma el título del bestiario, en la tradición de Apollinaire;

Henry Ward Beecher y Gaspar Melchor de Jovellanos Jove, para presentar poemas del bestiario (los monos y el cerdo);

los últimos dos epígrafes, que abren el “Cancionero Apócrifo”, poemas de los heterónimos de Pacheco, son igualmente precisos: el primero de Antonio Machado, sobre la brevedad del tiempo que pasa; el segundo de Fernando Pessoa, porque no podría haber sido de otra manera

Poesía y crítica de la poesía 

Los epígrafes son parte integral de los poemas y de las secciones que encabezan. No son gratuitos ni superfluos. No me preguntes… inventa el diálogo y lectura metapoético: es necesario ir más allá del poema para leerlo, por eso es fácil leerlo hoy y regresar a él después. Son acertijos y propuestas de crítica literaria puestos en versos poéticos en sí mismos.

No me preguntes… es un libro de poesía, pero es también un tratado de crítica, síntesis y lección de poesía.

El joven erudito que es José Emilio Pacheco escribe una poesía que al escribirse se pregunta sobre ella misma, de manera explícita en varios poemas: sobre su utilidad, sobre su carácter, sobre su futuro, sobre su destino inmediato, sobre los esfuerzos por renovarse y sus fracasos al intentarlo. Sobre la resignación de que a final de todo ese camino, no nos queda mas que tomarla tal cual es.

Y al hacerlo, No me preguntes… imparte una lección de poesía.

 

DICHTERLIEBE

La poesía tiene una sola realidad: el sufrimiento.
Baudelaire lo atestigua, Ovidio aprobaría
afirmaciones semejantes.
Y esto por otra parte garantiza
la supervivencia amenazada de un arte
que pocos leen y al parecer
muchos detestan,
como una enfermedad de la conciencia, un rezago
de tiempos anteriores a los nuestros,
cuando la ciencia cree disfrutar
del monopolio entero de la magia.

(Diechterliebes=los amores de un poeta, es el título del texto de unas cantatas escritas por Henrich Heine, con música de Robert Schumann. Vale la pena mencionarlo: en Irás y no volverás, su libro de 1973, Pacheco publica un poema llamado “Mírame y no me toques”, prefigurando el movimiento por la equidad de género, cuyo verso final compara a sus alumnas con “la rosa, el sol, el lirio y la paloma”, que es el verso inicial y título del tercer poema de las Diechterliebes: Die Rose, die Lilie, die Taube, die Sonne“).

Quien lee los poemas del libro está también ante una reflexión pedagógica de uno de los escritores más profundos y sabios del idioma español y ante uno de sus mejores expositores. Pacheco fue un gran explicador. Sus textos y ensayos son típicamente el mejor análisis disponible para los temas que toca, y su poesía no escapó nunca a esa necesidad del autor de analizar y explicar la materia de su trabajo.

No me preguntes… es un libro que por ello resiste regresar a él de manera constante y a lo largo del tiempo. Más aún, Pacheco nunca dejó de reescribirlo, como con la mayoría de sus poemas, y la versión final difiere de manera importante en algunos poemas respecto de las primeras ediciones. No sólo el lector, sino el autor, regresó varias veces al texto, en un ejercicio que, al menos en mi caso como lector, para quien las primeras versiones quedaron fijadas en la memoria, era desesperante, pero que refleja la plasticidad de la poesía de Pacheco, capaz de ser doblada, flexionada y estrujada por su autor a lo largo de los años.

Poesía-Traducción-Poesía 

En No me preguntes… se incluye algo inusual: traducciones de poesía. Un lector que no conozca los nombres de los poetas aproximados por Pacheco podría pensar (como fue mi caso la primera vez que lo leí, a los catorce años) que está ante poemas de José Emilio Pacheco. Un lector que no sepa que “Aproximaciones” fue el apropiado nombre que Pacheco dio a sus traducciones, podría pensar que la parte V del No me preguntes… está compuesta por poemas peculiares con títulos curiosos.

Y quizá esa idea no le habría disgustado a Pacheco. Su heterónimo Julián Hernández escribió que “la poesía no es de nadie, se hace entre todos”, y Pacheco pensaba que al traducir en realidad lo que surgía era algo nuevo, una aproximación al poema original pero que era otro poema, distinto, en donde el traductor debía de desaparecer para tratar de ser una especie de amanuense para que el poema original se transformara en uno nuevo.

En algún momento la editorial Era deberá publicar las “Aproximaciones” definitivas de Pacheco. Los cientos de poemas que tradujo a lo largo de tantos años. Su traducción contundente de los Cuatro cuartetos de T. S. Eliot son la muestra más notable de que Pacheco era quizá el mejor traductor del castellano, así que sus traducciones son poemas en sí mismos, en castellano.

Pero en No me preguntes… Pacheco hace algo más: va de la poesía, a la traducción, para regresar a la poesía.

Como en el caso de “Diechterliebes“, basado en el cual, cuatro años después publica un poema: “Mírame y no me toques”, cuyo verso final es el título de uno de los poemas de Heine (y en el verso anterior, le pide perdón). En No me preguntes… existen un par de poemas de ese diálogo circular con el poema original, el poeta y el poema nuevo.

El más bello ejemplo es sin duda “Ile Saint Louis”.

Todos conocemos el poema de Apollinaire:

Le Pont Mirabeau

Sous le pont Mirabeau coule la Seine
            Et nos amours
       Faut-il qu’il m’en souvienne
La joie venait toujours après la peine

     Vienne la nuit sonne l’heure
     Les jours s’en vont je demeure

Les mains dans les mains restons face à face
            Tandis que sous
       Le pont de nos bras passe
Des éternels regards l’onde si lasse

     Vienne la nuit sonne l’heure
     Les jours s’en vont je demeure

L’amour s’en va comme cette eau courante
            L’amour s’en va
       Comme la vie est lente
Et comme l’Espérance est violente

     Vienne la nuit sonne l’heure
     Les jours s’en vont je demeure

Passent les jours et passent les semaines
            Ni temps passé
       Ni les amours reviennent
Sous le pont Mirabeau coule la Seine

     Vienne la nuit sonne l’heure
     Les jours s’en vont je demeure

Uno de los poemas fundadores de la modernidad poética, el tema de “Le Pont Mirabeau” es un clásico: los amantes se contemplan mutuamente junto al Sena, y el río se convierte en una metáfora de lo fugaz y corriente que son el amor eterno y la vida, que pasan y se van como el río bajo el Puente Mirabeau.

La que sigue es una traducción de José Emilio Pacheco, compilada en el libro “Aproximaciones”

El Puente Mirabeau

Bajo el puente Mirabeau
van el Sena
y nuestro amor
Recuérdalo mi dolor
siempre hay dicha tras la pena

Cae la noche da la hora
Así el tiempo se evapora

Frente a frente nos miramos
y las manos enlazamos
Nuestros brazos son el puente
pero el agua eternamente
se lleva lo que deseamos

Cae la noche de la hora
Así el tiempo se evapora

Se va el amor como el agua corriente
Se va el amor inexorablemente
Porque la vida es lenta
y en cambio la esperanza es violenta

Cae la noche da la hora
Así el tiempo se evapora

Pasan el día tranquilo y la noche de pena
Los años se disuelven
Los amores no vuelven
Bajo el puente fluye el Sena

Cae la noche da la hora
Así el tiempo se evapora

La traducción es notable. Pacheco se arriesga a aproximar la música de Apollinaire y el resultado es sobresaliente. Limpio.

Pero en No me preguntes… muchos años antes de la publicación de la traducción de “El Puente Mirabeau”, hay un diálogo claro y fecundo, plasmado en uno de los poemas más hermosos del libro:

Île Saint-Louis

Desde el balcón
el Pont de la Tournelle

Una muchacha se detiene y mira

Fluye el Sena
Desgarrado un instante por la isla
corre al encuentro de sus mismas aguas

Aguas de musgo verde
verdes aguas
con el verdor
de miles de veranos

La muchacha se aleja
se extravía
se pierde de mis ojos
para siempre

Arde la misma rosa en cada rosa
El agua es simultánea y sucesiva
El futuro ha pasado
El tiempo nace
de alguna eternidad que se deshiela

La historia cuenta que Apollinaire debía cruzar el Puente Mirabeau para ir a ver a su amante, la pintora Marie Laurencin. El puente conecta los distritos XV y XVI de París, uniendo las dos riberas del Sena.

El puente de José Emilio Pacheco es distinto: es el Pont de la Tournelle, el cual une la pequeña isla de Saint Louis, adyacente a la mayor Île de la Cité, (ésta última alberga la Catedral de Notre Dame y es el origen histórico de la Ciudad de París), y que hacen que las aguas del Sena se bifurquen.

Pero el río de Apollinaire y el de Pacheco son el mismo: el Sena; en ambos poemas la muchacha, levantada por la mirada, es el motivo para ver pasar las aguas del río bajo el puente y cantar los mismos versos: el paso del tiempo, la brevedad del amor y de la vida. En ambos poemas el río es agua que pasa, pero el hermoso remate de Pacheco muestra la evolución histórica de la imagen poética entre los dos autores: “el futuro ha pasado/ el tiempo nace/ de alguna eternidad que se deshiela”.

No es posible que la fuente de “Île Saint Louis” de Pacheco no sea la lectura y la traducción de “Le Pont Mirabeau”. Pacheco lee y traduce. Pacheco traduce, crea su aproximación y escribe su poema. Va de la lectura del original en francés, a la traducción al español, a la creación de un poema cuyo origen deben ser sin duda el aliento que le deja “Le Pont Mirabeau”.

No me preguntes cómo pasará el tiempo

No me preguntes… cumple en 2019 cincuenta años de haber sido publicado. Como todo ser vivo, envejece. Partes de él han muerto con la evolución de la poesía contemporánea, pero es notable cómo una gran parte del libro no únicamente sobrevive sino que muchos de sus poemas palpitan en nuestros días, en estos tiempos que corren. Este libro múltiple sigue resistiendo regresar a él y espera, con resignada esperanza, el paso de los próximos cincuenta años.

 

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