Francisco Trejo publicó recientemente, bajo el sello de Editora Nómada, Derrotas. Conversaciones con cuatro poetas del exilio latinoamericano en México.Homero Carvalho Oliva. Pedro Salvador Ale. Saúl Ibargoyen. Carlos López. Proponemos la lectura de algunos fragmentos de la entrevista con Pedro salvador Ale así como algunos de sus poemas.
El exilio es más que suceso; es una vivencia cotidiana, una marca imborrable; es detonante de una constante búsqueda por el ser que ha sido desplazado por la fuerza y la opresión. Desde un punto de vista literario y cultural, el exilio ha estado presente de múltiples formas desde la antigüedad –Las tristesde Ovidio, por ejemplo–, hasta la época contemporánea donde, de forma ejemplar, el exilio español republicano forjó su propia tradición. En América Latina hay también una importante genealogía de escritores e intelectuales que han sido exiliados por causa de la atrocidad de los golpes de Estado y las dictaduras. Una honda nostalgia, la reinvención del yo-sujeto de enunciación, el trazo difuso de los territorios, el saber que el exilio nunca terminará en sus vidas, marcan de forma determinante a los escritores y poetas que han vivido en carne propia este desplazamiento interminable. El presente libro surge del interés por dar a conocer esta tradición en la voz propia de algunos de los poetas latinoamericanos que bien pueden ser comprendidos dentro de esta tradición. Francisco Trejo emprende esta tarea que forma parte de un trabajo más amplio por conocer y difunde las formas en que el exilio, específicamente el latinoamericano del siglo XX, se refleja de maneras intrincadas en la poética de nuestro continente. Como parte de esta labor, Trejo nos trae aquí a cuatro voces de dicha tradición: Homero Carvalho Oliva (Bolivia), Pedro Salvador Ale (Argentina), Saúl Ibargoyen (Uruguay) y Carlos López (Guatemala). El lector interesado encontrará en estas páginas diversas pistas de las formas en que estos autores llevan la vivencia del exilio a su poesía, pero quizá más importante aún, hallará esbozos de una comprensión más abarcadora de la manifestación poética, la cual encierra una constante reinvención de lo humano.
Katia Ibarra
Fragmento de entrevista a Pedro Salvador Ale
En una entrevista realizada por Ronald Haladyna en 1993, afirmas que, tras años de tensiones políticas en tu país, decidiste exiliarte, no como perseguido político, sino como un artista que no «encontró un ámbito en el que pudiera desarrollarse». Hoy, después de 24 años de haber respondido lo anterior, ¿lo sigues sosteniendo? ¿No te exiliaste debido a tensiones políticas en tu país que te involucraran de manera directa?
Sí, hay algunas incoherencias. En realidad son muchas las razones del exilio. No era sólo hallar un “ámbito propicio” ni que fuese un “perseguido político”, sino que lo más importante era preservar la vida. Hice el servicio militar entre 1975 y 1976 en Buenos Aires y me tocó como soldado vivir el Golpe de Estado. En esa entrevista no lo quise decir, no sé por qué, pero la razón esencial fue que uno de mis maestros, hermano de un sindicalista importante de Córdoba, llegó a mi casa para decirme que habían detenido a su hermano y que en la redada encontraron las cartas, que yo le había mandado desde el ejército, donde le contaba de los secuestros y desapariciones que estaban sucediendo. Me dijo que irían por mí, por lo que debía abandonar el país. Así fue, no pertenecía a ningún partido político ni a ninguna organización, pero sí, fue un motivo político. Así que agarré un bolso con un par de camisas, una campera, un ejemplar de mi primer libro de poemas y una libreta, y me fui a Mendoza, donde crucé clandestino a Chile.
¿Por qué decidiste refugiarte en México?
Mi llegada a México fue también debido a la amistad; en los meses previos a mi salida del país, había conocido a un mexicano que estaba tomando un curso especializado en la Universidad de Córdoba. En la ciudad se respiraba en el aire el olor a muerte, había sistemáticas desapariciones, y era un secreto a voces lo que estaba sucediendo, así que este amigo mexicano me dijo que, si se daba el caso y tenía que abandonar el país, me fuera a México, que él me esperaría en Toluca y que podía estar más seguro. Claro que en México, más allá de su apertura a los exiliados sudamericanos, existía también el Plan Cóndor, aplicado en contra de mexicanos progresistas a los que también desaparecían.
¿Quién era ese amigo mexicano?
Ricardo Gómez Urueta, un amigo de quien tengo recuerdos muy gratos y que me apoyó a mi llegada, hasta que tomé mi propio camino, sin que por eso nuestra amistad quedara trunca. Las veces que nos vemos siempre son con aprecio.
Mencionas una cuestión interesante. ¿Por qué, sabiendo de un movimiento tan ligado a los crímenes de Estado durante las diferentes dictaduras de América Latina, como lo es el Plan Cóndor, decidiste quedarte en México y no partir hacia otra geografía, llamémosla, “más neutral” o “menos caliente”?
Porque era el país del continente más alejado de la Argentina, y no estaba bien enterado de la manera en que en México se aplicaba el Plan Cóndor. Esto lo desconocíamos los argentinos; pasados los años fuimos descubriendo estas verdades. En Perú, donde estuve seis meses, me habían ofrecido irme a Suecia. Me decidí por México, bajo la premisa de que en Suecia mi labor aportaría poco o nada. Y que quizá en México habían más cosas por hacer. Además estaba el idioma como barrera y otras cosas que me habían contado sobre Suecia, donde no creí que mi temperamento latino se adaptara.
Una vez en México, desprendido del contexto hostigador de la Argentina de aquellos años, ¿experimentaste algún tipo de amenaza o preocupación relacionada con tu salida fortuita del país?
Una vez ya instalado en este país, no sentí ningún tipo de amenaza relacionada al gobierno argentino, aunque sí sabíamos de espías que trabajaban enviando información. Había mucha desconfianza, incluso entre compatriotas, más allá de la convivencia, de los conflictos emocionales y síquicos, de la paranoia, de la melancolía y la nostalgia, fue un choque cultural muy fuerte para mí. Por eso, en una entrevista del 85 para Excélsior, me preguntaron si yo había asimilado la cultura mexicana, yo dije entonces que no, que ella me había absorbido por completo.
Poemas de Pedro Salvador Ale, escritos en el periodo de su exilio en México (1976-1983)
Sin noticias
A veces quisiera arrancarme del corazón la patria
y que no esté presa ni en mi pecho,
vuele su trozo de mar, de pasto esperanzado,
a donde ningún fusil asiente ceniza sangrienta.
Sucede que hay meses sin golondrina, meses que dejan
caer sólo una carta como lágrima y pago con mis horas
esta sangre que camina, esta palabra con brazos
y mirada triste.
Me disgusta mi sombra porque a veces pienso
que la acompaño y quisiera acuchillarla
con un poco de luz, huir como un loco que busca
su rostro.
Además el llanto me estrecha la mano, me escupe en los
ojos y su humedad de hielo me borra la boca,
no todo debería culparme de ser hombre, por ejemplo,
la mañana despliega su perfil de ave,
la luz es una promesa sencilla, quizá la paz como un
durazno, quizá la alegría soltando mariposas desde
su herida celeste.
Cuando la distancia me busca la tetilla izquierda,
sus picotazos devoran toda raíz, todo sueño y no tengo
donde beber estrellas,
de golpe el tiempo quiebra mi frente con diálogos
necesariamente vacíos,
con esperas de telegramas y palomas y no hallar
en ese instante un trébol de cuatro hojas donde apoyar
el corazón, porque el corazón tiene cuatro cardinales,
ni unos senos enjaulados que merezcan la libertad
ni un racimo de noche para aliviar la sed.
Entonces aún así me resigno a luchar y escribo y lloro
y pataleo y me alegro
desde el sangriento párpado de la vida
desde mi tristeza desmantelada.
(De Reclamo de vuelo, 1981)
Exiliado
Soy piedra al vacío. Vuelo, ruedo, me extingo,
en vinos crezco con verdes cicatrices.
Soy el viajero sin maletas, sin zapatos, sin
bolsillos
el que lo ama todo.
(De Arado de carne y hueso, 1978)
Al partir
Me cortarán los recuerdos con sus vidrios,
otra bolsa de noche cubrirá mi cabeza,
el corazón retumbará en poder de vientos locos.
Lloraré como un borrego destetado,
si ya el pensamiento está moribundo
con su espiral de luz clavado a la tierra.
Ahora el mundo es mío, me cabe en la nada
que poseo;
me duelen siempre los míos, los racimos humanos
que se mutilan sin ataúdes,
con operaria muerte incansable de plomo y cárcel.
El durazno me dará su néctar inmortal,
me dormiré en la madreselva
para llevarme todas las mieles, todos los latidos,
todas las clamorosas voces que tendrá mi canto,
en esta terrible hora de usar la sangre
como una moneda,
para dar la vida clara por los trigos del país,
al partir.
(De Libertad condicional, 1975-1977)
La palabra y el cielo
La soledad tiende sus redes tejidas a sombra y hambre,
es difícil liberar a un hombre, devolverle el pan
de la sonrisa.
A Pedro una muchacha le dio a beber agua celeste,
día celeste, esperanza celeste.
Viene por la cadera del mar, es un loco
que recuperó la palabra.
Ahora Pedro viene cantando con su dolor de espina,
no está solo, le han crecido raíces, hojas nuevas;
ahora, señores, Pedro sigue cantando, no ha muerto,
le han quitado todo, menos la palabra,
ahora señores, Pedro sigue cantando,
consiguió el cielo,
y lo lleva cantando por la tierra.
(De Libertad condicional, 1975-1977)
Katia Ibarra (Monterrey, Nuevo León, 1976) Es doctora en Estudios Humanísticos por el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey en la Cátedra de Literatura y discurso. Actualmente es investigadora y editora en el Instituto Pensamiento y Cultura en América Latina (IPECAL); también dirige Editora Nómada, editorial en la que publica textos académicos. Entre sus líneas de estudio están: crítica literaria latinoamericana, poesía contemporánea y literatura latinoamericana del siglo XX.
Pedro Salvador Ale (Libertador San Martín, Jujuy, Argentina, 1954) es poeta, editor y gestor cultural. Obtuvo la nacionalidad mexicana en 2003. Ha publicado una treintena de libros de poesía, varios de ellos con más de una edición, entre los que destacan: Manuscritos de la memoria del sueño( 1983), Sobre las cicatrices del tiempo (1984), De biografías, monstruos y pájaros migratorios (1985), El alucinante viaje del afilador de cuchillos (1986), Navegaciones (1991), La danza del guerrero (1996), Aromas (1999), Yosadhara (2000), Los reinos del relámpago (Antología poética 1973-2003) (2003), Puentes (2006), Volar de ver de volar (2010), Antología esencial (1973-2013) (2013), Nada que perder (2014), Libertad condicional (1975-1985) (2015) y Deslumbramientos de travesía (2016). Obtuvo, entre otros, el Premio Nacional de Poesía Joven de México Elías Nandino 1985, el Premio Nacional de Poesía Clemente López Trujillo 1986 y el Premio Iberoamericano Bellas Artes de Poesía Carlos Pellicer 1991. En 1977 se exilió en México y desde entonces radica en Toluca, Estado de México.
Francisco Trejo (Ciudad de México, 1987) es poeta e investigador, maestro en Literatura Mexicana Contemporánea por la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM). Penélope frente al reloj (2019), Balada con dientes para dormir a las muñecas (2018), De cómo las aves pronuncian su dalia frente al cardo (2018), Canción de la tijera en el ovillo (2017), Epigramas inscritos en el corazón de los hoteles (2017), El tábano canta en los hoteles (2015), La cobija de Ares (2013) y Rosaleda (2012) son algunos de sus libros publicados. Una muestra de su obra está incluida en la Antología general de la poesía mexicana. Poesía del México actual. De la segunda mitad del siglo XX a nuestros días (2014). Entre otros reconocimientos, obtuvo el VIII Premio Nacional de Poesía Ignacio Manuel Altamirano 2012, el XIII Premio Internacional Bonaventuriano de Poesía 2017 y el VI Premio Internacional de Poesía Paralelo Cero 2019.