El último poema de Octavio Paz

Octavio Paz publicó en 1996 su último poema. A partir de él, Audomaro Hidalgo (Villahermosa, 1983) intenta reconstruir un aspecto del pensamiento poético de Octavio Paz. Y parte de una idea: “Para Octavio Paz el mundo es Escritura. El poeta participa del orden cósmico como intérprete y traductor de esa escritura, cuya gramática son las causas y los efectos de la sintaxis”.

 

 

 

 

 

La escritura de los astros

 

Octavio Paz publicó su último poema, “Respuesta y reconciliación. Diálogo con Francisco de Quevedo”, en abril de 1996. Sumaba 82 años. De este poema, escrito con honda serenidad por un hombre que sabe que pronto va a morir, tomo los siguientes versos:

 

los triángulos, los cubos, la esfera, la pirámide
y las otras figuras de la geometría,
pensadas y trazadas por miradas mortales
pero que están allí desde antes del principio,
son, ya legible, el mundo, su secreta escritura

 

Lo que llamamos realidad se obstina en hacernos creer que todo está separado, que vivimos inmersos en un mero caos. Sin embargo, hay momentos en nuestra vida que sentimos la secreta unidad del universo. Esta inmanencia de lo absoluto el hombre la tuvo desde aquel salvaje momento no historiado en que alzó por primera vez el rostro, y vio que en el cielo había diminutos fuegos llamados astros. A partir de ahí el hombre adquiere conciencia de que está sajado, al mismo tiempo descubre que sus pulsiones, su respiración, la callada y roja circulación en sus venas, su mirada, su ser entero forma parte de un Todo. De la tensión entre fenomenología y ontología surgen esos instantes en los que el mundo objetivo, por un segundo, cristaliza en una imagen.

Algunos antiguos (los taoístas, hindús, budistas) vieron el mundo como una Montaña; para los pitagóricos el cosmos era Números; la visión de Dante es la del universo como un Libro; Pascal, en el alba de la modernidad, lo sintió como un Vacío; para Baudelaire fue un Bosque de Símbolos; Mallarmé pensó en una Partitura Musical; Borges lo intuyó como un Laberinto. Para Octavio Paz el mundo es Escritura. El poeta participa del orden cósmico como intérprete y traductor de esa escritura, cuya gramática son las causas y los efectos de la sintaxis. En Árbol adentro (1987), Paz dice:  

 

Pero miro hacia arriba.
Las estrellas escriben.
Sin entender comprendo:
también soy escritura
y en este mismo instante
alguien me deletrea.

 

El poeta es el que escucha continuamente un lenguaje que no comprende del todo pero que intuye. En “Utacamud”, incluido en Ladera este (1969), encontramos la misma idea, la misma imagen:

 

Crece en la noche el cielo,
eucalipto encendido.
Estrellas generosas:
no me aplastan, me llaman.

 

Pese a que la Escritura del mundo es heterogénea y no se agota en una sola versión, así sea sólo una vez, se revela como un texto vivo que no requiere traducción sino afirmación, fusión, fraternidad. Porque la revelación es absoluta durante un instante, puede tolerarse. Los versos iniciales de un poema de La estación violenta (1958) dicen:

 

Abrí los ojos, los alcé hasta el cielo y vi cómo la noche se cubría de estrellas.
¡Islas vivas, brazaletes de islas llameantes, piedras ardiendo, respirando, racimos de piedras vivas,
cuánta fuente, qué claridades, qué cabelleras sobre una espalda oscura,
cuánto río allá arriba, y ese sonar remoto de agua junto al fuego, de luz contra la sombra!
Harpas, jardines de harpas.

 

Sin embargo, la incesante Escritura del universo se disgrega continuamente en frases y sílabas, o simplemente se oculta hasta que aparece otra sintaxis, que a su vez exige una nueva traducción. En Semillas para un himno (1954) hay un poemita llamado “Analfabeto”:

 

Alcé la cara al cielo,
inmensa piedra de gastadas letras:
nada me revelaron las estrellas.

 

Los dos últimos versos en realidad pertenecen a “El regreso”, un poema que Octavio Paz escribió en Berkeley en 1943, y que aparece en el apartado “Puerta condenada” de la primera edición de Libertad bajo palabra (1949). Sin embargo, Paz lo elimina de las sucesivas reediciones de Libertad…, “El regreso” no aparece en la Obra poética (XI, FCE), sino en Primeros escritos (XIII, FCE). No obstante, Paz rescató aquellos dos versos y agregó otro (“Alcé la cara…”), de esta manera lo incluyó como un nuevo poema en la sección “Piedras sueltas” de Semillas para un himno.

El caso del poema “El regreso” habla de una exigencia autocrítica nunca satisfecha, de una conciencia poética que sabe que está construyendo una obra. Se trata de una poda textual casi completa. No aumentar, descartar para aligerar.

Entre “Respuesta y reconciliación…” y “El regreso”, pasando por los otros poemas que cité, hay cincuenta años de distancia, pero pueden ser leídos como un solo texto, porque están tejidos por el hilo de una visión personal del mundo, continuada y sostenida en el tiempo con la misma tensión de principio a fin. Del nacer al morir, del morir al nacer todo es vínculo, todo es relación. Completo, “El regreso” es así:

 

A mitad del camino
me detuve. Le di la espalda al tiempo
y en vez de caminar lo venidero
-nadie me espera allá-
volví a caminar lo caminado.
Abandoné la fila en donde todos
desde el principio del principio aguardan
un billete, una llave, una sentencia,
mientras desengañada la esperanza espera
que se abra la puerta de los siglos
y alguien diga: no hay puertas ya, ni siglos…
Crucé calles y plazas,
estatuas grises en el alba fría
y sólo el viento vivo entre los muertos.
Tras la ciudad el campo y tras el campo
la noche en el desierto:
mi corazón fue noche y fue desierto.
Después fui piedra al sol, piedra y espejo.
Y luego del desierto y de las ruinas
el mar y sobre el mar el cielo negro,
inmensa piedra de gastadas letras:
nada me revelaron las estrellas.
Llegué al cabo. Las puertas derribadas
y el ángel sin espada, dormitando.
Dentro, el jardín: hojas entrelazadas,
respiración de piedras casi vivas,
sopor de las magnolias y, corpórea,
la luz entre los troncos tatuados.
El agua en cuatro brazos abrazaba
al prado verde y rojo.
Y en medio el árbol y la niña,
cabellera de pájaros de fuego.
La desnudez no me pesaba:
ya era como el agua y como el aire.

 

 

Le Havre, Marzo 2020

 

 

 

 

 

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